21 agosto 2012

RELATOS BREVES DE VERANO

 TANATOPLAXIA


Cada mañana, desde hace mucho, cuando me dirijo a mi puesto de trabajo, haga frío o calor, paso junto a una funeraria y no puedo evitar pensar en esa ave enorme -de aspecto desgarbado y negruzco, de nariz agujereada y aguileña, que hace una ingente labor de limpieza fétida en sierras y campos- cuando veo a los dos o tres operarios, impolutamente vestidos, apostados en la puerta de una funeraria esperando una llamada que, huelga decir, será fatídica, porque qué tipo de llamadas se pueden esperar en un establecimiento de este tipo. 
Lógicamente, nada tengo contra esos rectos operarios, que visten con discreción y de manera limpia y elegante, pero no puede evitar que se me amontene en la mente esa sucesión de imágenes que todos tenemos en la retina, principalmente, gracias a los documentales de la 2, que se emiten, precisamente, a la hora del almuerzo. Porque estos operarios de funerarias, doy fé, son personas exquisitas, atentas y sensibles, ya que la profesión así lo manda y son muchas las suceptibilidades, los gestos y los sentimientos que se vierten ante el cadáver de un ser querido. De ahí que toda sensibilidad, buenas formas, buena imagen, buena educación y buenas palabras nunca estén de más ante semejante duelo. Y eso lo sé por experiencia, ya que en una determinada etapa de mi vida laboral en la Administración Pública -si les contara a qué cosas se dedica a veces la Administración- tuve como función trabajar en expedientes administrativos con el fin de establecer una relación contractual con funerarias, porque algunas Administraciones Públicas tienen competencia en cuanto a qué hacer con cadáveres no reclamados inicialmente por nadie. De ahí que tratara con muchas personas de este sector, a quienes recuerdo como los más educados, generosos y comprensivos de todos los sectores con los que he tratado. Venían con sus carpetas repletas de fotografías de ataudes, perfectamente forrados de un terciopelo rojo oscuro, con sus cruces, con sus velas automáticas, con sus materiales, más parecidos a los que se utilizan en las misas negras que a otra cosa, y te mostraban orgullosos sus cursos de tanatoplaxia, que es el arte de maquillar a los cadáveres y en los que aprendían a adecentar a los finados, a sonrosarles sus mejillas, a darles una expresión jovial -sobre todo si eran personas jóvenes- con el fin -decían- de que sus familiares se llevaran un último recuerdo agradable ante la visita de la severa dama de la guaraña, principalmente, cuando se trataba de muertes traumáticas porque, me pregunto, ¿de qué otra forma lógica ha de morir una persona joven?
     

2 comentarios:

  1. Que oficio mas espeluznante José Antonio, yo sería incapaz de trabajar con muertos. Pero he conversado con dos que tienen ese trabajo y ellos lo ven todo tan normal y que al principio es como todo y luego te acostumbra. Será así, aunque no niego la importancia de sus trabajos, yo no me vería capaz, segurísimo.
    Un abrazo
    Paco Montoro

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  2. Paco, supongo que costará más tiempos de adaptación que, por ejemplo, reponer yogur en el Carrefour, pero sí, también a mí me decían que se acaban acostumbrando y viéndolo como normal. Pero preocupó uno que me dijo que disfrutaba con su trabajo...

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Sin tu comentario, todo esto tiene mucho menos sentido. Es cómo escribir en el desierto.

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