Reconozco que cada vez cuesta más escribir y hablar de corrupción política. Son tantos los artículos, tantas las tertulias y tantas las conversaciones de taberna que se escandalizan con la corrupción en masa que azota este país de Gomorra, que ya poco se puede decir.
Existe una frustración generalizada, una especie de sensación de no creerse lo que está pasando, un rasgarse la vestiduras por partes de fariseos, que como falsos miembros de un Sanedrín podrido, imitan escandalizarse ante algo que, como ocurría en la novela de Gabriel García Márquez, 'Crónica de una muerte anunciada' todo el mundo sabía lo que estaba pasando y lo que iba a pasar, pero nadie hacía nada por evitarlo.
Porque lo que está ocurriendo en España no es producto de este año, ni del anterior, ni tan siquiera del último lustro. Es producto de una forma de entender la sociedad, la política, los negocios y el dinero.
Alguien debió explicarnos mal lo que era la democracia, porque a todas luces, a día de hoy, más de uno no hubiera ratificado esa idea si llega a conocer lo que ahora estamos conociendo. Sin lugar a dudas, la democracia en España no ha sido otra cosa que el negocio de los partidos políticos, los cuales mostrando su papel constitucional, se apartan de él desde el primer año en el que se promulga la Constitución y se dedican al saqueo institucional. No es nada nuevo. Siempre ha ocurrido. Como ya ocurrió en la antigua Roma y como ocurrió en el vasto Imperio Español.
Pero nadie pensaba que pudiera ocurrir ahora, cuando España aspiraba a emular a las mejores democracias europeas, de cuyas constituciones trae causa la nuestra. Pero no hay remedio. Así fuimos, así somos y, probablemente, así seguiremos siendo en el futuro. Y eso es algo que saben los altos cuadros de los partidos políticos. Lo sabían cuando España aparentaba ser rica y ahora que las aguas han vuelto a su cauce lo tienen, incluso, mejor aprendido. Nadie consideraba que la crisis hicieran que afloraran tantas ratas de cloaca.
El político -lo he dicho en muchas ocasiones- lo tiene claro: considera que está pagado de sí mismo y no ve nada ilegal o inmoral meter la mano en la caja y hacerse rico a costa de su representación. Es más, la mayoría luchan toda su vida para llegar a eso. Y si, como ocurre ahora, las arcas están vacías, afina y adelanta su avaricia ante el temor de no poder cumplir con su sueño. Así piensan desde el Rey hasta el más mínimo cargo público. Pero no todo el que aspira a un cargo, claro está. Lógicamente, me estoy refiriendo a quien hace carrera para cumplir su fin de lucrarse (en la alta política prácticamente todo el mundo), porque el que no tiene esa intención, ya se encargaran sus compañeros de partido que no siga en política, ya que podría llegar a ser como un grano en el culo. De hecho, la mayoría de las corruptelas políticas derivan de gente del propio partido, que son, precisamente, quienes tienen mejor y mayor conocimiento de causas corruptas. Unos lo hacen por despecho y por no haber podido participar en el botín, pero otros -muy pocos- por honestidad y coherencia.
La mejor solución -probablemente la única-: despojar a toda esta gentuza del voto. El peligro: que no votando surja un líder populista que eche por tierra lo poco conseguido. Hay que elegir. O buscar una solución mucho más violenta y con funestas consecuencias: que la ciudadanía salgamos a la calle y comencemos a quemar no sólo coches oficiales, algo que ha funcionado bien en periodos revolucionarios.
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