EL TEMPLO ROMÁNICO
Fue
extraordinario que en la pequeña aldea, que constaba de ocho o diez casas y
una tienda -que era al mismo tiempo bar y bazar-, le dieran la llave de aquel
templo ajado del principios del siglo VI ¿Es que no temían que cualquier
desequilibrado con un mero cortauñas acabara con aquellos frescos románicos
bien conservados adosados a las cuatro paredes? Se ve que no, que en la aldea
era todo bondad. Tenían sus datos, su documento de identidad, pero aún así el
riesgo existía. Pensaba en ello cuando abría la enorme puerta del espacioso templo perdido en el monte y
en el que la tradición situaba el enterramiento del Pelayo, Rey de Asturias e impulsor de la Reconquista cristiana. El
templo, gloria y orgullo de la zona, estaba desprovisto de mobiliario alguno y parecía
sostenerse tan sólo con los contrafuertes del ábside.
Tras dedicar unos pocos
minutos a vagabundear por el silencioso y oscuro recinto, desprovisto de claraboya
y cristales por los que pudiera penetrar la luz de la tarde, consiguió obtener
una respuesta a la pregunta sobre el riesgo de dar la llave a cualquier
desconocido, admitiendo que lo difícil no era entrar en aquel sitio misterioso
sino salir. Entonces comprendió de golpe que aquellos tranquilos habitantes de
la aldea no eran todo bondad, como pensó. Pero lo pensó demasiado tarde.
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