
Correr la prueba de Dílar significa correr en una prueba humana. Una prueba muy dura pero que está en este lado de la razón, que hay que distinguir de aquellas otras más inhumanas e irracionales, como es el caso de La Ragua y tal vez el Conjuro, de entre las que conozco.
Pero esa humanidad no la hace fácil ni asequible. Principalmente por las altas temperaturas que se padecen a lo largo de la mayor parte del recorrido.
La de esta mañana ha sido una prueba en la que he llevado en todo el momento el asfalto pegado a los pies, sin un atisbo de buenas sensaciones, que parecieron asomar en la última rampa, ya en pleno pueblo de Dílar, faltando doscientos metros para la llegada. Hipotéticas sensaciones que ya no me servían en absoluto porque los quince kilómetros anteriores habían sido todo un mosaico de cansancio y piernas exentas de frescura. La que es necesaria para afrontar una de las pruebas más duras del circuito.
Pero había que correr. Para seguir estando ahí; para seguir recordando que uno es corredor y poder seguir ratificando que esta actividad es una buena idea. Una de las mejores ideas.
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A 20 metros de la meta, junto a otro corredor. Foto debida a Paqui (esposa de Roberto).
Tras el disfrute en la anterior prueba del Valle de Lecrín, mucho estuve tentado de repetir ese viaje plácido en esta prueba e incluso esas fueron las primeras inquietudes de la salida: departiendo y hablando con conocidos en los primeros kilómetros, con Santi, por ejemplo, del club de los Trotanoches, al que saludo. Pero no, finalmente decidí arremangarme el pantalón y afianzar el paso. Pero éste no iba. Lo comprobé en las primeras rampas que llevan al pueblo de Gójar.
Me decía Mario que en los primeros kilómetros iba clavado, y aunque no era esa mi situación exacta, sí compruebo que me costaba un mundo coger un ritmo adecuado. Ni siquiera en las bajadas, que también las hubo. Y, claro, en esas circunstancias las mejor opción es intentar confabular con la fuerza que posees y esperar la llegada de las buenas sensaciones.
Sin embargo, en esta prueba la dificultad va de menos a más. Advertí - no sin cierto terror- que lo que nos esperaba desde la bajada de Ogijares hasta la tortuosa vía de servicio y desde ahí de nuevo hasta Dílar, no era otra cosa que la verdadera esencia de la carrera.
Comentaba Alejandro, compañero del club, que la vía de servicio que transcurre paralela a la autovía de la Costa es un suplicio. Y, efectivamente, lo es. Lo es en el plano psicológico más que en el físico. Pero para mejor comprenderlo recompongamos la situación: 5 de julio en el sur de Andalucía. Cerca de las 11 de la mañana de uno de los días de más calor del año y todo un trozo de asfalto por recorrer, sin un mínimo de sombra, sabiendo, además, que lo que esperaba no era nada fácil. Esas vastas circunstancias convierten, sin duda, este tramo en duro y pesado. Tanto, que pude ver cómo se detenían los primeros corredores en el cruce de Otura, al final de esta vía.
Nada indicaba que mi situación fuera a mejorar: las buenas sensaciones no llegaban. Sin embargo, en honor a la verdad, haciendo abstracción de los primeros kilómetros de viaje turístico, iba en mi sitio y no veía corredores que me adelantaran, estando ya en torno al kilómetro 10 de carrera.
¡AGUA POR FAVOR!
El agua que faltó a muchos corredores de la parte final del pelotón (vuelve a fallar la organización de esta prueba en varios aspectos), estuvo a punto de faltarme en un avituallamiento. Los voluntarios responde a su denominación sobradamente. Ocurre en todas las carreras. Se desviven. Se multiplican para que poseamos el líquido elemento, pero en uno de los avituallamientos pasé sólo, perdido en uno de esos raros cortes que se producen en ruta. Y no observaron mi paso. Poder aferrarme al botellín del agua "in extremis" gracias a la pericia del voluntario se convirtió en la certeza de que llegaría a Dílar, aunque cada vez en peores condiciones. De lo contrario, la película de la carrera podría haber cambiado. Si Alfonso X, el El Sabio, afirmó que por una herradura de caballo se puede perder toda una batalla, en nuestro caso, una mera ausencia de agua en carreras de este tipo, provistas de altas temperaturas, puede ser el punto de inflexión de nuestro rendimiento.
Ni siquiera el paso por el frondoso parque a la entrada de Otura sirvió para refrescarme. No conseguía recuperar. Y con ese equipaje vas llegando a Otura.
Entre Otura y Dílar siempre se produce el desconcierto. Esa carretera local no tiene vocación competitiva, a tenor del vergonzante espectáculo del tránsito de coches en ambas direcciones. Así que volvamos a imaginar esta nueva situación: cuatro kilómetros para llegar a Dílar, precisamente la parte más dura de la prueba, por una carretera inmisericorde, donde el sol se ceba con los corredores, que además van inquietos por esa permanente circulación de vehículos. Que sirva, por tanto, este texto como denuncia formal y que de una vez por todas se solucione ese problema -junto a la escasez de agua-, o bien, que estos pueblos dejen de participar en el Circuito, que con sus miserias y sus grandezas suele tener aciertos organizativos. Siempre habrá localidades que acogan con más entusiasmo alguna de las pruebas, como ya ha ocurrido en esta edición.
Ese desconcierto organizativo coincide con el anímico del corredor. Y el ánimo y la voluntad comienzan a lanzar mensajes para que nos detengamos. De hecho, muchos corredores acaban haciéndolo, mientras que otros minoran visiblemente el paso.
Mi calvario particular sigue estando presente. Sin dejar de beber agua en ningún avituallamiento sabía que llegaría, pero que el precio sería bajar el ritmo. No encontraba otras opciones.
El entrenamiento en cuestas en las últimas fechas posibilitó que éstas las afrontara con menos respeto, pero aún así la sensación de ir pegado al asfalto continuaba. Y temía ya, a falta de cuatro kilómetros, que nada fuera a cambiar.
Y nada cambió. No sufrí en exceso las subida iniciales de entrada a Dílar, así como tampoco la corta pero dura cuesta de la calle que da acceso a la meta, en la que, burlonamente, aparecieron las primeras y únicas buenas sensaciones. Mi problema era otro distinto: ¿falta de fuerza? ¿Cansancio? ¿Falta de descanso? Por ahí deben ir las razones. Empleé un tiempo de 1 hora y 13 minutos, según la organización, algunos segundos más que los reales, a una media de 4´43", según reza el mensaje enviado al móvil.
Pero es una prueba que había que hacer, que quería hacer, para seguir sintiendo ese embrujo de correr, para seguir afrontando pruebas duras. Lo más secundario: el por qué y el cómo del estado físico. Soy un corredor aficionado.
Cuatrocientos fueron los corredores que atravesaron la línea de meta y a todos y cada uno de ellos y ellas, les quiero dedicar esta entrada. En primer lugar, porque es una prueba muy dura. En segundo, porque el calor es un claro hándicap. En tercero, porque lucharon por llegar a meta en una época en la que mayoría de los mortales ya está eligiendo la tumbona de la playa. Y de entre todos-as los que llegaron a meta, especial referencia a quienes se quedaron sin agua, a falta de cinco kilómetros, los más duros y los más calurosos. Con algunos hablé y, lógicamente, estaban indignados.
Bastante presencia de compañeros del club, la siempre incombustible presencia de Roberto al que saludo desde aquí, y el arrojo de Mario -con el que acudí a la prueba- por participar en esta dura prueba tras una noche toledana, como diría Jesús Lens. Enhorabuena a Francis Rodriguez Tovar por su segundo puesto, en un gran año para él.
En síntesis, una prueba alejada de mis propósitos más ambiciosos, pero realizada con gran satisfacción y sentimiento de estar donde debía de estar.