25 noviembre 2018

EBOOK: RELATOS Y ARTÍCULOS DE VIAJES: WÜRZBURG


Würzburg 


Cuando el viajero llega a Würzburg —ubicada a unos cien kilómetros al noroeste de Núremberg—, ya en noche cerrada, se encuentra ante una ciudad solitaria. Una estación de tren, propia de una urbe media de unos ciento treinta mil habitantes —contando todo su término municipal—, conduce a la avenida principal en la que afloran múltiples comercios y algunas grandes superficies.  
La calle está partida por las vías del tranvía en sentido doble y es utilizada indistintamente por vehículos privados y las sempiternas bicicletas. A lo lejos se aprecian altas torres de múltiples iglesias. Nuestra acreditada cicerone, que con tanta gratitud nos acoge en su domicilio y allí residente desde hace algunos años, nos cuenta que es una ciudad con muchas iglesias.
No podría afirmarse que le pareciera al viajero una ciudad triste ni que el frío fuera considerable en ese momento para tratarse de una ciudad ubicada en el noroeste del länd de Baviera, en la región de la Baja Franconia. Un posterior callejeo le abre una ciudad mucho más amplia, dotada de un esplendoroso y alegre alumbrado navideño, el cual contrasta con la soledad de sus calles y plazas. Sin embargo, los puestos del mercado navideño, silentes y ya clausurados a esas horas, no le ofrecen argumentos para creer en esa alegría. Pero, unos metros más allá, el romántico y solitario —a esas horas ya tardías para una ciudad alemana— puente de Carlos sobre el río Meno, el cual desembocará en el Rin, le sorprende por su belleza y lo invita a unas vistas nocturnas protagonizadas por la fortaleza de Marienberg, que se corona orgullosa a la izquierda, y un cauce fluvial amplio y caudaloso. El resultado del agradable callejeo por el centro de la ciudad lo convence de que se trata de una ciudad próspera y que, a pesar de la casi total destrucción infligida por la aviación británica durante la Segunda Guerra Mundial, hoy día conserva ese sabor antiguo propio de esta zona de Alemania. Esa idea permanece en su mente y la corrobora la visita al agradable restaurante en el que tiene mesa reservada en compañía de su pareja y su acompañante, que ya dijo era una acreditada cicerone.
El Backföfele, que así se denomina el restaurante, está ubicado en un antiguo barracón o amplia cuadra, cuidadosamente restaurado y decorado. No es el tipo de restaurante que se tenga la oportunidad de ver a diario. Repleto de detalles y esmerada decoración, se adereza con los elegantes motivos navideños. Las mesas, repletas de comensales, se ubican arracimadas sin una estructura ordenada, pero al mismo tiempo, exentas de improvisación. Se compone de varios comedores perfectamente comunicados y dotados cada uno de ellos de una decoración algo distinta, pero encuadrada en una misma categoría de decoración de impronta rústica. Unos espacios cuentan con más iluminación que otros, pero eso tampoco forma parte de la improvisación. A estas alturas del viaje, el viajero comienza a comprender que existe toda una vocación detallista en los restaurantes alemanes, algo a lo que ya se ha referido y, seguramente, lo seguirá haciendo. Otro elemento a tener en cuenta en la restauración alemana es el buen servicio. Así que, en poco tiempo, el viajero y sus acompañantes son atendidos por una camarera que les indica con amabilidad que no todos los platos están ya disponibles. Son más de la diez de la noche y a esa hora no es fácil que los restaurantes alemanes ofrezcan todas las viandas de su carta ya que van cerrando su cocina de manera paulatina. Aun así, hay mucho donde escoger: carnes cocinadas de distintas formas, amplias ensaladas generosas en verduras, quesos fundidos y guisos diversos. Quien acompaña al viajero y a su pareja, familiar de ellos —que aún no lo había mencionado— y, como ya ha dicho, residente en la ciudad, va traduciendo la carta y en pocos minutos la pequeña pero coqueta mesa que ocupan se llena de diversos manjares. Pero la cerveza en este país siempre merece una atención especial. Se trata de Alemania y no es fácil decantarse por alguna en concreto, sobre todo para un cervecero vocacional como es el viajero: Pilsen, tostada, de trigo, negra..., todas las imaginables abundan y de todas las marcas. Así que continúa su particular festival de cerveza, ya comenzado en Núremberg y que ya no acabará en todo el viaje. Un comensal vecino, comprendiendo la buena impresión del viajero y sus acompañantes, quizá orgulloso de su ciudad y sus restaurantes, se ofrece para hacerles una foto. Lógicamente, aceptaron. Porque es bastante habitual que en cualquier ciudad alemana sus ciudadanos se dirijan al visitante con absoluta espontaneidad, haciendo añicos el mito de la frialdad de trato teutona.  
La misma ciudad, que por la noche la encuentra el viajero serena y tranquila, por la mañana es otra. Lo aprecia enseguida cuando baja a comprar pan recién hecho, que en este país es mucho más que una rutina diaria. La panadería de enfrente de la casa en la que se hospeda está a rebosar en ese momento, tanto de clientes como de variedad panificadora. Por mucho que ya haya observado estas fastuosas panaderías que abundan por doquier en cualquier ciudad alemana, jamás podrá acostumbrarse al espléndido espectáculo de las estanterías repletas y perfectamente ordenadas de panes de todo tipo, tamaño y color. Es algo que forma parte de la cultura alemana y una de las cosas que mayormente disfrutará el viajero que visite este país. Las calles a hora temprana ya están repletas de gente que, junto al abundante comercio e incesante paso de los tranvías de atrevido colorido, forman un espectáculo único. El viajero vuelve a tener la misma sensación que ya tuvo en Núremberg: parece una ciudad de juguete. Piensa también que una nueva versión moderna de Canción de Navidad de Charles Dickens podría encontrar aquí su mejor decorado si se le añade nieve.   
Él y su pareja —ya sin su cicerone, que trabaja ese día—, callejean distraídos por la ciudad en busca de sus lugares más emblemáticos y en breve se topan con la Residencia de Würzburg, una impresionante mole de estilo barroco, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y cuya función principal fue servir de residencia de los obispos de la ciudad.  No lejos de allí, también se topan con la vistosa catedral de San Kilian, de estilo románico, que consta de dos amplias naves. Su concepción es muy sobria, pero elegante. En su puerta principal hay un enorme árbol de Navidad (porque como ya ha dicho en el relato sobre Núremberg estamos en plena fecha de Adviento) y al fondo de la animada calle, repleta de comercios, se atisba el puente de Carlos, formando todo ello una estampa idílica. Le recuerda un poco al de Praga, con el que comparte nombre y que ya conoció unos años antes.
En pleno centro de la ciudad, está ubicado su Christkindlesmarkt, que ya lo vio cerrado la noche anterior. Mucho más pequeño que el de Núremberg, se trata de un mercado navideño muy coqueto. Sus puestos guardan una gran armonía entre sí y cada uno de ellos parece obedecer a una especialización temática. Cerrando el mercado, se ubica un puesto de mayor tamaño que dispensa todo tipo de viandas propias de la gastronomía alemana: salchichas de todos los tamaños, carnes guisadas de distintas formas y el siempre preciso vino caliente propio de estos climas tan extremos. El mercado está muy concurrido de ciudadanos de Würzburg y visitantes. Entran en un pequeño puesto, repleto de motivos navideños, y vuelve a sorprenderlo su cuidada decoración. Todo parece tener vida propia. Asimismo, comprueba que los dueños de los distintos comercios que frecuentan son amables y se desviven por atender. Está claro que este país posee una enorme tradición en cuanto al fomento del pequeño comercio, algo que en España es cada vez más difícil de apreciar, piensa para sí.
Una nueva visita al puente de Carlos, en esta ocasión de día, y la contemplación de parte de la ciudad y su gran río convence al viajero de que está ante una de las ciudades más privilegiadas de Baviera, algo que se debe en gran parte a su prestigiosa universidad pública, una de las más valoradas de todo el país.
Por la noche, vuelven de nuevo a las andadas gastronómicas y observan que es muy difícil encontrar mesa si no se ha reservado con antelación. Debemos considerar que se encuentran en una de las zonas más ricas de Alemania, algo que se aprecia. Además, son días casi festivos. Finalmente, la encuentran en un coqueto restaurante que está atendido por camareras ataviadas con los vestidos tradicionales bávaros. Deben compartir mesa con un hombre de mediana edad, que dice ser austríaco, y que resulta ser un tipo agradable y parlanchín. En muchos países europeos es normal que se haya de compartir mesa con personas desconocidas, experiencia que resulta interesante, a pesar de las reticencias iniciales que en España se posee de esta práctica. Lógicamente, quienes comparten siempre acaban conversando. Comer une mucho y eso suele ser siempre una experiencia agradable como ya expondrá el viajero en sucesivas crónicas. 
El restaurante, como ya ha contado de otros, está provisto también de una cuidada decoración, aderezada por la navideña. Y la alta temperatura, las amplias viandas, la presencia colosal de la cerveza y la vestimenta de las camareras que los atienden con amabilidad, producen en el viajero y sus acompañantes unas inolvidables sensaciones; y la fuerte convicción de sentirse en lo más esencial y tradicional de la vieja Europa, cuya cultura ancestral tanto representa para el viajero. 

El viaje a Würzburg está incluido en Cuatro ciudades bávaras del ebook: Artículos y relatos de viajes, disponible en Amazon

2 comentarios:

  1. Como es normal en ti, tocayo, invitas a que vayamos en cuanto podamos a una ciudad tan bonita como es Würzburg. Esa forma de escribir hace como si, en un abrir y cerrar de ojos; se sienta uno en un lugar tan entrañable. Me ha llamado la atención lo de la costumbre típica de comer en la mesa junto a personas desconocidas. Eso, desde los ojos de un español se ve como una costumbre de otras civilizaciones.

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    1. El pueblo alemán es curioso. Tenemos la idea de que son fríos pero, al contrario, son muy dados a confraternizar en torno a una mesa. Es fácil acabar charlando con otros comensales con los que se comparte mesa.


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Sin tu comentario, todo esto tiene mucho menos sentido. Es cómo escribir en el desierto.

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