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10 julio 2010

EN EL CALOR DE LOS DÍAS



El pasado jueves salía a correr con la sensación de atravesar campos en llamas. Eran más de la ocho y media de la tarde cuando enfilaba la modesta carretera local que une Pinos Puente con Caparacena, no sin antes dejar de pasar por ese evocador camino entre olivos que asoma al final de las instalaciones deportivas y el cementerio de Pinos Puente.
Cuando nacemos en una zona, nuestras raíces se funden para siempre con el terruño y eso ya perdura para siempre. Es lo habitual y nos ocurre a todos.
Pero si resulta que a esa unión emocional le unimos la emoción de correr por esos lugares, ya podríamos estar hablando de un verdadero hecatombe emocional, que es algo que intento saborear plenamente porque pocas cosas son tan estimulantes.
Lo material, lo ficticio, lo superfluo, se torna insignificante y ridículo al lado de estas sensaciones.
Además, se da la particularidad de que esa ruta a la que me refiero arranca al final de la calle en la que nací, de manera que el torbellino de sensaciones es exponencial.
Pero no quiero alejarme de lo que quería contar. Decía tener la sensación de atravesar los campos en llamas, a pesar de que el sol ya había decidido pactar su relevo con la luna.
Tal era el calor en el esta zona del sur de Andalucía. Probablemente estuviera corriendo en torno a los 35 grados. Y, a pesar de que tan sólo haría nueve kilómetros y medio, cuando llegué a la aldea de Caparacena no tuve más remedio que hidratarme en la pequeña fuente de la plaza del pequeño poblado. Lógicamente las pulsaciones que marcaba el Forerunner se dispararon, algo no sólamente imputable al fuerte calor sino también a mi actual estado de forma.
Pero he de admitir que disfruté. A pesar del mal estado de forma disfruté, porque llega un momento en la vida del correr que el disfrute siempre se antepone al sufrimiento.
Y es que en estos días las opciones para correr son escasas: salir antes de que el día despunte, que no es uno de mis fuertes, o esperar al ocaso - incluso en ese momento del día es difícil- son las únicas opciones. Esperemos que esta ola de calor africano duré lo que resta de mundial, también africano.

28 junio 2010

DE ANIMALES, DE RUTAS Y OTROS ASUNTOS


Finalmente, como dije, no tuve la desgracia de que ningún ofidio se cruzara en mi camino como sí le ocurrió a mi amigo Paco.
Pero sí se cruzo una ardilla por el poblado bosque de pinos que rodea el Pantano del Cubillas camino de Caparacena, circunstancia ésta muy curiosa que jamás había presenciado, a pesar de las decenas de ocasiones en las que he hecho esa ruta.


Por suerte hasta ahora en todas las rutas que he hecho corriendo he tenido la dicha de encontrarme con animales agradables a excepción de aquel perro peluche salvaje que me cerraba el paso a la entrada de Caparacena, incluyendo entre esos agradables animales a aquel bulldog francés que a pesar de su cara de pocos amigos y sus colmillos asomándole por encima de su labio superior, optó, ante mi asombro, por efectuar graciosos saltitos jugetones a mi alrededor.
En otra ocasión, subiendo al Torreón se cruzaron dos libres, animal bello donde los haya, dada su presteza en avanzar y su lado salvaje, que apenas recuerda a nuestro conejo común. Aunque ni recordar quiero a aquella rata negruzca de acequía que, quizá, más asustada que yo una tarde de verano por la Vega corría con aspavientos en mi misma dirección, temiendo seriamente ser mordido por el roedor.


La ruta de veinte kilómetros en bicicleta del sábado a mediodía me dejó unas sensaciones magníficas. Una ruta exenta de cuestas duras y en la que me congracie de manera importante con los pedales. Con una bicicleta que cambiaba las marchas de manera milimétrica cuando accionaba la palanca de cambios y unos neumáticos que se defendían de manera resuelta ante los duros baches de los caminos.
Normalmente cuando no supero los 30 kilómetros de recorrido en bicicleta me siento cómodo, pero comienzo a tener problemas de resistencia cuando supero los 40 kilómetros. En las primeras salidas del verano pasado solía hacer rutas cercanas a los 50 kilómetros, y a pesar de ir bien a nivel aeróbico, que es la herencia que ofrece el correr, el pedaleo cada vez era menos armónico. Por tanto, la mejor opción es no superar la treintena y esperar la mejora poco a poco.
De ahí que en la tarde de ayer domingo me sintiera con fuerzas para hacer 12 kilómetros corriendo. En principio, con dos claros riesgos en mi contra: uno, el rodaje por encima de los nueve kilómetros tras el parón por lesión que pudiera hacer resentir el problema muscular; dos, la hora de la salida, que bien podría considerarse "la hora de los ofidios". Por suerte, esos dos riesgos pasaron a la historia sin salir a escena.
Efectivamente, decidí salir a las 18,30, con casi 33 grados de temperatura. Opté por hacer la ruta de Fuente Vaqueros, sabiendo que de necesitarlo allí encontraría una buena fuente de agua para refrescarme (no en vano Fuente Vaqueros siempre ha sido el pueblo del agua). Y así fue. Gracias a esa hidratación en el séptimo kilómetro de la ruta pude afrontar con garantías los cinco kilómetros restantes ante un sol plomizo y veraniego. Por suerte, en los últimos tres kilómetros una nube amplia ocultó el sol y dejó que por los cuatro puntos cardinales de la Vega se iniciara un agradable viento fresco. No obstante, las pulsaciones se dispararon muy por encima de lo habitual en esta ruta debido a dos causas principales: la falta de rodaje y el abundante calor.

25 junio 2010

YA ESTAMOS EN RUTA


Esta tarde - viernes -, decidía arriesgarme y desafiar el calor y las cuestas para iniciar lo que espero sea un verano próspero en kilómetros.
Salí temprano, a eso de las 18,30, con 32 grados centígrados cayendo inmisericordes sobre la gorra técnica roja "Adidas Marathon", que es imprescindibles en días así. No sé por qué pero corriendo por una zona de secano -todo lo contrario a la Vega- y a esas horas, en todo momento tuve presente la posibilidad real de que cualquier ofidio me sorprendiera durmiendo la siesta, principalmente, en el recóndito camino del Cortijo de Santa Rosa, que es el que podéis ver en la fotografía de Google, que visualiza el recorrrido trazado por el Forerunner.
Y pensaba en esa posibilidad a raíz del comentario que me hacía un compañero de trabajo sobre la aparición de un ofidio por esa zona cuando circulaba en moto. Y pensaba: en moto, seguramente, no supondría un problema, pero sí corriendo. Y la verdad es que a esa hora, todo era posible porque el campo se encontraba embelesado en una quietud estival y la presencia humana era prácticamente inexistente a esa hora. Y entonces me acordé de la anécdota que ocurrió a mi Compae Paco cuando acostumbraba a trotar por la Vega a las cuatro de la tarde en el infernal agosto. Un buen día hubo de darse la vuelta porque en el camino por el que debía de continuar reinaba un enorme lagarto. Indignado, Paco me dijo que ese hecho le había roto el entrenamiento, a lo que contesté que el intruso a esa hora era él, no el lagarto, que efectivamente estaba en su hora feliz. Y es que en este mundo de dios todo tiene un orden determinado y hay que intentar respetarlo.
Mi intención y lo razonable hubiera sido salir a trotar a eso de las ocho, pero tengo la vena del fútbol en el cuerpo, porque a pesar de que hace mucho tiempo que no lo practico yo comencé mi periplo deportivo en el balonpié y España podría hacer grandes cosas en este mundial de Sudáfrica (en otra entrada escribiré sobre la influencia que está teniendo la selección española de fútbol en nuestras vidas en estos días de crisis, desánimo y hartazgo político).
Una parte del solitario camino de Santa Rosa, entre el Pantano Cubillas y Caparacena. Es un camino que a mi me estimula mucho.

Pero hablemos de lo ocurrido hoy, que es lo importante. Decía al principio que decidía arriesgarme y hacer una ruta de las consideradas duras, a pesar de no haber corrido apenas en el último mes.
Tenía en mi contra que los gemelos pudieran resentirse, pero es mucha la confianza depositada en el reposo hecho y las dos sesiones en el fisio. Además he seguido su tratamiento minuciosamente hasta llegar a la conclusión que en la última sesión de ayer, los dedos de Luis -el fisioterapeuta- se deslizaban con bastante sencillez y comodidad, al contrario de lo que ocurrió la semana anterior: sencillamente ya tenía los músculos descontracturados, a pesar que sufrí también lo indecible. De ahí que hoy saliera con esa confianza, aunque siempre con alguna reserva.
El reencuentro con ese recorrido que va desde el Pantano del Cubillas hasta Caparacena y vuelta no es de los cómodos. En nueve kilómetros el terreno está roto y las cuestas aparecen por doquier. Pero era necesario que probará en ese terreno y no en la Vega donde correr exige menos esfuerzo para la musculatura.
El ritmo ha sido muy bajo 5,40 el kilómetro. No tanto por la falta de capacidad aeróbica, la cual no he perdido en gran parte, sino por la necesaria adaptación que hay que dar al soleo dolorido. Sin embargo, me he sentido en todo momento muy cómodo a pesar del fuerte calor.
Por tanto, podría presumir de haber superado esta nueva crisis física y ya poder programar un largo verano kilométrico como decía en la anterior entrada. Toquemos madera.

13 mayo 2010

RECUPERACIÓN ACTIVA, MASAJE REGENERADOR, ETC., ETC.,



El domingo, 2 de mayo, tras haber hecho el día anterior trece duros kilómetros por la zona de Caparacena-Pantano del Cubillas, salí a dar un trote ligero por la Vega cuando en el kilómetro tres y medio del recorrido, nada más atravesar la aldea de Ánzola, sentí un pinchazo en la parte inferior del gemelo izquierdo, que por sus características pude identificar como una probable microrotura leve. Lógicamente di la vuelta y bajé el ritmo de manera notoria.
Por experiencias anteriores -demasiadas- sabía que esa pequeña lesión me tendría detenido un mínimo de quince días, así que encontré la primera ocasión para poner a trabajar el Compex Perfomance.
Comencé por un programa anti-dolor, en concreto, el subprograma de "descontracturante". Me centré tan sólo en el gemelo lesionado, no sin antes haberme aplicado crioterapia.
Volví a repetir ese subprograma al día anterior, y en los días posteriores me aplique el subprograma "masaje regenerador", a un nivel del 98-99 %.
Al día siguiente observé que desaparecieron las molestias cuando andaba o levantarme de la cama cada mañana y convencido de la recuperación, el jueves, me lancé a hacer un recorrido de 13 kilómetros por la Vega por un recorrido no exento de alguna dificultad. No aparecieron las molestias en el gemelo izquierdo, pero sí noté cargado el gemelo derecho, ajeno a la lesión. Así que al poco de llegar a casa, me apliqué en este último un subprograma de "recuperación activa", que hay que aplicar, preferentemente, antes de las tres horas de acabar la sesión de entrenamiento.
Sin embargo, por prudencia y por miedo, decidí no competir en la prueba de Salobreña del pasado domingo, 9 de mayo. Pero ese mismo domingo por la tarde experimenté unas ganas de correr tremendas y me fui al Pantano del Cubillas para hacer doce kilómetros, los cuales hice con una fuerza y determinación inusitada para alguien que acaba de salir de una lesión, aunque fuera leve.
El trabajo del electroestimulador fue decisivo ya que normalmente necesito dos semanas para recuperar estas pequeñas lesiones y a pesar de ello siempre comienzo algo renqueante.
Esa misma tarde me apliqué un subprograma de "recuperación activa" en ambos cuadriceps y al día siguiente otro subprograma de "masaje regenerador" en ambos gemelos.
Sin duda, el Compex ya se está convirtiendo en un imprescindible compañero de viaje.

10 mayo 2010

RUTAS RECUPERADAS


Justo este vado por el que nos disponemos a pasar mi amigo Paco y yo suele estar inundado los meses de invierno y otoño.

Por fin, el sábado pude pasar por ese vado del río Velillos completamente inundado de agua durante la mayor parte de los meses de invierno y otoño. Las fuertes lluvias de finales de 2009 y principios de 2010 han traído mucha agua a los ríos y las obras del AVE también ha contribuido lo suyo.
No poder atravesar ese vado inundado por el río, significa ni más ni menos no poder completar dos de las rutas a las que les tengo particular apego. Una de quince kilómetros. La otra de trece.
Pero por fin el sábado la cosa ya volvía a su normalidad por completo, a pesar de que ya estaba mentalizado a atravesar el vado sumergiendo las zapatillas en el agua por completo. Agua limpia, exenta de barro, ya que se trata de un vado de cemento.
Por ello, cuando el sábado comenzaba a mentalizarme con ese refrescante baño (una de las virtudes que tiene la ropa y zapatillas técnicas es que se secan en seguida), no pude evitar una exclamación de alegría en medio del silencio de la Vega, en medio de la nada. Algo así como: "Coño, ya era hora", que de haber sido escuchado por algún agricultor de los pocos que acostumbran a estar por las hazas colindantes al río, hubiera podido interpretar sin lugar a dudas y con toda la razón del mundo que aquel tipo que iba corriendo había perdido el juicio. Y, en realidad, probablemente lo había perdido al comprobar que esas rutas, olvidadas durante los meses fríos y lluviosos, las volvía a recuperar.
En particular, la ruta de los trece kilómetros -que fue la que hice el sábado- me es especialmente grata y divertida. Penetra por los caminos más allá de Ánzola y regresa por la carretera local de Zujaira y Casanueva, de nuevo hasta Ánzola. Me gusta porque tiene los suficientes atributos que gustan al corredor: distancia adecuada, llano, algo de cuesta no demasiado dura y mucha naturaleza.
Es la que más frecuento en verano.

18 abril 2010

LA IMPORTANCIA DE SER POPULAR


O aficionado, como a mí me gusta denominar al corredor que corre por mera afición, por mejorar la salud, por alejarse de malos hábitos no saludables, por perder peso, por sentirse distinto, no sé, por un sin fin de motivos, tantos como corredores aficionados poblamos los caminos, las carreteras y las calles (no olvidemos las rotondas).
Es en lo que pensaba esta mañana nublada de domingo cuando tras desistir de poder correr la simpática carrera en memoria del Padre Marcelino al llegar tarde (me temo que no te va a dar tiempo, me decía un joven de la organización mientras cerraba el sillín de la moto). No obstante, siendo ya inevitable mi no participación decidí disfrutar de aquello que siempre me planteo antes de iniciar una carrera y nunca cumplo: pasear por las vacías calles de la ciudad -de Granada, en este caso-, comprar la prensa y esperar a que vayan llegando los primeros corredores.
Me sorprendió comprobar que la cabeza de la carrera la protagonizaban dos corredores kenianos. Por los altavoces de ambiente afirmaban que la carrera era cosa de estos dos corredores y que en diez o doce minutos llegarían a meta. Por tanto, me situé en un lugar despejado en la acera, unos metros antes de la línea de llegada y decidí saborear lo que nunca me es posible hacer cuando participo.
A lo lejos, por el Camino de las Vacas, ya se veían los coches de la organización y se escuchaban las sirenas de la policía local, apareciendo a los pocos segundos el que sería el ganador de la prueba. Un atleta negro, pequeño, y exento de grasa alguna que como una gacela se acercaba a la meta a un ritmo inferior a los tres minutos el kilómetro. Ver correr a este tipo de corredores es todo un placer para quienes disfrutamos del atletismo.
Dos o tres segundos por atrás avanzaba hasta la meta otro corredor de idénticas características, que a pesar de su esfuerzo no pudo alcanzar a su compatriota. Posteriormente tuve la ocasión de felicitar a ambos corredores cuando salían del pabellón adyacente con la bolsa del corredor en la mano.
Que ambos corredores corran esta prueba, tal y como hacen en los grandes circuitos de carreras que pululan por todo el país, no significa otra cosa que la organización de este evento anual se toma muy en serio esta prueba y la dota muy bien económicamente.
Tras estos dos corredores el vacío.
Al cabo de, aproximadamente, un minuto o minuto y medio aparece un corredor marroquí, y a partir de éste comienzan a llegar otros atletas marroquíes, algunos de ellos conocidos por todos los que participamos en el circuito. El primer español aparece mezclado entre estos últimos me pareció comprobar, probablemente en sexta o séptima posición.
Tras este selecto grupo de diez o doce corredores otro vacío, abortado pasados otros tres o cuatro minutos por atletas -casi todos locales- de gran nivel que oscilan entre los treinta y cinco y los treinta y ocho minutos. A partir de este punto, comienzan a aparecer con cada vez menor intervalo de tiempo, al principio, escasas gotas de corredores, que tres o cuatro minutos más tarde comienza a convertirse en una lluvia más intensa, si bien aún existen muchos huecos y aún no existe una masa amorfa de corredores. Hablamos de los que están entre los treinta y ocho minutos y los cuarenta y cuatro aproximadamente. Hablo con mi interior y concluyo que al final de ese grupo podría haber llegado hoy.
Mientras pienso en todo esto abandono la zona de meta y comienzo a serpentear por calles adyacentes asistiendo a otro espectáculo mayúsculo que supera en plasticidad al anterior: me topo con los verdaderos protagonistas de la prueba, de todas las pruebas. Transitan fatigados, a falta de unos cuántos kilómetros un gran volumen de corredores y no puedo dejar de maravillarme de la puesta en escena de todos estos héroes anónimos. Corredores que llegarán a la meta con un crono superior a la hora. Esos son mis favoritos verdaderamente. Me detengo en la acera, los observo, los ánimo y ellos lo agradecen. Son altos, bajos, gruesos (no hay gente obesa en las pruebas), delgados, mayores, jóvenes, hombres, mujeres, gente de todo tipo y de todas las profesiones. Entre ellos reconozco a algunos que me saludan (¿ Ya has llegado ? No, no he corrido). Entre ellos hay estudiantes, abogados, dependientes, funcionarios, jueces, mecánicos, camareros, amas de casa...un inagotable número de personas y profesiones. Verles me alegra. Ellos son los verdaderos hacedores de las pruebas populares. Me dirijo a mi moto, abro el sillín y cojo el casco mientras esbozo una amplia sonrisa y pienso que estoy orgulloso de pertenecer a ese gran grupo.
No haber corrido hoy ha tenido ese aspecto positivo que no sueles saborear como testigo de excepción cuando participas en las pruebas. Pero también ha habido otro efecto colateral positivo: haber podido hacer posteriormente casi diecisiete kilómetros por la Vega disfrutando de algunas de las mejores sensaciones que jamás he sentido en mis años de corredor. Sin pretensión alguna, bajo un cielo plomizo pero exento de lluvia, a través de una Vega de luz nítida y precisa he podido completar dieciséis kilómetros y seiscientos metros a un ritmo alegre de 4,44 el kilómetro sin apenas sensación de esfuerzo, percibiendo a cada paso que la reflexión de esta mañana y las sensaciones experimentadas posteriormente son de las cosas que hacen de este deporte algo grande.
Y no pude evitar pensar que lo percibido esta mañana haya podido haber generado esos beneficios horas más tarde.

18 marzo 2010

DOS HISTORIAS DE PERROS


La relación del hombre con el perro ha sido intensa desde siempre, hasta el punto de calificársele como su mejor amigo. Pero hay algo que no funciona entre el corredor y el perro. Tal vez se trate de una simple cuestión mecánica o, quizá, cierta falta de entendimiento sobre el territorio que ocupa cada cuál. El caso es que nuestra actividad provoca en nuestros amigos del alma una extraña mutación.
La reacción de este animal cuando te observa corriendo es algo totalmente imprevisible y totalmente alejada del estereotipo de raza y confianza o desconfianza que nos inspire el "bicho", algo que comprendí un buen día y que comprenderéis cuando leáis las dos historias que me dispongo a contaros.
Sobre los avatares con perros todos los corredores podemos dar alguna versión, por lo que permitidme que teorice sobre dos de los encuentros más inverosímiles con un par de ellos.

La cruz la tengo con un perro en Caparacena, que ha provocado que evite pasar por una determinada zona del centro de la aldea cuando voy para Pinos Puente o vuelvo del Pantano del Cubillas. Observo un verdadero peligro en este perro, he de admitir.
Pero lejos de tener el aspecto de un can fiero, fuerte, sabueso, y con ínfulas de cabreado, se trata de todo lo contrario. Su aspecto nada haría pensar que estamos ante un animal terrible y totalmente decidido a saborear mi talón de Aquiles cuando la ocasión se tercie. Le tengo verdadero pánico a ese perro. Pero decía que para nada responde a esos atributos a los que hacía alusión líneas arriba. Todo lo contrario. La descripción sería más o menos ésta: no alza más de treinta centímetros de altura y probablemente su cuerpo no vaya más allá de los sesenta centímetros de largo. Además, su pelaje lanudo y su flequillo cubriéndole los ojos es bucólico y amable, uno de esos perros que uno ve por la calle junto a una señora mayor y que espontáneamente acaricia sin que le asalte la menor inquietud ante su ferocidad.

Éste de la foto, de aspecto amable y raza para mí desconocida, podría pasar por ser la fiera que quiere merendarse mi talón de Aquiles.

Pero es una fiera salvaje, creedme. Además, tengo la sospecha que, al contrario que la mayoría, éste viene tras de mí no con la intención de asustarme con su ladrido, nada de eso, viene con la intención de morder; de hecho me ha rozado con sus fauces el calcetín y sólo he podido salvarme a última hora gracias a plantarle cara jugándome el pellejo e intentando sorprenderle ante la desigualdad física.
Pero no queda ahí el asunto. Zaheridos por él, surge de todas partes una miríada de perros de todo tipo, que envalentonados por su iniciativa y liderazgo buscan también mi talón de Aquiles aunque, sinceramente, sospecho que todos éstos buscan más asustarme que morderme y sospecho, asimismo, que su envalentonamiento se debe al liderazgo del enano lanudo y no tanto a iniciativas propias.
Decía que nada es lo que parece en este mundo de canes y todo es imprevisible.
Un buen día, por un camino de la Vega se me plantó un perro de esos de color oscuro, con el hocico arrugado y negro y tórax prominente y musculado, dotado de fuertes piernas musculosas y cara de estar permanentemente cabreado; además creí vislumbrar que le colgaban dos prominentes colmillos y sus acuosos ojos se confundía con un hocico húmedo, completamente dispuesto a atacar y morder. Es decir, una verdadera máquina de matar si se lo propusiera.

Un bulldog francés, muy similar a mi amigo de la Vega.

Al verle plantado en mitad del camino y comprobar que no movía un músculo, atento y concentrado en mi llegada bajé el ritmo y miré a un lado y otro para buscar un atajo o esquivar su presencia. Pero se trataba de la Vega y a ambos lados tan sólo existían hazas y acequias y no había ruta alternativa. Así que ante mi desesperación el perro se fue aproximando lentamente hacia mí, con esa cara de estar permanentemente cabreado y esos músculos henchidos por el movimiento y cuando ya me disponía a defenderme con piernas y brazos el animal, sin cambiar un ápice su gesto cabreado (yo creo que estos animales son incapaces de mostrar un rostro relajado y amable dada la morfología de su rostro) comenzó a dar graciosos saltitos juguetones a mi alrededor y a restregarse amablemente entre mis piernas como esperando que le dejara caer un azucarillo. Tardé algunos segundos en salir de mi perplejidad y finalmente le acaricié su voluminosa cabeza. Y creedme si os cuento que el kilómetro largo que me acompañó fue uno de los más divertidos de mi etapa de corredor. Cuando decidió dar la vuelta -probablemente su casa estaría por los alrededores- sentí cierta tristeza y melancolía. Quien me lo iba a decir minutos antes.
Lo curioso es que antes de haber experimentado las sin par escenas no hubiera dudado ni un sólo segundo en adoptar al primero y rechazar al segundo.
Es decir, que como en la vida misma, las apariencias nos pueden llevar al mayor de los engaños.

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...