Yo anduve una época en
política. Jamás estuve metido hasta el tuétano, es más, ni tan
siquiera llegué a militar -palabro y hecho que nunca me ha gustado-. La lista
en la que me integré, IU, permitía -no sé ahora- este tipo de integraciones de
préstamo, a las que se llamaban 'independiente'. Así que sin pertenecer al PCE pude trabajar a gusto, gracias a
compañeros que siendo del PCE la mayoría, fueron gente muy abierta y amiga.
Eran momentos de ilusión y, como me moví sólo a nivel local, de buenas a
primeras me convertí en concejal de varias cosas en mi pueblo, cosa bonita, por
cierto. Luego, por malas artes de unos cuantos -incluidos gentes del propio
PCE-, perdimos las elecciones locales y ya no me volví a presentar en puestos
de arriba. Busqué el último lugar de la lista, más que nada para apoyar
moralmente a compañeros que habían trabajado conmigo en el ayuntamiento de
Pinos Puente y seguían ahí, en la brecha. Una especie de homenaje a la amistad.
Posteriormente, comencé a desilusionarme con la
política, hasta acabar por no votar a nadie. Bueno, miento, he votado en las
últimas elecciones a las que se ha presentado al PACMA, que es un partido muy
simpático con un ideario básico en favorecer los derechos de los animales que,
por lo general, me gustan más que las personas. Pero ya ni a este voto. No
porque ya no me resulté simpático y honesto, sino porque he pasado de
desilusionarme con los partidos a desilusionarme con el sistema político e
institucional.

Lo sé. Sé que
no votando podría ser peor. Que podría acabar entrando un dictador, que podrían
acabar desapareciendo las instituciones, incluso la democracia. Pero qué tipo
de de instituciones y democracia tenemos para tener que lamentarnos que desaparezcan,
me pregunto.
Mi terrible duda de que con mi voto voy a refrendar
este sistema corrupto no la tuve de la noche a la mañana. Es más, tardó en
instalarse. Pero al fin lo ha hecho. Y cuando lo hace, ¿cómo te la quitas de
encima? Es como cuando pierdes la confianza en tu novia, en tu mujer o en tu
mejor amigo. No sé.
Me dio por pensar que votando -aunque fuera al PACMA-
iba a acabar apoyando a toda esta manada de sinvergüenzas que pululan por la
cosa pública. Que iba a acabar apoyando el latrocinio del Urdanga, la impunidad
de la infanta, a seguir viéndole el careto al príncipe -camino ya de rey- a seguir echando la pota ante la falta de transparencia del Jefe del Estado y demás miembros
de la casa-cosa, a seguir manteniendo el estomacante sueldo de la Maleni en el Banco Europeo de Inversiones, la
impunidad de todos los ladrones de los ERES y de la Gürtel, las sueldos
millonarios de todos los pájaros que pululan por las instituciones patria y
europeas. Incluso acabe pensando que con mi voto iba a contribuir a seguir
manteniendo todos los privilegios de toda la Casta. A seguir favoreciendo que
viajen gratis, coman ídem y vivan como Dios. A que sigan favoreciéndose de esa
inmunidad, que sirve tanto para robar como para mentir. A que acaben su retiro
en grandes multinacionales tocándose los dídimos y ganando una pasta, es decir,
a que utilicen el cargo para seguir forrándose. A que sigan con esa endogamia
nauseabunda en la que tu colocas a mi hijo y yo coloco al tuyo. A que siga la
Botella diciendo paridas cada vez más insoportables en los actos públicos. A que
sigan solicitando declaraciones al Chaves, aunque sólo sea para que nos
divirtamos un rato. A que sigan marcando el paso los bancos y las multinacionales y no las leyes.
En fin que como acabé sospechando que con mi voto iba
a seguir favoreciendo todo esto, pedí disculpas en mi mente al PACMA y opté por
dejar de ir a ningún colegio electoral, a no ser que con mala suerte -que la
suelo tener para estas cosas- me obliguen a integrar una de esas mesas
electorales, por aquello del civismos ciudadano.
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