07 enero 2014

CUATRO CIUDADES BÁVARAS (y IV): MÚNICH

Sede BMW (Foto de J.A. Flores)
     Múnich era nuestro último destino en este recorrido por tierras bávaras. La gran ciudad del sur de Alemania, próspera y avanzada, nos recibía en una tarde nublada.
       Su multitudinaria estación central, en la que confluyen todo tipo de transporte públicos por ferrocarril, no paraba de vomitar todo tipo de trenes, de larga distancia, de corta distancia, de distancia local..., todo mezclado y en apariencia caótica, aunque en la práctica totalmente ordenado y eficiente, como suelen ser los transportes en este país.
       La HBF -estación central de ferrocarriles- a las una de la tarde es un hervidero de personas que parecen atropellarse a lo largo y ancho del amplio hall de la estación, repleto de puestos de comida rápida y tiendas de todo tipo. Unos buscan los trenes de larga distancia, pero los más se internan en largos pasillos para buscar el transporte de cercanías y el metro. Nosotros, en cambio, tan sólo buscamos la salida a la calle porque sabemos que muy cerca está el hotel en el que nos íbamos a hospedar. Según mis cálculos, no estaba a más de diez minutos a pie.
                A pesar de quedar aún tres horas de luz -el manto de la noche se despliega hacia las dieciséis horas-, parece más tarde, porque siempre parece más tarde en Alemania. Largas calles y avenidas se inician desde la puerta principal de la estación y, en breve, localizamos la calle que nos conduciría a nuestro hotel.
             No son calles bonitas. Pareciera que todo lo bonito y suntuoso en Múnich se reserve para las zonas centrales de la ciudad, tal y como pudimos comprobar horas después. Ese dato no es muy distinto a lo que suele ser habitual en cualquier ciudad grande de Europa. Pronto llegamos al hotel.
               -¿Han visitado antes Alemania? -nos pregunta el recepcionista en un perfecto español-.
             -Sí, es la segunda vez que venimos a Alemania. Conocemos Berlin -le contestamos-.
                   -Pues entonces, sólo han estado una vez: Baviera no es Alemania -nos contesta entre jocoso y serio-. Múnich es a Alemania lo que Barcelona a España. No nos consideramos muy alemanes -concluye-.
                  -Yo pensaba que aquí existía más unidad; al menos es lo que parece de puertas para afuera' -le comento sorprendido-.   
                 -Sí, es lo que parece, pero no.
               Que el recepcionista alemán hable un perfecto español nos iba a venir de perlas, nos dijimos.
Puerta entrada campo de concentración de Dachau (Foto de
 J.A. Flores)
      Como antes decía, la noche cae muy pronto en Múnich y mucha actividad cae a partir de las cinco de la tarde, por lo que las opciones de visitar el mítico campo de concentración de Dachau no iban a ser muchas, así que era el momento de coger un tren de cercanías y dirigirse a la no muy lejana localidad de Dachau para visitar su campo de concentración.
         
      Visitar un campo de concentración o de exterminio Nazi en Alemania es algo que no a todo el mundo apetece, pero nuestra visita contemplaba esa opción, una vez conocida la intrahistoria nazi de Núremberg. Y, efectivamente, no es nada agradable comprobar cómo no hace muchos años -una gota de agua en el océano de la historia de la humanidad, pero una gota que cambió muchos destinos-, la barbarie asolo esta parte del mundo. Y, sabedores, de que el pueblo alemán y sus autoridades colaboran de forma decisiva para mostrar los datos, lugares y símbolos de esta barbarie de la forma más objetiva posible, nadie debería desaprovecha la oportunidad de visitar los lugares pertenecientes a la historia del nacionalsocialismo.
Hornos crematorios de Dachau (Foto de J.A. Flores)
      No describiré el campo de concentración de Dachau, pero sí diré que una vez dentro uno se siente desolado y herido. Demasiado trozos históricos de barbarie en tan poco tiempo de visita te dejan perplejo, atribulado y con muchas preguntas en tu mente. Pero es lo que ocurrió y como tal hay que mostrarlo. Precisamente para intentar que todo lo que ocurrió en estos lugares no se vuelva a repetir.
              
               De regreso a Múnich, nos recibe una ciudad muy distinta. El rotundo manto de la noche ya ha cubierto las calles y plazas y a través del tren se pueden apreciar las infinitas luces que se aprecian a través de las infinitas ventanas de los infinitos edificios de oficinas, fábricas y grandes comercios. Sin lugar a dudas, lo primero que te asalta a la mente es la idea del alto desarrollo económico con el que cuenta esta zona de Alemania. 
Mercado central de Múnich (Foto de J.A. Flores)
     El centro neurálgico, histórico y comercial de Múnich no estaba a más de quince minutos andando del hotel y visitarlo es conocer 'otro Múnich'. Ya describía en entradas anteriores el fervor en estos lugares hacia sus mercados navideños. Tampoco la capital de Baviera es la excepción. Menos pintoresco que el de Núremberg, éste se despliega a lo largo de una enorme extensión entre la Karlplatz y la Marienplatz, compartiendo escenario con la más rabiosa zona comercial de la ciudad. Lógicamente, sobra decirlo, no faltan luces, puestos de todo tipo ni adornos navideños.
               A esa hora de la tarde, siendo ya noche cerrada, esta vasta extensión comercial, en la que confluyen también los más importantes monumentos de la ciudad, está completamente atorada de gente, ávidos de saborear el ambiente navideño y de comprar en sus miles de comercios, a pesar del frío. El pequeño comercio, mucho y variado, compite abiertamente con las grandes superficies y de por medio la Catedral de Múnich y los enormes y cuidadísimos monumentos civiles y religiosos que adornan por doquier toda la zona comercial, presidiendo la Marienplatz el espectacular Altes Rathaus (viejo ayuntamiento), antigua puerta de entrada a la ciudad,  que fue destruido en la Segunda Guerra Mundial y reconstruido en los cincuenta y que contó con un afamado salón gótico, también ahora reconstruido.      
Exterior de la cervecería Hofbräuhaus (Foto de
J.A. Flores)
    No muy lejos de allí se encuentra la afamada cervecería Hofbräuhaus, muy vinculada al ideario nazi. Pero hoy día, se trata de uno de los lugares más visitados de la capital bávara y en la que confluyen, en sus dos enormes salones, el muniqués de raza y el turista asombrado. Nosotros, lógicamente, pertenecíamos a ese segundo grupo, pero la magia del lugar -o su historia- hace que en pocos minutos, una vez estés ya degustando su famosa cerveza y su codillo, te sientas del lugar y así te consideren. No en vano, no es difícil iniciar conversación rápida con naturales del país en esas famosas mesas y bancos corridos en los que, necesariamente, compartirás las viandas con personas desconocidas.
Música bávara y cerveza, dos señas de identidad
de la cervecería (Foto de J.A. Flores)
      Sin embargo, toda esa fraternidad no es forzada. Todo lo contrario: el lugar, las viandas, la bebida y el halo especial del establecimiento pronto provocan buenos lazos de confraternidad, a pesar de la barrera del idioma. Realmente, cuando te despides de este mágico sitio piensas que la humanidad comparte lugares comunes y que, tan sólo, los intereses económicos y políticos hacen que -o quieren hacernos vez- parezcamos distintos e, incluso, enemigos. Pero, sobre el papel, esa ecuación no es tan complicada de resolver, para lo cual reto al lector de esta crónica a comprobarlo por su propia cuenta visitando este famoso templo gastronómico y de la cerveza.
Interior de Hofbräuhaus (foto de J.A. Flores)
     Y si lo hace, comprenderá que todo lo que le han contado sobre -por ejemplo- el carácter reservado teutón no es en absoluto cierto, a pesar de las diferencias culturales que puedan existir, a pesar de que el sentido de humor bávaro no es extrapolable a otras zonas de Alemania, igual que suele ocurrir en las distintas zonas de nuestra desangrada España. 
             
  El callejeo por Múnich es más que agradable y los comercios a esas horas de la tarde están a rebosar. Obviamente, ayuda y mucho el hecho de que estemos en el corazón del Adviento, por lo que el consumo unido a la bonanza económica de esta zona de Europa hacen que uno considere -no con cierta crítica- que Europa no se está construyendo al mismo ritmo, por mucho que esa sea la proclama de dirigentes aviesos y cínicos. De hecho, las galerías comerciales repletas de las marcas más lujosas del mundo, así lo atestiguan en esta ciudad que, pasa por ser la ciudad más próspera de Alemania, lo que vendría a significar que también es una de las más prósperas de Europa y del mundo.
(Foto de J.A. Flores)
    Y para demostrarlo, la ciudad muestra con orgullo dos de sus símbolos más emblemáticos: la sede central de la corporación BMW y el majestuoso diseño de su nuevo estadio de fútbol, el Allianz Arena, uno de los más avanzados del mundo. Si la sede de BMW representa a un motor con cuatro cilindros, el estadio de fútbol, sede del Bayern München y el TSV 1860 München , simula a una especie de panal o bien un neumático -cada cual dé su versión-, compuesto en su exterior por casi tres mil paneles romboidales metálicos, capaces de iluminarse con los colores de los dos equipos anfitriones y de la selección alemana. Es, quizá, el mayor símbolo arquitectónico de la ciudad.    
               Múnich y la cerveza forjaron su historia de manera conjunta. De hecho, el nombre de la ciudad deriva del monasterio fundador de la misma, en el que se elaboraba cerveza que posibilitaba el sustento del mismo y la manutención de la empobrecida población circundante. Por tanto, no era lógico dejar esta ciudad sin, al menos, conocer la sede de la 'Oktoberfest', que pone patas arriba a la ciudad. Lógicamente, por las fechas, no era posible disfrutar este fastuoso festival, pero sí el mercado navideño alternativo, totalmente pensado para la gente más joven de la ciudad y sus alrededores. Cientos de puestos, decenas de carpas temáticas: de gastronomía, de productos navideños artesanales, de tejidos artesanales y de todo tipo de productos que uno pueda imaginarse. Y, presidiéndolo todo, los imprescindibles puestos de salchicha al estilo muniqués.
                 Ante la explosión del ordenado y respetuoso gentío y las múltiples posibilidades de consumir, una vez más, el viajero comprende que está en una parte de Europa que va en otra marcha económica y, probablemente, en otra dirección, muy distinta a la que nos dirigimos -por ejemplo- en España. Y comprende también, que la insistencia de las autoridades alemanas en aligerar la deuda persistente de los países más atrasados no es otra cosa que persistir para que la bonanza económica de su país no caiga en saco roto por medio del efecto arrastre. Otros dirán que estamos ante una parte de Europa que ha hecho los deberes, que cuenta con una clase dirigente que no ha despilfarrado tanto como lo han hecho los lideres de otros países, como es el caso de España. Ambas posturas pueden ser ciertas, pero también en ambas posturas hay mecanismos complejos de difícil comprensión. 

2 comentarios:

  1. ¡Qué viajazo, qué envidia! Yo sí visitaría los campos de concentración, sin duda. Hay que enfrentarse a la historia en todas sus variantes. Yo iré en febrero a Bélgica, que está dentro de mi exiguo presupuesto actual. A ver.

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  2. Donde la cerveza también es un arte, ¡que disfrutéis!

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Sin tu comentario, todo esto tiene mucho menos sentido. Es cómo escribir en el desierto.

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