El equipo de nuestra ciudad, el
Granada C.F., es un gigante con los pies de barro. Se bate cada domingo en descomunal
batalla con gigantes pero sus pies son débiles. Y si es cierto lo que dijo el rey Alfonso X, apodado “el sabio”, acerca
de que una gran batalla puede perderse por la ausencia de una herradura en una
de las patas de un caballo, aquí nos encontramos con un problema: un equipo en
la élite que no cuenta con patrimonio propio, nos posee ni campo propio, ni tan
siquiera una mínima ciudad deportiva y aunque al parecer bien gestionado no lo
está por gentes de estas tierras y ni tan siquiera cuenta con una masa social
solvente que le apoye. Todo lo más una garantía de veinte mil espectadores cada
domingo, que tampoco da para mucho de acuerdo con los desbordados presupuestos del fútbol español. Es decir, que
puede estar faltando más de una herradura.
Por indicar un
solo dato más de esta situación cadavérica: su segundo equipo, el Granada B, al
contrario de lo que ocurre con los segundos equipos de la mayoría de los equipos
de primera división, se encuentra en una categoría en la que aún muchos de sus
integrantes tienen campos de tierra, que es algo muy sangrante y grave en esta época de césped artificial sin límites. Por
tanto, todo pende de un hilo. Pende de la decisión de unos inversores que se
encuentran lejos, en la transalpina Italia y que seguramente actúan de
buenísima fe, pero son inversores, viven del fútbol, éste es su negocio.
Pero
está claro que no hay muchas más opciones como se ha podido ver en los últimos
treinta años. O ésta o volver a naufragar en los paroxísticos pozos de la
segunda B o, incluso, de la tercera, que también el equipo ha mordido el polvo
en esos campos donde la venta a precio de saldo de la dignidad y la historia se
ponía a precio de saldo.
Y
es que el fútbol es así. O lo tomas o lo dejas. Funciona con grandes sumas de
dinero y es una opción de negocio como otro cualquiera, si bien aquí se mezclan
negocio con pasión y esas mezcla no
siempre aconsejable, aunque en ocasiones sí.
Ocurre
que cuando el Granada se mantenía estable en primera hace ya más de treinta y
cinco años el fútbol no era sólo negocio; o al menos, no existían esas cifras mareantes
que ahora existen. Luego, la ciudad, su masa social y sus socios podían mantener
sin demasiados problemas un club en la primera división. Pero el presupuesto
del fútbol creció en proporción inversa a la riqueza de esta ciudad y ese hecho
puso al club en el sitio económico que le correspondía. No había para nada más.
Ahora
es probable que se viva un espejismo, porque ya sabemos lo que ocurre con los
inversores: van donde está el negocio. De ahí, que la Granada futbolera, la que
suspira cada domingo por el equipo deba de pensar en soluciones sólidas siendo,
quizá, la primera dotarse de una ciudad deportiva, de una cantera, en
definitiva, de un patrimonio y un futuro, que probablemente sean los mejores
antídotos para tiempos de vacas flacas, que vendrán.
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