30 junio 2020

ABANDONAR LAS REDES

Resulta paradójico que siempre huyamos de sogas, de cuerdas, de cadenas... de redes, pero que sigamos tan enganchados a la versión social de todas esas ataduras enunciadas. Una red puede ser algo físico, pero también puede ser una metáfora de ese elemento tangible. Unirle social a todo eso puede ser una verdadera perversión si lo pensamos detenidamente.
Y yo lo he pensado detenidamente.
Comencé a disponer de Facebook muy tarde, en 2015. Desde mi blog, desde este blog, veía esta red social con desdén, como mirándola por encima del hombro, incluso con desconfianza. Yo seguía con mis textos casi diarios sobre literatura, sobre mi pasión por correr, sobre cine, sobre política, sobre música...Y no entendía que debiera también estar en Facebook. Es más, vivía al margen de todo eso. He de reconocer que desconfía mucho de esta red: la veía como una amenaza para ese mundo de los blog creado pieza a pieza y con tantas dificultades, años atrás.
Un día, una conocida me dijo que había subido a Facebook algo que yo había escrito en este blog y que estaba teniendo mucho éxito. ¿Mucho éxito? Me pregunté. ¿Un texto que he escrito casi para mí, estaba teniendo mucho éxito? Descubrí que sí, que era cierto. No tenía acceso a  Facebook pero comencé a ver ese texto mío –en realidad, un relato corto sobre la corrupción, tan de moda– por todas partes; y si estaba por todas partes, estaba por toda la red, básicamente por Facebook que era la red más importante y casi única que existía por entonces (es posible que alguna más, no lo sé). Aún así, no di el paso y no me abrí una cuenta, un muro, como se decía a nivel de calle.
Pero lo di a principios de 2015 y casi sin querer. Yo había publicado mi primer libro Conversación en la taberna y 41 relatos –donde se encontraba ese relato exitoso y que daba título al libro– y alguien conocido lo puso en un grupo público de mi pueblo. Aquello se disparó. Y como soy agradecido decidí abrirme una cuenta para dar las gracias a todas esas felicitaciones de toda esa gente que me conocía directa o indirectamente. Así comenzó todo.
Han sido más de cinco años con altos y bajos y ha sido en Facebook y después algo en Instagram donde he volcado toda información sobre mis libros y donde comenzaron a surgir los primeros lectores. Por lo tanto, no me voy a ir dando un portazo. Aquello fue útil al principio. Hasta que observé que todo el mundo quería vender libros a través de las redes sociales, sobre todo escritores no conocidos y autopublicados. Yo me estaba convirtiendo en uno más, y aunque no escribía en Facebook solo con ese fin, reconozco que también me movía esa idea. Pero no, Facebook ni ninguna red social es útil para vender directamente libros, sobre todo cuando no te conocen. Es similar a entrar en un bar donde tampoco nadie te conoce vociferando que compren tu libro. Y aunque te conozcan, no será nunca el método adecuado. No, no funciona así. En todo caso, podrá servir para dar a conocer tu estilo y, eventualmente, en qué estás trabajando o acabas de publicar. Pero nada más. 
Pero no es esa la razón fundamental por las que abandono las redes sociales, ni tampoco por la que he estado en ellas cuatro largos años. Lo hago porque ya no me aportan nada, es más me roban tiempo, energía mental y, en ocasiones, ofrecen disgustos e incomprensiones. He comprendido que todo lo que necesites buscar está en Internet, sin necesidad de pasar por las redes sociales, que, en todo caso, lo que estas hacen es comprimir en píldoras informativas, casi siempre mal diseñadas y engañosas, la información que con más amplitud y rigor puedes encontrar en la red o, mucho mejor, en los libros físicos o digitales, que para el caso es igual.
Irme también es una forma de intentar regresar a una época en la que me sentía más a gusto y en mayor conexión con lo que escribo y leo. Volver a una etapa más analógica alternándola con otra digital representada en los blogs, que visto lo visto hoy día son casi herramientas analógicas si las comparamos con la digitalización mal concebida de las redes sociales, las cuales tienen un porcentaje demasiado alto de postureo y egocentrismo y muy poco de verdadero aporte cultural e informativo, con las excepciones que siempre las hay, las cuales naufragan en el inmenso océano de inanidad en que se han convertido (las redes sociales). 
Soy consciente que es ir contra contracorriente, aunque eso nunca se sabe, porque el futuro está cambiando a un ritmo imposible de seguir. Quizá mucho más tras la etapa que hemos vivido o estamos viviendo desde mediados de marzo. Pero ir contracorriente no significa que sea negativo, todo lo contrario. Dejé de hacer turismo de masas porque era imposible disfrutar de encantadores e icónicos lugares y me acostumbre a disfrutar de los espacios, en principio, inanes pero vacíos, por lo que supongo que igual ocurrirá ahora abandonando las redes. Será una soledad placentera y cálida a la que te acostumbras pronto. 
En todo caso, el cambio es connatural a nuestra existencia, una opción de crecimiento que no se ve al instante, pero que es efectiva.
Saludos blogueros. 






05 abril 2020

UN DIARIO SINGULAR PARA UNOS DÍAS SINGULARES

El diario que cada día escribo desde que se decretó el Estado de Alarma que obliga al confinamiento, con motivo de la irrupción del virus COVID-19, es un diario singular. El diario como ejercicio memorístico es un instrumento que ha existido desde siempre, desde aquellos que se escribían con pluma (quién sabe si muchos siglos atrás con cincel sobre piedra) hasta los más modernos, escritos digitalmente en ordenadores, tablet o incluso móviles de pantallas gigantes. 
     Yo inicié este diario singular (e inesperado) el primer día del Estado de Alarma y lo fui publicando en mi cuenta de Facebook cada día y así fue hasta el día undécimo, pero me detuve. Es decir, detuve la publicación en la red social pero no detuve la escritura diaria del diario, el cual tengo intención de publicar en un eBook autopublicado en Amazon junto a mis otros nueve libros (en puridad, siete libros y dos relatos cortos o cuentos). Escribir cada día un diario no es fácil en estas circunstancias, sobre todo porque todos los días son prácticamente iguales, incluso las noticias casi lo son, pero desde el primer día me he esforzado en darle un cariz distinto a cada día, vertiendo impresiones personales junto a alguna noticia relevante y que no se haya repetido como una comida indigesta. 
     La idea, como se supone debe ser la de todos los diarios, es plasmar las impresiones personales que se poseen en un momento concreto, pero debe ir más allá: aderezar esas opiniones con una noticia objetiva que surja. Por decisión personal, he decidido alejarme lo máximo posible de la intoxicación informativa que abunda por doquier, de ahí que visite poco las redes sociales, tal vez las más intoxicadas, pero tampoco me parecen demasiado fiables las noticias de los medios de comunicación. No obstante, hay formas de informarse sobre lo más básico sin necesidad de empacharse de información vana.
  Cuando comencé este diario consideré, como muchos consideramos, que no habría que escribir más de quince días, pero el diario se podría convertir en tres veces más extenso de lo inicialmente previsto, tal vez más. Por lo pronto, está cantado que hasta el día veintiséis de abril, pero es posible que vaya más allá, y esa será la principal dificultad a la hora de escribirlo, sobre todo para no caer en la repetición. Algo se repetirá, por supuesto, pero, en mi caso, intentaré que sea lo menos posible, porque es viable ver los días diferentes dentro de la repetitividad a la que asistimos.
       Otro elemento que me parece ilusionante es su publicación, que será autopublicación en Amazon. La idea no es que se venda mucho ni mucho menos, sino dejar constancia de una mera impresión personal que con el paso del tiempo se pueda cotejar con otras impresiones. Eso sería bonito. Bonito e interesante. Además, quienes escribimos, casi nos vemos impelidos a plasmar por escrito la realidad que vivimos cada día, mucho más cuando se trata de una época tan singular. 




07 febrero 2020

NOVELA EQUÍS QUERÍA CORRER














SINOPSIS:

     Equis es un tipo normal que un buen decide comenzar a correr. Lo ha intentado en varias ocasiones sin éxito, por una razón o por otra. Curiosamente, siempre desea comenzar a correr cuando decide cambiar algún aspecto de su vida, que no le satisface. Su estrecho entorno no comprende que desee correr ni cree que esté preparado para ello, y menos que nadie su esposa, la cual prefiere que siga en el bar maltratando su hígado a que corra. La aversión de ella a esa práctica deportiva es casi enfermiza. Eso produce una tremenda crisis en el aparente tranquilo matrimonio. Pero, siempre hay un pasado sorprendente, y se vuelve a constatar que las cosas no son como parecen en esta historia de encuentros y desencuentros.

CRÍTICA LITERARIA DE HEYDEVENIR:

¿Quién no ha intentado alguna vez empezar a hacer ejercicio y desiste a los dos días? Equis quería correr cuenta la historia de Equis, una persona aparentemente normal que, cansada de ciertos aspectos de su vida, trata de cambiarlos corriendo. Es una novela con encuentros y desencuentros, de amores y desamoresEs un libro muy humano que hace que el lector se sienta identificado en algún momento conforme devora las páginas, porque sí, quien se anime a leerlo, las devorará. Equis quería correr posee una estructura sencilla y una narrativa muy amena, lo que facilita su lectura, y bajo una apariencia trágica debido a los blancos y negros, amores y desamores, éxitos y fracasos, etc., cuenta con unos toques de humor que consiguen que la lectura sea divertida. A primera vista puede parecer una novela que trata sobre el deporte, sobre correr. Pero como bien nos contaba su autor, José Antonio Flores Vera, en la entrevista que le hicimos, realmente se trata de un tapiz de fondo sobre el que se desarrolla la historia, que no quita que un aficionado a correr vaya a disfrutar más o menos del libro, pues como os decíamos, la historia es tan humana que cualquiera se siente identificadoEquis quería correr es una novela sencilla, entretenida, triste, alegre, divertida y sorprendente, pues el final no dejará indiferente a nadie. Desde Devenir recomendamos encarecidamente su lectura. Enhorabuena a José Antonio por este gran libro.

Si estás interesado en esta novela la puedes adquirir en Amazon: 


05 febrero 2020

EBOOK: REFLEXIONES Y POEMAS NOCTURNOS DE UN CORREDOR

Reflexiones y poemas nocturnos de un corredor es una obra intimista, introspectiva, como reza su subtítulo. Un libro de los que se escriben por el placer de escribirlos, sin ataduras ni artificios. Como todo libro de prosa, pero sobre todo de poesía, las palabras bailan a un ritmo de una música silenciosa y penetran en el sentimiento del lector de una manera muy directa. Quienes gustan de correr saben perfectamente que esta actividad va más allá del mero deporte; correr es una fusión con tu ser interior y con la naturaleza y lugares por los que corres. Cada zancada es una incógnita y cada kilómetro una aventura, de ahí que sea bastante frecuente que al corredor habitual correr le aporte sentimientos que solo es posible experimentarlos cuando se corre y también cuando en la noche, ya relajado, repasa su entrenamiento mentalmente y vuelve a sentir esas magníficas sensaciones. Son esas sensaciones nocturnas placenteras las que han inspirado este libro, que se divide en dos partes: reflexiones y poemas. Las reflexiones surgieron en un momento, quizá, amargo, como amarga es siempre una lesión. El corredor se lesiona y para no perder un ápice de sensaciones se propone cada noche escribir una reflexión, que culminan en cuarenta y dos, que son los kilómetros de los que consta un maratón; los poemas han ido salpicando páginas en blanco en distintos momentos, pero casi siempre inspirados tras un buen entrenamiento o una buena carrera. Es el propósito del autor que estas reflexiones y estos poemas no se queden encallados tan solo en el lector corredor sino que también lleguen al corredor que no lo es. Con esa idea se ha escrito este libro. Por tanto, amigo lector, corredor o no, tienes en tus manos un libro de vocación artesanal, escrito sin imposturas, un libro sincero y que intenta, a la vez, aportar prosa y poesía modestamente. Si consigue todo eso, el autor, con toda seguridad, será el más agradecido de todos los mortales.

Si estás interesado en este peculiar libro, lo puedes descargar aquí (Amazon): 

31 enero 2020

TRISTEZA DE ENERO (PERIODICO IDEAL, 31 DE ENERO DE 2020)

La imagen puede contener: texto

                                                                                                           


                                                                                                        Por José Antonio Flores Vera

Dicen que enero tiene el lunes más triste del año. Una tristeza que es fronteriza con la melancolía. Por su propia naturaleza los lunes son tristes. La tristeza entra por la ventana de la sala de estar el domingo por la tarde, y ya se queda a dormir en casa como ese invitado indeseable al que no es posible convencer para que se vaya a un hotel. Porque las habitaciones de los hoteles también son tristes. Lo son todo el año.
Este año he decidido fijarme en ese lunes triste de enero, en los rostros de la gente que pasa por la calle, pero no ha sido tristeza lo que he visto sino apatía. Una apatía que se va formando a base de hartazgo. Es posible que el exceso navideño tenga mucha culpa y hasta el próximo festivo aún queda mucho. Es como si la tristeza o la melancolía o la apatía no tuvieran nada que celebrar.
En enero los días son fríos, incluso donde no hace frío. El sol se asoma muy levemente, como si quisiera despedirse para siempre. Y todo eso tiene mucho que ver con el estado de ánimo. También el cargo de la tarjeta de crédito de los excesos de diciembre. Esa alegría material que se hace número y que luego duele. Por eso enero es bueno para la introspección. Para ajustar cuentas con la reflexión y los sentidos. Un mes más alejado de lo material a pesar de las rebajas. Posteriormente llegará febrero que de manera imperceptible irá dando color a las cosas, como si fuera preparando la primavera en la que ya se verán las cosas de otra manera. Habrá más presencia en las calles. Y más terrazas. Y más ruido. Los gritos ahogados reverberarán por las esquinas.
En realidad, enero es nuestra hibernación natural como si algo de nuestros antiguos genes de animales prehistóricos de vocación reptiliana necesitaran manifestarse una vez al año. Pero ocurre que nuestra hibernación humana casi nunca es compatible con nuestras obligaciones sociales y laborales. Por eso son tan ansiadas las vacaciones posnavideñas: para hibernar; para desaparecer de la calle; para poder encerrarse en las cuatro paredes del hogar, para no estar. Casi para no existir. 
En una sociedad tan digitalizada como la nuestra, en la que Internet y las redes sociales tienen cada vez más presencia en nuestras vidas, hasta el punto de que ya no es fácil saber qué tanto por ciento es virtual y qué tanto por cierto es físico, la impronta de enero también es muy notoria. El interés por comentar y exhibirse es menor, como si se tratara de una especie de hibernación digital, una especie de introspección virtual muy necesaria para replantearse los excesos del resto del año, para decidir qué proyección queremos dar de nuestro yo virtual en el futuro. Por tanto, enero es purificador. Lo es tanto en el ámbito real como en el virtual. Una purificación que podría ser la respuesta real a esos propósitos de principio de año que jamás se cumplen. 


02 diciembre 2018

EBOOK: RELATOS Y ARTÍCULOS DE VIAJES: ROTHENBURG



Si nadie le cuenta al hipotético lector nada sobre el pueblo de Rothenburg no habrá forma de imaginarlo a pesar de haber llegado ya a su pequeña estación de tren, de presencia tan poderosa en cualquier rincón de Alemania. Una estación correcta, ni nueva ni vieja, y un paisaje a su alrededor que le dice poco al viajero. Y aunque nada sepa de esta población, de casi once mil habitantes, es posible que alguien le pueda filtrar que se trata, quizá, de la urbe alemana más visitada por turistas japoneses. Ese dato lo pondrá en guardia porque es conocido que nuestros lejanos vecinos de la tierra del sol naciente eligen los rincones del planeta, por muy recónditos que estén, en función de su atractivo fotografiable. Por tanto, el viajero se dirá que debe estar ante un lugar verdaderamente singular.
Y lo está.
El viajero ya iba arengado por la singularidad del sitio, pero eso no fue suficiente. Es una población que, quizá, ya se haya soñado y, tal vez, no se sepa (porque de todos es conocido que la mayoría de los sueños se olvidan al despertar). Una población que ya se ha visto en la imaginación o en alguna película o se ha imaginado leyendo algún cuento medieval. Pero nada será comparable a ese elixir que correrá por sus sentidos cuando el viajero alcance a contemplarla con sus propios ojos. Lógicamente, ayuda mucho el hecho de verla totalmente ataviada de adornos navideños, pero según le contó su acreditada acompañante, también en primavera es una ciudad-espectáculo. Probablemente, lo sea todo el año.
La mayor parte de pueblo —es posible que todo—, está dentro de una antigua fortificación, que conserva sus murallas y su exquisita puerta de entrada, que también existe en la parte suburbial. Ambas puertas —ignora el viajero si habrá una tercera— son tanto de entrada como de salida y al contemplarlas es posible imaginarse, en tiempos ancestrales, el acceso o la salida de los carruajes medievales tirados por caballos pecherones propios de Baviera. No cuesta mucho hacerlo. Incluso, por muy poco desarrollada que esté la imaginación del visitante que mire con ojos asombrados.
Quiso el destino –o su belleza— que Rothenburg no fuera destruido por los países aliados durante la liberación de la Segunda Guerra Mundial, gracias —le cuentan al viajero— al parentesco de un señor de la guerra norteamericano con alguien de la ciudad. Es un privilegio del que gozaron muy pocas ciudades alemanas. Pero también mucho habrá que deber a sus gestores, los cuales han sabido conservar su estado primigenio, hasta el punto de parecer detenido en el tiempo.  Por tanto, sumergirse en ese entorno es vivir como en una especie de cuento; es como vivir dentro de un pueblo de juguete y durante toda la visita el viajero, su pareja y su acompañante no dejan de preguntarse por el momento de sus vidas en el que ya han creído ver este lugar, aunque tan solo fuera en visión onírica (el viajero insiste mucho en ese hecho, pero esas fueron las notas que tomó in situ). Lógicamente, no es tarea fácil saberlo, como nunca lo es acordarse de todo lo que se ha soñado, como ya se ha comentado.
Una vez traspasada la puerta amurallada de entrada, presidida por dos coquetos tejados terminados en punta, que le recuerdan a los que coronan muchos de los edificios del Madrid de los Austrias mayores, una empedrada calle repleta de comercios, elegantemente ataviados con sus productos y motivos navideños, los deposita en su curiosa plaza central, la cual está presidida por un enorme árbol natural de Navidad, repleto de pequeñas guirnaldas de diversos colores. Además, para la ocasión, la plaza está rodeada por pequeños puestos navideños, en los que se venden artículos y productos propios de la época, y se dispensan salchichas cocinadas al estilo bávaro, licores y el siempre presente vino caliente, que tan bien sienta a los helados cuerpos e impresionados espíritus de los visitantes.
La plaza mayor o principal, enclavada en una leve pendiente, no es circular pero tampoco rectangular. Se podría decir que no tiene una forma geométrica definida. El aspecto que presenta invita—consideró el viajero— a embriagarse del ambiente y de paso iniciar el ritual que cientos de personas a esas horas de la tarde ya están llevando a cabo: tomar un vino caliente y alguno de esos fuertes licores bávaros, líquidos contenidos en unas pintorescas jarras decorativas —que pueden ser adquiridas como recuerdo o recuperar el dinero que se deja a tipo de fianza—. Por tanto, bien abrigados y con las jarritas en sus manos, el viajero y sus acompañantes comienzan a deambular por todas y cada una de las calles que surgen desde la misma plaza. En esos momentos, no son las piernas las que caminan: es la imaginación y la infinita capacidad de asombro. Todo lo que ven los atrapa. Se detienen ante el escaparate de una repostería y cuando aún no lo han decidido ya están dentro del comercio comprando alguno de sus exquisitos dulces con forma de bola; se detienen ante el escaparate de motivos navideños y cuando aún no está decidido ya están dentro guiados por sus sentidos y sus ojos, asombrándose con todo lo que ven: figuras de madera de todo tipo, adornos de belenes y árboles navideños inimaginables e infinitos, relojes cucús de todos los tamaños y formas.... Nada parece faltar en las abigarradas y decoradas tiendas. Pero, aun así, todavía no sospechan lo que se van a encontrar a continuación, algo que supera con creces a todo lo que han visto hasta ahora en cuanto a decoración y motivos navideños. Se trata de la fastuosa tienda museo Käthe Wohlfahrt. Advirtamos previamente que el disfrute de este sitio conlleva poseer, al menos, unos gramos de espíritu navideño. Y si esos se poseen, dejarse llevar por sus laberínticos pasillos, perfecta e inimaginablemente decorados, puede ser una de las mejores experiencias propias de esta época jamás vivida. Un pasillo conduce a una sala enorme, y de esa sala enorme salen nuevos pasillos que desembocarán en otro gran espacio en el que se podrá contemplar un árbol de Navidad gigantesco, abigarrado de todos los motivos y luces navideñas posibles junto al cual se señorea un trineo a escala real repleto de regalos en el que se sienta una figura de Papá Noel también a escala real y que es arrastrado por renos de tamaño natural que parecieran labor de taxidermista.
Por tanto, a estas alturas del recorrido el viajero ya se encuentra tan atrapado y embebido por el espíritu navideño que se plantea quedarse a vivir allí. Hasta ese momento creía que este tipo de cosas tan solo se veían en las películas navideñas hollywoodienses de alto coste que inundan nuestras pantallas en estas fechas.
Cuando salen de aquel sitio, aún con los ojos repletos de la infinita plasticidad que acaban de ver, les aguarda el espectáculo de la noche en las empedradas y coquetas calles de Rothenburg. Y, entonces, se abre ante ellos una nueva perspectiva. Las luces de las calles, las guirnaldas de sus árboles y la exquisitez de sus comercios los invitan a patear de nuevo los lugares que ya habían visto a pleno luz del día, sin que a ninguno se les ocurriera ni tan siquiera referirse al momento de despedirse de ese mágico pueblo de la Baviera alemana.
Pero había que hacerlo si querían llegar a buena hora para apurar sus últimas horas en Würzburg y dar buena cuenta de una inolvidable última cena. Así que cuando salían por el arco por el que habían entrado unas horas antes, el instinto les decía que era mejor que no miraran atrás, como suele ocurrir en las sentidas despedidas. O quizá, en los mismos sueños. Una vez en el tren de regreso comprendieron que ese lugar ya iba a formar parte de sus recuerdos más selectos. Probablemente, para el resto de sus vidas.  

El viaje a Würzburg está incluido en Cuatro ciudades bávaras del ebook: Artículos y relatos de viajes, disponible en Amazon

29 noviembre 2018

EBOOK: RELATOS Y ARTÍCULOS DE VIAJES: NÙREMBERG


La ciudad bávara de Núremberg está marcada por la historia reciente. Citar a Núremberg conlleva, necesariamente, referirse al largo proceso judicial que allí tuvo lugar entre el veinte de noviembre de 1945 y el uno de octubre de 1946 contra funcionarios, responsables y colaboradores del régimen nacionalsocialista dirigido por Adolf Hitler.
El Derecho Penal Internacional no estaba todavía asentado, pero aún así las naciones aliadas, vencedoras de la Segunda Guerra Mundial (EE. UU., URSS, Gran Bretaña y Francia), decidieron juzgar a quienes cometieron crímenes contra la humanidad, basándose en un documento jurídico denominado la Carta de Londres que posibilitaba la creación de un Tribunal Militar Internacional compuesto por avalados juristas de estos cuatro países. Porque, para asegurar la futura convivencia, no era posible ignorar este tipo de crímenes.
Sin embargo, la segunda ciudad más importante del länder bávaro es mucho más que eso. Es innegable que su protagonismo, antes, durante y posterior a la Segunda Guerra Mundial le añadió una impronta que antes no poseía, pero también lo es que esta ciudad atesora una historia propia que se remonta al año mil cincuenta de nuestra era (año en el que aparece el nombre de la ciudad citado por primera vez documentalmente), pero que data desde la existencia del Imperio Romano de Occidente, dato fundamental para comprender el porqué de la elección de esta ciudad como uno de los puntos geográficos fundamentales de la obsesión hitleriana.
El hecho de que la urbe, verdaderamente, florezca a partir del Siglo XI conlleva que su trazado histórico aún conserve el diseño medieval, a pesar de la devastación infligida por la aviación aliada. Sin embargo, el tesón alemán y las grandes sumas invertidas por las naciones vencedoras de la Segunda Gran Guerra permitieron que resurgiera de sus cenizas basándose en los planos originales del Medievo. Ciudad también marcada por la Reforma Luterana, conserva aún su creencia protestante a la vez que la católica, ambas en perfecta armonía. No en vano el contribuyente alemán auspicia con sus impuestos a ambas confesiones de forma generosa.
Cuando el viajero contempla Núremberg por primera vez comprende que está ante una ciudad que cuida su pasado, su historia y sus tradiciones. Y si esa visión coincide durante el periodo del Adviento todo puede convertirse en mágico. Eso sí, se ha de estar dotado de un saneado espíritu navideño o, al menos, no estar en conflicto con este periodo. Y si se cumplen esos requisitos básicos, el disfrute de las calles, plazas, monumentos y comercios es máximo. No en vano, su Christkindlesmarkt (mercado de Navidad) pasa por ser el más famoso del mundo y uno de los más antiguos que aún permanece. Lógicamente, ayuda que el entorno esté tan cuidado y que posea uno de los cascos históricos peatonales más grandes de Europa.
Pero pongámonos en situación: el español celebra la Navidad aupado por la tradición. Decora su vivienda, sus espacios comerciales, sus calles, plazas y edificios, pero eso no bastará para comprender la impronta navideña que se respira en cualquier ciudad alemana. El ciudadano español, por lo general, cuida los detalles navideños, no lo duda el viajero, pero eso no bastará para pugnar con cómo los cuida el ciudadano alemán.
Se observa claramente en sus calles, en sus comercios, en sus casas. No sabe el viajero bien por qué, pero tiene la sensación de que pocos países en el mundo interpretan la Navidad como se interpreta en Alemania. Pero si la imaginación del hipotético lector de este relato —que no haya visitado aún Núremberg en esta época— tuviera a bien realizar un mayor esfuerzo, nada de éste podrá aún ni acercarse a la impronta navideña que sus sentidos captarán cuando se asome a esta ciudad bávara, imaginación que le servirá para guiarse por las distintas ciudades que irán apareciendo en estas crónicas viajeras de este länder. Una Navidad que ya hemos presentido en nuestro subconsciente pero que aún no conocemos; y cuando ya la hemos conocido, sabemos a ciencia cierta que era la que dormitaba en ese subconsciente.
Pero no se trata tan solo de la Navidad. Veamos, por ejemplo, sus bares y restaurantes. No es fácil para el viajero resumir cómo son ni, tan siquiera, le es fácil hacer una somera exposición del servicio que en ellos se recibe. Tan solo podría decir algo que, tan solo de forma atribulada, podría acercarse a una definición torpe: tradición. Tradición en la comida, en la cerveza, en sus diversas viandas servidas de forma especial. En la propia configuración de las —por lo general— amplias estancias. Pero ya habrá lugar de hablar de estos templos gastronómicos, aprovechando esas visitas a las cuatro ciudades que integrarán estas crónicas.
O, por poner otro ejemplo de tradición y amor a sus raíces, la renovada y permanente memoria de uno de sus hijos más dilectos: el pintor y escultor Alberto Durero. De hecho, su Casa-Museo parece haberse detenido en el tiempo, tanto como el entorno. Y no sería exagerado afirmar que el espíritu de su figura eminente aún transita por las calles y plazas de Nùremberg —su querida ciudad, en la que nació, vivió y murió—, y que esto se concibe como un orgullo pequeñopatrio para el ciudadano.
Definitivamente, una frase vino a la mente del viajero cuando paseaba por la ciudad: verdaderamente esta ciudad parece de juguete. Sin duda, una apreciación torpe, que en una exposición más amplia podría significar que se patea por una ciudad recién sacada de un cuento; una ciudad de esas en la que no se concibe que haya suciedad, excrementos varios, coches y ni tan siquiera avances modernistas. Una ciudad que podría ser un decorado y, a la vez, un lugar para vivir en sí, porque el diseño de sus muchas calles empedradas, sus medievales puentes y edificios y su calmado río Pegnitz, que rompe en dos su casco histórico, así lo manifiestan al cielo. De ahí que saltar de esa ciudad ensoñadora a la terrible realidad que atesora no sea un ejercicio fácil, aunque sea inevitable. Porque inevitable es conocer la megalomanía nazi de su colosal sede congresual a imagen y semejanza del gran circo romano y su ajada tribuna del Campo Zeppelin. Y es en ese aspecto en el que hay que loar la compleja y meritoria objetividad teutona a la hora de abordar en sus museos tanto la documentación que se baraja de la presencia nazi en la ciudad como la exposición detallada de lo acaecido en los procesos celebrados en su aún vigente Palacio de Justicia. Un chute de historia sin parangón.

El viaje a Würzburg está incluido en Cuatro ciudades bávaras del ebook: Artículos y relatos de viajes, disponible en Amazon

25 noviembre 2018

EBOOK: RELATOS Y ARTÍCULOS DE VIAJES: WÜRZBURG


Würzburg 


Cuando el viajero llega a Würzburg —ubicada a unos cien kilómetros al noroeste de Núremberg—, ya en noche cerrada, se encuentra ante una ciudad solitaria. Una estación de tren, propia de una urbe media de unos ciento treinta mil habitantes —contando todo su término municipal—, conduce a la avenida principal en la que afloran múltiples comercios y algunas grandes superficies.  
La calle está partida por las vías del tranvía en sentido doble y es utilizada indistintamente por vehículos privados y las sempiternas bicicletas. A lo lejos se aprecian altas torres de múltiples iglesias. Nuestra acreditada cicerone, que con tanta gratitud nos acoge en su domicilio y allí residente desde hace algunos años, nos cuenta que es una ciudad con muchas iglesias.
No podría afirmarse que le pareciera al viajero una ciudad triste ni que el frío fuera considerable en ese momento para tratarse de una ciudad ubicada en el noroeste del länd de Baviera, en la región de la Baja Franconia. Un posterior callejeo le abre una ciudad mucho más amplia, dotada de un esplendoroso y alegre alumbrado navideño, el cual contrasta con la soledad de sus calles y plazas. Sin embargo, los puestos del mercado navideño, silentes y ya clausurados a esas horas, no le ofrecen argumentos para creer en esa alegría. Pero, unos metros más allá, el romántico y solitario —a esas horas ya tardías para una ciudad alemana— puente de Carlos sobre el río Meno, el cual desembocará en el Rin, le sorprende por su belleza y lo invita a unas vistas nocturnas protagonizadas por la fortaleza de Marienberg, que se corona orgullosa a la izquierda, y un cauce fluvial amplio y caudaloso. El resultado del agradable callejeo por el centro de la ciudad lo convence de que se trata de una ciudad próspera y que, a pesar de la casi total destrucción infligida por la aviación británica durante la Segunda Guerra Mundial, hoy día conserva ese sabor antiguo propio de esta zona de Alemania. Esa idea permanece en su mente y la corrobora la visita al agradable restaurante en el que tiene mesa reservada en compañía de su pareja y su acompañante, que ya dijo era una acreditada cicerone.
El Backföfele, que así se denomina el restaurante, está ubicado en un antiguo barracón o amplia cuadra, cuidadosamente restaurado y decorado. No es el tipo de restaurante que se tenga la oportunidad de ver a diario. Repleto de detalles y esmerada decoración, se adereza con los elegantes motivos navideños. Las mesas, repletas de comensales, se ubican arracimadas sin una estructura ordenada, pero al mismo tiempo, exentas de improvisación. Se compone de varios comedores perfectamente comunicados y dotados cada uno de ellos de una decoración algo distinta, pero encuadrada en una misma categoría de decoración de impronta rústica. Unos espacios cuentan con más iluminación que otros, pero eso tampoco forma parte de la improvisación. A estas alturas del viaje, el viajero comienza a comprender que existe toda una vocación detallista en los restaurantes alemanes, algo a lo que ya se ha referido y, seguramente, lo seguirá haciendo. Otro elemento a tener en cuenta en la restauración alemana es el buen servicio. Así que, en poco tiempo, el viajero y sus acompañantes son atendidos por una camarera que les indica con amabilidad que no todos los platos están ya disponibles. Son más de la diez de la noche y a esa hora no es fácil que los restaurantes alemanes ofrezcan todas las viandas de su carta ya que van cerrando su cocina de manera paulatina. Aun así, hay mucho donde escoger: carnes cocinadas de distintas formas, amplias ensaladas generosas en verduras, quesos fundidos y guisos diversos. Quien acompaña al viajero y a su pareja, familiar de ellos —que aún no lo había mencionado— y, como ya ha dicho, residente en la ciudad, va traduciendo la carta y en pocos minutos la pequeña pero coqueta mesa que ocupan se llena de diversos manjares. Pero la cerveza en este país siempre merece una atención especial. Se trata de Alemania y no es fácil decantarse por alguna en concreto, sobre todo para un cervecero vocacional como es el viajero: Pilsen, tostada, de trigo, negra..., todas las imaginables abundan y de todas las marcas. Así que continúa su particular festival de cerveza, ya comenzado en Núremberg y que ya no acabará en todo el viaje. Un comensal vecino, comprendiendo la buena impresión del viajero y sus acompañantes, quizá orgulloso de su ciudad y sus restaurantes, se ofrece para hacerles una foto. Lógicamente, aceptaron. Porque es bastante habitual que en cualquier ciudad alemana sus ciudadanos se dirijan al visitante con absoluta espontaneidad, haciendo añicos el mito de la frialdad de trato teutona.  
La misma ciudad, que por la noche la encuentra el viajero serena y tranquila, por la mañana es otra. Lo aprecia enseguida cuando baja a comprar pan recién hecho, que en este país es mucho más que una rutina diaria. La panadería de enfrente de la casa en la que se hospeda está a rebosar en ese momento, tanto de clientes como de variedad panificadora. Por mucho que ya haya observado estas fastuosas panaderías que abundan por doquier en cualquier ciudad alemana, jamás podrá acostumbrarse al espléndido espectáculo de las estanterías repletas y perfectamente ordenadas de panes de todo tipo, tamaño y color. Es algo que forma parte de la cultura alemana y una de las cosas que mayormente disfrutará el viajero que visite este país. Las calles a hora temprana ya están repletas de gente que, junto al abundante comercio e incesante paso de los tranvías de atrevido colorido, forman un espectáculo único. El viajero vuelve a tener la misma sensación que ya tuvo en Núremberg: parece una ciudad de juguete. Piensa también que una nueva versión moderna de Canción de Navidad de Charles Dickens podría encontrar aquí su mejor decorado si se le añade nieve.   
Él y su pareja —ya sin su cicerone, que trabaja ese día—, callejean distraídos por la ciudad en busca de sus lugares más emblemáticos y en breve se topan con la Residencia de Würzburg, una impresionante mole de estilo barroco, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y cuya función principal fue servir de residencia de los obispos de la ciudad.  No lejos de allí, también se topan con la vistosa catedral de San Kilian, de estilo románico, que consta de dos amplias naves. Su concepción es muy sobria, pero elegante. En su puerta principal hay un enorme árbol de Navidad (porque como ya ha dicho en el relato sobre Núremberg estamos en plena fecha de Adviento) y al fondo de la animada calle, repleta de comercios, se atisba el puente de Carlos, formando todo ello una estampa idílica. Le recuerda un poco al de Praga, con el que comparte nombre y que ya conoció unos años antes.
En pleno centro de la ciudad, está ubicado su Christkindlesmarkt, que ya lo vio cerrado la noche anterior. Mucho más pequeño que el de Núremberg, se trata de un mercado navideño muy coqueto. Sus puestos guardan una gran armonía entre sí y cada uno de ellos parece obedecer a una especialización temática. Cerrando el mercado, se ubica un puesto de mayor tamaño que dispensa todo tipo de viandas propias de la gastronomía alemana: salchichas de todos los tamaños, carnes guisadas de distintas formas y el siempre preciso vino caliente propio de estos climas tan extremos. El mercado está muy concurrido de ciudadanos de Würzburg y visitantes. Entran en un pequeño puesto, repleto de motivos navideños, y vuelve a sorprenderlo su cuidada decoración. Todo parece tener vida propia. Asimismo, comprueba que los dueños de los distintos comercios que frecuentan son amables y se desviven por atender. Está claro que este país posee una enorme tradición en cuanto al fomento del pequeño comercio, algo que en España es cada vez más difícil de apreciar, piensa para sí.
Una nueva visita al puente de Carlos, en esta ocasión de día, y la contemplación de parte de la ciudad y su gran río convence al viajero de que está ante una de las ciudades más privilegiadas de Baviera, algo que se debe en gran parte a su prestigiosa universidad pública, una de las más valoradas de todo el país.
Por la noche, vuelven de nuevo a las andadas gastronómicas y observan que es muy difícil encontrar mesa si no se ha reservado con antelación. Debemos considerar que se encuentran en una de las zonas más ricas de Alemania, algo que se aprecia. Además, son días casi festivos. Finalmente, la encuentran en un coqueto restaurante que está atendido por camareras ataviadas con los vestidos tradicionales bávaros. Deben compartir mesa con un hombre de mediana edad, que dice ser austríaco, y que resulta ser un tipo agradable y parlanchín. En muchos países europeos es normal que se haya de compartir mesa con personas desconocidas, experiencia que resulta interesante, a pesar de las reticencias iniciales que en España se posee de esta práctica. Lógicamente, quienes comparten siempre acaban conversando. Comer une mucho y eso suele ser siempre una experiencia agradable como ya expondrá el viajero en sucesivas crónicas. 
El restaurante, como ya ha contado de otros, está provisto también de una cuidada decoración, aderezada por la navideña. Y la alta temperatura, las amplias viandas, la presencia colosal de la cerveza y la vestimenta de las camareras que los atienden con amabilidad, producen en el viajero y sus acompañantes unas inolvidables sensaciones; y la fuerte convicción de sentirse en lo más esencial y tradicional de la vieja Europa, cuya cultura ancestral tanto representa para el viajero. 

El viaje a Würzburg está incluido en Cuatro ciudades bávaras del ebook: Artículos y relatos de viajes, disponible en Amazon

22 noviembre 2018

CINE: MARY SHELLEY (UK, 2017)

Mary Shelley Shelley es una autora conocida, principalmente, por su universal obra Frankenstein pero su bagaje cultural y literario era muy amplio y la llevaron a sumergirse en otros géneros literarios, incluido el ensayo. No en vano sus padres eran destacados intelectuales de ese Londres victoriano y gótico que tantos talentos dio. En realidad, su nombre y apellidos de nacimiento fueron Mary Wollstonecraft Godwin. Su madre, Mary Wollstonecraft, fue una intelectual y activista preocupada por los derechos de la mujer y su padre, Willian un famoso filósofo y escritor. Ambos compartían una visión del mundo libertaria y es, quizá, por eso por lo que los apellidos de la hija, y después famosa escritora, aparezcan invertidos.
Lo de Shelley se debe al casamiento con el conocido poeta, uno de los más importantes de su generación. Y sería a raíz de ese casamiento cuando la escritora comenzara a sufrir enormes penalidades que unidas a su visión del mundo (muy gótico, hay que decir) la llevaron a crear esa magna obra, gracias a que también era una devota de la ciencia. Sin embargo, Frankenstein es más una metáfora que una obra de ciencia ficción. Una metáfora con un claro mensaje trágico del mundo que le tocó vivir a su autora. Una visión nada positiva del hombre al que enjuicia como un monstruo, que también puede hacer cosas maravillosas.
Hasta ahí más o menos lo que sabemos de la autora (muy resumidamente, por supuesto), luego, ¿qué nos cuenta este biopic fílmico de esta autora? Nos cuenta, no tanto vida completa, sino las distintas etapas vividas hasta la creación y publicación de la obra, que no las tuvo todas consigo al principio, principalmente, porque estaba escrita por una mujer y eso en una sociedad con una fuerte moral favorable al hombre y casi nada a la mujer suponía un problema. Es más, es posible que pudieran publicarse las primeras ediciones porque el prólogo o introducción estaba escrito por su esposo, Percy Shelley, ya consagrado como poeta y ensayista.
La película, sin tratarse de nada extraordinario, posee la calidad suficiente como para no despotricar de ella. Cuenta con un guión claro y una dirección correcta y eso ya es mucho en este tipo de películas, mucho más cuando se trata de vidas tan complejas como las de estos artistas e intelectuales británicos que vivieron a caballo entre los siglos XVIII y XIX. Se ofrece en la película, también, un importante protagonismo al poeta Lord Byron, que siempre se ha considerado como el exponente principal de esta generación. De hecho, la obra Frankenstein está muy relacionada con su figura (se ha llegado a decir que está inspirada en él) y surgió en la mansión de Ginebra donde los Shelley, la hermanastra de Mary y el médico personal de Byron, John Willian Polidori (autor del relato El vampiro que, como Frankenstein, surgió en aquella noche tan misteriosa y extraordinaria de tormenta y que se atribuyó Byron)  también escritor pasaron una temporada junto a Byron
La película Mary Shelley no es una película optimista ni alegre, como no lo fue la existencia de esta generación de grandes autores, que dejaron una impronta muy importante en la literatura británica y universal. Y, sí, merece la pena verla para conocer más sobre esta autora y su obra universal.

14 noviembre 2018

EL CUENTO DE NAVIDAD

Cuento de Navidad en Cadiz, Casa Palacio Aramburu: Horario y Entradas
 Desde que aquel británico de nombre Charles y apellido Dickens nos deleitara con su Canción de Navidad, muchos autores han querido seguir sus pasos y adscribirse a este género -porque es un género en sí- del cuento de Navidad, una época muy propicia para alegrar y entristecer con las palabras, porque ambas cosas hay en este género universal de la literatura.
El cuento de Navidad, como tal, está circunscrito a un periodo concreto. Descansa durante once meses y se levanta de su letargo el último mes del año. No diré que no haya lectores que gusten de leer en época no navideña, que los habrá, pero lo dudo. Lo que sí parece más claro es que quienes lo escriben parecen sentirse más inspirados en esta época. Es mi humilde caso. Los que he escrito, casi siempre -sino siempre-  en fechas cercanas o inmerso ya en periodo navideño. El motivo está claro: es cuando el espíritu se siente más conmovido e inspirado.
De hecho, este año también me he sentado al ordenador a escribir uno -es posible que salgan dos-, pero no es siempre así. Hay años en los que no encuentro inspiración o temas que abordar en un relato que, por lo general, no suele superar las dos mil palabras.
Es posible que no existe un mapa concreto para escribir un cuento o relato navideño, pero sí deben estar presentes motivos navideños para que pueda considerarse como tal. Y motivos navideños hay muchos. Están los materiales: la nieve, los adornos, las comidas familiares, los árboles de Navidad, los belenes... Pero también los hay internos, tal vez, muchos más. Unos están relacionados, como decía al principio, con la alegría y otros con la tristeza. Además, está la soledad, la nostalgia, la melancolía.. Sentimientos que parecen estar ocultos el resto del año -en ocasiones no tan ocultos- y que afloran en esta época. Por tanto, sigamos adorando este género, que perdurará mientras nosotros queramos que perdure.

09 noviembre 2018

LIBRO: LOS MEJORES POEMAS DEL XXV PREMIOS DE POESÍA DE TARIFA


Hoy al llegar a casa, me encontré en el buzón este pequeño y precioso libro que recoge los mejores poemas de los XXV Premios de Poesía Luz, convocado por el Ayuntamiento de Tarifa y editado por la editorial ImagenTa. Un buzón, que debido a la irrupción del mundo digital, ha quedado para poco más que para facturas y publicidad buzoneada, pero que aún guarda un rincón de sueños con correspondencia propia de otra época no tan lejana. 
La pequeña historia de mi relación con este concurso poético es peculiar, entre otras cosas, porque yo no soy poeta, o al menos, no me considero tal, sino una persona que le gusta escribir sobre casi todo y en ese todo se encuentra la poesía, que la concibo como un mundo de imágenes, síbmolos y palabras. El caso es que un buen día, acabado mi poemario, Me iré con el primer viento, deseché varios poemas. Todos sabemos que los concursos solicitan poemas inéditos, no publicados. Por tanto, si el libro iba a ser publicado (aún está en esa fase de espera o duda o ambas cosas), esos poemas ya no podrían presentarse a concurso alguno. Pero, como digo, había desechado algunos. Tal vez, los que me gustaban menos, los que consideraba menos trabajados y, sobre todo, todos esos temáticos que podrían ver la luz algún día en otro poemario, insisto, temático, como es el caso de los poemas relacionados con correr.
No soy dado a presentar cosas a concurso, pero un día vi anunciado este de Tarifa, sobre el que leí que era prestigioso a nivel nacional, por lo que alcanzaba un elevado número de participantes, algo que se corrobora en la contraportada del libro que he recibido. Así que me dije: no tengo nada que perder. Y envíe un poema corto (a vuelapluma creo que es el más corto de los seleccionados en el libro), uno de los que no consideraba demasiado trabajado, la verdad. Su título: Tiempo dormido. Pasaron los meses y olvidé el concurso. Está claro que si no se ponen en contacto contigo es porque no has ganado o, ni tan siquiera, te han seleccionado en la antología a publicar, que se anunciaba en las bases del concurso. Por tanto, como digo, pasó al olvido, hasta el punto que he tenido que 'tirar' de memoria para recordar por qué venía un poema mío en este libro. Han sido unos segundos de zozobra, sí, y confusos. No me habían notificado nada con antelación, he ahí el motivo de la confusión. 
Tras leer los dos poemas ganadores (muy buenos ambos, sobre todo el segundo premio) y otros a salto mata (los leeré todos, claro está), he comprendido que el nivel es enorme, que no se trata del clásico panfleto en el que pretendidos poetas garabatean unos versos, nada de eso. Puedo decir que yo, que no soy dado a sorprenderme fácilmente por lo que escriben otros y menos en poesía, he quedado gratamente sorprendido.
En fin, que no me enrollo más y os remito a las fotos del libro y de mi poema por si queréis echar un vistazo.
Estoy contento, sí, porque a veces llegan cartas...  

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...