03 marzo 2011

HAY QUE VOLVER A LEER EL QUIJOTE


Alonso Quijano, Don Quijote de La Mancha, suscitó risas y mofa allí por donde anduvo. Se trataba de una España cruel y analfabeta, pero ¿hemos cambiado mucho desde entonces?
Se aventuró en múltiples batallas perdidas e intentó defender a toda costa su amor imposible y ficticio, Dulcinea de El Toboso, y eso le costó aún más mofa por parte de propios extraños.
Tuvo un escudero bruto e inculto, un trozo de carne y ojos al que le prometió el reino y gobierno de la imaginaria Isla Barataria, y éste le creyó como creen las almas sencillas en la palabra de los bien intencionados, pero pocos fueron los que colaboraron en que aquello se hiciera realidad. Es más, ayudó a escapar a Ginesillo de Pasamonte, un chorizo de tres al cuarto, pero ni de eso obtuvo reconocimiento, al contrario, sólo ingratitud. Es más, intentó dignificar a MariTornes, pero demasiado ocupada estaba ésta en ganarse la vida como podía y, lógicamente, también se mofó de él.
Se trataba de una España antigua e inculta, pero insisto, ¿ha cambiado algo?
Alonso Quijano no es, en mi opinión, el entretenimiento literario de una pluma imaginativa cuyo nombre respondía a Miguel de Cervantes, es probablemente el resumen de lo que logró ver a lo largo y ancho de España. Un grito ahogado ante la memez y desagradecimiento de un país nacido no se sabe para qué fines. Es cierto que fuimos un imperio, el mayor imperio probablemente, pero también es cierto que los hacedores del mismo eran reyes foráneos y todo eso duro lo que duró esa dinastía hasta que fue relevada por una dinastía golfa y corrupta personificada en los Borbones.
Pero sí, tuvimos grandes literatos y, entre ellos, el mejor Cervantes. Y no sé por qué hoy me ha venido a la memoria la vigencia de El Quijote, lo actualizada que sigue esta obra. Probablemente sea la obra más precisa de leer en este periodo histórico. De hecho, es necesaria leerla como antídoto ante la estupidez política que nos rodea (ayer tras escuchar la entrevista que le hicieron a Chaves en la tele me sentí triste y avergonzado).
¿Que somos? ¿En qué hemos evolucionado? No sé, habrá que descubrirlo en esta obra clave de nuestra literatura. Ya digo, más vigente que nunca.
Alonso Quijano tenía algo por qué luchar, un fin concreto y para nada le interesaba los bienes terrenales. Pero ahora seguimos estando rodeados de menesterosos, golfos, incultos, vividores y demás ralea, todo ello amplificado por los medios y la televisión. Sin duda, hay que volver a este libro. Con más ahínco si cabe.

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