Seguramente que a estas alturas, poca gente habrá que se sorprenda de la subida de sueldo de Rajoy en los años más críticos de esta crisis, según ha revelado él mismo sin despeinarse -a pesar de que seguimos sin saber cuánto cobró supuestamente en negro-.
No sorprende que eso sea así, pero, particularmente, a mi me sigue sorprendido la dura estructura de la cara de toda esta rapiña que nos está gobernando, con independencia de qué gobierno se trate. Hace ya mucho que dejé de considerar que quien entra a gobernar lo hace para buscar una mejora en la sociedad con sus hipotéticas buenas ideas. En todo caso, esa es la gran mentira que sostienen en sus solemnes e hipócritas discursos. Lo lamentable a día de hoy es que haya aún ciudadanos que les crean y les siguen ofreciendo su voto cada cuatro años. Yo ese asunto ya lo tengo totalmente claro y no voy a seguir contribuyendo a que toda esta clase política corrupta siga robando a manos llenas. Como todo ciudadano he votado y he creído, pero ya no. Que no cuenten conmigo.
Muchos sostendrán que la democracia sigue siendo el sistema político menos perverso, que no votando vamos a provocar que entre un personaje tipo Berlusconi, que si no seguimos ejerciendo nuestro derecho al voto (¡que frase más pomposa y vacía, por Dios!), que lo que hay que hacer es exigirles que cumplan lo que prometieron, bla, bla, bla, nada más que palabras sostenidas y mantenidas por el mismo sistema, es decir, por ellos mismos, para seguir instalados en sus privilegios, en sus sobresueldos, en sus prebendas, en sus comisiones, en su gratis total, en sus aforamientos, en sus impunidades, en sus irresponsabilidades penales, a consta de los impuestos del pueblo.
Y es que, probablemente, en España no hay remedio. No lo ha habido nunca. No lo hubo cuando se intentó cambiar el orden político con la entrada de la 1ª y 2ª República y no lo hay ahora, cuando se suponía que teníamos el futuro de cara y a nuestro favor. Pero no contábamos con una cosa: que este país está históricamente podrido y que quienes menos se creyeron la democracia son, precisamente, quienes nos han gobernado desde la entrada en vigor de la Constitución en 1978.
Será porque no existe esa pretendida vocación política que consiste en darse al pueblo sin esperar ningún premio; será porque el político en este país es una suerte de individuo -o individua- ambicioso que sabe que conseguirá su sueño de riqueza material si entra en política; será porque no existe democracia directa y real sino una especie de partitocracia que no cumple ni por asomo con la democracia interna que manda la Constitución en su artículo 6; será porque nuestra sociedad ve con buenos ojos las practicas corruptas y los políticos, como no puede ser de otra forma, surgen de nuestra sociedad; será porque el individuo es vanidoso y voluble por naturaleza y no tiene la fuerza ética suficiente ni la moral necesaria para negarse privilegios y oscuras prácticas; será por lo que fuere, pero este país está institucionalmente corrompido y podrido y no hay institución que a estas alturas ya se salve. El objeto es y seguirá siendo abrazar el becerro de oro al cual se llega fácilmente por la vía del poder, por la vía de la política, la gran empresa, la banca y los partidos políticos.
Por tanto, que nadie se le ocurra ya a estas alturas reclamar los valores democráticos con los que nos han engañado durante tantos años, porque ya vamos conociendo en qué consiste esta pretendida democrática: elevar los privilegios de unos cuantos elegidos -nunca mejor dicho- a costa de machacar a la mayoría, principalmente, las clases medias que son las que históricamente sostienen a los países.
Que esto pueda acabar en una especie de explosión de la ciudadanía no es probable, principalmente, porque la ciudadanía no cuenta con los medios necesarios para ello, al margen de manifestaciones y otras vías correctamente políticas (para frenarlas ya se encargará el estado policial que están montando). Ocurrirá por tanto, que cada vez habrá más divorcio entre la clase política, empresarial, bancaria e incluso sindical y la ciudadanía, pero el poder político se seguirá retroalimentando con las elecciones supuestamente democráticas de listas cerradas, validando como representativos los votos válidos que se depositen en las urnas, sin que sea importante para ese poder que la abstención y la apatía ciudadana vaya en aumento.
Es lo que hay. Particularmente el único camino que considero viable, ante la imposibilidad de un exilio exterior, es adscribirme al interior, como suele ocurrir en las dictaduras.
Creo que hay que cambiar la ley electora para votar votar a las personas y no a la listas cerradas de ningún partido.
ResponderEliminarUn abrazo
El problema es cuando ya no crees ni en la personas. Saludos.
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