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04 septiembre 2014

REFLEXIONES POS 'HUELLA DEL BÚHO'.

Bien mirado, pensar en tan sólo participar en la 'Huella del Búho', el Trail Running de Colomera a través de varias localidades de dos municipios de la comarca de Los Montes Orientales, es un descoco. Principalmente para un corredor que viene del running puro, ese que hace deslizar los pies por asfalto, caminos, calles y todo lo más alguna vereda empedrada. Con cuestas, sí, pero cuestas integradas dentro de las rutas habituales de las ciudades, de los caminos...Unas más duras, otras menos, pero siempre al alcance del corredor, que con tan sólo ir adecuando el ritmo a la pendiente va superando sin problemas.
Pero nos gustan los retos. 
Pero, ¿qué hay detrás del reto? Eso dependerá de cada uno. Me aventuraría a sostener que, a excepción de quien participa en estas pruebas para ganar, para abrirse camino en este deporte, el que entrena más de cinco horas diarias para hacer la mejor marca posible o acceder a otro tipo de pruebas más duras y en las que se exige una marca mínima; a excepción de ésos, decía, los que allí estábamos a las seis de la tarde en Colomera, nos movían otro tipo de pasiones y motivaciones. 
Tal vez, la más común a todos fuera el sentirse haciendo algo distinto. Eres corredor -o senderista- y te gusta la montaña. Disfrutas andando o corriendo por veredas recónditas, lugares salvajes en los que apenas se aprecia un atisbo de civilización. Todo naturaleza. Ese móvil y saberte que eres capaz de aguantar treinta kilómetros es más que suficiente para inscribirte en este prueba que, además, al ser en agosto y acabar -para la mayoría- en noche cerrada, le confiere un plus épico. 
Para otros podrá haber otras motivaciones, otras pasiones. 
Dicho esto, he de decir que mi caso no es exactamente ninguno de los descritos. Y digo exactamente porque algo de esos también ahí, aunque sea en pequeñas dosis. Soy corredor y me gustan las grande distancias. Es más, ya he participado en pruebas largas y duras y sé que estoy entrenado para esas distancias y puedo resistir. Sin embargo, aunque me gusta la montaña, no soy el clásico tipo que pierde las mañanas del domingo andando por rutas de montaña. Es más, ni tan siquiera sentí la necesidad de entrenar por ese terreno cuando ya había tomado la decisión de correr en Colomera. Todo lo más, había planificado entrenamientos entre carriles de olivos, la parte más benigna de la prueba de la 'Huella del Búho', precisamente. 
Luego, ¿qué me movió a correr por estas latitudes? Haciendo abstracción que -como decía en la entrada de la crónica- me unen con Colomera lazos afectivos y que la zona de Los Montes Orientales es por mi conocida al ser fronteriza con mi municipio de nacimiento, que es de Vega (algo del municipio tiene elementos comunes con los de los Montes), lugares por los que, incluso, he entrenado, haciendo abstracción de todo eso, decía, había como una especie de llamada en mi interior. Una parte de mi mente decía que no debía hacerla y otra que sí. La que decía que no, razonaba con sensatez: no es tu terreno, no conoces el trail, no se te ha ocurrido entrenar por ningún monte, no sabes subir, no sabes bajar, no tienes unas zapas adecuadas (ahí se equivocó algo la parte de la mente que decía que no: las Brooks Cascadia cumplieron sobradamente, si bien no son las mas adecuadas del todo). La que decía sí no razonaba tanto. De hecho, no razonaba nada. Más que pensar se dejaba atrapar por el impulso, por la ilusión infundada de hacer la prueba. Sin contemplaciones ni consecuencias futuras.
Y como siempre ocurre, ganó la parte mala, la que decía sí.
Pero hube de darle las gracias al final. No me gusta darle las gracias a los malos, pero en esta ocasión tuve que hacerlo. Porque de no haberme guiado por sus cínicos consejos no habría experimentado la sensación que sigo experimentado a cuatro días ya de terminada la prueba. Es más, le estoy dando tanto la razón a la parte de la mente que decía sí que ya casi he decidido participar el año que viene, ¿Qué locura, no? Obviamente, tendré que escuchar aunque sea tan sólo una vez a la parte buena, la que dice no. 
En otras condiciones, en las pruebas de running en las que me prodigo, estaría dándole vueltas a la más que discreta marca que hice, pensando por qué no tiré más en determinada zona o porque fuí tan conservador en otra, pero no ha sido así en este caso. Es más, cuando ya había agotado todas las expectativas de terminar en el tiempo en que terminé (ahora me sonrío ante mi ingenuidad, al haber calculado los tiempos de manera muy similar a cuando los calculo en, por ejemplo, un maratón), es cuando realmente comencé a disfrutar de verás de la prueba. De cada uno de sus tramos e, incluso, de sus avituallamientos en los que no miraba el reloj mientras ingería y comía. Eso fue más o menos a la altura de Moclín. Me encontré con un animoso grupo de corredores conocedores de esta disciplina, pero con una visión de la misma la mar de positiva y gracias a ellos comprendí que si no vas a ganar, lo ideal es disfrutar lo máximo de este tipo de prueba, de sus paisajes, de sus gentes, de todo lo que la rodea. Además, en honor a la verdad, estaba completamente destrozado: los cuádriceps a punto de estallar, las ampollas de ambos pulgares de los pies pugnando en tamaño con los dedos mismos, el estómago con una movimiento similar a un volcán en inminente erupción...Así que lo inteligente en tales condiciones y sabiendo que estaba en un terreno que no era el mío era disfrutar. Y así lo hice.
Me han preguntado familiares, amigos, conocidos y compañeros de trabajo que qué tal. Se han admirado de la 'locura y valentía' de correr en esta prueba, es más, algunos más cercanos han mostrado preocupación (sobre todo mi pareja cuando me vio aparecer por casa con la cara lívida), pero todo eso me ha ratificado aún más en que hice lo correcto, lo que me ilusionaba hacer, lo que decía la parte de la mente que decía sí.
Porque seamos francos, a este tipo de pruebas no te inscribes por gloria, fama, ni para que te admiren más, claro que no, nada de eso es importante. 
Lo que es importante es saber que tu lado de la mente insensata ha ganado a la sensata y que gracias a eso has conseguido rebelarte contra lo razonable y establecido, aunque tan sólo haya sido durante una calurosa tarde de agosto.     

01 septiembre 2014

III TRAVESÍA 'LA HUELLA DEL BÚHO' -TRAIL RUNNING DE 30 KILÓMETROS- (COLOMERA-TÓZAR-MOCLÍN-OLIVARES-COLOMERA, 30/8/2014)

LOS PROLEGÓMENOS 

Correr este trail con nombre tan prosaico y atractivo (La huella del búho) fue una idea que penetró de manera directa en mi cabeza. Y si eso ocurre, pocas cosas puedo hacer ya. Me ocurrió con la Subida al Veleta y con el primer maratón que corrí, el de Madrid.
Porque así funciono a la hora de inscribirme a una prueba extraordinaria. Meditarlo en exceso podría provocar que la razón se imponga al impulso y acabar por no inscribirme; por tanto, no lo medito demasiado. Todo lo más, miro el perfil de la prueba y la dificultad. Y a partir de ahí, la suerte está echada y tan sólo me impedirá no acudir a la cita algo ajeno a mi voluntad, entre otras cosas, una temida lesión.
Así que no tardé demasiado en inscribirme a esta prueba que tiene su punto de salida y de llegada en Colomera, localidad con la que me unen fuertes lazos afectivos. No encontré referencias en Internet y se las pedí por correo electrónico a la organización. Inmediatamente me contestó uno de sus mentores, Julio.
Julio, en un correo muy amplio me hizo un resumen de la prueba y, sobre todo, de sus dificultades y a partir de ahí comencé a coger referencias, también gracias a las indicaciones que me hizo un compañero de trabajo, senderista y corredor, Luis Alberto. 
Posteriormente comencé a ver vídeos de esta ruta, básicamente de gente que los había grabado en MTB o haciendo el sendero y descubrí que las zonas más duras también eran las más espectaculares y bellas. 
Iba a ser mi primer trail propiamente dicho (Fonelas no es un trail en estado puro) y por eso me dije que aquí lo importante era disfrutar de la prueba y acabarla, nada de planteamientos de marcas ni nada por el estilo. Entre otras cosas porque vengo del running y el trail no es mi especialidad. Mientras hacía el recorrido comprendí que aparte de no ser mi especialidad, se trataba de otro tipo de deporte, emparentado con el running pero distinto. De hecho, muchos de los practicantes del mismo vienen de los deportes de montaña, aunque cada vez más llegan desde el running. 
También sabía que no había elegido el mejor año para correr esta prueba. Sin apenas rodaje -comencé a rodar de manera gradual en Semana Santa- ni competición, ya había dado muestras de debilidad en la prueba que se celebró dos semanas antes, el 17 de agosto, en Fonelas. Además, ni se me ocurrió subir monte alguno para ir practicando. Aún así, la suerte ya estaba echada y de poco servía hacer entrenamientos demasiados específicos. Todo lo más, algún que otro test para calibrar la resistencia a lo largo de 30 kilómetros y muchos abdominales, flexibilidad, Compex y ejercicios isométricos de endurecimiento general. En ese sentido, le dí mucha importancia a los abductores, los cuales se me cargaban muy rápidamente en los entrenamientos largos y en las cuestas. Gracias a ese trabajo de flexibilidad y endurecimiento de esa zona, no tuve ningún problema durante la prueba, aunque sí muchos en ambos cuádriceps, básicamente en el izquierdo.      
Así que con bastante mentalización, pero también con cierta ingenuidad me presenté en línea de salida, el sábado, 30 de agosto a las 18 horas, estando el termómetro en ese momento en torno a los 34 grados de temperatura. 

LA PRUEBA


Debo decir que la prueba me pareció mucho más dura de lo que había presupuesto, aunque en realidad, toda preposición no podía ser más que fallida toda vez que jamás había hecho una prueba de estas características. Lo normal es que me hubiera iniciado con una prueba de no más de 15 kilómetros, pero comencé la casa por el tejado, aunque no me arrepiento de ello, a pesar que mientras escribo estas líneas los cuádriceps se siguen rebelando e intento calmar lo máximo posible con crioterapia. 
Como decía, cuando estaba en plena prueba entendí que el trail podría pasar por considerarse otro deporte distinto al running, una especialidad que deriva de éste pero que tiene sus propios contornos, a pesar de que en esta prueba hubo bastante terreno para correr, si bien, con poca continuidad y sensación de ritmo, si bien mis piernas ya no tenían capacidad para apreciar ese detalle. 

Algunos gramos de locura

En una prueba de trail no viene nada mal que las dificultades principales se encuentren en los primeros diez kilómetros. En 'La Huella del Búho', la cota más alta se encuentra en el seis, aproximádamente, pero en absoluto es la más complicada. Efectivamente, se sube hasta los 1168 metros -según mi GPS- , pero no hay que olvidar que Colomera se encuentra a 877. A través de un amplio camino se va subiendo hasta llegar a un especie de roquedal en el que se va asciendo como se puede -a paso rápido siempre es más llevadero al ser una zona demasiado técnica-, buscando la dirección de Tózar, localidad a la que se accede a través de un mar de olivos. La breve subida a Tózar también se complica, básicamente por el fuerte calor. A la entrada de la localidad hay un amplio avituallamiento en el que el líquido asume la mayor parte de lo ingerido para recuperar lo perdido en esos primeros diez kilómetros. Advierto que allí está también la Cruz Roja y les pido dos apósitos al comprobar que ambos dedos pulgares del píe ya comenzaban a mostrar síntomas de ampollas. No disponen de ellos y eso me frustra ya que tendré que sufrirlas en los próximos veinte kilómetros. La frustración, más que nada, viene motivada por mi poca prudencia al haber envuelto mis uñas color obsidiana con dos tiras de esparadrapo, el cual me está provocando esas ampollas. Una imprudencia total que ya es tarde para remediar. Cuando enfilo el amplio camino de tierra, que llegará kilómetros más tarde al río Velillos, advierto que no tengo apenas 'puch', algo parecido a lo que ya percibí en Fonelas. Pero advertir eso cuando faltan aún veinte kilómetros, muchos de ellos de los de mayor mucha dureza, no era más que flagelar innecesariamente el ánimo. Así que me centré como pude en correr intentando dejar la mente en blanco.  
Desde Tózar hasta el Castillo de Moclín la prueba cambia de cariz, tanto en belleza como en dificultad, básicamente a partir de la Fuente de la Corcuera, lugar paradisíaco donde los haya, una vez superado el magnífico entorno del desfiladero que a través de un puente colgante y un camino artificial de madera adherido al mismo atraviesa el río Velillos -también conocido como Colomera y Frailes a medida que pasa por otras localidades-. En la Fuente de la Corcuera está situado otro avituallamiento bien surtido.
Subir desde la Fuente de la Corcuera hasta el Castillo de Moclín es un fuerte correctivo para las piernas -lo fueron para mis cuádriceps- porque se asciende con sensación de verticalidad por una senda en cuya derecha, hasta el mirador, se ha construido una pequeña barrera, que en realidad es una cuerda para que, a quienes les falle las piernas, puedan ayudarse a subir. Eso da una imagen de lo que supone esta subida. Lógicamente, en ese lugar correr es casi imposible -lo fue al menos para mí- y las piernas me irán comunicando progresivamente que también lo será en terrenos de cuestas menos duros que encontraremos a continuación. La dureza de esa subida la preveía de manera nítida, ya que el bonito descenso desde Tózar al río Velillos, con la vista de frente al otro lado del río de las enormes rocas que albergan las pinturas rupestres de la zona, no significaba otra cosa que el ascenso desde el río hasta el Castillo a lo largo de dos kilómetros iba a ser terrible ya que en tan corta distancia -unos dos kilómetros- hay una altimetría de más de trescientos metros.
De todas formas, vuelvo a significar que la belleza de esta zona está a la par que su dureza, o viceversa. Porque llegar al entorno de Castillo de Moclín, que supone haber hecho algo más de la mitad del recorrido, es toda una experiencia. 
Por las primeras calles de Moclín, aledañas al Castillo, ya se puede correr, básicamente porque se desciende. No obstante, que nadie piense que correr incluso bajando es fácil en ese momento. Duelen todas las articulaciones debido al fuerte test al que se ha expuesto la musculatura inferior en la subida. Esos mismos cuádriceps y las rodillas, fundidos en la subida, ahora deben de dar todo lo que puedan en la bajada, pero activando a la vez otros grupos musculares dormidos. En esos momentos, uno quisiera seguir andando, por lo que al llegar a la coqueta plaza de Moclín, uno encuentra la escusa perfecta al encontrarse en la misma un pequeño avituallamiento. Un animoso grupo de británicos, residentes en la localidad, anima desde la terraza del bar de la plaza. Se agradece ver algo de humanidad, porque uno viene desde bastante rato sin verla, a excepción de los corredores que de manera muy aislada nos vamos encontrando por las veredas. En ese punto me agrupo con un viejo conocido de este blog, Alejandro -al cual ya había saludado en el avituallamiento de la Fuente de la Corcuera- , y con sus animosos amigos. La filosofía de este grupo para este tipo de pruebas, de las que ya tienen experiencia, me vino de perlas para asumir los últimos aproximados 13 kilómetros de la ruta.
La bajada a la localidad de Olivares, desde mi opinión, tampoco es sencilla debido a su fuerte inclinación. A estas alturas de la prueba y con tanto desgaste en las piernas, tanto subir como bajar significa dolor, incluso llanear, algo que yo no suponía aunque me lo advirtieron. Esta bajada es bonita y está muy bien cuidada. Bajar a trote con una buena conversación y con la puesta de sol inminente redime todo el sufrimiento anterior, si bien el único pensamiento que tengo en la mente es llegar a meta. 
En la plaza del centro de Olivares ya quedan minutos para la total puesta de sol. Hay otro avituallamiento. Será el penúltimo. Allí nos detenemos y tomamos isotónico, agua, naranja y plátanos. Todo lo absorbimos y devoramos con fruición. En ese momento no sabía bien hacía donde nos desviarían. Consideré como probable la carretera que une con el Cortijo del Berbe Alto, en dirección a Colomera, pero la organización opta por dirigirnos hacía las empinadas calles de Olivares hasta el denominado Barrio Alto. Sin duda se trata una ruta acertada en la que destila la naturaleza que disfrutan los moradores de las últimas casas. Ya ha caído la noche y todo es paz y silencio. Tan sólo se escuchan nuestros pasos y nuestra conversación así como las silenciosa presencia de algunos vecinos en las puertas de sus viviendas. 
Acabada la última vivienda penetramos en un carril entre olivos desde el que se aprecia con nitidez las luces de Pinos Puente, Granada y los pueblos cercanos a la capital. En medio, se impone como una enigmática sombra el picacho del Piorno que parece vigilar la localidad pinera. Conectamos los frontales y se van agrupando corredores que van por delante y por detrás. Algunos no llevan frontal y les viene bien la luz de los que sí los llevamos. Las balizas de señalización de la ruta, que durante toda la ruta hemos ido descubriendo adosadas a las ramas de árboles y ramas, ahora sólo visibles gracias a las fuerte tiras flourescentes que cuelgan de los olivos y que destilan un fuerte color rojo o verde, que en la oscuridad de la noche son muy perceptibles.  
Al final del sinuoso carril de olivos, perdido en el manto oscuro de la noche se encuentra el último avituallamiento en el que nos detenemos con tranquilidad para beber agua y absorber el zumo de los trozos de naranja porque las fuerzas ya son escasas. Llego a la conclusión definitiva que los geles de hidratos no van con mi estómago, el cuál comienza a revolverse. La pequeña carretera que está justo en ese punto ya nos llevará directamente a Colomera. Nos dicen que quedan menos de cinco kilómetros. 
Pero tampoco éstos son fáciles a estas alturas. Las 'cuestecillas' que nos dicen los voluntarios del avituallamiento con las piernas desechas -y en mi caso, como decía, también con el estómago revuelto de tan mezcla de gel, naranja, plátano y líquido, algo de lo que me deshice en la localidad de la manera más directa y regurgitante - se convierten en verdaderos puertos. En estos momentos, quienes ya llevan más de un trail a sus espaldas aconsejan mucha prudencia para evitar que las dificultades del terreno impidan llegar a meta. Por suerte les hago caso porque ya en el carril previo había percibido que el cuádriceps izquierdo se me había engarrotado de manera bestial. El lactato acumulado evitaba un correcto riego sanguíneo. 
Por tanto, hacemos esos cinco kilómetros como podemos, comprobando cómo se producen situaciones curiosas: en las subidas de las rampas unos andan y son adelantados por otros que corren, pero a los pocos metros ocurre a la inversa. El racimo de corredores que vamos por esa oscura carretera bien podría confundirse con una procesión trágica.  Todas las medidas son pocas para evitar el desgaste que provocan las cuestas por mínimas que sean. Hago caso de mis acompañantes y opto por subir la mayoría de las rampas a paso rápido, algo que me sorprende, porque a mí siempre me ha gustado subir corriendo las cuestas. Pero esta prueba es otra historia y es lo que hay que hacer si no es posible hacer otra cosa mucho más imprudente. En esos momentos, ya cada cual es soberano responsable de la administración de sus escasas fuerzas y el cuidador máximo de los deteriorados músculos. 
Por suerte, los últimos dos kilómetros hasta Colomera son más suaves, incluso en descenso en el último kilómetro. Así que nos lanzamos al trote más propio del running hasta llegar a las primeras casas de la localidad. En ese empeño el grupo inicial con el que vengo desde Moclín se desintegra un poco -alguno avanza, otros se quedan- y me acompaña en ese afán final un viejo conocido de mi antiguo club de atletismo, el incombustible Fernando Medina, el cuál me dice: 'Hay que llegar corriendo bien Jose'. 'Fernando va a ser así porque no hay cuesta...', le respondo. Con él llego a meta y cumplo el objetivo que me había planteado: acabar lo mejor posible mi primer trail en estado puro.   
Por tanto, hechi mi primer trail de importancia, con una marca más que discreta, aunque eso no era importante para mí en esta prueba.       
¿Arrepentido? En absoluto. ¿Repetirlo? Ahora toca descansar y recuperarse. Nada más. ¿Aconsejo hacer la prueba? No suelo aconsejar cuando se trata de pruebas de este tipo. Depende de la forma de cada uno. También se puede hacer como senderista, ya que no hay hora establecida de finalización. Luego, leí que los senderistas más rezagados llegaron a Colomera pasadas las 1 de la madrugada. 

(REVISADA)

DATOS BÁSICOS: 


Acceso a Colomera: carretera en mal estado en algunos tramos pero correcta. Carretera de monte, con abundantes curvas a partir del acceso al Centro Penitenciario. A 25 minutos en coche desde Granada
Aparcamiento: al no ser una prueba mayoritaria, sin problemas.   
Kilómetros oficiales de la prueba: 30 kms. Reales: 28.5 aprox.  
Dificultad técnica: Muy alta. Extraordinarios parajes.
Numero de participantes: 247 llegados entre corredores y senderistas, de los -al parecer- 300 inscritos.  
Tipo de corredor: Especialistas en trail, corredores de running avanzados. 
Organización:  Muy Buena. Muy pendientes de los participantes en todo momento.
Avituallamiento: Excelente. Compuesto de agua, isotónico, cola, plátano, naranja, almendras, dulces, mini sandwich. 
Señalización y balización: Básica, pero muy efectiva. 
Predisposición de los voluntarios: Excelente. Buen número de éstos, tanto en salida y meta como en los avituallamientos. 
Fuerzas de seguridad y civil: No demasiada presencia al no transcurrir por carreteras con tráfico. Se advierte Guardia Civil, Policía Local, Protección Civil y Cruz Roja. Suficiente.
Bolsa del corredor: Camiseta técnica. Acertados logotipos y grabados tanto en pecho como en espalda. Bolsa algo corta.
Atención al corredor en meta tras la prueba: Bocadillo y cerveza. Duchas en polideportivo municipal.

Como colofón a esta crónica, inserto un vídeo de la prueba alojado en YouTube que me parece fantástico. Resume con acierto en poco más de dos minutos lo épico de la prueba. El texto de la narración en off también es fantástico. Su autor, Álvaro Ballesteros. 




   

                            
       

03 agosto 2013

UN ENTRENO MAL CALCULADO

Es fácil despistarse en un mar de olivos

Reconozco que puede haber algunos ligeros gramos de locura en la ruta hecha en la mañana del sábado, en tal terreno y por estas fechas, porque los 18 kilómetros propuestos de olivo-trail por una ruta que ya había hecho a finales de junio se han convertido en casi 23. 
Un despiste en uno de los cruces me ha llevado a hacer 5 kilómetros más no previstos, algo que no sería más que anécdota si no se tratara de un terreno de esta dificultad y un 3 de agosto, en mitad de una alerta amarilla por ola de calor.  
Cuando llegué al final de la primera parte de la ruta ya se habían cumplido 9 kilómetros. Era lo previsto. Estaba casi en la mitad de la nada y a pesar de que eran las 10 y media de la mañana el calor ya comenzaba a percibir y la chicharra ya había comenzado su monótona lenatía, a pesar de que de vez en cuando -algo propio también en los días de fuerte calor- el sol se cobijaba en alguna nube y aparecía un leve frescor que inmediatamente desaparecía. Así que me refugié debajo de un olivo y me dediqué a hidratarme lo mejor que pude, calculando que debía dejar el suficiente líquido para el regreso de otros 9 kilómetros, pero en este caso aún con más calor al ser más tarde. El sol cada vez estaba más alto y presente. 
No quería pensar en esos nueve kilómetros que me faltaban, tan sólo en qué momento debía de detenerme de nuevo para volver a hidratarme. En realidad, tampoco me sentía mal de forma para volver a un ritmo adecuado.
No recuerdo en qué momento me despisté y no cogí el desvió que me volviera a llevar a Pinos Puente entre ese mar de olivos. Tal vez iba pensando en exceso en el calor que aún me esperaba. Desde luego no ayuda que los caminos entre olivos sean practicamente idénticos. 
Al fondo de una recta, a lo lejos, percibí una fuerte subida que consideré no sería por la que debía pasar. Me parecía una subida excesiva y pensé que podría tratarse de un carril auxiliar, que suelen ser abiertos por los olivareros para poder entrar con su maquinaria. Pero pasaban los metros y no había ningún cruce que me permitiera alejarme de esa subida. Así que cuando menos lo esperaba ya me encontraba subiendola, de la cual no tenía referencia alguna en la ida. Estaba claro que me había despistado.
Cuando con mucho esfuerzo llegué a lo alto de esa especie de otero, comprendí definitvamente que no estaba en el camino correcto. Es más, al ver a lo lejos el campo de golf cercano al Pantano del Cubillas,  ya clausurado por la estulticia de la fiebre del ladrillo (algo similar los aeropuertos de Castilla-La Mancha y Castellón), sabía que me encontraba en una ruta que había descubierto a través de Google Earth. Ya no merecía la pena desandar lo andado erróneamente y seguí. 
No conocía ese trayecto pero sí sabía muy bien adonde saldría, por ser una ruta habitual en mis entrenamientos, pero ese cálculo tenía trampa: serían al menos cinco kilómetros más y eso significaba que tendría que estar corriendo hasta casi las 12 del mediodía. No llevaba apenas líquido pero sabía que en Caparacena, a 4 kilómetros de Pinos Puente, podría beber y rellenar todo el agua que quisiera gracias al activo pilar de la coqueta plaza de la aldea. Por suerte, tras esa dura subida, casi todo el terreno a su paso por el aeródromo era en descenso, o bien, en recta. Eso ayudó. 
Cuando llegaba a la pequeña aldea, a pesar de lo benigno del terreno, comprendí que ya no iba tan entero como hacía un rato. Me detuve en el pilar de Caparacena, bebí, me esparcí agua por casi todo el cuerpo -principalmente por la nuca, cuello, frente y muñecas-, rellené las pequeñas cantimploras de la correa de hidratación y a paso muy tranquilo me dispuse a hacer mis últimos cuatro kilómetros que, probablemente, hayan sido los más complicados en esa ruta que tanto conozco. En eso cuatro kilómetros también había alguna dificultad llegando a Pinos Puente, pero conocía el terreno y no preocupaba demasiado.
Finalmente fueron casi 23 kilómetros (medidos posteriormente porque el Forerunner lleva unos días inactivo, algo de lo que hablaré en otra entrada), terminados tal y como presumía cerca de las 12. No llegué para el arrastre en absoluto, pero sí reconocí que había utilizado unos gramos de locura que no vienen mal si el cuerpo lo resiste.
Cuando llegué al coche aparcado en la puerta de las instalaciones deportivas de Pinos Puente, me dije que el test serio para la prueba de trail de Fonelas de 18,5 kms. del próximo día 18 ya estaba hecho. 
A estas alturas de la tarde-noche no miento si afirmo que entre agua, isotónico, cerveza, zumos, granizada de limón y soja habré ingerido alrededor de tres litros de líquido. Queda mucha noche y aún tengo mucha sed pero, eso sí, no siento las piernas cansadas.     
      

04 julio 2013

REINVENTÁNDOME

Era jueves y tocaba correr. Hay prueba el domingo y es de las más exigentes. No se podía demorar el entreno.
Ayer fueron 13 kilómetros con malísimas  sensaciones. Aún así, a medida que pasaban los kilómetros, y gracias a que  el terreno era llano, el malestar inicial se fue atenuando. Debe ser el oficio. O la costumbre. Posteriormente llegué a la conclusión que el fuerte calor había hecho mella. Salí antes de las ocho de la tarde y  esa hora el termómetro rebasaba con creces los treinta grados.
De ahí que a la tarde siguiente no me encontrara completamente recuperado. Saldría más tarde, pero lo que menos me apetecía era hacer una ruta urbana. Demasiada gente paseando por las aceras, demasiados terrazas de bares, demasiados obstáculos. Entonces fue cuando pensé en la posibilidad de adentrarme por senderos de olivos por la zona de Caparacena. Hacer olivo-trail. Me brillaron los ojos.
Por tanto, en veinte minutos me encontraba ya calzándome las zapas, dispuesto a adentrarme por esa rutas sinuosas y quebradas. Eran casi las 9 de la noche y el calor fuerte ya había atenuado bastante. 
Lo que resultó fue una ruta fantástica de 11 kilómetros anárquicos. Saliendo de caminos y adentrándome en senderos desdibujados entre olivos. 
Incluso a eso de las 9 y media me extravié y no sabía bien donde estaba. Vi unas tapias y resultó ser el minúsculo cementerio de Caparacena, del que había oído hablar pero que jamás había visto. Ahí deben estar enterrados algunos antepasados, pensé. Doblé a la izquierda y me adentré por una torrentera seca muy empedrada. Seguramente que en periodo de tormentas y lluvias irá hasta arriba de agua, consideré. 

Perderse por aquí no es nada difícil: todo parece igual
Volví a subir a una loma alta entre olivos y a lo lejos presencie lo que me pareció era el camino por el que normalmente transito. Oscurecía y no podía hacer florituras, porque a medida que se hiciera más de noche más difícil iba a tener encontrar el sendero principal que me condujera a la pequeña carretera que conduce a Caparacena. Todo parecía igual.  Crucé campo través la loma alta de olivos y, efectivamente, me topé con el sendero principal y conocido. Ya oscurecía. Confieso que experimenté cierta alegría, pero al mismo también cierta satisfacción por haber elegido libremente correr por aquel lugar en vez de hacer una anodina ruta urbana. 
Y es que en esto del correr hay que estar permanentemente reinventándose.          

30 junio 2013

¿MI PRIMERA RUTA TRAIL RUNNING SERIA?

La pregunta del título es la que me hacia el pasado sábado cuando a eso de las 12,30 de esa calurosa mañana de junio acababa de entrenar por una anárquica ruta de 18 kilómetros, entre olivos. La había hecho en MTB y me pareció ideal para este tipo de bicicleta. Un camino maltrecho, roto por la fuerza de las torrenteras, enquistado y pedregoso que, además, cuenta con las típicas subidas y bajadas del terreno de secano en el que suele crecer el olivo en esta zona del sur de Andalucía. 

Cuando hice esa ruta en MBT, me dije que algún día la haría corriendo y esa intención me causó respeto desde el principio; una cosa era hacerla en bicicleta y otra hacerla corriendo.
Pero llegaron las Cascadia y la determinación de experimentar el trail running y ya no había escusa alguna para no hacer la ruta. Así, que ayer fue el día en el que se materializó aquel anhelo de hace más o menos un año. Además, se daban las condiciones adecuadas: terreno totalmente seco y algo de calor. 
Correr con demasiada calor no es algo aconsejable, pero sí considero que lo es correr con algo de calor en verano, más que nada porque conviene ir aclimatando el cuerpo y la mente a estas nuevas condiciones atmosféricas, principalmente si de lo que se trata es de inmiscuirse a lo largo del periodo tórrido por este tipo de terrenos. La idea es también ir preparando la prueba que tengo en mente. Así que preparé mi correa de hidratación y no lo dudé.
Esta primera incursión por este tipo de terreno no se puede considerar lo que se entiende como un trail técnico, ya que éste se materializa por lugares en los que hay tramos en los que no es posible correr, pero ya digo, se trata de un terreno introductorio que encaja mucho en lo que quiero hacer, ya que descarto -por ahora- correr algo que sea más técnico. No obstante, sí profundizaré por otros lugares con más puntos técnicos ya que esto es tan sólo -ya digo- la introducción. 
Pero me satisfizo. Y mucho. Se trata de una fenomenal opción para no apalancarse en el running-running. Buscar otras opciones que posibiliten mantener viva la llama de la ilusión. 
Reconozco que me gusta mucho correr por caminos cuidados y por asfalto. Será algo que seguiré cultivando, pero ahora toca abrirse a nuevas perspectivas, a nuevas experiencias. Como lo fue correr el Veleta o la Media Maratón de Montaña de La Ragua o las dos maratones que he corrido. Hemos de renovarnos. 
Y al renovarnos conseguimos sentir nuevas sensaciones y descubrir material técnico que no conocíamos de propia mano. 

Esas nuevas sensaciones son magníficas. Verse corriendo por caminos pedregoso rodeados de naturaleza en estado puro, sin que la mano del hombre haya hecho gran cosa es algo nuevo y único. Es como volver a nuestra naturaleza más ancestral. Sentirse fusionado con el entorno del que partimos como seres vivos. Por otra parte, experimentar nuevo material técnico es también emocionante. Por ejemplo, las nuevas zapas con las que me he hecho -ya hice hace unos días su presentación-, las Brooks Cascadia 7, que gozan de una perfección técnica para este tipo de terrenos que es encomiable. Una zapatilla nacida para el trail, que se agarra a la perfección al terreno tanto subiendo como bajando. Sin duda, una experiencia nueva. Las pocas veces que había pisado, aunque fuera de forma muy casual este tipo de terreno, lo había hecho con las zapas de running más convencionales y la diferencia es cósmica. Particularmente emocionante es comprobar cómo la suela de la zapatilla de transmite a la perfección lo agreste del terreno sin que eso lo sufras en la planta del pie. Espectacular es también comprobar cómo las bajadas las puedes hacer con mayor confianza -y por tanto con más velocidad- dada la garra que tiene la suela. 
Sigo corriendo, no hay duda, pero ahora seguiré corriendo con la certeza de que introduzco una nueva opción, igual o más placentera que la anterior. Ahora seré,  probablemente, un corredor más ecléctico.      

27 junio 2013

HABLAMOS DE CORRER, HABLAMOS DE TRAIL






Lo anuncié subrepticiamente. 'Habrá sorpresas en cuanto a material técnico' o algo así escribí en una entrada, en la que ensalzaba el placer de correr entre pinos y olivos. '¿Seré carne de trail?' Creo recordar que me pregunté también en una ocasión hace muy poco. Pues sí, ya se ha hecho realidad lo que intuía; ya he dado el primer paso -nunca mejor dicho- para hacer mi primera prueba de competición de trail running. Ya me ha llegado desde UK lo que necesitaba, lo más básico: unas zapas técnicas que pudieran permitirme introducirme en esta modalidad de carrera. Ya están aquí las míticas Brooks Cascadia -estas de las fotos son la versión 7. Acaba de salir la 8, que varían poco o casi nada-. Han venidos por pares. El otro para Juan Carlos Fernández, compañero de trabajo, corredor, dado también al monte y con el comparto la pasión por el correr y las películas frikis norteamericanas (y espero que también la música que yo escucho, en la que le estoy introduciendo poco a poco -Anathema es un buen comienzo-).
Unas zapas que se ajustan a lo que buscaba, que no es otra cosa que hacer trail running no demasiado técnico y que al mismo tiempo me sirvan para 'asfaltear' si fuera necesario. Además, estaba echando de menos algo así, porque le he tomado apego a los caminos y veredas de olivos y las zapas que tengo, aunque se defendían, no se encontraban cómodas en estos terrenos. La que más la Triumph; la que menos la Supernova, con la que eres candidato a acabar con un sonado esguince. 
La primera prueba competitiva, si las cosas no cambian y todo va bien será en mitad de agosto, en los días más típicos en los que la mayoría de la gente se tuesta en la playa y hace cola en el chiringuito para que le sirvan la paella encargada cuatro horas antes, yo estaré corriendo caminos y veredas por un lugar de de interior. Pero como no me gusta adelantar acontecimientos porque podrían no cumplirse, cuando llegue el momento contaré dónde correré.
Por tanto, ahí mezcladas con el follaje de las plantas, las Cascadia se encuentran a la espera de su debú, que si todo sale como preveo será mañana por una ruta algo pedregosa entre olivos, pero también tocando asfalto, a ver cómo se portan.    

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  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...