03 junio 2017

ROMA: LA CIUDAD ETERNA (II)

   
Plaza principal del foro y palacio senatorial republicano.
Pero Roma es Roma. Y lo será siempre, a pesar del debate eterno en la ciudad entre preservar su historia o apostar por la modernidad. Al parecer, el debate ahora está equilibrado y desde las altas instancias se intenta que convivan ambas posturas. Porque Roma es una ciudad en la que viven casi dos millones ochocientos mil actuales romanos, propios o adoptados, llegados desde todos los rincones del planeta, pero es también la ciudad que acoge cada año a millones de turistas de todo el mundo, los cuales acuden al lugar en el que se asienta de manera definitiva nuestra cultura occidental, al tiempo que es la ciudad que alberga el centro de la fe cristiana mundial. Esos elementos hacen que no pertenezca en exclusiva a sus moradores sino, de alguna manera, a toda la humanidad. Ese hecho favorece en gran parte que aún podamos ver y advertir en sus monumentos y arqueología la metrópoli que albergó el imperio que dominó el mundo conocido. Un dominio que aún destila por los poros de sus piedras en gran parte de su configuración arqueológica, y eso jamás defraudará al viajero, a pesar de que sus foros, su palatino, su anfiteatro de Flavio, su área sacra y sus muchos iconos, que hacen reconocible esta ciudad, no sean más que ruinas en muchos de sus casos, las cuales han debido ser alzadas por medio de delicadas restauraciones.
    Pero está la historia. Pocos hallazgos arqueológicos están tan confirmados en el mundo gracias a esa historia escrita de manera transversal por sus mucho historiadores, escritores, juristas y filósofos o, incluso, algunos de sus notables y emperadores. De ahí que la historia de Roma sea la de su arqueología y sus escritos o viceversa.
     Por lo pronto, este viajero necesitó varios días para hacerse una idea embrionaria de esa magnitud. Varios días para que su mente pudiera conectar la configuración de sus ruinas arqueológicas con su pasado histórico. Porque por mucho que sepamos de Roma, poco sabemos en realidad, por más que hayamos leído acerca de ella o el cine nos haya transportado a sus palacios, villas, foros o vías, en más de las ocasiones necesarias de una manera romántica y sesgada.
     Uno acude a Roma con temor a sus multitudes. Te lo han contado o lo has leído de una manera o de otra, pero eso jamás podrá imaginarse hasta que no transitas por sus calles y plazas. Es una experiencia completamente personal. Elaboras estrategias, buscas en el calendario, pero ninguno de los doce meses que lo pueblan será propicio para encontrarte una ciudad vacía. Ese adjetivo no existe en Roma. Por tanto, te conformas con alejarte de la coincidencia de la Semana Santa o de los meses tórridos. Ese sol traicionero mediterráneo azota como en pocos sitios en esta ciudad que está apenas a cuarenta kilómetros de la costa. Ya lo escenificó Sorrentino en la película 'La gran belleza" -a la que este viajero volverá una y otra vez-, cuando en pleno mirador del monte Gianicolo un turista japonés cae estrepitosamente al suelo con los rayos del inclemente sol por testigo.   
     Porque Roma es cine y es literatura, además de historia y arqueología. Pero sobre todo arte. La ciudad que más arte alberga a nivel mundial. Un arte que está en la calle, escenificado en sus iglesias, basílicas y monumentos, pero también en el diseño de sus diversos foros y estatuas de todas las épocas. Y un arte más exquisito encerrado en sus Museos Capitolinos y dentro de cualquier iglesia, basílica, villa o "palazzo". (Continúa en Roma, la Ciudad Eterna III)   
        

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