30 agosto 2012

HASTA DONDE EL CORRER TE LLEVE (O LA MAGIA DE CORRER)

Imagen del blog de josemanuelfv, cuyas excelentes fotografías tan amablemente me autorizó a utilizar.
 
Hasta donde el correr te lleve. Esa es la frase que mi mente buscó, ayer por la tarde, cuando me disponía a hacer mi ruta de 10,5 kms. Y no es porque haya leído -ni creo que lea jamás- la exitosa novela de Susana Tamaro: 'Donde el corazón te lleve', sino porque hay días en los que correr se convierte en algo extraño y sinuoso. Es como si un hipotético disco duro interno perdiera de pronto su memoria y se pusiera a cero. Tal vez, una siesta demasiado extensa, una noche anterior larga por mor del buen cine y la buena lectura o el calor propio de estas fechas, que te golpea como un mazo, a pesar de que está remitiendo. Sea el motivo que fuere, lo cierto es que correr en estas condiciones adversas se convierte en un duelo titánico. Corres porque debes, no porque quieres. Las piernas pesan casi tanto como el alma, duelen las rodillas -algo que en mi casi nunca ocurre-, sientes pinchazos en los gemelos -algo que en mí sí es frecuente-, duele hasta el cuello y, probablemente, hasta las cejas. Es entonces cuando pongo el piloto automático (piloto automático: dícese cuando eres consciente de que tu cuerpo y tu mente no funcionan y dejas llevarte con voluntad nula por un mecanismo invisible) y delegas que el camino guíe tus pasos (delegar que el camino guíe tus pasos: dícese cuando consciente de que tu voluntad es nula y ya has accionado el piloto automático, dejas que el camino sea el que te lleve a su manera). Y es eso lo que hice. O eso o detenerme y dar la vuelta, porque en estos días te sientes el corredor en ciernes que fuiste y como el disco duro se ha reseteado ya ni recuerdas ni lo que has corrido ni durante cuántos años lo llevas haciendo. Y, claro, correr en estas circunstancias, donde el olvido se apodera de todo, es una tarea imposible. 
Mis pasos son torpes y no alzo apenas las piernas; de hecho, voy arrastrando cualquier piedra del camino por poco protuberante que sea y comprendes que el paso de los kilómetros no va solucionando nada, mientras que el Forer, que tienes programado para que pite cuando vas por encima de los 5'40'' el mil, comienza su particular banda sonora. Te sientes un ser miserable sobre la tierra. Hasta que movido por una necesidad fisiológica -en verano siempre me detengo a orinar a los dos o tres kilómetros de iniciada la ruta porque me atiborro de isotónico para hidratarme cuando no llevo correa de hidratación-, me detuve en la mitad de la nada, con más ánimo de reflexionar que de orinar. Observo el paisaje a mi alrededor, en el que las altas alamedas y los campos de cultivo de la Vega se arremolinan en torno a las frescas y correosas acequias de trazado nazarí, y hecha mi necesidad fisiológica vuelvo al camino. Detecto, entonces, que la mente ya va rigiendo y que las piernas se van alzando. Van desapareciendo los microdolores de rodillas y  gemelos y el piloto automático -que tiene un mecanismo automático, de ahí su nombre- se desconecta por su cuenta; y la tarde que es oscura porque el sol ya ha perdido casi el pulso con el ocaso, de pronto se vuelve resplandeciente. Llegan las sensaciones y con ellas la reconciliación. El Forer silencia su particular banda sonora y pareciera que ya no existieran piedras en el camino. Quedan tan sólo cuatro kilómetros de ruta, pero éstos se convierten en deliciosos. Una vez más la magia de correr se ha impuesto.   

29 agosto 2012

CINE: LA CHISPA DE LA VIDA (ESP, 2011)



Nada de lo que dirige Álex de la Iglesia me es indiferente. Sigo sus películas desde su opera prima en largo, aquella tan original y rara, 'Acción mutante', y si es cierto que nada de este director me ha convencido tanto como 'El día de la bestia' -un clásico ya de nuestro cine patrio-, todo el cine que ha hecho me ha gustado en mayor o menor medida. Sí, me gusta el cine de Álex de la Iglesia. 
Su última película 'La chispa de la vida' causó mucha expectación, pero me temo que se ha ido desinflando poco a poco porque, tal vez, le falte un poco de textura, de hervor, a pesar del contar con un original guión, luego ¿qué falla en esta película para que no te aporte un buen sabor de boca completo? Quizá fallen -en mi opinión desautorizada- varios aspectos: la obsesión por hacer destacar determinados guiños muy presentes, por lo demás, en la vida real, como son el cinismo de nuestra sociedad, el absurdo poder de la televisión -basura, sobre todo- y la fijación enfermiza por salir en ella a toda costa que tienen muchos personajes que sólo pretenden vivir del cuento y de las audiencias, el espectáculo acartonado de la política, el devorador mundo de la publicidad y, de camino, la denuncia acerca del menteplanismo que hemos adquirido con el paso de los años a causa de la televisión sensacionalista o de la falta de cultura, que ambas cosas se dan la mano. Y todo ello, bajo el tapiz  cultista como es un teatro romano recién descubierto, el de Cartagena -es cierto, yo llegué a ver las obras de reflotamiento del mismo-. Quizá -insisto, en mi desautorizada opinión-, la obsesión por destacar todos estos defectos de nuestra sociedad han perjudicado a la película, pero tampoco se salva la continua aparición de tópicos, los cuáles podrían haber encajado mejor insinuados que abiertamente expuestos. 
En cuanto a las interpretaciones, poco que objetar. Un José Mota que no derivando de la interpretación en sí, lo hace dignamente, a pesar de que -y eso puede ser una impresión nuestra- es difícil desligar su papel del José Mota humorista (algunos gag se le escaparon, igual de forma intencionada), a pesar del ingente esfuerzo que hace el actor manchego. Pero su papel es digno y, hasta diría, sobresaliente en determinados momentos, algo que le sirvió para ser nominado a actor revelación. Encuentro bien hilvanado el papel del publicista frustrado otrora brillante, pero inadaptado a un mundo tan cambiante como el de la publicidad.
Sin embargo, no encuentro el encaje en la acción de la mexicana Salma Hayek, no porque no haya ejecutado un papel correcto -tablas tiene para ello-, sino porque me hubiera parecido mucho más coherente una esposa más del terruño, interpretada por alguna de las muy buenas actrices con las que contamos. Sobresaliente el papel del recién fallecido Juan Luís Galiardo en el papel de alcalde de Cartagena y el de Fernando Tejero en el de representante sin escrúpulos o el del siempre creíble, Blanca Portillo, en el de director arqueóloga con alergia a los políticos, pero con mucho ánimo de protagonismo también. Por su parte, poco juego le ha dado el director a su amigo Santiago Segura, seguramente para no restarle planos al protagonista.    
En suma, nos encontramos ante una película interesante en su temática, con la crisis y el mundo de la televisión -basura- ya digo- como trasfondo, pero quizá no a la altura de otras películas de uno de nuestro mejores directores españoles.

UN VIAJE A PARÍS (I)

Existen ciudades que pueden ser contadas y otras que tiene que ser visitadas para poder contarse. Entre estas últimas está París.      No es...