06 enero 2018

CORRER ES LA ESENCIA (O EL PRIVILEGIO DE CORRER BAJO LA NIEVE) -DE MI LIBRO "CORRIENDO ENTRE LÍNEAS" EDITORIAL, LEIBROS, 2017-


        
    El corredor hoy se ha congraciado con la naturaleza. Si alguna vez ha sido cruel con ella, arrojándole productos inorgánicos, destruyendo su flora por no poner el suficiente cuidado, vertiéndole aguas fecales o, sencillamente, no siendo sensible y exquisito en el trato, hoy se ha congraciado con ella.
            Se podría decir que ha firmado un hipotético armisticio, una carta de naturaleza -valga la redundancia- una tésera íbera de la  que cada parte se ha llevado su mitad para exigir un futuro cumplimiento de amistad eterna.
            Resulta que esta tarde, a eso de las catorce horas, a la hora anárquica acostumbrada de los domingos, el corredor salía a correr por una ruta de dieciséis kilómetros uniendo caminos entre Pinos Puente y Fuente Vaqueros. Pero presentía, más que vaticinaba, que marcando el termómetro del coche un grado Celsius sobre cero y estando el cielo completamente repleto de nubes la nieve podría hacer aparición de un momento a otro, a pesar de no ser muy habitual por estos lares.
            Mientras se enfundaba la braga en el cuello y ajustaba el gorro de lana Nike en la cabeza comenzaron a caer los primeros copos de nieve con una periodicidad discreta, casi inexistente. Sin embargo en los primeros cien metros de la ruta esos copos fueron aumentando su tamaño y vigor.
            De esa forma comenzaba el corredor su odisea en la nieve. Y créanle si les afirma que ha sido una gozada. Había corrido bajo la nieve, pero jamás había hecho una ruta de una hora y veinte minutos en la que no haya cesado ni un solo segundo de nevar. Todo lo contrario.
            En el momento en el que el corredor escribe esto -ahora ya tranquilo y descansado-  son casi las siete de la tarde del domingo diez de enero de dos mil nueve y la ciudad de Granada y gran parte de la provincia están cubiertas de nieve. La majestuosa Alhambra ha sido portada y cierre de varios noticiarios de televisión.  No es posible ver ni un sólo centímetro de acera y la terraza de su vivienda ha adquirido un color blanco precioso. Pero cuando daba los primeros pasos en su ruta de hoy aún no había ni un sólo centímetro de nieve en los amplios campos de la vega. Ese manto blanco se ha ido extendiendo a medida que sus piernas, corazón y pulmones iban acumulando kilómetros. Ha sido, por lo tanto, testigo de excepción de un fenómeno natural que se echa de menos por estas tierras, a pesar de que no lejos emerjan enormes, blancos y altivos los picos de Sierra Nevada.
            Pero comencemos por el principio.
            Tras los primeros copos a los que se refería, se detuvo en el primer kilómetro para ajustarse la malla y comprobó cómo la nieve cada vez era más copiosa. Sus ojos se fijaron en el horizonte, en la dirección que correría, y veían que una densa capa blanca iba cubriendo los cortijos y secaderos de la frondosa vega.
            Ése es un momento psicológico. El corredor perdido en mitad de la nada, sin presencia humana alguna y sabedor de tener por delante quince kilómetros por recorrer en medio de esa nevada, que iba incrementándose por minutos.
            En esos momentos la mente le dice que está a un kilómetro del coche y debería regresar, pero las piernas obedecen a otras razones y empujan hacia adelante, de manera que cuando aún no había acabado de tomar la decisión ya se encuentra corriendo en busca de esos quince kilómetros restantes.
            Comprobaba cómo la nieve, tras la primera capa de agua, ya tronchaba las ramas de los árboles y cada kilómetro recorrido coincidía con un mayor manto blanco, que cubría por completo las hazas de ambos lados de los caminos por los que avanzaba.
            A los treinta y tres minutos de recorrido ya se encontraba en las puertas de Fuente Vaqueros y tan sólo pudo contemplar en las calles por las que pasaba a una niña que se disponía a amontonar nieve en el jardín de su casa con la idea más que predecible de hacer un muñeco. Éste, de hacerse, pasaría a la historia de la localidad. Mientras tanto en los bares que circundan al paseo central del pueblo, presidido por una estatua del poeta[1], los parroquianos allí congregados apenas se asoman a las puertas de los mismos, en los que con toda probabilidad tomaban un carajillo o una copa de coñac para entrar en calor ante una amena charla entre amigos.
            En esos momentos no pasa por su mente ningún atisbo de heroicidad (posteriormente, ya en casa, recreando el entrenamiento en su mente, sí se siente algo más héroe), aunque los que le observen consideren -y él lo deduzca por sus miradas-, que están viendo correr a un tipo un tanto excéntrico. Pero lo que probablemente no sepan es que él es corredor habitual y que correr es la esencia y todo lo demás la anécdota.
            Pasado el pueblo de Fuente Vaqueros enfila la carretera que conducirá mucho más adelante a la Carretera de Córdoba y que en un par de kilómetros posibilitará desviarle por un camino casi inédito, recién descubierto. Ese camino le gusta por su silencio y quietud. Perdido como está en la mitad de la vega le transmite excelentes sensaciones. Pero hoy no importaban las buenas sensaciones; era algo más. Si las palabras fallan en su descripción, intente el lector imaginarse un extenso campo totalmente blanco y unos chopos nevados junto a los que discurre una decimonónica acequia de origen nazarí, que confunde su rumor con el silencio inenarrable de la nieve en su caída.
            Unos kilómetros más adelante, vuelve a penetrar por el Camino Real[2], que en su larga recta deja contemplar una vega ya completamente blanca y misteriosa.
            La nieve, lejos de remitir, es ahora más abundante y necesita retirar la braga de la boca y respirar abiertamente. Pero los copos ahora remansan suavemente hasta estrellarse en el camino como si allí la nieve fuera ya propia del paisaje para siempre. Todo es tan blanco que sobrecoge. Pareciera que ahora la naturaleza comenzara a congraciarse con aquel corredor que la había desafiado en su prueba más cruel. Si antes los copos se estrellaban en la cara, ahora con suavidad resbalaban por ella. Le pareció percibir un guiño de complicidad de la madre tierra.
            Su vista no dejaba de otear todo lo que podía abarcar pero sus sensaciones físicas, lamentablemente, no eran hoy las más adecuadas. Dice lamentablemente, porque unas buenas sensaciones unidas a ese espectáculo natural hubieran provocado un cataclismo emocional.
            Kilómetros más adelante un conductor conocido que pasaba con su coche le insiste para llevarle, ajeno a su disfrute. Gritó, creo que con emoción, que no le privará de ese privilegio. Sospecha que el conductor amigo no llega a comprender lo que le dice, pero sí entiende sus ostensibles gestos, por lo que continúa su camino.
            A la altura del cortijo de Alitaje[3] las dos casas que ocupan la orilla derecha del camino mostraban unos jardines tan inéditamente nevados que inspiraban ternura; y un gorrión posado en una rama baja de un árbol, con el plumaje henchido para soportar el frío, buscaba algo que echarse al pico. A esas alturas el frío era intenso y pareciera que el gorrión y el corredor fueran las únicas criaturas sobre la tierra.
            A falta de un par de kilómetros para llegar a Pinos Puente, el clima era aún más gélido y se sentía empapado. Llevaba más de una hora y cuarto luchando contra la nevada y la naturaleza ya había decidido que el armisticio pactado era sólido.
            Cuando llegó a esa meta hipotética que sólo él traspasó,  percibió el sentimiento puro de que aquello que  había vivido era un privilegio y que sin dudarlo lo volvería a repetir en cualquier momento. Siempre lo pensó: correr es la esencia y todo lo demás la anécdota.






[1] Federico García Lorca, natural de Fuente Vaqueros.
[2] Uno de los caminos -hoy día  asfaltado- más amplios de esta zona de la comarca de la Vega que une los municipios de Pinos Puente y Fuente Vaqueros.
[3] Frondoso cortijo ubicado en plena vega a poca distancia del municipio de Pinos Puente. En su pasado fue una alquería de origen árabe y es famosa por ser sede de una de las mejores yeguadas dedicada a la raza de caballo árabe, creada en su día por Gonzalo Moreno Abril, ya fallecido. Forma parte de este municipio granadino.   

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