Reproduzco a continuación el artículo que me publicó el diario Ideal el pasado 23 de agosto y que con tanto cambio, hasta ahora, no me ha sido posible subir al blog.
LITERATURA DE VIAJES
Cuando
nos referimos a literatura de viajes no estamos aludiendo a meras guías de las
muchas que pululan por el mercado y que solemos adquirir cuando visitamos una
ciudad o un país. Son guías útiles y prácticas, bien escritas por alguien que
ha hecho el recorrido que nosotros pretendemos emular y cumplen con creces la
función para la que nacieron. Podríamos decir que son como libros de autoayuda
aplicadas al turismo, nada más.
Sin embargo, si nos referimos a
literatura de viajes aludimos a otra cosa muy distinta. Nos referimos a un
género literario que ha ido tomando cuerpo poco a poco en nuestro país, muy
auspiciado por esos célebres viajes por España de autores románticos franceses
e ingleses en el siglo XIX; y diversas muestras hay de viajeros de esos y otros
países por España en ese siglo, cuando viajar por nuestro país era más una
aventura que un viaje a causa de la inseguridad de los caminos que unían
ciudades y pueblos. Así lo viene a indicar el escritor francés, Théophile
Gautier, en su obra 'Viaje por España, Ed. 1843' que relata un viaje de seis
meses que lleva a cabo en 1840 por algunas de las ciudades más importantes de
nuestro país.
No obstante, no fueron los viajeros
franceses e ingleses los únicos que plasmaron en papel sus impresiones
viajeras. De hecho, un buen ejemplo es nuestro universal escritor accitano,
Pedro Antonio de Alarcón, que perteneció a ese exclusivo grupo de literatos
españoles que apostó por este tipo de literatura, llegando a dedicar un libro de
viajes a la Alpujarra en el último
tercio del siglo XIX.
Pero hubo que esperar hasta 1948 para
que el panorama de la literatura viajera en España diera un giro copernicano
gracias a la pluma del nobel Camilo José Cela, el cual en su 'Viaje a la
Alcarria, Ed. 1948' introduce una impronta que, en mi opinión, dista mucho de
ser romántica, si bien todo lo que tenga que ver con los recuerdos, las
añoranzas y los sentimientos, atributos básicos en la literatura viajera, de
alguna manera lo es por muy decimonónica que sea esa corriente literaria. Y es
que con Cela se inaugura una nueva manera
de contar y narrar los viajes. Fiel a su estilo directo, desvergonzado y sin
tapujos, pero no exento de calidad literaria, 'Viaje a la Alcarria' supuso una
bocanada de aíre fresco en la forma de ver y contar con prurito literario lo
que podría pasar desapercibido al viajero que no viaja con esa vocación.
Además, ese libro contribuyó a poner
en el mapa a esa comarca repleta de pequeñas poblaciones, muchas de las cuales fueron
importantes en distintos periodos de la historia de España como es el caso de
Pastrana y su relación histórica con Ana de Mendoza y de la Cerda, conocida
como la Princesa de Éboli, o el de Cifuentes, lugar de nacimiento de la
indicada noble española que tan peculiar papel desempeñó en la intrigante corte
de Felipe II; o la estrecha relación de este pequeño municipio alcarreño con el
literato y noble Don Juan Manuel, en cuyo término mandó construir el autor de
'El Conde de Lucanor' en el siglo XI el castillo que aún se muestra enhiesto
presidiendo alto y orgulloso la pequeña villa.
Porque la buena literatura de viajes
contribuye a la idealización del lugar narrado y nos acerca a los hechos históricos, contados de primera mano por el literato
viajero con una prosa literaria cálida y cercana ausente en los libros de historia. Una
literatura que nos anima a visitar ciudades y lugares que ya quedarán para
siempre en la retina. Sin embargo, no existe una visión unívoca dentro de la literatura de viajes. De hecho, quien
esto suscribe se sintió defraudado cuando se adentró en las páginas del libro
citado anteriormente, 'Viaje por España', de Gautier al comprobar que en las
páginas dedicadas a la Granada de 1840 -a pesar de los profusos datos sobre la
Alhambra y el Albaicín, incluso sobre Sierra Nevada-, ofrece una visión muy
sesgada de la ciudad a nivel social, principalmente - él mismo lo viene a insinuar
en algún momento-, por haber conectado
el viajero romántico tan sólo con el entorno social y económico más
privilegiado de la ciudad, sin que tengamos referencias concretas sobre el
costumbrismo latente en el pueblo.
Ese aspecto es mejorado en la
literatura viajera de Cela, autor muy minucioso con los pequeños detalles de su
viaje a pie por gran parte de la Alcarria en junio de 1946, aspecto éste que nos
ha permitido a sus lectores tomar el puso al 'modus vivendi' de esa comarca
gracias al contacto directo del autor con las gentes llanas del lugar, gran
mayoría por entonces, en esa zona deprimida de la España rural de la posguerra.
Casi cuarenta años después el propio Cela, ya escritor consagrado, repitió ese
viaje en 1985 -'Nuevo viaje a la Alcarria', Ed. 1986-, en Rolls-Royce, con choferesa negra y con
gran aparataje mediático; e, incluso, en esa revisión del primer viaje
encontramos una literatura viajera de alto nivel que ha sido continuada con
posterioridad por autores más jóvenes, como es el caso de Julio Llamazares, por
citar tan sólo a uno de los escritores actuales que fomentan este tipo de
literatura.