09 abril 2013

SEGUIMOS CIEGOS ANTE LA MONARQUÍA ESPAÑOLA.

Cuando yo comencé a escribir -en otros lugares donde publico o he publicado no lo he tenido tan fácil- aquí críticamente sobre la Casa Real española, muchos entendieron que estaba obsesionado o que imaginaba cosas o, incluso, que era un republicano convencido. Años después se comienzan a cumplir esas cosas que sólo unos pocos sospechábamos que pasarían. Cosas que estaban ahí a la vista de todos, pero que nadie quería ver. Unos porque no estaban los suficientemente informados o no querían informarse; otros porque le habían inyectado litros de glucemia a base de ver programas del corazón;  otros porque consideraban que la Monarquía representaba la estabilidad sin saber bien lo que decían; otros porque habían vivido la guerra y consideraban que habría que olvidar todo lo que sonara a República; y los que más, porque no han tenido el suficientemente sentido crítico ante esta familia que ha hecho lo que le ha dado en gana, auspiciados por el vergonzoso pacto de silencio de los medios de comunicación, el compadreo político, los silenciosos y discretos y los complacientes, muchos de los cuáles vivían, o creían vivir del prestigio de la Corona en España y fuera de nuestras fronteras. En suma, unos en menor medida que otros, todos somos responsables. Todos hemos alimentado al monstruo y ahora muchos salen con antorchas incendiarias en la noche oscura.
Hemos mirado hacia otro lado y ahora nos rasgamos las vestiduras y aludimos a crisis institucional, crisis de Estado o cosas por el estilo. Hubiera bastado con más seriedad, más denuncia, más crítica, más transparencia institucional y económica; y sobre todo más democracia. Pero hubiera sido mucho mejor que con anterioridad a la aprobación de la Constitución de 1978 hubiéramos podido decidir sobre qué forma política de Estado queríamos y no que la monarquía entrara en el paquete institucional sabiendo, como sabíamos, que había sido la decisión de Franco y no la del pueblo español que pretendía ser democrático. 
Pero nada de eso ha habido en este decadente y podrido país porque es costumbre nacional, desde siempre, que las cosas lleguen hasta niveles insostenibles y, finalmente, darnos el batacazo para comenzar de nuevo. 
Sin embargo, seguimos sin escarmentar. Hay más datos que nunca sobre a qué juego han estado jugando los Borbones desde siempre y seguimos dando palos de ciegos. Hemos tenido que soportar los múltiples devaneos del Rey a todos los niveles, los negocios de su yerno -que supuestamente podrían apuntar a la misma Casa Real, al tiempo-, la imputación de la Infanta, el parasitismo de la familia del Rey y de la Reina y, últimamente, el patrimonio del monarca. Pero nada de eso nos saca de nuestra ceguera. 
El país se desangra económicamente, el futuro de jóvenes y no tan jóvenes se escapa y aún soportamos que toda esta gente siga siendo mantenida con nuestros impuestos, apoyados por los políticos y sin dar muestras de la menor autocrítica, austeridad o transparencia. Eso sólo pasa en nuestro país y, en verdad, es probable que nos lo merezcamos por crédulos y sumisos.          
   

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