
El ocio, las formas de vida de las ciudades modernas, el
turismo y los espectáculos y la más que aceptable economía de la gran mayoría
—a pesar de que las estadísticas y encuestas digan lo contrario—, las están
haciendo casi inhabitables. Se están convirtiendo en parques temáticos con
visitas masivas y proliferación de establecimientos hosteleros, lo cual hace
casi imposible el disfrute de ellas, sobre todo para sus habitantes. Y es
precisamente en los fines de semana y festivos cuando más se da esa masificación,
que no suele mirarse con malos ojos por casi nadie, al contrario, es celebrada
por políticos y empresarios del sector y hay bastante unanimidad por parte de
vecinos en que es positivo que su ciudad esté masificada. La economía, la
maldita economía. No obstante, me pregunto —y no quiero ser la voz de la
discordia en absoluto—, si no habría que diseñar todo esto de otra manera y
adoptar medidas que eviten esa pérdida de calidad de vida de algunas de las
ciudades más mediáticas, por mor de esa proliferación de personas buscando
emociones turísticas. Sin ir más lejos, hace unos días, también en este
periódico, se anunciaba la retirada de mesas y sillas de distintas calles y
plazas céntricas granadinas por parte del ayuntamiento ante la proliferación de
terrazas de bares y restaurantes (pero no olvidemos los barrios, donde las
terrazas también campan a sus anchas). Terrazas que invaden, taponan o roban el
espacio público de los viandantes y crean diversos problemas que van más allá
del espacio, como son la higiene y el ruido que imposibilita el descanso de los
vecinos. Toda esta masificación, casi siempre derivada del boom mediático de
algunas ciudades, como es el caso de Granada, necesita de nuevas medidas, toda
vez que no es posible una autorregulación de corte ultraliberal. De ahí que
movimientos como el “nesting” pudieran ser, si no una solución, sí una buena
arma para paliar en parte esa masiva presencia en las calles en fines de semana
o fiestas de guardar (o no).
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