USTED PUEDE SER
PROPIETARIO, Y LO SABE
Por José Antonio Flores Vera
A poco que observemos, llegaremos a la
conclusión que nos va la propiedad, sentirnos dueños de las cosas que nos
rodean. Es probable que no sea culpa nuestra sino de nuestros orígenes, nuestra
forma ancestral de organizar y entender la sociedad. Desde siempre ha existido
esa inclinación, si bien fue el genio jurídico romano quién asentó las bases
legales de las distintas formas de adquirir la propiedad. De hecho, el
brillante jurista romano Gayo supo ver que una de esas formas -fuera la
propiedad pública o privada- podía darse si existía la suficiente voluntad y la
paciencia necesaria. A esa institución jurídica se le denominó usucapio, que se conceptúo como una
forma legal de adquirir la propiedad mediante la posesión continuada en el
tiempo. Una institución que nuestro Código Civil -artículos 1930 a 1960- recoge
bajo el nombre de usucapión, también llamada, prescripción adquisitiva o positiva.
Y de todo ese mecanismo jurídico
somos muy conscientes. Quizá no sea tan conocido el concepto jurídico-técnico, más
centrado en el ambiente judicial, pero sí existe entre las gentes ese saber
antiguo e innato que les indica que hay cosas que jamás podrán cambiar. Son las
leyes de la lógica y el sentido común. Es algo que observas en la calle, en el
comportamiento de todos nosotros. Hay como una especie de conocimiento impreso
en los genes que nos dice que la posesión de algo de manera continuada y sin
que nadie reclame su propiedad, con el paso del tiempo, pasa a la nuestra. Se
intenta casi siempre, si bien no siempre se consigue porque se han de dar
ciertos requisitos jurídicos, claro está. En la antigua Roma era aconsejable
que esta institución existiera, porque las largas ausencias de muchos de los
propietarios -soldados involucrados en invasiones de otras naciones- aconsejaba
que la propiedad pudiera pasar a manos de otro si el propietario no regresaba
(de hecho, muchos no lo hacían y creaban ciudades como Emérita Augusta), propiedad
que también incluía a la propia esposa, la cual se postulaba con su símbolo
fálico anudado – o no- al cuello.
Pero, aunque pudiera parecer poco
lógico que esta institución aún exista en los tiempos actuales, lo sigue
haciendo porque la condición humana no ha cambiado demasiado en los últimos dos
mil años. Hay infinidad de ejemplos de esa condición. Uno muy sonado en estos
meses veraniegos y de playa: la propiedad del espacio de arena que mucha gente
se arroga, bien clavando el palo de la sombrilla, como si se tratara de poner
una pica en Flandes o demostrando una constancia diaria en el uso y disfrute a
prueba de bombas. Nada más gráfico que la anécdota que me contaba hace poco un
amigo sobre el hábito de una amplia familia que desde hace lustros instala sus
reales siempre en el mismo espacio de una playa granadina a primeras horas de
la mañana. Los demás conocen esa práctica y nadie osa ya ocupar ese espacio, ni
tan siquiera si un buen día los usufructuarios no hacen uso del mismo. Es la
costumbre; y la costumbre es una fuente de creación jurídica.
También es común en estas fechas el
abuso excesivo que hacen las terrazas de los bares del espacio público, que
lejos de adecuarse al número de mesas pactado con el respectivo ayuntamiento,
alargan su frontera hasta el infinito. De hecho, ese achicamiento hace que
muchos ciudadanos desistan de pasar por ese espacio público al existir tan solo
un intimidante pasillo que para sí lo quisiera la pasarela Cibeles, lo que
conlleva que proliferen aún más mesas. Con relación a esto último, convencido
estoy que los locales situados en calles con anchas aceras o plazas cotizan
mucho más, sabedores del uso de ese espacio público abusivo.
Pero no se trata tan solo de esos dos
ejemplos. Los hay por doquier. Desde el comerciante que baliza un par de
aparcamientos junto a su comercio hasta la ocupación de bancos de las plazas
públicas, en los que apenas hay alternancia de sujetos; o la lectura prolongada
de periódicos, como éste, en los bares; o el aparcamiento en el espacio común
de la moto o el coche en cualquier comunidad de vecinos que se precie. Pero
observen y encontrarán muchos más.
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