EL TEBEO
DE ENRIQUE
Por José
Antonio Flores Vera
Mi corazón reposa
Junto
a la fuente fría.
Llénalo con tus hilos
araña del olvido.
Así denomino a este
artículo porque sé que, a su autor, Enrique Bonet Vera, le gusta utilizar el
término tebeo. A mí también. Luego, ¿a qué me refiero con el tebeo de Enrique?
Lo diré rápido y breve: una obra enorme. Una obra mayor. Pocos se atreven a
tratar en un cómic una temática tan honda como ésta, pero él sí se ha atrevido
y ha salido más que airoso. Diría más, mucho más consagrado de lo que ya lo estaba
como exitoso autor de cómic.
Además, es granadino, por
mucho que haya nacido en Málaga. Pero no hablaré aquí de Enrique (al que conocí
por medio de un amigo común, Paco Cid, en la presentación de mi primer libro),
a pesar de que podría dedicar diez artículos a ese menester, dada su calidad
como persona y como escritor y dibujante. Hablaré de ‘La araña del olvido’, su
última obra, cuyo prólogo, a cargo del escritor granadino Juan Mata, es muy
clarificador.
El
escritor norteamericano de origen español, Agustín Penón vivió dos años en
Granada (1955-1956) para tratar de conocer el cómo y el porqué del asesinato de
Federico García Lorca, un mes después de la sublevación militar que provocó el
estallido de la Guerra Civil española, y el sitio exacto de su enterramiento,
en algún lugar entre Víznar y Alfacar. Intentar conocer tan solo eso ya resulta
fascinante, pero la fascinación no queda ahí. Sobre todo, cuando uno se
pregunta cómo sería esa Granada cerrada de mediados del siglo pasado que
encontró el escritor norteamericano, aún marcada por una cruenta guerra -como
toda España- y estigmatizada por el asesinato del poeta universal y la
incertidumbre del lugar de enterramiento.
Marta
Osorio, fallecida hace pocos días, fue testigo de excepción de aquella Granada
cerrada y muda como actriz que iba a protagonizar el papel de alcahueta en la
representación de la versión que hizo Martín Recuerda de La Celestina y que fue
prohibida por el gobernador civil de Granada a instancia del obispado. Por
tanto, a excepción del escritor e investigador, ya fallecido, nadie mejor que
ella pudo contar en su libro ‘Miedo, olvido y fantasías. Crónica de la
investigación de Agustín Penón sobre Federico García Lorca (1955-1956)’, todo
ese legado construido por Agustín Penón y que le fue entregado por Willian
Layton, el gran amigo del escritor, una vez muerto éste. Legado que fue durante
años guardado en esa maleta cada vez más abultada de documentos, fruto de la
investigación que el escritor apasionado en la obra de Lorca cosechó en esa
difícil Granada de los años cincuenta. Posteriormente, la autora granadina
publicó también ‘El enigma de una muerte’, que recoge la correspondencia
mantenida entre Agustín Penón y Emilia Llanos, que es un episodio que tiene
gran protagonismo en el cómic de Enrique Bonet.
Las
obras literarias cuentan con la virtud de ser únicas y por eso la recreación
que hace el escritor y dibujante granadino de los días vividos por Agustín Penón
en Granada, basándose principalmente en la obra de Marta Osorio, es única
también. En esos dibujos surge una nueva historia, o al menos, una nueva forma
de contar las peripecias vividas por el escritor norteamericano en Granada.
Sumergirse en estas historietas es regresar a la ciudad de mediados del siglo
pasado. Lo será para quien la haya vivido, pero también para quienes no la
hayamos vivido por razón de la edad. Lugares comunes que conocemos -o incluso
ya desaparecidos- visionados a través la magia del cómic o tebeo. Sin embargo,
no es solo eso. Es mucho más. Se trata de la recreación de ese ambiente
granadino con el trasfondo de la muerte del poeta menos de veinte años atrás,
cuando aún la herida supuraba por todas partes. Se trata de conocer de primera
mano a personajes reales relacionados directa o indirectamente con ese cruel
asesinato y su posterior enterramiento.
Hay
en ese ejercicio un equilibro perfecto. Una perfección que tiene mucha más
importancia al tratarse de un asunto tan delicado que se desarrolla en pleno
apogeo de la dictadura franquista, con las heridas aún demasiado abiertas, en
una ciudad en la que todo corrillo, toda conversación, por velada que fuera,
todo exabrupto anormal, podía ser visto y perseguido. En ese ambiente hostil y
cerrado se conduce la intensa investigación de Agustín Penón a lo largo de dos
años y que ha sabido recrear perfectamente Enrique Bonet en esta obra.
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