25 marzo 2010

SIENTO QUE ESTOY VOLVIENDO




Cuando allá por el mes de agosto de 2009 el talón de Aquiles se plantó en esa dura carretera que baja de Tiena en un día de intenso calor, comprendí que aquello que tanto amaba había acabado para mí.
Mientras cojeaba ostensiblemente a la altura del cortijo de Búcor escuchaba el constante canto de las chicharras que en una percepción irreal de la situación parecían dirigirse a mí. Fue entonces cuando -como dicen les ocurre a quienes están a punto de morir- pasó por mi mente la corta carrera de corredor aficionado y todo lo que ese periodo había supuesto para mí.
Empujado por esas imágenes oníricas, allí perdido en la mitad de la nada, cada dos o tres minutos alternaba andar con correr, pero no podía correr más de un minuto seguido. Me detenía, me pinzaba con los dedos el talón de Aquiles izquierdo y lo zarandeaba a derecha e izquierda, como dicen los expertos que hay que hacer para comprobar si éste está fastidiado. Y, efectivamente, el dolor era importante.
Alzaba la cabeza, mientras ponía ambos brazos en jarras perdiéndose mi mirada en el horizonte, para llegar de nuevo a la conclusión que aquello había acabado: acabas de culminar tu último entrenamiento, lechón, parecía decirme una voz interior que volvía a confundirse con el canto de la chicharra.
Pero no derramé ni una lágrima y pensé en aquella frase de Borges cuando se quedó ciego: Tuve la precaución de quedarme ciego. Yo tuve la precaución de correr hasta el final. El escritor argentino sabía que jamás recuperaría la vista; yo sentía que jamás volvería a correr.
Y así se lo dije a amigos y conocidos, vislumbrando en ellos reacciones diversas.
En realidad nadie se lo creyó hasta que adquirí la bicicleta (por cierto, que ya va siendo tiempo de ir cogiéndo).
Pero tuve paciencia y esperé. De todas maneras no tenía otra opción. Si ya no iba a correr más en mi vida, o al menos sentía que no iba a correr en mi vida, ¿qué importancia tenía esperar dos meses, tres meses, cuatro meses...?
De manera que agarrado a la bici como única opción deportiva -que he de admitir me ilusiona mucho menos que correr-, un buen día dejé de sentir la más mínima molestia en el talón de Aquiles izquierdo, y con la precaución e inseguridad del viejo violinista que dejó de tocar el instrumento durante décadas, "desempolvé" las Brooks y troté durante tres o cuatro kilómetros sin el más mínimo dolor. En ese momento sí estuve a punto de soltar alguna lágrima.
La segunda sesión de entrenamiento fue mucho más larga y me sentía feliz cuando el mayor problema que detectaba cuando corría era que había perdido el fondo. Hasta ese momento no sabía que se podía nacer dos veces.
Y desde entonces la mejora ha ido a más.
Por eso, el otro día en Baza cuando completaba la primera media maratón digna desde mi segundo nacimiento, comprendí que si fuera religioso clamaría a los cielos que dios es grande.





Curiosamente la ruta que lleva hasta Tiena, es la misma que lleva a Moclín como recordarán algunos verdes. Y es a Moclín al lugar que se dirigen muchas personas creyentes en la primera semana de octubre para solucionar sus asuntos de promesas con el Cristo del Paño.


Ya digo: no soy creyente, pero es de justicia que aquella ruta de las cigarras que casi me apartó de correr deba ser homenajeada este fin de semana si es posible.

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