Inicialmente conferí el título de "Asics Émbarras" a las 2100, por aquello de ser las más veteranas del grupo y las primeras que tuvieron ese honor, aunque son las que mejores sensaciones dan en cada pisada. Pero ocurre que hay que salir de nuevo a correr y las titulares se encuentran en el pabellón de reposo, desmaquillándose para mejor ocasión. De manera que es inevitable que debuten en este terreno sus hermanas mayores, las Asics Kayano y sus primas, muy lejanas, las Saucony Triump. Estos tres pares ya conocen lo que es penetrar sin piedad en charcos, hundirse sin remedio en barro, o sencillamente, lodo.
Porque no existe apenas un entrenamiento en el que no tenga que sufrir esos barros del ayer, que serán los lodos de hoy.
Esta tarde de sábado era muy desapacible para correr y mi horario de entrenamiento no está siendo del todo ortodoxo. Pero a estas alturas uno que es corredor, ya no se plantea mirar al cielo ni al suelo, porque estando de lleno en este menester preparatorio, no hay otra que salir, acumular kilómetros, sin plantear otras cuestiones ni avanzar en otras pesquisas.
Si ayer fueron 13 los kilómetros hechos, con más chispa, al ser una distancia menor, hoy la idea era llevar a cabo 25.
EL BARRO COMO ALIADO
Lo negativo de las tiradas kilométricas son dos cosas básicas: es conveniente alejarse con frecuencia del asfalto, muy agresivo para los miembros inferiores, lumbares y espalda; en consecuencia, ello implica buscar caminos de tierra, mucho menos agresivos. Pero está el barro.
Estamos atravesando un periodo de lluvias y los caminos no evacúan con la rapidez deseada. Si además, se da la circunstancia que pasan vehículos - tractores mayormente - y hay abiertas determinadas obras de canalización o paso del AVE por la Vega de Pinos Puente, el resultado es encontrar zonas totalmente impracticables.
Decía el otro día que localicé barro en el flequillo, y es cierto; de hecho, hoy lo he localizado cerca del hombro derecho, y la malla negra ha competido esta tarde con otro color: un marrón negruzco.
Es normal que eso sea molesto, pero si el camino es un sólo charco de nada servirá ir esquivándolos. Muchos afirmarán que se disfruta como un chiquillo, pero no, es molesto, porque el agua entra hasta convivir con el pie y la percepción es desagradable, aunque hay que continuar moviendo las piernas.
Así que no he tenido otra opción que dejar el entrenamiento en 21 kilómetros, hechos a cinco minutos el mil, si bien lo previsto inicialmente era hacer 25.
Cuando salía esta tarde a las cinco menos cuarto, supe desde el primer kilómetro que no sentía buenas sensaciones: la respiración no era sosegada y me faltaba un punto de energía. Para colmo, comenzaron a caer grandes gotas que pronto se tornaron en pequeños granizos. No fue más de tres o cuatro minutos, pero a la vez el frío era muy intenso.
Esas sensaciones malas quería combatirlas con sorbos breves al "Camelback", que contenía casi un litro de isotónico, pero pronto advertí que probablemente iba muy rápido y no había recuperado como creía tras los 13 kilómetros fuertes de ayer: sencillamente la mente memorizó el mismo ritmo de la tarde anterior y eso pude percibirlo en el kilómetro siete, donde reparé que rodaba a 4,35 el mil. La solución: bajar el ritmo. Eso posibilitó que las sensaciones fueran mejores y la respiración más regular.
No obstante, ese punto de fuerza de ayer hoy seguía completamente desaparecido, y la subida larga, pero no dura, de Zujaira poco iba a contribuir a la recuperación de esas sensaciones, que no llegaron del todo, pero ya no eran tan malas a la salida de Casanueva, en el kilómetro trece del recorrido.
Hasta entonces, aún no había sufrido en exceso el barro porque no había llegado el camino. Pero llegó a partir de Ánzola, faltando 8 kilómetros para completar el entrenamiento.
Comenzó de la manera más cruel: el pequeño vado de Ánzola se vio sorprendido por el pequeño desbordamiento del río Cubillas y no era posible ver la profundidad que en ese momento se alcanzaba. Probablemente no fuera mucha, pero cauto inicié un ejercicio de acrobacia por un "macho" orillado. Finalmente no hubo otra opción que arrojarme a ese pequeño río provisional, pero ya sí, percibiendo el fondo.
Con las zapatillas técnicas contamos con una ventaja: la configuración y el tejido de rejilla provocan un secado rápido. Ese baño las dejaron limpidas, pero enseguida llegó el barro, que no desapareció en los 8 últimos kilómetros.
La tarde ahora era más desapacible, pero ya hacía rato que me había desprovisto de guantes y gorro de lana. Me seguía faltando ese punto de fuerza y por eso necesitaba que el frío ahora fuera percibido por el rostro, pero el barro ralentizaba y carga las piernas.
Y para colmo, realmente, hoy me encontraba algo cansado.