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08 enero 2018

UN LUGAR DE LA MANCHA (TEXTO QUE FORMARÁ PARTE DEL EBOOK "RELATOS Y ARTÍCULOS DE VIAJES")


La primera vez que visité la parte de La Mancha más quijotesca no pude dejar de evocar la universal obra de Cervantes en cada uno de los pueblos que este viajero visitaba, en cada calle, en cada plaza. Acostumbrado a imaginarme paisajes austeros e historias impresionantes con la lectura del Quijote, visualizar por vez primera lugares que parecían haberse detenido en el tiempo significó un gran descubrimiento y una mayor dosis aún para mi imaginación.
En Villanueva de los Infantes pude ver la Casa del Caballero del Verde Gabán (que protagoniza el capítulo XVIII de la Segunda Parte Quijote) y no podía dar crédito a aquella conversación que mantenía con su dueño —un señor mayor, exquisitamente educado y elegante en apariencia y trato—, consistente en la similitud de lo narrado con la esencia actual del patio que da entrada a la casa. Su dueño me comentó que intentaba que todo estuviera tal y como narró Cervantes en su universal obra y eso me pareció la mejor contribución que se puede hacer a la literatura cervantina. Este coqueto e histórico pueblo de la provincia de Ciudad Real, que lleva a gala ser uno de los más presentes en la obra de Cervantes, no dejaría de ofrecer a este viajero satisfacciones ya que allí reposan los restos de uno de los escritores más ilustres y brillantes de las letras hispanas: Francisco de Quevedo y Villegas. De hecho, en la iglesia parroquial de San Andrés Apóstol, en la céntrica Plaza Mayor de esta población, están sus restos y en esta localidad pasó sus últimos días, en un austero cuarto del antiguo Convento de Santo Domingo —que es una hospedería en la actualidad—, cuya recreación es evocativa.

            Que se posibilite la fusión entre la historia y la realidad es un verdadero hallazgo. En aquel primer viaje continuamos la ruta quijotesca preestablecida y gracias a que estudios detallados han logrado ir localizando parte de los lugares citados enigmáticamente en El Quijote, pude ir visitando puntos claves. En Argamasilla de Alba, no lejos de la autovía que une Andalucía con Madrid, pudimos conocer una de las moradas obligadas del escritor de Alcalá de Henares: la Casa de Medrano, cuya bodega sirvió de prisión espontánea a Cervantes, siempre abonado a pendencias diversas, muchas de ellas de faldas, algo que no debe de extrañar para la época puritana en la que vivió el genial escritor universal. A aquella bodega bajamos y pudimos hacernos una idea del lugar donde, sostienen algunos eruditos, nuestro autor más universal comenzó a escribir Don Quijote de la Mancha. Y, aunque, casi siempre es la literatura y no la realidad la que nos hacer viajar a lugares imaginarios no pude resistirme a ver el decrépito estado de lo que según la tradición fue la casa del Bachiller Sansón Carrasco en este típico pueblo manchego, totalmente vinculado a Cervantes y a su obra. 

(Extracto de uno de los relatos que aparecerá en el eBook "Relatos y artículos de viajes").

17 junio 2017

ROMA, LA CIUDAD ETERNA ( y VI)

El antiguo Panteón del emperador Agripa -hoy reconvertido en iglesia-
presenta un aspecto impresionante cuando cae el manto nocturno.
     Roma, como sabe todo el que la haya visitado, es un mosaico de contrastes, pero hay dos elementos que yo considero destacables: sus cientos de iglesias y basílicas (y algunas catedrales) y sus trattorias y restaurantes-pizzerías. Es lo que encontrarás casi en cada calle, avenida o plaza, por recónditas que sean. Quienes vivimos en un país católico estamos acostumbrados a ver iglesias, parroquias, basílicas, concatedrales y catedrales en nuestros pueblos o ciudades. No sería posible imaginar un rincón de España, por muy pequeño que sea, que no cuente con un edificio católico, aunque sea modesto, decrépito o abandonado. Y aún así, a pesar de esa costumbre ancestral, no dejaremos de sorprendernos de la ingente cantidad de edificios religiosos en la ciudad de Roma, que ningún lugar del mundo cristiano supera. He leído diversos datos sobre el número de iglesias de todo tipo en Roma -antiguas y de nueva construcción-, tanto en la ciudad como en su amplia área que llega hasta la costa mediterránea y se cuentan por cientos (casi un millar, según algunos). En la propia capital, en concreto en su centro histórico, casi cada calle cuenta con una iglesia o basílica, y en cada una de ellas el viajero podrá descubrir tesoros fastuosos. Se necesitaría una estancia expresa en Roma, un turismo expreso, para descubrir cada una de estas iglesias y sus escondidos tesoros que guardan, tanto pinturas como esculturas o tumbas de personajes célebres e importantes de la historia de la ciudad. Nos sorprenderemos, lógicamente, de la basílica de S. Pedro -ésta en el Vaticano, claro está-, por su enormidad, pero quizá podamos hacerlo mucho más en S. Juan de Letrán o S. Pietro In Vincoli, por poner tan dos, de los muchos ejemplos que se podrían usar. Pero el éxtasis del viajero, si es dado a este tipo de monumentos religiosos, podrá llegar cuando descubre en cualquier calle perdida una bella iglesia, ni grande ni pequeña, repleta de distintos estilos arquitectónicos, esculturas y pinturas de enorme nivel. Incluso, hasta el magno Panteón de Agripa es en sí una iglesia, circunstancia que ha permitido poder presenciar en la actualidad uno de los más grandes edificios civiles de la época romana, perfectamente conservado, gracias a su consagración como iglesia hace unos cuantos siglos. Especial trascendencia tuvo para este viajero la primera iglesia consagrada al culto cristiano, la Iglesia de Santa María del Trastevere, ubicada en el corazón de este barrio y que estaba a unas cuantas docenas de metros de la residencia de este viajero, en el corazón de este popular y original barrio romano. Así como sorprendente es descubrir en una iglesia no demasiado lujosa, justo al lado de la Universidad de La Sapienza, como es S. Pietro In Vincoli el famoso Moisés de Miguel Ángel o las cadenas que la tradición cuenta amarraban al mismísimo apóstol Pedro, asuntos éstos de objetos y fetiches que siempre me he creído menos. Como igual de sorprendente es comprender la importancia para los católicos de S. Giovanni in Laterano ( S. Juan de Letrán), tal vez, una de las basílicas más mediáticas de Roma, por haber sido la sede papal, anterior a que lo fuera el Vaticano y donde cada Jueves Santo el Papa ofrece su homilía. Por tanto, son las iglesias de Roma el lugar común del católico, el lugar de peregrinación obligatoria para los creyentes de la figura de Jesús de Nazareth.
En la tradicional trattoria Baffeto el estilo artesanal está a la vista del
comensal. 
 
     En dura pugna con las iglesias se encuentran las trattorias y restaurantes pizzerías. La trattoria es un emblema de Roma. Lugares que pasan por ser restaurantes pequeños y familiares, heredados de generación en generación, si bien es a veces más un reclamo que una realidad. Aún así, existen las verdaderas trattorias. Dos en particular me parecieron muy interesantes de las muchas otras interesantes que, obviamente, este viajero no visitó: Carlo Menta in Trastevere y Baffeto en pleno centro histórico, entre Plaza Navona y El Panteón (ver foto). En esta trattoria sí es patente ese relevo generacional y ese hacer antiguo y artesano, un lugar vinculado a la Roma gastronómica por excelencia, a pesar de su austeridad y reducido tamaño. Un lugar en el que la pizza romana pura (pasta fina y crujiente) será servida en pocos minutos, si cuentas con la paciencia necesaria de hacer algo de cola (es la ventaja/desventaja de aparecen todas las guías que se precien), acompañada de una buena cerveza Peroni de más de medio litro. y una ensalada Caprese, la más característica de Roma, a base de tomate partido en gruesas rodajas, albahaca y mozzarella.

11 junio 2017

ROMA, LA CIUDAD ETERNA (V)

   
Perspectiva de los FOROS Imperiales. En primer término el de Trajano,
tal vez, el mejor conservado.
 Capítulo aparte merecen el foro o, en puridad, los foros. Es todo un galimatías que no es fácil entender. Tendremos que situarnos históricamente. Inicialmente estaba el FORO en estado puro, el de la primera época romana, la republicana. El FORO era lo que son ahora las plazas principales de los pueblos y ciudades. Lugar en el que confluye todo lo importante de la ciudad, desde los negocios hasta la religión. Pero no debemos confundir el FORO con los FOROS Imperiales. Estos están más o menos juntos al otro, separándolos el Coliseo (Anfiteatro de Flavio) tradicionalmente atravesados por la Vía Sacra, pero hay más restos de foros repartidos por la ciudad. Sí, un galimatías, ya digo. Los foros Imperiales son éstos: El de César, el de Augusto -quizá el mayor-, el de Nerva -desde mi punto de vista, quizá, el más bello- y el de Trajano -nuestro emperador hispalense, quizá, el más conservado-. Al parecer estaban unidos al FORO republicano, pero los "listos" del periodo de Mussolini, crearon una calle o carretera entre medias. ¿Cómo hacer sombra a un dictador? Toda esta extensión es enorme y hay que recorrerla andando (por tanto, amigos, hay que ir en buena forma a Roma), partiendo desde la magnífica y enorme Piazza de Venecia te puedes perder hasta -si tienes forma y no hace mucho calor- el Palatino o, incluso hasta las Termas de Caracalla. Y más lejos aún. Ya sabemos que todos los caminos llevan a Roma. 
    ¿Y qué verás en el FORO o en los FOROS? Muchos verán piedras; otros verán piedras con historia, si van bien empollados o han contratado una visita guiada (es mi consejo), y otros verán belleza arquitectónica. ¿Pero qué vio este viajero? Os puedo asegurar que piedras no, aunque las había por doquier; vi belleza y mucha, mucha historia. Alguna la había empollado (llevo mucho tiempo leyendo historia romana, desde que me enganché con el Derecho Romano en la facultad) y otra me la explicó muy bien la guía italiana que contratamos, una chica espabilada y muy informada, que nos contó cosas que no suelen aparecen en los libros de historia. Así da gusto. 
    Pero este viajero, que es fiel a su mismidad y soledad, no podía dejar pasar la oportunidad (porque no lo hace en ningún sitio que visita y le gusta), de contemplar todo aquello en soledad, los días posteriores. Recrearse en esa historia, en todas esas piedras que tuvieron vida y todas esa vidas que ahora no son más que aire, huesos lo más. Contemplar todo ese "genio" romano, con sus muchas virtudes y sus muchos defectos, que nos fue legado y configuró lo que hoy somos, para bien o para mal. Todo eso se coció ahí, a pocos metros de mis narices, y por eso decía en una de estas crónicas, que a Roma, tarde o temprano, hay que ir. Ir como el que busca a su madre o a sus ancestros, como el que busca explicarse sus propias costumbres, leyes, hábitos y cultura. Nuestra cultura occidental que no nos debe ser arrebatada, heredada directamente de la Gran Grecia de nuestros amados y sabios filósofos. Porque Roma, y antes que ella Grecia y Esparta, fomentaron lo que somos. Pusieron en su sitio a quien intentó arrebatarnos esa entidad e imponer su propia cultura, en mi opinión mucho más ancestral y oscura. Fueron asesinos y sangrientos, sí, y eso es deplorable. Sometieron a otras nacionalidades, cercaron a los arévacos de Numancia durante más de veinte años. Mataron, violaron.. Para al final dejarnos su literatura, su ingeniería, su cultura, su arquitectura, su arte, su literatura, sus leyes, sus obras civiles, incluso sus corruptelas, en fín lo que somos. Nada seríamos sin eso. Siempre ocurre. Cuando una civilización se sabe superior a las otras, no la explica, sencillamente la impone. Así ha sido siempre y es posible que así siga siendo. 

08 junio 2017

ROMA, LA CIUDAD ETERNA (IV)

La Guardia Suiza del Papa es
como una especia de "Star System"
de la Ciudad del Vaticano. 
    Es cierto que el turismo vulgariza las ciudades. En mayor medida, las más bellas. Sin embargo, no tuve esa sensación en la Ciudad Eterna. O al menos, no como en otros sitios. Pareciera que el inmenso turismo -descomunal, ya dije- se moviera a través de las muchas bellezas artísticas de la ciudad a través de una invisible pared que lo separada de éstas. A pesar de que visitar lugares como la Ciudad del Vaticano se convirtiera en algo casi cómico, dada la ingente cantidad de grupos turísticos con visita guiada, en su mayoría, que confluyen en los mismos espacios. Visitar los Museos del Vaticano era similar a visitar El Corte Inglés el primer día de rebajas: las miríadas de gentío te arrastran como si se tratara de una marea humana babélica y corrías el riesgo dramático de perder a tu guía. Ese hecho, se convierte en tragicómico en la Capilla Sixtina, en la que, unido a la multitud de gente, cada minuto una voz crepuscular surgida de un micrófono exigía no hacer fotos. Casi esperpéntico, la verdad.
     Pero ese gentío es mucho menos apreciable en los lugares abiertos. Por ejemplo, el foro -o foros, depende como lo interpretemos-; pero para eso hará falta algo de imaginación, y que pudiera pasar por el mismo ajetreo que debió de tener la Roma Republicana e Imperial un día cualquiera, toda vez que era el centro administrativo, social, político y comercial de la ciudad, que pudo tener, en su mayor momento de apogeo, un millón de habitantes, una auténtica barbaridad para cómo eran las ciudades hace dos mil años. Por su parte, el inmenso volumen del Anfiteatro de Flavio (Coliseo), que se trata, tal vez, del monumento más visitado del mundo, podría igualmente pasar por ser una de esas jornadas de "Panem et Cirquense", tan propio de la Roma, tanto republicana como Imperial. Ver estos enormes restos arqueológicos de otra manera sería contraproducente dado el gentío existente. Gentío que a este viajero no llegó a agobiar demasiado en estos dos lugares (gracias a esa pizca de imaginación), pero sí en otros lugares como el referido Vaticano, ya digo. Pero no en muchos más, si excluimos el volumen de gente en sitios como la Plaza de Trevi, minúscula para soportar tanto público.   
     Porque hay que decirlo desde ya: el Vaticano podrá ser muchas cosas (eso dependerá de la visión de cada persona), pero sobre todo es un negocio terrenal muy próspero, montado con el material y los elementos de lo espiritual. No otra cosa le inspiró a este viajero el centro universal de la fé cristiana. No experimentó ninguna mutación espiritual ni se sintió especial dichoso por pisar el sagrado lugar donde la tradición sitúa el asesinato, por parte del ejército de Roma y, tumba del primer Papa, el Apóstol con mayor ascendencia sobre Jesús de Nazareth, Pedro. Y es que el Vaticano, al margen de su representación espiritual es un Estado o un Barrio-Estado (nueva acuñación, oigan) dentro de las mismísima Roma, algo muy apreciable en la distinta configuración y limpieza de sus calles y plazas con respecto a Roma. Un Estado con su propia organización, como cualquier Estado. Si los principios básicos del Derecho Internacional Público establecen que para que un país pudiera considerarse Estado ha de contar con estos tres elementos: territorio, organización y población, el Vaticano los cumple, a pesar de que lo haga en dosis minúsculas. Cuenta con su organización política, su policía, su cuerpo funcionarial y hasta su Jefe del Estado, que es el mismísimo Papa. Y unido a ello, goza de una excelente financiación. Por tanto, no hay motivos para pensar que no sea uno de los Estados más prósperos del mundo que, incluso, cuenta con su propia banca. Sí, todo bastante grandioso, dentro de su pequeñez, si bien fue lo que menos interesó a este viajero, al margen del valor artístico de sus esculturas, pinturas, legajos y libros y monumentos. Roma deparaba muchas más sorpresas. (CONTINUA EN ROMA, LA CIUDAD ETERNA (V)      

05 junio 2017

ROMA, LA CIUDAD ETERNA (III)

Calle típica del Trastevere
     Pero también está la Roma decrépita y sucia. Decrépita, no solo por su antigüedad, sino por las diversas trabas administrativas con las que cuentan sus edificios del centro histórico para ser reformados. Este viajero se hospedó en un apartamento que forma parte de un palacio de principios del siglo pasado y las muchas trabas permitían únicamente la reforma del interior del apartamento, eso sí, preservando en el techo un maderamen antiguo, que en verdad, era fantástico.
      Y sucia, quizá, por la mala gestión municipal, que según nos decían sus habitantes era caótica, como suele ser propio en la política actual, donde los cargos de las grandes ciudades no son más que la catapulta a puestos de más realengo dentro del Estado. Y en ese aspecto Italia -sobre todo Italia- no es ninguna excepción.
      Pero también es una ciudad caótica, como antes se decía, devorada por el inhumano tráfico y, en esencia, la nefasta educación en la conducción. Una ciudad en la que los pasos de cebra pasan por ser adornos de las calzadas, sin que tengan otra utilidad. En ese sentido, resultaba casi cómico comprobar cómo los turistas pertenecientes a países más respetuosos en cuanto a normas de conducción se lanzaban a cruzar calles y avenidas por esas líneas blancas -totalmente respetadas en su lugar de origen- mientras los cientos de coches y las miles de motos (Italia es el país de las motos tipo scooter, no en vano inventó la famosa Vespa) los sorteaban como podían. En los pasos de cebra no daban paso ni los propios "carabineri". Podría suponer un importante ahorro de pintura si se propusiera.   
     Este viajero, sorprendido los primeros días, al final sospechó el motivo de esa lógica irrespetuosa, que no era otra que la imposibilidad de dar paso a las miríadas de turistas en grupo que pueden pasar por delante de las narices de un conductor a lo largo del día, no digamos ya un taxi o un autobús público. Sería una espera interminable. Por tanto, el ayuntamiento siguiendo esa lógica ha decidido no dotar con demasiados medios el tránsito de personas, a pesar del enorme volumen de éstas. Son pocos los semáforos para atravesar una vía o avenida y estrechas son también las aceras. Por tanto, si sumamos todo: afluencia masiva de turistas y ciudadanos, volumen de tráfico y esa falta de medios, en ocasiones, andar por Roma se convierte en toda una aventura. Incluso por sus calles más comerciales como pueden ser la vía del Corso o Condotti, de aceras demasiado estrechas para lo que estamos acostumbrados en España en este tipo de calles. Capítulo aparte merecería la convivencia de personas y tráfico en el centro histórico de calles estrechisimas o en el popular barrio del Trastevere, morada de este viajero en este viaje, donde es posible ver la típica imagen de la Vespa sorteando a turistas y propios en calles que parecen heredadas de la Roma Imperial, imagen que siempre ha visto este viajero en anuncios de reclamos turísticos o películas. Sin embargo, esas estrechas calles suelen morir en plazas generosas y totalmente peatonales, porque Roma, ciudad de enormes contrastes,  podría pasar por ser una de las ciudades europeas con las plazas más amplias y artísticas; tanto las plazas en sí, como sus suntuosas y artísticas fuentes, aspecto del que hablaremos más adelante. 
     Sumado a ese caos de tráfico y calles estrechas, habría que incluir lo que también merecería un capítulo propio: el transporte público. Roma cuenta con cuatro medios de este tipo: taxi, autobuses, metro y tranvía (por no incluir los innumerables bus turísticos, que en todo caso son medios privados). Y todos y cada de uno de ellos es en cierto modo un fracaso tanto para propios como para extraños. Los taxis son caros y los taxistas pícaros; los autobuses, impuntuales y masificados; el metro escaso y breve, dada la imposibilidad de acometer obras subterráneas por la riqueza arqueológica; y el tranvía escaso en cuanto a líneas. De esas cuatro opciones, este viajero daría el oro al tranvía, a pesar de su corto recorrido. Unido a ello, tanto el autobús y el tranvía cuentan con un argumento en su contra que nada ayuda: su gratuidad. O mejor dicho, no su gratuidad en esencia, sino la facilidad con la que propios y extraños pueden viajar sin pagar un euro. Al parecer, faltan revisores, a pesar del esfuerzo -que puede leer  o me contaron- que estaba llevando a cabo el ayuntamiento para cerrar esa sangría económica, salpicada también por múltiples corruptelas, amiguismo y un enorme absentismo. (CONTINÚA EN ROMA, LA CIUDAD ETERNA IV)

03 junio 2017

ROMA: LA CIUDAD ETERNA (II)

   
Plaza principal del foro y palacio senatorial republicano.
Pero Roma es Roma. Y lo será siempre, a pesar del debate eterno en la ciudad entre preservar su historia o apostar por la modernidad. Al parecer, el debate ahora está equilibrado y desde las altas instancias se intenta que convivan ambas posturas. Porque Roma es una ciudad en la que viven casi dos millones ochocientos mil actuales romanos, propios o adoptados, llegados desde todos los rincones del planeta, pero es también la ciudad que acoge cada año a millones de turistas de todo el mundo, los cuales acuden al lugar en el que se asienta de manera definitiva nuestra cultura occidental, al tiempo que es la ciudad que alberga el centro de la fe cristiana mundial. Esos elementos hacen que no pertenezca en exclusiva a sus moradores sino, de alguna manera, a toda la humanidad. Ese hecho favorece en gran parte que aún podamos ver y advertir en sus monumentos y arqueología la metrópoli que albergó el imperio que dominó el mundo conocido. Un dominio que aún destila por los poros de sus piedras en gran parte de su configuración arqueológica, y eso jamás defraudará al viajero, a pesar de que sus foros, su palatino, su anfiteatro de Flavio, su área sacra y sus muchos iconos, que hacen reconocible esta ciudad, no sean más que ruinas en muchos de sus casos, las cuales han debido ser alzadas por medio de delicadas restauraciones.
    Pero está la historia. Pocos hallazgos arqueológicos están tan confirmados en el mundo gracias a esa historia escrita de manera transversal por sus mucho historiadores, escritores, juristas y filósofos o, incluso, algunos de sus notables y emperadores. De ahí que la historia de Roma sea la de su arqueología y sus escritos o viceversa.
     Por lo pronto, este viajero necesitó varios días para hacerse una idea embrionaria de esa magnitud. Varios días para que su mente pudiera conectar la configuración de sus ruinas arqueológicas con su pasado histórico. Porque por mucho que sepamos de Roma, poco sabemos en realidad, por más que hayamos leído acerca de ella o el cine nos haya transportado a sus palacios, villas, foros o vías, en más de las ocasiones necesarias de una manera romántica y sesgada.
     Uno acude a Roma con temor a sus multitudes. Te lo han contado o lo has leído de una manera o de otra, pero eso jamás podrá imaginarse hasta que no transitas por sus calles y plazas. Es una experiencia completamente personal. Elaboras estrategias, buscas en el calendario, pero ninguno de los doce meses que lo pueblan será propicio para encontrarte una ciudad vacía. Ese adjetivo no existe en Roma. Por tanto, te conformas con alejarte de la coincidencia de la Semana Santa o de los meses tórridos. Ese sol traicionero mediterráneo azota como en pocos sitios en esta ciudad que está apenas a cuarenta kilómetros de la costa. Ya lo escenificó Sorrentino en la película 'La gran belleza" -a la que este viajero volverá una y otra vez-, cuando en pleno mirador del monte Gianicolo un turista japonés cae estrepitosamente al suelo con los rayos del inclemente sol por testigo.   
     Porque Roma es cine y es literatura, además de historia y arqueología. Pero sobre todo arte. La ciudad que más arte alberga a nivel mundial. Un arte que está en la calle, escenificado en sus iglesias, basílicas y monumentos, pero también en el diseño de sus diversos foros y estatuas de todas las épocas. Y un arte más exquisito encerrado en sus Museos Capitolinos y dentro de cualquier iglesia, basílica, villa o "palazzo". (Continúa en Roma, la Ciudad Eterna III)   
        

28 mayo 2017

ROMA: LA CIUDAD ETERNA (I)


Una frase retumbó en mi mente una vez acabado el viaje a Roma: "A Roma hay que ir alguna vez". No sé por qué surgió. No existió una reflexión previa para que así fuera, pero la frase estaba ahí. Y ha estado durante varios días. Era algo que ya barruntaba. Presentía que ese viaje podría ser experimental, que la experiencia quizá fuera única; sin embargo, hay que dejar siempre paso a la realidad y que ésta se impusiera.
     'A Roma hay que ir". Es una frase redonda, asertiva. No obstante, también necesita ser matizada. Se podría hacer afirmando que hay que ir si perteneces a la religión más practicada del mundo y si eres devoto fiel; o, tal vez, afirmando que hay que ir por el mero hecho de pertenecer a occidente. Cualquiera de esos dos motivos podrían ser válidos y cada cual elegirá el suyo. 
     Dentro de Roma -lo sabemos todos- está el Vaticano, Ciudad-Estado minúsculo con un inmenso poder, no sabemos si celestial -está por demostrarse aún-, pero sí terrenal. Y al Vaticano van los católicos, igual que los musulmanes van a la Meca o los judíos a Israel, su patria divina. Y en Roma también está el germen más sofisticado de nuestra civilización occidental, heredera directa de la Grecia de los grandes filósofos. Por tanto, sea por un motivo o lo sea por otro, esa visita siempre es debida.
     Y así lo deben de entender los millones de turistas de todo el mundo que cada año atascan las calles de la vieja "Ciudad Eterna" y llenan sus monumentos, por no hablar de sus trattorias, restaurantes y pizzerías. Todo es excesivo en esta ciudad, doy fe. Todo ello convierte a Roma en una ciudad de excesos. Excesos en cuanto a patrimonio histórico, arqueológico y artístico; excesos en cuanto a masificación; excesos ante suciedad; excesos ante el endiablado tráfico...Hay tantos excesos que no se podrían enunciar en unas cuantas líneas. Una ciudad que parece vivir a gusto y en perfecta armonía a pesar de ellos; una ciudad en la que todo parece improvisación y al mismo tiempo perfecta organización; decadencia y modernidad; mala y buena educación; ruido y silencio...Todos los extremos se dan en ella. Pareciera que sus miles de años de historia hayan dejado una impronta permanente, que la ciudad clásica y antigua no se quiera ir del todo para dejar paso a la modernidad de la nueva, como si el subsuelo pidiera constantemente ser desenterrado para que la ciudad pueda seguir viviendo sus años imperiales.
     Las piedras de los foros imperiales o republicano, del Palatino, de su orgulloso anfiteatro de Flavio (conocido como Coliseo) pugnan por ganar protagonismo a todo lo demás, y si eso no fuera suficiente, siempre encontrarán apoyo en cientos de ruinas que surgen por doquier casi en cualquier parte. Pero no es solo la ciudad republicana anterior a Jesucristo ni la imperial de los césares, no, porque por encima surge la ciudad medieval, la judía, la bizantina, la renacentista... Surge el orgullo de sus palazzos, de sus lujosas villas, de sus infinitas y ostentosas basílicas e iglesias, todo surge al mismo tiempo y en no demasiado espacio físico, haciendo válido el dicho de que son necesarias varias vidas para conocer Roma. Varias vidas que sean bien aprovechadas, diría yo, que de lo contrario tampoco daría demasiado tiempo a conocerlo todo, si es que eso es posible.
     El viajero se sorprenderá de todo ello. Despotricará de su caótico transporte público, del incivismo de sus conductores, maldecirá el pasotismo de sus funcionarios, pero al mismo tiempo, si observa con ojo avizor, comprenderá que quizá no haya otra forma de funcionar, que pesa la historia, el tiempo, el carácter, que todo se une de manera natural y surge un producto tan novedoso, una manera de ser y vivir que ni tan siquiera, nosotros, sus vecinos españoles, tan iguales y tan distintos, podemos comprender.  (Continúa en Roma, Ciudad Eterna (II)

31 julio 2014

IRISH, EL PAÍS DE LOS CELTAS (I)

Los impresionantes acantilados de Moher en la costa atlántica, cerca de Galway. (Foto de
J.A Flores)
              
       




  





          'Un trozo verde y llano rodeado de un azul inmenso'. Eso me dijeron.  Y es cierto.
          Esa es la primera visión que tienes de Irlanda desde el avión. Eso sí, si tienes suerte y no está completamente encapotada por las nubes, cosa harto probable. Pero no lo estaba, por lo que finalmente fue posible ver esa pieza, como de puzle, rodeada de ese azul inmenso que componen el océano Atlántico al oeste, el Irish sea al este y el Celtic sea al sur. Las mismas aguas para tres denominaciones, dos de ellas de alto contenido nacionalista. 
          Tras contemplar el primer trozo de esta gran isla verde desde la escueta ventana del incómodo avión, te sorprendes de que exista tierra tras la inmensidad del océano. Un rato antes, el trozo suroeste de la gran isla imperial británica, justo enfrente, ya había hecho presencia, pero aún así me sorprendió ver esa otra isla más pequeña a la que nos dirigíamos, como perdida en la mitad de la nada. Más perplejo te quedas cuando recuerdas que mucho más al norte hay otra, mucho más perdida: Islandia, pero eso ya es otra historia. De todas formas, me pregunté, qué cosas son los continentes e islas, por grandes que sean si no trozos de tierra, ante la inmensidad de los océanos y los mares.
         Haciendo abstracción de su cerveza, sus típicos pubs y su güisqui, Irlanda nos hace recordar a todos básicamente dos cosas: el controvertido asunto del IRA y el no menos controvertido del rescate por parte de la UE, el segundo país rescatado tras Grecia. Después vino Portugal y, España, que no lo fue en la práctica, pero me temo que sí en la teoría. Pero ambas cosas son muy distintas cuando te las explican desde dentro; muy distintas a cuando te las explican desde fuera.
Lugar de nacimiento de Kevin Barry
primer republicano Irlandés ejecutado
por los británicos en 1920. Actualmente
hay una sede y tienda del Sinn Féin
.
(Foto de J.A. Flores)
          El Ejercito de la República Irlandesa, que responde a las siglas IRA -Irish Republican Army, en inglés-, es algo que está aún muy presente en la historia de las 'Irlandas' -mucho más en la del norte, lógicamente, de soberanía británica- y a todos nos suena a algo así como ETA, pero la historia es mucho más compleja me temo. No entraré ahora en ella, pero sí pincelaré algo.
          Fue creado en 1919 por el parlamento secesionista irlandés para preparar la lucha nacionalista contra los detentadores antiguos de la actual República de Irlanda, que no es otra que la corona británica. Por tanto, fue clave en la independencia de este país. Otra cosa es lo que ahora nos conminan a pensar las siglas IRA -y del que todas las facciones se autoproclaman herederas- tras los abundantes episodios terroristas tan sangrientos llevados a cabo en la segunda mitad del siglo XX y primeros años del XXI . Esos actos terroristas acabaron por atomizar el grupo en múltiples escisiones muy complejas y que sería arduo explicar aquí. Lo importante es que el IRA, el denominado provisional, se cuente como se cuente, es considerado el brazo armado del Sinn Féin, partido que busca la unidad de Irlanda -la República con la del Norte- y, lógicamente, también la independencia total de Irlanda del Norte, actualmente bajo la corona británica. No obstante, se trata de un partido muy representativo, mucho más en el norte, pero que también cuenta con catorce diputados en el parlamento -Oireachtas- de la República de Irlanda. En fin, todo bastante complejo.
          Tanto como la historia del país. O las leyendas, porque es probable que las leyendas en este país estén a la par, si no por encima, de la propia historia. Seguramente se deba a que los primeros textos escritos sobre la historia no llegan hasta el siglo V de nuestra era, gracias a la introducción de la escritura por los monjes druidas, una especie de sabios que lideraron la comunidad y que fueron respetados por ésta. Y eso se debe, en gran parte, a que no es una país romanizado. El genio de Roma empleó violencia para someter allá por donde iba, porque llegaban para explotar los recursos y apoderarse de ellos, pero también supuso avance y civilización. Por ejemplo, en países fuertemente romanizados como España, la impronta cultural, lingüística, jurídica e infraestructural se debe a esa invasión. Acabaron con tradiciones nativas de fuerte valor antropológico, pero a cambio introdujeron la modernidad allá por donde fueron. Gracias a eso en España contamos con múltiples y buenas vías -antiguas calzadas- infraestructuras acuíferas, instituciones consolidadas a pesar de la corrupción que siempre ha reinado, un idioma de calidad de raíz latina y todos los demás avances que todos conocemos. En cambio, Irlanda no experimentó esos avances al importarle muy poco a Roma lo que allí se pudiera encontrar. Nulos recursos naturales -carbón, entre los primeros- y un territorio climatológicamente hostil. De ello le llamaron Hibernia. Le pusieron el nombre y a continuación se fueron y esa ida-fuga se aprecia en la actualidad. De hecho, no existen vestigios romanos ni en el plano lingüístico, monumental, infraestructural o genético. De ahí que muchos se afanen en considerar a la República de Irlanda como los verdaderos detentadores -junto a la hermana Escocia- de la historia, tradición y raza celta, la cual tiene una origen indoeuropeo, pensando muchos investigadores que su origen se encuentra en el norte de la península ibérica, anterior a la romanización. 
          El segundo asunto por el que nos viene Irlanda a la cabeza -además de la Guinness, el Jameson, su música y danzas, su extraño fútbol gaélico y potente rugby- es por el asunto del rescate, del que ya se han desenganchado. Pasó de denominarse como  'tigre celta'  a 'gatito celta'. Fueron muy prósperos, uno de los países con más crecimiento del mundo, pero un buen día las cuentas no le salían y necesitaron euros y una reestructuración bancaria feroz.
          Y es que básicamente no es un país que cuente con industria -la mayoría está en la zona de Belfast, bajo la corona británica-, pero sí con mucho asentamiento de grandes multinacionales, sobre todo pertenecientes a la industria farmacéutica. La clave me la contaron allí mismo: una enorme disminución del impuesto de Sociedades y mucha facilidad para la implantación de éstas, las cuales están básicamente en su capital Dublín. Esa política ha creado y sigue creando mucho empleo, que es algo que muchos jóvenes españoles sin oportunidades aquí han sabido aprovechar.
           El resto del país vive sobre todo de la agricultura y la enorme ganadería. La República de Irlanda cuenta con más cabeza de vacas que número de personas. Eso lo aprecias en cuanto das un paseo por sus zonas rurales. Hay tantas vacas que no te imaginas el paisaje sin ellas.
          Otra cosa que el observador atento apreciará es la cantidad de mujeres jóvenes embarazadas y/o con hijos. Parece haber ansia en ese afán procreador. De hecho es habitual ver por la calle de Dublín a una mujer arrastrando a un par de niños que apenas saben andar, otro en un carrito y de nuevo embarazada, una imagen que en España ya apenas se ve y parece más propia de la época del 'baby-boom' que se instaló en España y otros países europeos hace bastantes lustros. Muchas de estas mujeres son corpulentas y con el cuerpo asimétrico de tanta procreación en tan poco margen de tiempo. Por tanto, es inevitable presumir que existen programas sociales que favorezcan a tantas madres. Y sí, así es. Sobre todo para las madres que lo son en plena adolescencia. A éstas el Estado las protege sobremanera dándoles piso, dinero y costeándoles los estudios. Una mala política, me dicen, que acabará creando parasitismo, sobre todo cuando el resto de la población ha de pagar caro por el acceso a la atención sanitaria. De hecho, es habitual que los padres de adolescentes con embarazos no deseados se desentiendan de las hijas al saber que el estado se encarga de su manutención; y no sería extraño suponer que muchas jóvenes que quieren emanciparse opten por la vía rápida del embarazo. Políticas sociales peligrosas, sin duda. Me dije que si todos los programas sociales van en esa línea no sería extraño que en un par de años la República de Irlanda necesite un nuevo rescate económico, algo similar a la feliz ideal del infame Zapatero con aquellos dos mil quinientos euros por hijo nacido. Pero aún así, la República de Irlanda no cuenta con demasiada población -algo más de cuatro millones y medio- y un tercio de ella está congregada en Dublín y su área de influencia. Debemos considerar que llegó a tener ocho millones de habitantes muchos años atrás y se dice que descendientes de éstos puede haber en torno a los ochenta millones en todo el mundo, más de la mitad en EE.UU., lugar en el que la comunidad irlandesa es muy importante, sobre todo en New York y Boston. (SEGUIR LEYENDO)  

26 diciembre 2013

CUATRO CIUDADES BÁVARAS (III): ROTHENBURG



Puerta amurallada de entrada a la ciudad (Foto de J.A. Flores)
     Si nadie te cuenta nada sobre Rothenburg, no habrá forma de imaginarla a pesar de haber llegado ya a su pequeña estación de tren, de presencia tan poderosa en cualquier rincón de Alemania. Una estación correcta, ni nueva ni vieja, y un paisaje a su alrededor que te dice poco.
      Y aunque nada sepas de este lugar de casi once mil habitantes, alguien te filtrará de que se trata, quizá, de la ciudad alemana más visitada por japoneses. Ese dato te podrán en guardia porque sabes que nuestros lejanos vecinos de la tierra del 'Sol naciente', eligen los rincones del planeta, por muy lejanos que estén, en función de su atractivo fotografiable. Por tanto, te dices, debo estar ante una ciudad verdaderamente singular.
               Y lo estás.
               Nosotros ya íbamos arengados por su singularidad, pero eso no fue suficiente. Es una ciudad que ya has soñado y, quizá, no lo sepas. Una ciudad que ya has visto en tu imaginación o en alguna película o te la has imaginado leyendo algún cuento medieval. Pero nada será comparable a ese elixir que correrá por tus sentidos cuando alcances a verla con tus propios ojos. Lógicamente, hizo mucho el hecho de verla totalmente ataviada de adornos navideños, pero según nos contó nuestra acreditada 'cicerone', AL, también en primavera es una ciudad-espectáculo. Probablemente lo sea todo el año.
Una ciudad que pareciera detenida en el tiempo (Foto J.A. Flores)
               La mayor parte de la ciudad -es posible que toda-, está dentro de una antigua fortificación, que conserva sus murallas y su exquisita puerta de entrada, que también existe en la parte suburbial de la ciudad. Ambas puertas -ignoro si habrá una tercera- son tanto de entrada como de salida y poder imaginarse, en tiempos ancestrales, el acceso o la salida de los carruajes medievales tirados por caballos pecherones propios de Baviera, es tarea fácil. Incluso, por muy poco desarrollada que esté la imaginación de visitante de ojos asombrados.
               Quiso el destino -o su belleza- que no fuera destruida por los países aliados durante la liberación de la Segunda Guerra Mundial. Es un privilegio que sólo ofrece la belleza. Pero también mucho habrá que deber a sus gestores, los cuales han sabido conservar la ciudad, hasta el punto de parecer detenida en el tiempo.   
               Por tanto, sumergirse en ella es vivir como en una especie de cuento; como vivir dentro de una ciudad de juguete y durante toda la visita no dejas de preguntarte del momento de tu vida en el que ya has visto o has creído ver esta ciudad, aunque fuera en visión onírica. Lógicamente, no es tarea fácil saberlo, como nunca lo es acordarte de todo lo que has soñado.
En Rothenburg, cualquier rincón es pintoresco
(Foto de J.A. Flores)
       Una vez traspasada la puerta amurallada de entrada, presidida por dos coquetos tejados terminados en punta, que te recuerdan a los que coronan muchos de los edificios del Madrid de los Austrias mayores, una empedrada calle repleta de comercios elegantemente ataviados con sus productos y motivos navideños, te deposita en su curiosa plaza central, la cual está presidida por un enorme árbol navideño natural, repleto de pequeñas guirnaldas de diversos colores. Además, para la ocasión, la plaza también está repleta de pequeños puestos navideños, en los que se venden artículos y productos de la época y se dispensan salchichas cocinadas al estilo bávaro, licores y el siempre presente vino caliente, que tan bien sienta a los helados cuerpos e impresionados espíritus de los visitantes.
         La plaza mayor o principal, enclavada en una leve pendiente, no es circular pero tampoco rectangular. Se podría decir que no tiene una forma geométrica definida. Era ocasión única para llevar a cabo el ritual que cientos de personas a esas horas están llevando a cabo: tomar un vino caliente y alguno de esos fuertes licores bávaros. Y con esas pintorescas jarras decorativas -que pueden ser adquiridas o recuperar el dinero que se deja a tipo de fianza- comenzamos un deambular por todas y cada una de las calles que surgen desde esta misma plaza. En esos momentos, no son las piernas las que caminan: es la imaginación y la infinita capacidad de asombro. Todo lo que vemos nos atrapa. Te detienes ante el escaparate de una repostería y cuando quieras pensarlo ya estás dentro del comercio comprando alguno de sus exquisitos dulces en forma de bola; te detienes ante el escaparate de motivos navideños y cuando quieras pensarlo ya estás dentro guiado por tus sentidos y tus ojos, asombrándote con todo lo que ves: figuras de madera de todo tipo, adornos de belenes y árboles navideños inimaginables e infinitos, relojes cucús de todos los tamaños y formas....nada parece faltar en las abigarradas y decoradas tiendas. Pero, aún así, todavía no sospechas de lo que te vas a encontrar a continuación, algo que supera con creces a todo lo que has visto hasta ahora en cuanto a motivos navideños. Se trata de la fastuosa tienda museo 'Käthe Wohlfahrt'. Advirtamos que el disfrute de este sitio conlleva poseer, al menos, unos gramos de espíritu navideño. Y si esos se poseen, dejarte llevar por sus laberínticos pasillos, perfecta e inimaginablemente decorados, puede ser una de tus mejores experiencias navideñas. Un pasillo conduce a una sala enorme; y de esa sala enorme salen nuevos pasillos que conducirán a otro gran espacio en el que podrás contemplar un árbol de navidad gigantesco, condimentado con todos los motivos y luces navideñas posibles junto al cual se señorea un trineo a escala real repleto de regalos, en el que se sienta una figura de Papá Noel a escala natural y es arrastrado por renos que parecieran labor de taxidermista.
Foto de J.A. Flores
      Por tanto, a estas alturas del recorrido ya te encontrarás tan atrapado y embebido por el espíritu navideño que te planteas quedarte a vivir allí. Hasta ese momento, creía que este tipo de cosas tan sólo se veían en las películas navideñas hollywoodienses de alto coste que inundan nuestras pantallas en esta fecha.
      Cuando salimos de aquel sitio, aún con los ojos repletos de la infinita plasticidad que acabamos de ver, nos aguarda el espectáculo de la noche navideña en las empedradas y coquetas calles de Rothenburg. Y, entonces, se abre ante nosotros una nueva ciudad. Las luces de las calles, las guirnaldas de sus árboles y la exquisitez de sus comercios, nos invitan a patear de nuevo los lugares que ya habíamos visto de a pleno  luz del día, sin que a ninguno se nos ocurriera ni tan siquiera referirnos al momento de despedirnos de ese mágico pueblo de la Baviera alemana.
    Pero había que hacerlo si queríamos llegar a buena hora para apurar nuestras últimas horas en Würzburg y dar buena cuenta de una inolvidable última cena. Así que cuando salíamos por el arco por el que habíamos entrada unas horas antes, el instinto te decía que era mejor que no miraras atrás, como suele ocurrir en las sentidas despedidas.

               Una vez en el tren comprendimos que la ciudad ya iba a formar parte de nuestros recuerdos más selectos. Probablemente, para el resto de nuestras vidas.     

19 diciembre 2013

CUATRO CIUDADES BÁVARAS (II): WÜRZBURG


La fortaleza de Marienberg (Foto de J.A. Flores)

El puente de Carlos (Foto de J.A.
 Flores)
        Cuando llegamos a Würzburg -ubicada a unos cien kilómetros al noroeste de Núremberg-, ya en noche cerrada, nos encontramos ante una ciudad solitaria. Una estación de tren propia de una ciudad media de unos ciento treinta mil habitantes -contando todo su término- conduce a la avenida principal, en la que afloran múltiples comercios y algunas grandes superficies.
            La calle está partida por las vías del tranvía en sentido doble y es utilizada indistintamente por vehículos privados y las sempiternas bicicletas. A lo lejos se aprecian altas torres de múltiples iglesias.
            -Esta ciudad tiene muchas iglesias -nos dice A.L-.
        No podría afirmarse que me pareciera una ciudad triste ni que el frío fuera considerable en ese momento para tratarse de una ciudad ubicada en el noroeste del länd de Baviera, en la región de la Baja Franconia.
       Un posterior callejeo por la ciudad nos abre una ciudad mucho más amplia, dotada de esplendoroso alumbrad navideño, el cual contrasta con la soledad de la ciudad. Los puestos del mercadillo navideño, silentes y ya clausurados, no nos ofrecen argumentos para creer en su alegría.
            Pero, posteriormente, el romántico puente de Carlos sobre el río Meno, el cual desembocará en el Rin, nos sorprende por su belleza y nos invita a unas vistas nocturnas protagonizadas por la fortaleza de Marienberg, que se corona orgullosa a la izquierda y un cauce fluvial amplio y caudaloso.
            El resultado del agradable callejeo por el centro de la ciudad nos convence de que se trata de una ciudad próspera y que, a pesar de la casi total destrucción infringida por la aviación británica durante la Segunda Guerra Mundial, hoy día conserva ese sabor antiguo propio de esta zona de Alemania. Esa idea permanece en nuestra mente y la corrobora la visita al agradable restaurante en el que tenemos mesa reservada.
         
(Foto de J.A. Flores) 
  El 'Backföfele' está ubicado en un antiguo barracón o amplia cuadra, cuidadosamente restaurado y decorado. No es un restaurante que tengas la oportunidad de ver a diario. Repleto de detalles y esmerada decoración, se adereza con el elegante decorado navideño. Las mesas, repletas de comensales, se ubican arracimadas sin una estructura ordenada, pero al mismo tiempo, exentas de improvisación. Se compone de varios comedores, perfectamente comunicados y dotados cada uno de ellos de una decoración algo distinta, pero encuadrada en una misma categoría de decoración de impronta rústica. Unos espacios cuentan con más iluminación que otros, pero eso tampoco forma parte de la improvisación. A estas alturas del viaje uno comienza a comprender que existe toda una vocación detallista en los restaurantes alemanes.
            Otro elemento a tener en cuenta en la restauración alemana es el buen servicio. Así que en poco tiempo somos atendidos por una camarera que nos indica con amabilidad que no todos los platos están ya disponibles. Son más de la diez de la noche y a esa hora no es fácil que los restaurantes alemanes ofrezcan viandas. Aún así, hay mucho donde escoger: carnes cocinadas de distintas formas, amplias ensaladas, quesos fundidos y guisos diversos. A.L nos va traduciendo la carta y en pocos minutos nuestra pequeña pero coqueta mesa se llena de diversos manjares. Pero siempre la cerveza merece una atención especial. Estamos en Alemania y no es fácil decantarse por alguna: Pilsen, tostada, de trigo, negra...todas las imaginables abundan y de todas las marcas. Así que continúa el festival de cerveza, que ya no acabará en todo el viaje. Un comensal vecino, comprendiendo que absorbíamos todo el encanto del lugar, nos ofrece hacernos una foto. Lógicamente, aceptamos.
   
(Foto de J.A Flores)
            La ciudad, que por la noche la encontramos serena y tranquila, por la mañana es otra. Bajamos a comprar pan recién hecho, que en este país es mucho más que una rutina diaria. La panadería de enfrente de la casa está a rebosar en ese momento, tanto  de clientes como de variedad panificadora. Por mucho que uno haya observado estas fastuosas panaderías que abundan por doquier en cualquier ciudad alemana, jamás podrá acostumbrarse al espléndido espectáculo de las estanterías repletas de panes de todo tipo, tamaño y color. Es algo que forma parte de la cultura alemana y una de las cosas que mayormente disfrutará el viajero que visite este país.
       Las calles a hora temprana ya están repletas de gente que, junto al abundante comercio y incesante paso de los tranvías de atrevido colorido, forman un espectáculo único. El viajero vuelve a tener la misma sensación que ya tuvo en Núremberg: parece una ciudad de juguete. Piensa también que una nueva versión moderna de 'Canción de Navidad' de Charles Dicken, podría encontrar aquí su mejor decorado si se le añade nieve.  

(Foto de J.A. Flores)
     Callejeamos distraídos por la ciudad en busca de sus lugares más emblemáticos y en breve nos topamos con la Residencia de Würzburg, una impresionante mole de estilo barroco, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y cuya función principal fue servir de residencia de los obispos de la ciudad.  No lejos de allí, se encuentra la vistosa catedral de San Kilian de estilo románico, que consta de dos amplias naves. Su concepción es muy sobria, pero elegante. En su puerta principal hay un enorme árbol de Navidad y al fondo de la animada calle, repleta de comercios se atisba el puente de Carlos, formando todo ello una estampa idílica.
            En pleno centro de la ciudad, se encuentra ubicado su  Christkindlesmarkt. Mucho más pequeño que el de Núremberg, se trata de un mercado navideño muy coqueto. Sus puestos guardan una gran armonía entre si y, cada uno de ellos, parece obedecer a una especialización temática. Cerrando el mercado, se ubica un puesto de mayor tamaño que dispensa todo tipo de viandas propias de la gastronomía alemana: salchichas de todos los tamaños, carnes guisadas de distintas formas y el siempre preciso vino caliente propio de estos climas tan extremos.
   El mercado está muy concurrido de ciudadanos de Würzburg y visitantes. Entramos en un pequeño puesto, repleto de motivos navideños y volvemos a sorprendernos de su cuidada decoración. Todo parece tener vida propia.
(Foto de J.A. Flores)
   Comprobamos que los dueños de los distintos comercios que frecuentamos son amables y se desviven por atender. Está claro que este país cuenta con una enorme tradición en cuanto al fomento del pequeño comercio, algo que en España es mucho más difícil de apreciar.
            Una nueva visita al puente de Carlos, en esta ocasión de día, nos convence de que estamos ante una de las ciudades más privilegiadas de Baviera, algo que se debe en gran parte a su prestigiosa universidad pública, una de las más valoradas de todo el país.

            Por la noche, volvemos de nuevo a las andadas gastronómicas y observamos que es muy difícil encontrar mesa si no se ha reservado con antelación. Debemos considerar que nos encontramos en una de las zonas más ricas de Alemania, algo que se aprecia.
        Finalmente, la encontramos en un coqueto restaurante que está atendido por camareras ataviadas con los vestidos tradicionales bávaros. Debemos compartir mesa con una hombre de mediana edad que dice ser austríaco, que resulta ser un tipo agradable y parlanchín. En muchos países europeos es normal que se haya de compartir mesa con personas desconocidas, experiencia que resulta interesante, a pesar de las reticencias iniciales que poseemos los españoles. Lógicamente, siempre se acaba conversando con quienes comparten tu mesa. El comer une mucho y eso suele ser siempre una experiencia agradable como ya expondré en sucesivas crónicas. 
          El restaurante, como ya se ha contado de otros, está provisto también de una cuidada decoración. aderezada por la navideña. Y la alta temperatura, las amplias viandas, la presencia colosal de la cerveza y la vestimenta de las camareras que nos atienden con amabilidad, producen en el viajero y sus acompañantes unas inolvidables sensaciones; y la fuerte convicción de sentirse en lo más esencial y tradicional de la vieja Europa, cuya cultura  ancestral tanto representa para este viajero. 

          

La Residencia de Würzburg (Foto de J.A. Flores)

29 septiembre 2013

ALMUÑECAR, UNA VISITA

Playa de Velilla. Fotografía de José A. Flores
He estado en Almuñecar para participar en la prueba de fondo anual y tras recorrer gran parte de la población corriendo, posteriormente, lo he hecho en coche y paseando. Tras acabar la prueba, no deseaba quedarme hablando de la carrera (tras correr lo que menos quiere uno es seguir hablando de correr) y he optado por embelesarme con la ciudad más turística de la llamada Costa Tropical, que se corresponde con el litoral de la provincia de Granada. 
Un embelesamiento que se consigue si la visita no se hace en los meses de temporada alta, porque la antigua Sexi fenicia gana mucho cuando no hay veraneantes. Todos nos consideramos únicos, es lógico que sea así, y tomados de uno a uno no nos consideramos masa, pero lo somos si coincidimos con otros miles; otros miles de muy distinto pelaje, de muy distintas costumbres y hábitos, los cuáles se relajan y vulgarizan en periodo de vacaciones. La suma de todo eso hace que Almuñecar -y casi cualquier ciudad costera señalada por la vara mágica del turismo- sea totalmente insufrible en los meses veraniegos. 
Pero fuera de esos meses se convierte en una población con encanto natural, a pesar de las barrabasadas que han ido implementando los alcaldes que se han sentado en la poltrona municipal (en el caso de Almuñecar ha sido uno, casi siempre). Por tanto, hoy he disfrutado de una magnífico paseo por la antigua ciudad de origen fenicio. Y gracias a su poca gente he podido observar con deleite ese mar mediterráneo que llega rebosante y tranquilo hasta sus puertas; un mar al que observo un progresivo cambio de color en función de la luz del cielo: azul cuando sale el sol; gris cuando se ha nublado. He recorrido su costa de punta a punta; he visto sus vistosos restaurantes y chiringuitos y he observado el mar cuando llega espumoso a las piedras de la playa (no es una costa de arena). 

Desde la naturista Playa del Muerto, mirando hacia la zona oriental, el color del mar se metamorfosea con el cielo creando matices de colores sorprendentes. Fotografía de José A. Flores

El mar de la vertiente occidental de la Playa del Muerto ofrece un tono de luz algo más azul contagiada por el cielo. Fotografía de José A. Flores
En la Playa del Muerto he observado cómo las gaviotas andaban tranquilas por la orilla, acechando la presencia de algún pez que se acercara a la misma orilla; de pronto, las he visto planear a ras de mar para volver de nuevo a la orilla, disfrutando de un ejercicio que probablemente no han podido hacer en los últimos meses. 
Las gaviotas se sienten dueñas del territorio y del mar en estos meses de ausencia de veraneantes. Fotografía de José A. Flores 
La poca presencia de gente posibilita que no exista apenas ruido, tan sólo el de las olas cuando rugen tímidamente al tocar tierra. Y los pocos paseantes por el paseo marítimo mostraban un sosiego que es imposible en los meses anteriores. Seguramente, esos paseantes son de otro material y aguardan a que la masa se diluya para tomar ellos el relevo. Lógicamente, viéndoles pasear tranquilos yo los prefiero a los anteriores. 
Me agrada extraordinariamente saber que puedo aparcar el coche donde desee. Observar un vista bonita y detenerme a contemplarla; oler un buen olor a cocina y otear el establecimiento para tomar unas cervezas y unas tapas. Pero, sobre todo, pasear por la orilla de la playa. Un ejercicio tan sencillo, que se convierte en imposible en temporada alta. 
Almuñecar tiene castillo, -el de S. Miguel- y contemplándolo en su soberbia ubicación, uno puede comprende la motivación de las diversas civilizaciones por tomarlo. La perfecta visualización del mar desde sus almenas lo convirtieron en enclave único. No está clara su procedencia fenicia, pero es probable que en el periodo púnico ya estuviera construido. Pero fue el genio arquitectónico árabe el principal culpable de su existencia. No en vano Abderramán I penetró en la península por la costa sexitana en el año 755 de nuestra era. Fue adscrita administrativamente a la Cora de Elvira, ciudad importante que estuvo ubicada en la ladera de Sierra Elvira, entre Pinos Puente y Atarfe.
Ciudad codiciada por la civilización romana por su ubicación y su sólida industria del salazón del pescado ya asentada en periodo fenicio. Impronta que se deja ver en los diversos restos romanos -acueducto incluido- que han aflorado en la ciudad, que llegó a tener moneda propia.   
Hoy día, muchas de estas arquitecturas del pasado se ha perdido por el paso del tiempo y la constante agresión turística e inmobiliaria, pero otras muchas se conservan. Y en días como éstos, sin la masiva presencia de veraneantes, es posible disfrutarla. 

Desde el chiringuito de Velilla las vistas diáfanas de la playa y la costa son fantásticas. Ojalá fueran posible todo el año. Fotografía de José A. Flores
Me dirijo hacia la zona de Velilla, centro turístico masificado por excelencia y la encuentro casi solitaria. De esa forma es una delicia pasear por su playa y contemplar a lo lejos cómo se dibuja la costa en dirección a Salobreña. Descubro un chiringuito-restaurante que me ofrece casi todas su mesas con vistas a la playa libres y allí me siento a tomar unas cervezas. Lo que tengo en frente es el ancho mar Mediterráneo que ahora posee un bellísimo color grisáceo y me digo que sería ideal que este espectáculo de vistas y tranquilidad se pudiera disfrutar todo el año. 
Cuando enfilo la carretera ya puedo ver a lo lejos Salobreña. La antigua carretera -que lo será mientras no haya autovía- es peligrosa pero su ubicación es preciosa. Desde el coche se observa como un balcón gran parte de la costa granadina y Salobreña te saluda desparramando sus encaladas casas por ese promontorio que preside su fértil vega y el mar y en cuya cúspide se dibuja el famoso castillo árabe metamorfoseado con la roca. Y es que en realidad, me digo mientras conduzco, Granada posee una costa única, que la distingue de las propias de las provincias limítrofes. Una costa que desde La Herradura hasta La Rábita-El Pozuelo atesora matices distintos y únicos y que, por suerte, no está aún tan mancillada y desarrollada (desarrollo en España equivale a destrozar impunemente el paisaje en pos de la economía salvaje, la cual favorece tan sólo a unos pocos: los especuladores y los políticos) como la de su vecina malagueña. Bendita crisis, me digo.        

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...