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10 agosto 2016

USTED PUEDE SER PROPIETARIO, Y LO SABE (IDEAL 10/8/2016)

USTED PUEDE SER PROPIETARIO, Y LO SABE

                                                                       Por José Antonio Flores Vera



A poco que observemos, llegaremos a la conclusión que nos va la propiedad, sentirnos dueños de las cosas que nos rodean. Es probable que no sea culpa nuestra sino de nuestros orígenes, nuestra forma ancestral de organizar y entender la sociedad. Desde siempre ha existido esa inclinación, si bien fue el genio jurídico romano quién asentó las bases legales de las distintas formas de adquirir la propiedad. De hecho, el brillante jurista romano Gayo supo ver que una de esas formas -fuera la propiedad pública o privada- podía darse si existía la suficiente voluntad y la paciencia necesaria. A esa institución jurídica se le denominó usucapio, que se conceptúo como una forma legal de adquirir la propiedad mediante la posesión continuada en el tiempo. Una institución que nuestro Código Civil -artículos 1930 a 1960- recoge bajo el nombre de usucapión, también llamada, prescripción adquisitiva o positiva.
            Y de todo ese mecanismo jurídico somos muy conscientes. Quizá no sea tan conocido el concepto jurídico-técnico, más centrado en el ambiente judicial, pero sí existe entre las gentes ese saber antiguo e innato que les indica que hay cosas que jamás podrán cambiar. Son las leyes de la lógica y el sentido común. Es algo que observas en la calle, en el comportamiento de todos nosotros. Hay como una especie de conocimiento impreso en los genes que nos dice que la posesión de algo de manera continuada y sin que nadie reclame su propiedad, con el paso del tiempo, pasa a la nuestra. Se intenta casi siempre, si bien no siempre se consigue porque se han de dar ciertos requisitos jurídicos, claro está. En la antigua Roma era aconsejable que esta institución existiera, porque las largas ausencias de muchos de los propietarios -soldados involucrados en invasiones de otras naciones- aconsejaba que la propiedad pudiera pasar a manos de otro si el propietario no regresaba (de hecho, muchos no lo hacían y creaban ciudades como Emérita Augusta), propiedad que también incluía a la propia esposa, la cual se postulaba con su símbolo fálico anudado – o no- al cuello.
            Pero, aunque pudiera parecer poco lógico que esta institución aún exista en los tiempos actuales, lo sigue haciendo porque la condición humana no ha cambiado demasiado en los últimos dos mil años. Hay infinidad de ejemplos de esa condición. Uno muy sonado en estos meses veraniegos y de playa: la propiedad del espacio de arena que mucha gente se arroga, bien clavando el palo de la sombrilla, como si se tratara de poner una pica en Flandes o demostrando una constancia diaria en el uso y disfrute a prueba de bombas. Nada más gráfico que la anécdota que me contaba hace poco un amigo sobre el hábito de una amplia familia que desde hace lustros instala sus reales siempre en el mismo espacio de una playa granadina a primeras horas de la mañana. Los demás conocen esa práctica y nadie osa ya ocupar ese espacio, ni tan siquiera si un buen día los usufructuarios no hacen uso del mismo. Es la costumbre; y la costumbre es una fuente de creación jurídica.
También es común en estas fechas el abuso excesivo que hacen las terrazas de los bares del espacio público, que lejos de adecuarse al número de mesas pactado con el respectivo ayuntamiento, alargan su frontera hasta el infinito. De hecho, ese achicamiento hace que muchos ciudadanos desistan de pasar por ese espacio público al existir tan solo un intimidante pasillo que para sí lo quisiera la pasarela Cibeles, lo que conlleva que proliferen aún más mesas. Con relación a esto último, convencido estoy que los locales situados en calles con anchas aceras o plazas cotizan mucho más, sabedores del uso de ese espacio público abusivo.

Pero no se trata tan solo de esos dos ejemplos. Los hay por doquier. Desde el comerciante que baliza un par de aparcamientos junto a su comercio hasta la ocupación de bancos de las plazas públicas, en los que apenas hay alternancia de sujetos; o la lectura prolongada de periódicos, como éste, en los bares; o el aparcamiento en el espacio común de la moto o el coche en cualquier comunidad de vecinos que se precie. Pero observen y encontrarán muchos más.

25 febrero 2015

EL LIBRO (ARTÍCULO IDEAL 25/2/2015)

No descubro nada si afirmo que nos encontramos en unos momentos muy críticos en torno al mundo del libro y todo parece conspirar en contra, pero el libro físico, el libro en papel, siempre tendrá su sitio. En algunas ocasiones se encontrará más cómodo que en otras, pero su lugar ya lo tiene asegurado desde que se inventó la imprenta. Otra cuestión muy distinta es preguntarse sobre qué tipo de libro perdurará en el futuro.
           Qué duda cabe que son momentos difíciles los actuales a pesar de que el libro tenga ganado su sitio desde hace siglos. La irrupción de los libros electrónicos, la irrupción de las redes sociales e Internet, que resta tiempo a la concentrada tarea de leer, los bajos índices de lectura, debido a motivos complejos que van desde el caótico sistema educativo hasta la creciente frivolización que inspiran los medios de comunicación, con la televisión a la cabeza: programas basura a todas horas, vida y milagros de estrellas deportivas o musicales por doquier, el permanente mensaje hacia los más jóvenes -y hacia los no tan jóvenes- sobre la importancia del éxito, el dinero y el glamour a toda costa; el también permanente mensaje del mercado sobre el camino hacia el éxito por la vía fácil..., todo conspira contra la lectura, que es un ejercicio de calidad humana -quizá uno de los de más calidad humana-, de desarrollo personal, de felicidad y de placer que, eso sí, exige un hábito y un esfuerzo que cada vez menos personas están dispuestas a asumir.
          Qué duda cabe que existen muchos libros que son exitosos, pero no nos engañemos. Si miramos los datos comprobaremos que muy pocos tienen un contenido literario y culto. La mayoría son libros escritos por personajes mediáticos que salen en televisión y en las revistas del corazón. Personas que no tienen mucho qué decir, pero por el hecho de ser muy famosos, todo lo que tocan se convierte en oro, como si de nuevos reyes Midas modernos se trataran. Dará lo mismo que escriban -o le escriban- un libro, anuncien un coche o, sencillamente, pongan de moda un tipo de peinado, todo lo que hagan tendrá un éxito absoluto al instante. Pongamos por ejemplo hipotético que el futbolista Cristiano Ronaldo mañana publica una pretendida novela histórica, negra, de misterio, contemporánea o del género que le plazca, pónganse a temblar, entonces, Arturo Pérez-Reverte o Javier Marías. Ronaldo les superaría en ventas, sin que tenga importancia que la novela tenga calidad o no la tenga. Lo importante es que la haya escrito el personaje, no el autor. Y luchar contra eso es casi imposible porque el individuo es soberano en sus decisiones y dueño de su dinero. Para que eso no fuera posible, tendríamos que contar con una sociedad con otros valores, pues convencido estoy de que el destino de los pueblos no lo marca el sustrato de las ideas sino el de los hechos, el día a día. 
          Que eso sea así puede ser dramático para muchas personas, amantes de los buenos libros, y se sientan decepcionadas en el plano  intelectual, pero no para otras. De hecho, los mercaderes de los libros, esas editoriales gigantes, controladas por grandes corporaciones o fondos de inversión, no albergarán demasiado sentimiento de drama si su balance de resultados sigue siendo excelente. No dudarán un minuto en lanzar al mercado enormes ediciones del último libro de un cocinero famoso o de las cortas memorias de Leo Messi (al que no hay que negarle su calidad como jugador de fútbol) si saben que harán más caja. Es más, detendrán la maquinaria de la imprenta del último libro del mismísimo Vargas Llosa si consideraran que otro libro de un personaje del papel cuché tendrá más ventas y no puede esperar ante la demanda del mercado.
          Eso provocará que cada vez serán menos las personas que decidan dedicar años de su vida a escribir una buena obra literaria. Pondrán en un lado de la balanza el tiempo invertido y en el otro los resultados obtenidos y no habrá color. Por tanto, con el tiempo, es posible que nos veamos impedidos de poder leer libros dignos, pero así es el mercado. Y si no existe una completa política cultural destinada a que los buenos libros no desaparezcan, poco se podrá hacer. Por desgracia, los actuales gobiernos -y no sólo los españoles- cada vez están más constreñidos por los intereses económicos de las grandes corporaciones y ya poco les interesa promover una política cultural que esté destinada al fomento del buen libro y de la lectura.    

          

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...