Tras el vivido sufrimiento del sábado, rodaje de dieciséis kilómetros en el que me sobraron cuatro, al día siguiente, domingo, estaba completamente regenerado. Son los raros misterios del organismo. Y de la mente.
Así que me atreví a rodar a un ritmo alto durante nueve kilómetros y doscientos metros por la sinuosa carretera local que une Caparacena con Pinos Puente. De hecho, salió un entrenamiento delicioso. De esos que dejan semilla.
Si el día anterior rodé fatigado y molesto -hay que decirlo- por el excesivo abrigo para el caluroso día que se presentaba: malla corta y camiseta primera capa de manga larga; al día siguiente mucho más consecuente con la temperatura inauguré equipación de verano. La decisión dio resultado en todos los aspectos.
Al tratarse de un día más que primaveral, los modestos bares de Caparacena y los diversos cortijos que pululan entre esta aldea y Pinos Puente (en realidad casas de labranza reconvertidas), estaban a rebosar de familias y amigos que parecían celebrar la inminente llegada de la primavera. Por todas partes era fácil aspirar el olor a carne a la brasa y escuchar el tumultuoso ruido. Pero tenía claro desde la primera calzada que no cambiaba lo que yo hacía por lo que hacía toda esa gente. Seguramente el sentimiento era recíproco.
Cuando terminé mi entrenamiento en apenas 43 minutos saqué mi obligatorio plátano de la bolsa y la botella de medio litro de Powerade. Ese fue mi merecido manjar.
Buen manjar pero lo que se comían en los cortijos debió ser manjar de lujo...jejeje.
ResponderEliminarSaludos
Ramón, no hubiera rehusado ese manjar pos entrenamiento, pero no hubo suerte.Un abrazo.
ResponderEliminar