¿Quien no ha sufrido o ha odiado la relación laboral en la que se encuentra? Un mundo complejo. Turbio a veces, en realidad, como bien dice mi Alter, Jesús Lens, en un tuiter: 'Cuando el ámbito laboral se convierte en una jungla..'. De todo eso y de mucho más escribo en este artículo que me publica hoy el diario Ideal de Granada, con edición en la Costa, Almería y Jaén. Aquí lo tenéis reproducido, por si no habéis podido leerlo en formato papel.
Y lo mejor de todo es que este artículo me lo ha inspirado un mal jefe del que me han hablado o vivido, nunca se sabe.
MANUAL DEL BUEN JEFE Y DEL BUEN SUBORDINADO
El mundo laboral está lleno de malos
jefes y malos subordinados. De malos profesionales en definitiva. Pero el mundo
es imperfecto y en ocasiones los papeles están invertidos: donde dice jefe
debería decir subordinado y viceversa. O Sencillamente no debe decir nada.
El
manual del buen jefe y del buen subordinado aún no está escrito, pero para mí tengo que jamás se escribirá
porque es complejo, cambiante y, en ocasiones, inasible. Ni siquiera con
pinzas.
Busquemos
en el interior de nuestras experiencias y en las de otros y tan sólo
encontraremos despropósitos. Jefes que pierden los papeles y transportan al
despacho sus fobias, frustraciones, carencias sexuales, miedos e inseguridades
personales, convirtiendo el ambiente laboral en una torticera consulta
psiquiátrica experimental. O sea, poder mal entendido. En el otro extremo, subordinados
aterrados ante el cotidiano espectáculo del juego de sombras y conspiraciones
en que se ha convertido la oficina o el centro de trabajo. O sea, sumisión
enfermiza.
Luego,
¿de qué cualidades carecen ambas partes para que se produzca tanto
despropósito? Si lo supiera, comenzaría a escribir mañana mismo ese manual
pendiente, pero mucho me temo que existe una grave carencia de cualidades innatas
y adquiridas porque no todo el mundo vale para las mismas cosas, aunque no lo
sepa. Y en la historia de la humanidad, como en la Ley de Murphy, todo suele
salir justo al revés de lo previsto, si es que algo positivo brota de ese
cúmulo de interacciones fallidas que siempre han sido las relaciones sociales,
y no digamos las laborales.
Ocurre
que en la amplia amalgama de las relaciones laborales han de encajar muchas
piezas para que, en un espacio de tiempo amplio y en un ámbito físico concreto,
todo salga a pedir de boca. Que las frustraciones de los sujetos no se
confundan con el rendimiento laboral, que la libido de ambos sexos no enturbie el
trato profesional, que las ambiciones legítimas no se mezclen con la
ilegítimas, que la jerarquía no se equipare con el respeto humano, que la
valoración de la pericia y el rendimiento que posee el jefe sobre el
subordinado -o viceversa- no se inmiscuya en la valoración personal del otro,
que las limitaciones de unos no se conviertan en el tormento de otros. Muchos
requisitos necesarios, me temo, para que el engranaje de las relaciones
laborales ruede por vías no chirriantes. Casi como hablar de la hipótesis de la
existencia de un mundo perfecto.
Y
qué duda cabe que detrás de todas esas disfunciones se encuentran las bases de
más de una teoría que sirva para explicar todas las clases de acoso laboral y
sus derivaciones, algo tan atávico como la existencia de la humanidad
misma.
@jafloresvera
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