Seguramente que hoy no estará muy feliz el hipotético aficionado al que me refiero en este artículo que me publicó el pasado jueves el diario Ideal de Granada. ¿Quién se iba a esperar la victoria del Granada sobre el Barça?. Si no pudisteis leer en papel, aquí lo reproduzco:
UN COMENTARIO DE FÚTBOL
Inicialmente, consideré que se
trataba de un comentario ridículo. Ese 'hemos', me dije, no es más que la falsa
ilusión de quien considera que su enorme afición al fútbol en general y a un club
en particular, le convierte en una especie de socio mayoritario de la entidad. Una
especie de nebulosa que le ayuda a sobrellevar mejor la frustración de no poder
formar parte de manera más directa de ese gran club, cuando la cruda realidad
es que quienes han pagado esos doscientos millones ya han obtenido con creces
la rentabilidad que buscaban, amén del enorme nivel económico que adquiere la
existencia del susodicho futbolista y la de los mercachifles que le rodean.
Sin embargo, a medida que reflexionaba
fui comprendiendo ese comentario, hasta llegar a la conclusión de que no estaba
exento de sensatez, a pesar de lo ridículo que me pareció cuando lo escuché en
ese bar de mi barrio. Y no estaba exento de sensatez porque, en realidad, ese
parroquiano lo que estaba diciendo no era otra cosa que él contribuía de manera
bastante directa a que esos doscientos millones pudieran ser pagados a ese
futbolista estelar al que tantos equipos de renombre pretendían. De hecho, estaba
contribuyendo en ese mismo momento mientras consumía dos o tres copas o lo que
le diera tiempo a beber en los noventa minutos de partido, al tiempo que,
gracias a esas consumiciones, el dueño del modesto bar haría una caja más generosa
que cualquier otra tarde sin fútbol, lo que posibilitaría poder pagar la
elevada cuota que cobran a los establecimientos de hostelería las cadenas
televisivas que se arriesgan a emitir los costosos partidos de pago. Un dinero
que, por cierto, en una parte importante va a parar a las arcas de los clubes que
juegan en ese momento y que sirve, entre otras cosas conocidas o no, para poder
pagar esa cantidad ingente de millones de euros a los que se refería el
parroquiano, el cual seguramente seguirá contribuyendo a engrosar las arcas del
club de sus amores comprando para él o para sus hijos, camisetas, pantalonetas,
medias, botas o balones con la inscripción del nombre y logotipo del club y de
su ídolo de tan costoso precio. Es más, ese parroquiano jugará semanalmente una
quiniela y es probable que hasta apueste por Internet en muchas de esas páginas
que no paran de proliferar y no dudará en pagar los euros que sean necesarios
para poder ver a su club cuando venga a jugar a Granada o, incluso, es probable
que algún día, cuando se lo pueda permitir, vaya a ver jugar a su equipo en su
propio estadio, decisión que le costará un riñón. Por tanto, si sumamos todas
esas cantidades y las multiplicamos por los millones de personas que consumen
fútbol a diario, no nos parecerá tan descabellado el comentario que hacía ese
aficionado con rotundidad. Es más, llegado a un punto nos parecerá un
comentario totalmente acertado y consecuente.
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