La
primera vez que visité la parte de La Mancha más quijotesca no pude dejar de
evocar la universal obra de Cervantes en cada uno de los pueblos que este
viajero visitaba, en cada calle, en cada plaza. Acostumbrado a imaginarme
paisajes austeros e historias impresionantes con la lectura del Quijote,
visualizar por vez primera lugares que parecían haberse detenido en el tiempo
significó un gran descubrimiento y una mayor dosis aún para mi
imaginación.
En
Villanueva de los Infantes pude ver la Casa del Caballero del Verde Gabán (que
protagoniza el capítulo XVIII de la Segunda Parte Quijote) y no podía dar
crédito a aquella conversación que mantenía con su dueño —un señor mayor,
exquisitamente educado y elegante en apariencia y trato—, consistente en la
similitud de lo narrado con la esencia actual del patio que da entrada a la
casa. Su dueño me comentó que intentaba que todo estuviera tal y como narró
Cervantes en su universal obra y eso me pareció la mejor contribución que se
puede hacer a la literatura cervantina. Este coqueto e histórico pueblo de la
provincia de Ciudad Real, que lleva a gala ser uno de los más presentes en la
obra de Cervantes, no dejaría de ofrecer a este viajero satisfacciones ya que
allí reposan los restos de uno de los escritores más ilustres y brillantes
de las letras hispanas: Francisco de Quevedo y Villegas. De hecho, en la
iglesia parroquial de San Andrés Apóstol, en la céntrica Plaza Mayor de esta
población, están sus restos y en esta localidad pasó sus últimos días, en un
austero cuarto del antiguo Convento de Santo Domingo —que es una hospedería en
la actualidad—, cuya recreación es evocativa.
Que
se posibilite la fusión entre la historia y la realidad es un verdadero hallazgo.
En aquel primer viaje continuamos la ruta quijotesca preestablecida y gracias a
que estudios detallados han logrado ir localizando parte de los lugares citados
enigmáticamente en El Quijote, pude ir visitando puntos claves. En Argamasilla
de Alba, no lejos de la autovía que une Andalucía con Madrid, pudimos conocer
una de las moradas obligadas del escritor de Alcalá de Henares: la Casa de
Medrano, cuya bodega sirvió de prisión espontánea a Cervantes, siempre abonado
a pendencias diversas, muchas de ellas de faldas, algo que no debe de extrañar
para la época puritana en la que vivió el genial escritor universal. A aquella
bodega bajamos y pudimos hacernos una idea del lugar donde, sostienen algunos
eruditos, nuestro autor más universal comenzó a escribir Don Quijote de la
Mancha. Y, aunque, casi siempre es la literatura y no la realidad la que nos
hacer viajar a lugares imaginarios no pude resistirme a ver el decrépito estado
de lo que según la tradición fue la casa del Bachiller Sansón Carrasco en este
típico pueblo manchego, totalmente vinculado a Cervantes y a su obra.
(Extracto de uno de los relatos que aparecerá en el eBook "Relatos y artículos de viajes").
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