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15 febrero 2017

¿EDGAR ALLAN POE, AUTOR MALDITO? (IDEAL, 15/2/2017)

¿EDGAR ALLAN POE, AUTOR MALDITO?

Por José Antonio Flores Vera
                       

Hay escritores con fama de malditos. Y ya nada hará que cambié la opinión pública hacia ellos. Han crecido en la literatura con esa vitola, siendo su signo de identidad y su desgracia al mismo tiempo. Ha bastado con que un primer biógrafo les haya etiquetado como tales para que ya nadie desdiga ese atributo. Una etiqueta que les ha dado fama una vez muertos, pero que les perjudicó en vida. Que les ha posibilitado que se conozca universalmente su obra, a pesar de que jamás gozaron de las mieles del triunfo mientras vivieron. Ocurre no solo con escritores, también con músicos, pintores, escultores…Casi todas las ramas artísticas han contado con alguno o varios en sus filas.
            Entre éstos, circunscrito al plano literario, quizá el caso más singular haya sido el de Edgar Allan Poe (Bostón,1809-Baltimore,1849). Etiquetado, casi desde el principio con el sobrenombre de maldito, gran parte de su obra ha sido leída, juzgada y analizada bajo ese prisma, si bien podría tratarse más de un adjetivo histórico impuesto en algún momento concreto que de una realidad, sobre todo si leemos con atención la enorme, rigurosa y documentada biografía que fue escrita sobre él, en 1995, por el escritor francés Geoges Walter (Budapest, 1921-2014), el cual evita en todo momento – si no defiende- referirse a ese sobrenombre de maldito, sabedor que ya poco podría hacer, principalmente desde que un autor celebre, Baudelaire (etiquetado también como maldito) así lo calificara en su momento en otra peculiar y clásica biografía sobre Poe y su obra escrita en 1856.
            Ahora bien, para el autor de Las flores del mar, Poe tan solo contaba con la maldición de las letras y toda su vida fue una constante búsqueda porque se conociera y publicara su obra, casi siempre sin éxito. Y si leemos con atención la biografía de Walter no será posible encontrar en el autor de El cuervo a un creador herido por la maldición, sino a un incansable trabajador de la literatura y de la prensa que apenas lograba sobrevivir con su afanoso trabajo como redactor en varias revistas y periódicos y casi toda su vida consistió en la búsqueda de ese puesto fijo de inspector de aduanas, que jamás llegó. Quizá ésa sea la versión del escritor de Baltimore que menos se conozca o, tal vez, menos interese conocer porque el mundo editorial ha encontrado un buen filón gracias a su etiqueta de maldito. 
            Hechos más o menos contrastados o dudosos hicieron de Poe un maldito para sus contemporáneos y algunos biógrafos. Esas visitas nocturnas al cementerio (delirios de juventud) para ver la tumba de su platónica amada forma parte de ellos, pero también sus locuras etílicas, algo más dudosas, en palabras de algunos admiradores de su obra, así como su peculiar literatura alejada de la amabilidad y de las buenas formas, y su acerada crítica a muchos de sus colegas contemporáneos, bastaron para la construcción de la leyenda que hoy nos ha llegado sobre este autor. Lo que sí queda, más o menos claro para todos, incluso para sus detractores más furibundos, es su talento, sobre todo en la narrativa corta del cuento y el relato, así como para la poesía, faceta del autor norteamericano que es menos conocida, a pesar de que es casi más amplia que la narrativa.

            Y si la maldición tiene alguna aureola desde el nacimiento, sus detractores siempre dirán que murió (fue encontrado muerto en extrañas circunstancias en una calle de Baltimore) como vivió, envuelto en esa extraña maldición que queda muy bien para etiquetadores literarios, así como para quienes gustan de buscar una literatura gótica cuyo origen podría partir de su poema narrativo El cuervo, o tal vez, de su cuento El gato negro; o bien, auspiciadores de la literatura negra que bien podría tener su origen en Los crímenes de la calle Morgue. En todo caso -y es solo una opinión- nos encontramos ante un autor muy prolífico y con gran talento literario -insisto-, cuya hipotética maldición, de haber existido, lo hubiera postrado en la más absoluta inanidad creativa, cuando su vitalidad literaria está demostrada dada su ingente obra que incluye cuentos, relatos, poesía, novela e, incluso, ensayos tan peculiares como Eureka.             

28 noviembre 2016

LA DEMOCRACIA TAMBIÉN ERA ESTO (IDEAL, 28/11/2016)

LA DEMOCRACIA TAMBIÉN ERA ESTO

                                                                       Por José Antonio Flores Vera

Para mucha gente, tres duros golpes han sido infligidos a la democracia en un poco margen de tiempo: la nueva victoria del PP en España, en su momento más álgido de causas judiciales abiertas relacionadas con la corrupción, el Brexit británico, en uno de los peores momentos de la Unión Europea, por mor de la lastrante crisis, la inmigración y los problemas de cohesión, y la victoria del ultraliberal Trump en Estados Unidos, en una época convulsa en el mundo en cuanto a relaciones geopolíticas. Duros golpes avalados por muchos millones de votos, a los que habría que sumar los obtenidos por los representantes más radicales de países democráticos de medio mundo, pero principalmente europeos. Se supone que la democracia también era esto.
            Y es por eso por lo que conviene hacerse las preguntas adecuadas. Sobre todo, para intentar comprender cómo millones de votos de países con democracias consolidadas avalan lo que parece denostado por otros tantos millones de ciudadanos, incluidos los que habitan en estos países, y medios de comunicación generalistas de medio mundo.
            La democracia es un salto al vacío, en ocasiones sin paracaídas. Porque de eso se trata, de que no haya andamiajes ni estructuras que impidan esa libertad de voto, para cumplir la máxima que siempre ha ido unida a este sistema político de un hombre, un voto, por muy contrario que pudiera parecer a los intereses generales esa decisión elegida libremente en las urnas. De lo contrario, pudiera convertirse en un sistema amañado, en el cual solo es posible que el voto válido sea el impuesto por una mayoría políticamente correcta, que en ocasiones es más acartonada de lo que estamos dispuestos a creer, si no manipulada o tergiversada.
            En democracia hay que admitir los resultados que provienen de las urnas, siempre y cuando el sistema electoral se compruebe limpio y acorde con la ley. De lo contrario, se violenta el principio más sagrado de este sistema político, que parece ser es al que aspiramos la mayoría de los ciudadanos del mundo. Otra cosa es despotricar sobre la deriva del mundo, la falta de valores, de cultura, de compromiso…Son otras cuestiones distintas que necesitarían una valoración diferente.
            Quizá, lo más honesto y sensato sería preguntarse por qué medio mundo vota de manera tan sorpresiva para el otro medio. Por qué una mayoría de españoles decide que siga gobernando un partido inmerso en casos de corrupción tan graves, o un gran número de británicos aboga por alejarse de la Unión Europea, o millones de estadounidenses eligen dar la espalda a políticas de más calado socialdemócrata y optan por políticas ultraliberales. Porque no siempre la respuesta está en el análisis demoscópico de la intención de voto, sino que también hay que buscarla en los motivos que han provocado dar la espalda a otras opciones políticas, en teoría, más comúnmente aceptadas o, tal vez, no tan denostadas. Es importante en este aspecto que las opciones perdedoras comiencen a hacerse planteamientos serios sobre sus fracasos políticos y electorales, incluso antes de despotricar sobre esos millones de votos alejados de sus intereses. Preguntarse por qué sus opciones políticas son menos atractivas que las que ofrecen otros actores políticos con aparentes intereses contrapuestos a la mayoría. 

            Porque, insisto, la democracia también era esto.      

15 noviembre 2016

¿JUSTICIA FISCAL O ÁNIMO RECAUDADOR? (IDEAL, 15/11/2016)

¿JUSTICIA FISCAL O ÁNIMO RECAUDADOR?

Por José Antonio Flores Vera

Cuando el ciudadano común -acostumbrado a ser víctima de todo el poder junto o aislado- se indigna ante el desfalco que sufre su bolsillo, de manera casi invariable piensa en el poder económico y corporativo de los grandes bancos, los cuales cuentan con el privilegio de ser protegidos (rescatados) por el poder político, que más veces de las que debieran se dan la mano, si no es que no van de la mano casi siempre como inseparables compañeros de viaje.
            Sin embargo, ese ciudadano indignado casi nunca piensa en la amenaza para su bolsillo que suponen las Administraciones Públicas. Sí en los políticos de turno, que se supone son quienes las dirigen, pero casi nunca en esos grandes leviatanes de múltiples cabezas que son las Administraciones. Pero resulta que esos grandes monstruos también nos desfalcan cuando lo precisan, que es casi siempre. Lo hacen por las vías ya consolidadas y a fuerza de mucha y diversa propaganda institucional, casi siempre respetada solemnemente por la ciudadanía, que ve en el tributo una formula antigua, consolidada y justa. Eso es así en un plano teórico, además de avalado por los estudios más sesudos en derecho tributario, pero nadie debe dar por sentado que todo lo que jurídicamente es aprobado deba ser justo. Ni por asomo jurídico es siempre igual a justo. Los justo o injusto, quizá, pertenece más a la esfera del sentido común, mientras que lo jurídico o no es más propio de un artificio, un consenso político, no lo olvidemos.
            La teórica justicia fiscal, que busca o dice buscar no otra cosa que una redistribución de la riqueza, en más ocasiones de las debidas no es más que la improvisación de unos pocos, unas meras cuentas hechas con el único fin de atender los gastos de un estado, una autonomía o un ayuntamiento. Y si el gasto es desmesurado y pródigo, el tributo se elevará en la misma proporción. No espere el ciudadano que las más de las veces el tributo consista en una proporción justa que sirva para esa redistribución. Nada de eso. Y si a eso unimos la facilidad con la que se implanta, se recauda y se embarga (sin necesidad de intervención del Poder Judicial), tendremos las claves perfectas para preguntarnos si existe en realidad una verdadera justicia fiscal -y social en última instancia- o tan solo un ánimo recaudador.
            Podría considerarse que el ciudadano medio ve saciada su inquietante sospecha cuando verifica que la Administración en la que deposita su dinero por la vía impositiva, hace un verdadero esfuerzo para administrar esos fondos tributarios; cuando observa que existe un verdadero interés redistributivo, proponiéndose esa Administración como ejemplo de austeridad y gestión eficaz. Aunque también podrá suceder, al contrario: ese ciudadano podrá aumentar su inquietante sospecha cuando no ve otra cosa que despilfarro, deficiente gestión, parasitismo, ejércitos de asesores y políticos retribuidos por encima de su capacidad. Es entonces cuando comenzará a dejar de creer en la naturaleza jurídica del tributo, en el argumento de la redistribución y en todos esos tecnicismos que parecen hechos para ocultar la verdadera razón del tributo, que probablemente haya perdido ya a estas alturas su verdadero fin y no sea otra cosa que el instrumento depredador que utilizan las Administraciones para sostener ese gasto infinito, casi siempre absurdo y las más de las veces injusto. De hecho, es fácil constatar que una mayor carga fiscal casi nunca lleva aparejada una mejora de los servicios públicos, los cuales necesitan de otro tipo de financiación para que sigan funcionando, llámesele copago, multas, tributos parafiscales u otro tipo de ajustes, casi siempre a cargo del ciudadano que los demanda.    

             

25 octubre 2016

ATRAPADOS EN LAS REDES (IDEAL, 25/10/2016)

                                                                      
                                                           ATRAPADOS EN LAS REDES

                                                                                   Por José Antonio Flores Vera

Vivimos en un mundo cambiante. Y el cambio ya no es cíclico. Es mucho más inmediato y cada vez más urgente. Un mundo cambiante, cuya explicación teórica siempre llega tarde. Y cuando llega, ya es el momento de volver a explicarlo porque han cambiado las reglas y los hábitos. Arduo trabajo para los sociólogos, que supongo no darán abasto.  
            En todo ese cambio está jugando un papel decisivo la irrupción de las redes sociales, las cuales cada vez ocupan más espacio en nuestras vidas hasta el punto de parecer estar atrapados por ellas.  No solo a niveles básicos de entretenimiento, sino también a niveles trascendentales. Quítenle a las nuevas generaciones (y a las no tan nuevas) las redes sociales y les estarás quitando parte de su existencia. La comunicación, la información, los hábitos de consumo, las relaciones personales…Casi todo se sustenta en ellas. El mundo se comprende mejor a través de ellas. Para muchos, sin su impronta, el mundo es mucho más incomprensible, porque basan su éxito en hacernos creer que están diseñadas a nuestra medida.
            Pero, ojo, que hay trampa. Al margen de teorías conspirativas, que se circunscriben en el ámbito del control que se quiere ejercer sobre la humanidad a través de las redes sociales, lo que sí parece claro es que la visualización del mundo real a través de éstas jamás podrá ser una solución. El mundo físico, ya sabemos todos que es complejo, cambiante, inabarcable, inexplicable casi siempre y no será el mundo cibernético de Internet y sus múltiples efectos el que logre explicarlo. Por lo pronto, un individuo normal como nosotros, a lo largo del día, tendrá ocasión de ver miles de imágenes a través de los diversos dispositivos con conexión a Internet. Imágenes que pretenden transmitir algo, ya sea ideológico, lúdico o testimonial. Una información que nuestra mente no podrá procesar en absoluto y que nos apartará de tareas que exigen concentración -aunque a priori no lo percibamos- como es la lectura, el estudio o una charla íntima con los amigos o la familia. Tal vez ése sea el efecto más pernicioso y perjudicial de todo ese mundo digital que nos atosiga, en el que todo el mundo tiene ocasión de plasmar sus ideas y sus gustos a través de palabras o imágenes. Toda esa vorágine diaria, probablemente, nos aparta de lo que, quizá, no debería jamás desprenderse el ser humano y que tantos siglos ha tardado en conquistar. Me refiero a la lectura. En mi opinión, una de las acciones humanas más trascendente. O, incluso, la contemplación de una obra de arte o la visualización de una magnífica película clásica, por poner algunos ejemplos. Sí, sin lugar a dudas, toda esta vorágine digital -que lejos de detenerse va en aumento- nos va apartando de esos actos esenciales para la formación del individuo como tal. De hecho, la propia literatura, el arte y el cine, por hablar de tres elementos fundamentales en nuestras vidas, cada vez se adaptan más a esa era digital, convirtiéndolas en otra cosa distinta a lo que eran. Una literatura de consumo efímero y digitalizado o una contemplación artística a través de los píxeles de la pantalla, son cosas distintas, habría que denominarlas de otra forma, pero no de manera similar a como se denomina la sensación que produce el tacto de un libro o la contemplación de una obra de arte original en una pinacoteca.    

              

12 octubre 2016

¡SEAN MUNÍCIPES, NO PARTIDISTAS! (IDEAL, 11/10/2016)

¡SEAN MUNÍCIPES, NO PARTIDISTAS!

                                       Por José Antonio Flores Vera

Formar parte de una sociedad en la que toda decisión política sea partidista no es tarea fácil. El ciudadano medio observa con sentido común que algo va mal en su ciudad e instintivamente piensa en el poder correspondiente, que suele ser el municipal. Y es posible que actúe en consecuencia y exija un arreglo o una solución al problema que le afecta, porque el ciudadano, por muy asqueado que esté de la situación política, por muy escarmentado que esté del partidismo político, siempre es menor de edad en cuanto a esperanza, ilusionado porque algo tenga, al final, solución. Pero no, se dará de bruces, siempre se dará de bruces.
            Y viene a cuento esta reflexión por lo que uno observa a diario en esta ciudad. Digamos, que hay tres o cuatro proyectos importantes que tienen que ver la mayoría de ellos con las infraestructuras y equipamientos públicos. No apuntaré con detalle cuáles son porque están a diario en las páginas de los medios de comunicación como éste y sería una tautología enumerarlos. Algunos de esos proyectos se deben a iniciativas estatales y otros a autonómicas; y sabemos que en pocas ocasiones ha habido coincidencia de partidos en ambos poderes territoriales. Por tanto, siendo eso así, la guerra está servida. Si el signo político del consistorio está en la línea del estatal, se defenderán los estatales y se criticarán los autonómicos; pero también puede ocurrir lo contrario. En Granada, en poco tiempo, ha sido muy visible ese partidismo al haberse sucedido un extraño cambio político en el ayuntamiento, inédito hasta ahora. Si hace unos cuantos meses, los proyectos que estaban en la agenda del consistorio granadino como prioritarios era el soterramiento y la estación del AVE, dirigiéndose las críticas hacia el PTS o el Metropolitano, ahora ocurre todo lo contrario. Todos estos proyectos están resultando desastrosos o inacabados, pero eso no parece importar a los munícipes granadinos. Lo importante no es otra cosa que la defensa de los proyectos que emanan de organismos dirigidos por su respectivo partido.
            Desde luego, todo esto no lo interpreta el ciudadano medio como algo serio. Es más, lo interpreta como un nuevo descrédito hacia la política. Sobre todo, porque se trata de algo que debería de estar por encima de opciones partidistas; se trata de la ciudad en la que vivimos, la que hemos construido entre todos. Los proyectos pueden ser buenos o malos, necesarios o no, pero jamás deberían ser partidistas. Un alcalde, un concejal, cuando opta a un cargo debería vestirse con la chaqueta institucional y no con la del partido, a pesar de que eso sea un riesgo para su permanencia y futuro en el mismo. La gravedad del cargo, la responsabilidad del mismo, debería ser más que suficiente para indicarle al partido que lo importante es mi ciudad. Ha habido casos así en España, casos destacados e históricos en los que el munícipe ha brindado con los ciudadanos los éxitos y los fracasos y no con el partido. He conocido y me he documentado sobre algunos casos concretos y he constatado que ese alcalde, unido al pueblo y no a su partido, ha obtenido más victorias y más amplias y mayores parabienes que el que ha optado por seguir los dictámenes de su partido. Porque, en realidad, quien pone y quita alcaldes no es el partido en sí, es el pueblo soberano, que deposita cada cuatro años su papeleta en la urna y que, a pesar de que no exista un sistema de listas abiertas en el ámbito municipal -ni en ningún otro-, el candidato a la alcaldía es siempre el visible e importante. La no observancia ciega de los dictámenes del partido siempre se premia en democracia.

            Lamentablemente, eso no está ocurriendo en Granada y podría ser una de las causas de lo complicado que es poner en marcha un proyecto serio en esta ciudad.         

29 agosto 2016

EL TEBEO DE ENRIQUE. (ideal, 29/8/2016)

EL TEBEO DE ENRIQUE   

                                                                       Por José Antonio Flores Vera
                                                                                                   
                                                                                  



   

    Mi corazón reposa
    Junto a la fuente fría.
    Llénalo con tus hilos
    araña del olvido.                                                                 
                                                                                         

Así denomino a este artículo porque sé que, a su autor, Enrique Bonet Vera, le gusta utilizar el término tebeo. A mí también. Luego, ¿a qué me refiero con el tebeo de Enrique? Lo diré rápido y breve: una obra enorme. Una obra mayor. Pocos se atreven a tratar en un cómic una temática tan honda como ésta, pero él sí se ha atrevido y ha salido más que airoso. Diría más, mucho más consagrado de lo que ya lo estaba como exitoso autor de cómic.                                                                                                                          Además, es granadino, por mucho que haya nacido en Málaga. Pero no hablaré aquí de Enrique (al que conocí por medio de un amigo común, Paco Cid, en la presentación de mi primer libro), a pesar de que podría dedicar diez artículos a ese menester, dada su calidad como persona y como escritor y dibujante. Hablaré de ‘La araña del olvido’, su última obra, cuyo prólogo, a cargo del escritor granadino Juan Mata, es muy clarificador.
            El escritor norteamericano de origen español, Agustín Penón vivió dos años en Granada (1955-1956) para tratar de conocer el cómo y el porqué del asesinato de Federico García Lorca, un mes después de la sublevación militar que provocó el estallido de la Guerra Civil española, y el sitio exacto de su enterramiento, en algún lugar entre Víznar y Alfacar. Intentar conocer tan solo eso ya resulta fascinante, pero la fascinación no queda ahí. Sobre todo, cuando uno se pregunta cómo sería esa Granada cerrada de mediados del siglo pasado que encontró el escritor norteamericano, aún marcada por una cruenta guerra -como toda España- y estigmatizada por el asesinato del poeta universal y la incertidumbre del lugar de enterramiento.
            Marta Osorio, fallecida hace pocos días, fue testigo de excepción de aquella Granada cerrada y muda como actriz que iba a protagonizar el papel de alcahueta en la representación de la versión que hizo Martín Recuerda de La Celestina y que fue prohibida por el gobernador civil de Granada a instancia del obispado. Por tanto, a excepción del escritor e investigador, ya fallecido, nadie mejor que ella pudo contar en su libro ‘Miedo, olvido y fantasías. Crónica de la investigación de Agustín Penón sobre Federico García Lorca (1955-1956)’, todo ese legado construido por Agustín Penón y que le fue entregado por Willian Layton, el gran amigo del escritor, una vez muerto éste. Legado que fue durante años guardado en esa maleta cada vez más abultada de documentos, fruto de la investigación que el escritor apasionado en la obra de Lorca cosechó en esa difícil Granada de los años cincuenta. Posteriormente, la autora granadina publicó también ‘El enigma de una muerte’, que recoge la correspondencia mantenida entre Agustín Penón y Emilia Llanos, que es un episodio que tiene gran protagonismo en el cómic de Enrique Bonet.
            Las obras literarias cuentan con la virtud de ser únicas y por eso la recreación que hace el escritor y dibujante granadino de los días vividos por Agustín Penón en Granada, basándose principalmente en la obra de Marta Osorio, es única también. En esos dibujos surge una nueva historia, o al menos, una nueva forma de contar las peripecias vividas por el escritor norteamericano en Granada. Sumergirse en estas historietas es regresar a la ciudad de mediados del siglo pasado. Lo será para quien la haya vivido, pero también para quienes no la hayamos vivido por razón de la edad. Lugares comunes que conocemos -o incluso ya desaparecidos- visionados a través la magia del cómic o tebeo. Sin embargo, no es solo eso. Es mucho más. Se trata de la recreación de ese ambiente granadino con el trasfondo de la muerte del poeta menos de veinte años atrás, cuando aún la herida supuraba por todas partes. Se trata de conocer de primera mano a personajes reales relacionados directa o indirectamente con ese cruel asesinato y su posterior enterramiento.

            Hay en ese ejercicio un equilibro perfecto. Una perfección que tiene mucha más importancia al tratarse de un asunto tan delicado que se desarrolla en pleno apogeo de la dictadura franquista, con las heridas aún demasiado abiertas, en una ciudad en la que todo corrillo, toda conversación, por velada que fuera, todo exabrupto anormal, podía ser visto y perseguido. En ese ambiente hostil y cerrado se conduce la intensa investigación de Agustín Penón a lo largo de dos años y que ha sabido recrear perfectamente Enrique Bonet en esta obra.          

10 agosto 2016

USTED PUEDE SER PROPIETARIO, Y LO SABE (IDEAL 10/8/2016)

USTED PUEDE SER PROPIETARIO, Y LO SABE

                                                                       Por José Antonio Flores Vera



A poco que observemos, llegaremos a la conclusión que nos va la propiedad, sentirnos dueños de las cosas que nos rodean. Es probable que no sea culpa nuestra sino de nuestros orígenes, nuestra forma ancestral de organizar y entender la sociedad. Desde siempre ha existido esa inclinación, si bien fue el genio jurídico romano quién asentó las bases legales de las distintas formas de adquirir la propiedad. De hecho, el brillante jurista romano Gayo supo ver que una de esas formas -fuera la propiedad pública o privada- podía darse si existía la suficiente voluntad y la paciencia necesaria. A esa institución jurídica se le denominó usucapio, que se conceptúo como una forma legal de adquirir la propiedad mediante la posesión continuada en el tiempo. Una institución que nuestro Código Civil -artículos 1930 a 1960- recoge bajo el nombre de usucapión, también llamada, prescripción adquisitiva o positiva.
            Y de todo ese mecanismo jurídico somos muy conscientes. Quizá no sea tan conocido el concepto jurídico-técnico, más centrado en el ambiente judicial, pero sí existe entre las gentes ese saber antiguo e innato que les indica que hay cosas que jamás podrán cambiar. Son las leyes de la lógica y el sentido común. Es algo que observas en la calle, en el comportamiento de todos nosotros. Hay como una especie de conocimiento impreso en los genes que nos dice que la posesión de algo de manera continuada y sin que nadie reclame su propiedad, con el paso del tiempo, pasa a la nuestra. Se intenta casi siempre, si bien no siempre se consigue porque se han de dar ciertos requisitos jurídicos, claro está. En la antigua Roma era aconsejable que esta institución existiera, porque las largas ausencias de muchos de los propietarios -soldados involucrados en invasiones de otras naciones- aconsejaba que la propiedad pudiera pasar a manos de otro si el propietario no regresaba (de hecho, muchos no lo hacían y creaban ciudades como Emérita Augusta), propiedad que también incluía a la propia esposa, la cual se postulaba con su símbolo fálico anudado – o no- al cuello.
            Pero, aunque pudiera parecer poco lógico que esta institución aún exista en los tiempos actuales, lo sigue haciendo porque la condición humana no ha cambiado demasiado en los últimos dos mil años. Hay infinidad de ejemplos de esa condición. Uno muy sonado en estos meses veraniegos y de playa: la propiedad del espacio de arena que mucha gente se arroga, bien clavando el palo de la sombrilla, como si se tratara de poner una pica en Flandes o demostrando una constancia diaria en el uso y disfrute a prueba de bombas. Nada más gráfico que la anécdota que me contaba hace poco un amigo sobre el hábito de una amplia familia que desde hace lustros instala sus reales siempre en el mismo espacio de una playa granadina a primeras horas de la mañana. Los demás conocen esa práctica y nadie osa ya ocupar ese espacio, ni tan siquiera si un buen día los usufructuarios no hacen uso del mismo. Es la costumbre; y la costumbre es una fuente de creación jurídica.
También es común en estas fechas el abuso excesivo que hacen las terrazas de los bares del espacio público, que lejos de adecuarse al número de mesas pactado con el respectivo ayuntamiento, alargan su frontera hasta el infinito. De hecho, ese achicamiento hace que muchos ciudadanos desistan de pasar por ese espacio público al existir tan solo un intimidante pasillo que para sí lo quisiera la pasarela Cibeles, lo que conlleva que proliferen aún más mesas. Con relación a esto último, convencido estoy que los locales situados en calles con anchas aceras o plazas cotizan mucho más, sabedores del uso de ese espacio público abusivo.

Pero no se trata tan solo de esos dos ejemplos. Los hay por doquier. Desde el comerciante que baliza un par de aparcamientos junto a su comercio hasta la ocupación de bancos de las plazas públicas, en los que apenas hay alternancia de sujetos; o la lectura prolongada de periódicos, como éste, en los bares; o el aparcamiento en el espacio común de la moto o el coche en cualquier comunidad de vecinos que se precie. Pero observen y encontrarán muchos más.

01 agosto 2016

¿QUÉ ES PROGRESO? (IDEAL 1/8/2016)



¿QUÉ ES PROGRESO?

 Por José Antonio Flores Vera

¿Qué es en realidad progreso? Es la pregunta que me hacía hace unos días cuando, desolado, veía que mi soñada vega, en el entorno de Pinos Puente, era fraccionada por un enlace de autovía. Un año antes, cuando comenzaron las obras, aun no queriendo creer lo que estaba por venir, las excavaciones de cimentación de un puente dejaron al descubierto lo que, al parecer, fue un amplio taller de cerámica tardorromano, según pude informarme. Me gustaba pasar corriendo por allí e imaginar cómo sería todo aquello dieciséis o diecisiete siglos atrás. Pero nada queda ya de todo eso. Tan solo la estructura de un robusto puente que elevará la autovía para dejar existir un camino asfaltado que comunica con los cortijos y hazas de la zona. Todo lo demás, el territorio fértil por el que pasará el enlace de la autovía, será arrasado por esa gran lengua de hormigón que creará dos bandos diferenciados. Una especie de muro de Berlín para la fauna, flora y las muchas personas que por allí pasean, hacen deporte o trabajan sus campos. Me pregunto si habrá habido algún estudio de impacto ambiental que aconsejara elevar todo el tramo de autovía por medio de puentes para evitar arrasar ese vergel que es la vega. A eso le denominan progreso.
La Real Academia Española de la Lengua en su primera acepción define el progreso como ‘Acción de ir hacia adelante’; y en su segunda acepción como ‘Avance, adelanto, perfeccionamiento’. Conceptos demasiado genéricos que, entiendo, no sirven para comprender en su integridad qué puede significar el progreso que, se supone, se ha de entender como mejora en la calidad de vida de las personas a las que, en teoría, va dirigido. Sin éste, nuestras vidas no hubieran mejorado tanto como lo han hecho en los últimos siglos. Eso no es discutible. Pero afirmado esto, es necesario reflexionar acerca de si llegado a un punto ese progreso no es más que involución, un ir hacia atrás. Por ejemplo, en el caso que citaba del enlace de la autovía. Las preguntas que levitaban sobre mi cabeza al ver ese leviatán de hierro y cemento eran las siguientes: ¿es necesario un enlace de autovía que posibilitará que pasen más coches y que conllevará dentro de pocos años la necesidad de otra autovía, que también propiciará más coches? ¿Es más importante la implantación de la obra pública que lo que destruye? Es probable que no nos hagamos esas preguntas con demasiada frecuencia tan mediatizados como estamos por el buen nombre del progreso, pero es necesario reflexionar sobre ello, porque un progreso excesivo y embrutecido podría suponer a la larga dar muchos pasos hacia atrás. Porque progreso también es preservar lo que nos ha regalado la naturaleza, la cultura o la historia.
Similares preguntas debemos hacernos cuando -otro ejemplo real- una superficie comercial da al traste con unos importantes restos romanos, perdiendo para siempre la oportunidad de saber qué fue y cómo fue el origen de una determinada ciudad. Para muchas personas unos restos arqueológicos no deben impedir ese progreso, pero me pregunto también qué seríamos, en realidad, si no conocemos lo que la historia nos ha legado. Porque poder presenciar los restos de hace dos mil años de una determinada ciudad es cultura; y la cultura -insisto- también es progreso. En este caso que comento, ni siquiera se han molestado en construir una estructura de cristal en el suelo que permita recordar esos restos, una formula bastante usada en ciudades históricas, incluida, Granada.
No se me escapa que para muchos sectores el progreso es tan solo construir y construir (lo que conlleva casi siempre destruir y destruir) sin mirar atrás, si bien, siempre serán los mismos sectores de siempre los que opinen así: los económicos y, en gran parte, también los políticos. Ambos se amparan -y mienten, en la mayoría de las ocasiones- en la creación de empleo y riqueza. Y, lógicamente, cuando se pronuncian esos términos tan absolutistas, que no admiten opinión en contra, poca gente se atreve a cuestionarlos, a pesar de que en muchas ocasiones ni ha habido creación de empleo ni, por lo tanto, riqueza. Solo ha quedado la excusa que ha permitido llevar a cabo el proyecto; megalómano, la mayoría de las veces.

   Pero, ¿y los ciudadanos? ¿Qué papel representan en todo esto? Ciudadanos a los que jamás se les pregunta sobre si consideran necesaria una autovía o un centro comercial o, bien, preservar un espacio de vega o unos restos romanos. Se supone que el voto cada cuatro años (últimamente cada seis meses) lo valida todo, pero no debería ser así. De hecho, hay ejemplos de países, como es el caso de Suiza, en los que antes de acometer alguna obra pública de calado lo suelen consulta al pueblo. Aquí, en cambio, solo sabemos de ella cuando comienzan a atronar las máquinas sobre nuestras indefensas cabezas.

06 enero 2014

UN PROPÓSITO ES UN DESPROPÓSITO (IDEAL 6/1/2014)


Por prioridades, o por aquello de lo caduco de la prensa, interrumpo el artículo sobre la última ciudad bávara -Múnich- (el cual volveré a subir mañana) y   dejo espacio para insertar el artículo que publico hoy en el diario Ideal, de temática muy de primeros de año. ¿Quién no se ha hecho uno o más propósitos al comenzar el nuevo año? ¿Quién no ha llegado al final del año y comprobado con desazón que no lo ha cumplido? De ahí que denomine a este artículo:  

UN PROPÓSITO ES UN DESPROPÓSITO

Por su propia naturaleza, un propósito suele consistir en un despropósito anclado en el tiempo. Y como no hay forma de desanclarlo, nada mejor que esperar a que comience el año para intentar hacerlo. De ahí que ninguno suela cumplirse.
            Ahora que ha comenzado el nuevo el año, todo el mundo se hace propósitos. Y está bien que así sea; al menos, como higiene mental y autocomplacencia. Pero hay que decirlo alto y claro: un propósito siempre nace con vocación de fracaso. Para eso se inventaron.
            De hecho, quien decide cambiar el rumbo de algún aspecto de su vida, ya sea dejar de fumar o comenzar a correr -por referirme a dos de los propósitos más al uso-, lo suele hacer sin importar que el nuevo año asome o que esté ya feneciendo. Es más, ni tan  siquiera se atrevería a llamarles propósitos. Esa denominación engañosa arruinaría la hazaña.
            Curiosamente, al hilo de estos dos propósitos citados, que casi todo el mundo ha acariciado en alguna ocasión, siempre me ha llamado la atención que se incumplan sistemáticamente, sin necesidad de esperar a que amanezca el día dos de enero. Dejar de fumar -o de beber-, curiosamente, se incumple metódicamente al alargarse los fastos de Nochevieja hasta bien entrado el primer día del año; y si eso es así, ¿quién tiene cuerpo para comenzar a correr ese mismo día si, además, no lo ha hecho hasta ahora?
            Los propósitos, por tanto, no son otra cosa que metáforas de nuestra propia existencia y es probable que hasta un resumen de nuestras vidas. Propuestas de llevar a cabo cosas que nacen con vocación de incumplimiento, pero que ofrecen una paz mental y espiritual mucha más casera y barata que el diván del psicoanalista.
            En ocasiones, los propósitos no son más que tendencias comerciales e incluso políticas. Me explico. Muchas de las cosas materiales que queremos para el nuevo año no son producto de nuestra deseo sino de las agresivas campañas de los publicistas, que sabedores de la vulnerabilidad de nuestra psicología la utilizan a su antojo: un coche para el nuevo año, aprender un idioma, un crucero, un nuevo móvil (no hay más que fijarse en los últimos anuncios del viejo año y los primeros del nuevo). E incluso tendencias políticas, decía, sobre todo si el año que se estrena es de elecciones: el propósito de cambiar los cargos políticos de tan nefasta gestión (en ese caso sí que resulta lamentable que los propósitos no se cumplan), a cambio de ofrecernos nuevos que al poco tiempo suelen mostrarse aún más incompetentes, si eso fuera posible.
            Por tanto, haga memoria el hipotético lector acerca de qué propósitos hechos el último día del año han llegado a ser fructíferos. En realidad, pocos o ninguno. En cambio, los nuevos hábitos -que no propósitos- suelen llegar sin preaviso. Sencillamente, un buen día alguien decide dejar de fumar porque comprende que es inútil, insalubre, molesto y costoso; y también un buen día -el verano es ideal para ello- decide comenzar a correr porque comprende que es útil para el organismo y la mente, saludable y agradable, además de barato. Así de fácil.

            Y ni tan siquiera ha denominado propósitos a esos cambios de hábitos ni ha tenido que esperar a que comience el nuevo año. 

07 octubre 2013

'FUNCIÓNFLAUTA' (IDEAL, 7/10/2013)

'Perroflauta',  'Yayoflauta'...¿quién no ha escuchado estos términos? Términos que se usan de manera diaria en el periodo de crisis. Pero van surgiendo nuevas derivaciones. Una que escuché a un compañero de trabajo y que me pareció muy representativa es 'Funcioflautas', para hacer alusión a las serias dificultades económicas por las que atraviesan determinados colectivos de funcionarios que ven que sus sueldos en vez de aumentar o mantenerse, bajan cada año, pero no sus obligaciones económicas ya de por sí paupérrimas. Así que me pareció interesante escribir un artículo de nombre genérico: 'Funciónplauta', el cuál ha salido publicado en Ideal en la edición de 7 de octubre de 2013. Por si no lo habéis leído en papel aquí tenéis su versión digital.    


FUNCIÓNPLAUTA 


Enferma tiene que estar una sociedad cuando aplaude los veinte kilos de euros anuales de Cristiano y vitorea a Messi en la puerta de los juzgados cuando acaba de declarar por presunto delito fiscal, al tiempo que raja contra los mil quinientos euros de sueldo de un policía. Podría tratarse de una burda simplificación, es cierto, pero a grandes rasgos así funcionamos en este país.
               Hay que decirlo claro: probablemente seamos el país democrático que más machaca a su función pública, la cual inspira en el imaginario colectivo una especie de rechazo por la fijeza del puesto y el sueldo fijo. Una fijeza del puesto cada vez más debilitada y un sueldo fijo progresivamente mermado hasta el punto que ya hay quien denomina a la función pública como 'funciónflauta', como bien me decía Eduardo, un compañero de trabajo, la otra mañana. Una denominación que deja a las claras las penurias económicas por las que atraviesan un enorme porcentaje de funcionarios de nivel medio y bajo tras años de estudio, para poder justificar que hay sectores en la sociedad que aún están peor. O sea, una especie de redentores modernos.
               Analizar de dónde viene esa aversión a los servidores públicos en este país no es tarea fácil. Probablemente de cuando el funcionario no era más que un protegido del político de turno, un recomendado, un cesante. Pero desde aquellos tiempos hasta ahora muchas cosas han cambiado a pesar de que ese imaginario colectivo aún sigue muy vivo.
               Gran parte de culpa de la persistencia de esa idea global la tiene el político que entró con la democracia. Y, particularmente, el de los últimos diez o quince años. De hecho, la función pública en España -cuesta creerlo- se comenzó a fomentar en serio en el tardofranquismo y bastaron un par de legislaturas democráticas para que comenzará a hacerse  añicos. Se confundió el servicio público, por medio de un sistema bien estructurado de igualdad,  mérito y capacidad, por el del pretendido servicio público basado en el clientelismo. Es decir, se vuelve de nuevo a los años en los que la función pública no era más que el capricho de políticos descerebrados e inmorales.  Políticos que confunden gobernar con apropiarse de lo que gobiernan; ser elegidos en las urnas con ser dioses.  Y en su endiosamiento no comprenden que hacen un flaco favor a la función pública como concepto, haciendo abstracción de las personas que la integran. La prostituyen y luego la arrojan a la basura sin que lleguen a comprender que lo que están haciendo es debilitar uno de los pilares más sólidos del Estado y de la democracia. Precisamente su solidez deriva de las ideas de los revolucionarios franceses al comprender que tras remover los cimientos políticos del país necesitaban la presencia permanente de un ente que preservara y continuara esos valores (la muy lúcida pregunta-metáfora de ¿quién ha de abrir la puerta del ministerio cada mañana?). Pero todo eso está siendo olvidado. Y por políticos demócratas, precisamente.

               De forma paralela a esa ceguera  de la clase política la sociedad, azuzada por ésta, amplifica ese desdén y lo eleva a categoría de plaga, al no comprender que la función pública real como concepto -no esa que ha entrado por la puerta de atrás del clientelismo-, es el valor más sólido de su vida diaria. El maestro, el médico, el policía, el funcionario de los juzgados y de la administración, el guardia civil de la carretera, el operario del ayuntamiento, el cartero, el inspector de Hacienda, el de Trabajo, el juez, ....Mucho más fácil: comiencen a contar desde que se levantan hasta que se acuestan el número de funcionarios que le atienden de manera gratuita a usted y a su familia (ya verá cómo en esa lista no aparecerá ningún asesor político) y a continuación compárenlos con los servicios que le ofrecen Cristiano y Messi. O, incluso, con los que les ofrecen esos políticos que les gobiernan. Y luego, me lo cuentan.    

27 agosto 2013

LITERATURA DE VIAJES (IDEAL 24/08/2013)

Reproduzco a continuación el artículo que me publicó el diario Ideal el pasado 23 de agosto y que con tanto cambio, hasta ahora, no me ha sido posible subir al blog.

LITERATURA DE VIAJES     


Cuando nos referimos a literatura de viajes no estamos aludiendo a meras guías de las muchas que pululan por el mercado y que solemos adquirir cuando visitamos una ciudad o un país. Son guías útiles y prácticas, bien escritas por alguien que ha hecho el recorrido que nosotros pretendemos emular y cumplen con creces la función para la que nacieron. Podríamos decir que son como libros de autoayuda aplicadas al turismo, nada más.
            Sin embargo, si nos referimos a literatura de viajes aludimos a otra cosa muy distinta. Nos referimos a un género literario que ha ido tomando cuerpo poco a poco en nuestro país, muy auspiciado por esos célebres viajes por España de autores románticos franceses e ingleses en el siglo XIX; y diversas muestras hay de viajeros de esos y otros países por España en ese siglo, cuando viajar por nuestro país era más una aventura que un viaje a causa de la inseguridad de los caminos que unían ciudades y pueblos. Así lo viene a indicar el escritor francés, Théophile Gautier, en su obra 'Viaje por España, Ed. 1843' que relata un viaje de seis meses que lleva a cabo en 1840 por algunas de las ciudades más importantes de nuestro país.
            No obstante, no fueron los viajeros franceses e ingleses los únicos que plasmaron en papel sus impresiones viajeras. De hecho, un buen ejemplo es nuestro universal escritor accitano, Pedro Antonio de Alarcón, que perteneció a ese exclusivo grupo de literatos españoles que apostó por este tipo de literatura, llegando a dedicar un libro de viajes a  la Alpujarra en el último tercio del siglo XIX.
            Pero hubo que esperar hasta 1948 para que el panorama de la literatura viajera en España diera un giro copernicano gracias a la pluma del nobel Camilo José Cela, el cual en su 'Viaje a la Alcarria, Ed. 1948' introduce una impronta que, en mi opinión, dista mucho de ser romántica, si bien todo lo que tenga que ver con los recuerdos, las añoranzas y los sentimientos, atributos básicos en la literatura viajera, de alguna manera lo es por muy decimonónica que sea esa corriente literaria. Y es que con Cela se inaugura  una nueva manera de contar y narrar los viajes. Fiel a su estilo directo, desvergonzado y sin tapujos, pero no exento de calidad literaria, 'Viaje a la Alcarria' supuso una bocanada de aíre fresco en la forma de ver y contar con prurito literario lo que podría pasar desapercibido al viajero que no viaja con esa vocación.  
            Además, ese libro contribuyó a poner en el mapa a esa comarca repleta de pequeñas poblaciones, muchas de las cuales fueron importantes en distintos periodos de la historia de España como es el caso de Pastrana y su relación histórica con Ana de Mendoza y de la Cerda, conocida como la Princesa de Éboli, o el de Cifuentes, lugar de nacimiento de la indicada noble española que tan peculiar papel desempeñó en la intrigante corte de Felipe II; o la estrecha relación de este pequeño municipio alcarreño con el literato y noble Don Juan Manuel, en cuyo término mandó construir el autor de 'El Conde de Lucanor' en el siglo XI el castillo que aún se muestra enhiesto presidiendo alto y orgulloso la pequeña villa.
            Porque la buena literatura de viajes contribuye a la idealización del lugar narrado y  nos acerca a los hechos históricos,  contados de primera mano por el literato viajero con una prosa literaria cálida y cercana  ausente en los libros de historia. Una literatura que nos anima a visitar ciudades y lugares que ya quedarán para siempre en la retina. Sin embargo, no existe una visión unívoca  dentro de la literatura de viajes. De hecho, quien esto suscribe se sintió defraudado cuando se adentró en las páginas del libro citado anteriormente, 'Viaje por España', de Gautier al comprobar que en las páginas dedicadas a la Granada de 1840 -a pesar de los profusos datos sobre la Alhambra y el Albaicín, incluso sobre Sierra Nevada-, ofrece una visión muy sesgada de la ciudad a nivel social, principalmente - él mismo lo viene a insinuar en algún momento-,  por haber conectado el viajero romántico tan sólo con el entorno social y económico más privilegiado de la ciudad, sin que tengamos referencias concretas sobre el costumbrismo latente en el pueblo.

            Ese aspecto es mejorado en la literatura viajera de Cela, autor muy minucioso con los pequeños detalles de su viaje a pie por gran parte de la Alcarria en junio de 1946, aspecto éste que nos ha permitido a sus lectores tomar el puso al 'modus vivendi' de esa comarca gracias al contacto directo del autor con las gentes llanas del lugar, gran mayoría por entonces, en esa zona deprimida de la España rural de la posguerra. Casi cuarenta años después el propio Cela, ya escritor consagrado, repitió ese viaje en 1985 -'Nuevo viaje a la Alcarria', Ed. 1986-,  en Rolls-Royce, con choferesa negra y con gran aparataje mediático; e, incluso, en esa revisión del primer viaje encontramos una literatura viajera de alto nivel que ha sido continuada con posterioridad por autores más jóvenes, como es el caso de Julio Llamazares, por citar tan sólo a uno de los escritores actuales que fomentan este tipo de literatura.                 

27 abril 2013

CONTRADICCIÓN (IDEAL 27/4/2013)

¿Quién no se ha sentido alguna vez contradictorio? ¿Quién no ha considerado en alguna ocasión que lo que piensa o siente es contradictorio? Curiosamente, determinados pensadores marxistas aludieron a la contradicción como concepto a la hora de abordar sus planteamientos teóricos. 
De todo eso escribo hoy en Ideal ¿Os lo vais a perder? Podéis leerlo en papel o aquí, vuestro blog:  





CONTRADICCIÓN


'El movimiento mismo es una contradicción' afirmó Engels. Y qué duda cabe que esta frase del pensador alemán encierra mucha verdad. La vida es movimiento y el movimiento es contradicción.
               Las fuerzas del bien y del mal. El yin y el yang, la dualidad de lo existente. Mal iría todo si se dirigiera en una sola dirección. Un mundo unívoco, plano. Un mundo sin perfiles, sin aristas, donde todo es coherente y nada es ambiguo. Sí, la contradicción está muy presente en nuestras vidas; es más, la contradicción conforma nuestra propia existencia.
               Cada día nos movemos en páramos de contradicción donde el caos reina a su antojo, haciendo que la existencia se convierta en una mera brizna de paja a merced del viento. Pero aún así, luchamos a diario contra las fuerzas contradictorias; hacemos de esa lucha un intento de perfección que, en realidad, no existe. Nos gusta cómo escribe alguien, pero odiamos su personalidad; nos embelesa la música de determinados grupos o autores pero excavamos en sus personalidades y sentimos rechazo; no nos gusta el careto del vecino, pero reconocemos que es educado y nada ruidoso; odiamos la caza, pero nuestro mejor amigo es cazador; odiamos los toros, pero miembros de nuestra familia son taurinos confesos; nos gusta el azúcar pero también la sal; el güisqui pero también la leche. Todo es un cúmulo de contradicciones sin remedio.
               La contradicción es como una hiedra que lo va cubriendo todo. Se intenta extirpar, pero eso tan sólo consigue que la fuerza de sus ramas acaben cubriéndolo todo. No hay remedio porque 'el movimiento mismo es una contradicción'. Una especie de contrapeso que rige en las fuerzas naturales, algo así como el día y la noche que son, tal vez, los ejemplos más claros de contradicción que se conocen. Pero difícilmente se podría explicar el día sin noche ni la noche sin día.           
               Si trasladamos esa misma contradicción al ser y sus circunstancias, comprobamos que nada podría resultar tan contradictorio como el ser mismo. Existen contradicciones vanas y contradicciones vitales. Las primeras no implican riesgo ni son nocivas (dudar acerca de qué coche comprar, qué camisa ponerse), pero, curiosamente, se nos va la vida en ellas. Están tan presentes en nuestra existencia que consideramos que son importantes, pero no lo son. Sin embargo, las contradicciones vitales -que son las importantes- se suelen postergar. Están ahí tan recónditas que ni siquiera son percibidas, a pesar de que nos permiten caminar cada día y nos sacuden el alma; forman parte del movimiento y sin éste nada somos. En la inmovilidad, por su propia naturaleza, no cabe la contradicción. De ahí que los grandes pensadores como el citado Engels y el mismo Karl Marx, entre otros, a la hora de abordar sus teorías, que pretendían sentar las bases del cambio social y económico del mundo, tuvieran muy presente en sus obras el concepto de la contradicción como antídoto contra el inmovilismo.  


(PERO, NO DEJÉIS DE VISITAR LA ENTRADA ANTERIOR SOBRE LA PRUEBA DEL PADRE MARCELINO)


22 febrero 2013

FALLIDA REORDENACION DEL SECTOR PÚBLICO ANDALUZ (IDEAL, 22/2/2013)


Es fin de semana y necesitamos descansar; leer cosas amenas, hacer deporte, relajarse en definitiva...Pero os sugiero la lectura de este, mí artículo, publicado este viernes en Ideal. Os lo sugiero porque está escrito para que se entienda de forma clara lo que ocurre en la Junta con su pretendida Ley de reordenación, conocida por todos como del 'enchufismo'; y porque está pensado para el público en general y no tan sólo para el personal perjudicado

 FALLIDA REORDENACIÓN DEL SECTOR PÚBLICO ANDALUZ 

A las Administraciones Públicas se les ha ido la mano en materia de personal. O mejor dicho: se les ha ido la mano a los políticos que las dirigen. Olvidaron pronto lo que preceptúa la Constitución en materia de acceso a la función pública y con el paso de los años han ido construyendo un rompecabezas del que ya no es fácil salir. Para buen ejemplo de este dislate está el caso de Andalucía, que podría pasar por ser el más escandaloso de este Estado agonizante, que ya tiene su mérito.
Aquí en el sur, la Junta de Andalucía comenzó hace lustros a deteriorar de forma voluntaria su propia función pública por la vía de los hechos consumados. Inicialmente, ese deterioro comenzó lento y pausado: se iban creando diversos entes y empresas públicas, que pocos sabían para qué servían ni cuál era el sistema de acceso; algo paradójico, porque ya se contaba con una Administración potente, poblada de funcionarios y personal laboral. Empleados públicos -provenientes del Estado, ayuntamientos y propios- más que suficientes para cumplir con las tareas encomendadas por el Estatuto de Autonomía en los distintos sectores de actividad, excepto casos puntuales de necesidad coyuntural. Es más, en la misma medida que se creaban cada vez más entes y empresas públicas de dudosa legalidad y utilidad, continuaban aprobándose las preceptivas ofertas de empleo público y los concursos de traslado, que son los mecanismos reglados para el acceso y la promoción en las Administraciones Públicas. Luego, habría que preguntarse sobre el por qué de esa persistencia continuada en configurar una Administración paralela a toda costa y coste.
En un primer momento, esos entes no eran muchos y pasaban muy inadvertidos para la opinión pública e, incluso, para el propio empleado público, pero la cada vez más desenfrenada creación de éstos por parte de cada uno de los distintos gobiernos andaluces generó en pocos años una superestructura –Administración paralela- que a día de hoy se levanta como un 'leviatán' de enormes tentáculos y que ya nadie puede -ni quiere- controlar. Cada consejería se convirtió en una especie de Reino de Taifas y como si se tratara de una bola de nieve que va aumentando su volumen a cada paso, esa Administración paralela no ha hecho otra cosa que engordar y en su anárquico transitar ir devorando el presupuesto en materia de personal, que ya de por sí cuenta con magros créditos consolidados para abonar las nóminas de los verdaderos empleados públicos (todos aquellos, que de una forma u otra -oposición o concurso-oposición- han ido accediendo a un puesto público de acuerdo con la legislación vigente, que nos guste o no es la que hay).
Así las cosas, la propia Junta de Andalucía, consciente de que esa gran bola de nieve podría acabar por hacer tambalear el propio equilibrio institucional, no se le ocurrió otra cosa que iniciar una huída hacia delante aprobando en 2010 una pretendida reordenación del sector público andaluz a través de una excepcional y silente herramienta jurídica, el Decreto-Ley, que luego fue convalidado en el parlamento andaluz por la vía de la Ley ordinaria. Esa reordenación se basa en la figura de la agencia, emulando, tal vez de manera torticera, algunos modelos de función pública de países de nuestro entorno europeo que, jurídicamente, nada tienen que ver con el nuestro. A esa norma los empleados públicos y la mayoría de la prensa andaluza y nacional la conocen como la ‘ley del enchufismo’.
La idea que se barajaba en los altos despachos de la Junta era muy clara: aprobar protocolos con el fin de integrar en esas pretendidas agencias a propios y a extraños; es decir, a los empleados públicos y al personal contratado de esos entes y empresas públicas. Pero no advirtieron, o no quisieron advertir, que ese personal contratado no es empleado público porque no ha accedido a la función pública por las vías legales de acceso a la misma; además, al no disfrutar de la condición de funcionario de carrera carece de la potestad administrativa necesaria que exigen las normas administrativas para ejecutar ciertos actos. En puridad, y a solicitud de los propios empleados públicos (que contrataron a dos prestigiosos despachos de abogados andaluces con sus propios recursos económicos, sin subvención ni nada), es lo que está manteniendo, a través de distintas resoluciones, la Sala de lo Contencioso-Administrativo del TSJA –descentralizada en Granada, Málaga y Sevilla-, que reiteradamente vienen a advertir que esos protocolos de integración son un claro atentado jurídico al sistema de acceso a la función pública vigente. Pero lejos de derogar de una vez por todas esa ley de reordenación, la Junta de Andalucía continúa en su empeño reformador sin que a estas alturas los andaluces sepamos aún el motivo de tal perseverancia jurídico-política, denostada tanto por el Poder Judicial en Andalucía, los propios empleados públicos, la mayoría de los medios de comunicación, los sindicatos sectoriales y profesionales de la función pública y el partido mayoritario en el parlamento andaluz.

10 julio 2012

EL INTRUSISMO EN LA FUNCIÓN PÚBLICA (IDEAL, 12/7/2013)

                                                   
La batalla informativa por conocer con rigor cómo y de qué está configurada la función pública en España está completamente perdida. Ha habido tanta contaminación informativa por parte de determinados sectores sociales y políticos influyentes de nuestra sociedad que a estas alturas el concepto genérico de funcionario –utilizado de manera indiscriminada- se ha convertido en abominable. Ese concepto ya desintegrado y casi peyorativo forma ya parte del imaginario colectivo y está provisto de una carga negativa que convierte el malentendido en conocimiento general, que es lo que ocurre cuando no hay interés o voluntad en abordar los asuntos con seriedad y rigor.
            Desde la irrupción de la democracia en España y a medida que tras la promulgación de la Constitución de 1978 se fueron constituyendo las diecisiete Comunidades Autónomas y las dos Ciudades Autónomas de Ceuta y  Melilla años después, la función pública ha ido incrementando su número de efectivos como resultado lógico de la diversificación administrativa. En distinta medida, la Ley de Bases del Régimen Local, aprobada en 1985, permitió a las entidades locales asumir más competencias, lo que supuso un incremento de su propia función pública y, asimismo, la creación de nuevas Universidades y el crecimiento de las ya existentes conllevó el reclutamiento de más empleados públicos. Ahora bien, por secuencia lógica, esa descentralización administrativa del Estado en favor de las Comunidades Autónomas conllevó un importante vaciamiento del sector público estatal, a pesar de que las Comunidades Autónomas no se conformaron con ese trasvase estatal y continuaron con una política de recursos humanos expansiva en los años siguientes, en parte, gracias a que la propia LOFAGE años más tarde introdujo la figura de las Entidades Públicas Empresariales como norma básica que podría trasladarse al resto de las Administraciones Públicas. Probablemente, es a partir de ese momento cuando se produce el punto de inflexión que posibilita la contratación de personal laboral al servicio de estas nuevas formas organizativas, que se rigen en su gestión, generalmente, por el derecho privado. Este personal contratado, por su naturaleza jurídica no puede ser considerado empleado público ya que no pertenece en puridad a la Administración Pública sino a sus Sociedades Instrumentales circundantes.
            El problema a día de hoy es que desde 1997 hasta nuestros días todas las Administraciones Públicas, en mayor o menor medida, han abusado, sin justificación la mayoría de las veces, de la creación de estas auténticas administraciones paralelas que han ido engordando su nómina de manera exorbitante e injustificada hasta el punto que ha sido el mecanismo más directo que han utilizado los partidos políticos en el poder para hacer uso de la figura del clientelismo político, que debió quedar desterrado tras la reforma de la función pública de 1984, a pesar de que ya contaban con la regulación de la figura del personal eventual, encuadrado dentro de la categoría de empleado público –incluso en el vigente EBEP-, y de la que han abusado hasta límites casi obscenos.
A día de hoy a todo ese ingente colectivo que presta sus servicios en las administraciones paralelas los distintos gobiernos les suelen poner el epíteto de funcionarios en igualdad jurídica a los que sí lo son en realidad, lo que supone una escandalosa tergiversación al tiempo que provoca un rechazo unánime de los tribunales. De hecho, es así como la propia Junta de Andalucía llama a ese personal externo que ocupa esa extensa administración paralela, tan costosa para los andaluces.
            Por tanto, la reforma del sector público que pretende llevar a cabo el gobierno central no puede ser ajena a este fenómeno y tendrá que conllevar, necesariamente, medidas legislativas básicas que permitan la eliminación de gran parte esas administraciones paralelas en que se han convertido toda esa miríada de Sociedades Instrumentales ya innecesarias, y la consiguiente eliminación de los puestos de trabajos a cargo del capítulo I de los distintos presupuestos de las Administraciones Públicas que son, en realidad, ajenos a la función pública. De hecho, gran parte de esos puestos a cargo de las arcas públicas podrán ser absorbidos perfectamente por el sector privado, tan necesitado de estímulo profesional.
            Nadie discute que la función pública en España necesita una enorme reestructuración, pero ésta no podrá llevarse a cabo sin que se produzca la necesaria eliminación de ese intrusismo citado y la restitución progresiva a esa verdadera función pública que jamás debió ser adulterada y que, con sus defectos y sus carencias, es un símbolo desde los albores de la Revolución Francesa de cualquier Estado de Derecho que pretenda serlo.  

Por José Antonio Flores Vera

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UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...