25 septiembre 2014

CORRER EN LAS CUATRO ESTACIONES

No sé si a vosotros-as, lectores corredores os ocurre, pero a mí me cuesta arrancar a correr cuando cambia la estación del año. En verano llevo mal el principio del calor; en otoño, percibo la melancolía del final del verano y me cuesta adaptarme a la menor luz y a las tardes más oscuras y solitarias; en invierno, el frío me abofetea la cara sin piedad y me cuesta verme en los caminos gélidos; y en primavera, aunque me cuesta menos correr, las alergias por mínimas que sean y la excesiva luz que penetra de golpe en las pupilas me impiden desacostumbrarme al invierno como debiera.
Sin embargo diré que me gusta correr en todas las estaciones, porque al final me encandila cada paisaje estacional, cada secuencia que voy percibiendo mientras corro. 
Porque en verano, cuando ya voy tomando contacto, me gusta el calor, sumergirme por esos caminos polvorientos de olivos o de vega; o sumergirme en una recta carretera y ver a lo lejos las manchas de agua que el fuerte calor provoca en nuestra falsa visión óptica. 
Porque en otoño, que quizá sea mi mes predilecto para correr, me gusta pisar las hojas caídas y escuchar su crepitar al tiempo que contemplo las alamedas peladas y esqueléticas. Percibir la tenue lluvia que cae en tu cara y ese olor a tierra mojada, que junto al del pan recién el hecho, es lo mejor que nos han ofrecido los dioses para el olfato.
Porque en invierno me gusta enfrentarme a la épica de las tardes oscuras, frías y lluviosas; y observar cómo no se ve un alma mientras corres; y contemplar a las avefrías en la Vega para admirarme de cómo estos grandes pájaros aguantan el frío con estoicidad cartujana. 
Porque en primavera me ilusiona observar el renacimiento de la naturaleza y escuchar los primeros cantos de las pájaros venidos de climas más cálidos y saber que hay más día y mejor temperatura para poder correr. Y volver a reencontrarme con la ropa técnica más ligera. 

La Vega en otoño. Foto de J.A. Flores


Por eso, la otra tarde comprendí que la apatía con la que corría los primeros kilómetros no era más que la adaptación necesaria para comenzar a correr en otoño que, como decía, es quizá la estación en la que más me gusta correr, una vez superado este periodo de adaptación incierto. 
 
  

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