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07 agosto 2012

CORRER Y SU MEMORIA

El pasado domingo madrugué para correr. Como lo hice el sábado. Reconozco que me encanta correr por la mañana en agosto, cuando te encuentras los campos y los caminos desperezándose y compruebas que cuando estás en la mitad de tu recorrido, el sol despierta de golpe a todos los seres vivos que pueblan la ruta, ya sean pájaros, plantas o personas. Esa transformación súbita me motiva de manera particular. 
Comienzas a correr a eso de las nueve o nueve y algo y vas descubriendo los claroscuros de la mañana -que a veces deposita rocío en las hojas-, pero a medida que pasan los kilómetros esos claroscuros se convierten en un amarillo de sol de agosto y ya pocos seres vivos se atreven a asomarse. El perro del 'Camino Real', permanece en su caseta y los pájaros veraniegos dejan de cantar, mientras que el rocío desaparece de las hojas, pero yo sigo mi ruta kilométrica, acumulando metros y metros, sin darle tregua al recién "estrenado" forer. 
Casa de Remedios -en invierno con el parral mutilado por el frío-, desde donde inicio mi ruta (FOTO DE GOOGLE EARTH).
El sábado fue un día glorioso. Hice la ruta acostumbrada de los sábados de agosto. Salí de Pinos Puente, en un punto a la salida del pueblo, en un lugar en el que ya sólo existen las dos últimas casas de la población por esa latitud, en el camino de Fitena a espaldas del Restaurante La Cruz de Granada, de grato sabor en mis recuerdos; en ese lugar, a esa hora, suelo encontrarme al panadero que deja atada una bolsa de pan en la reja del bonito patio -cubierto por una  frondosa parra veraniega- de Remedios, una anciana delgada y activa, que allí vive y que de alguna manera comparte ruta conmigo. Remedios me recuerda a mi abuela Carmen, que también era delgada y sabia y tenía un parral en su patio, que nos cobijaba en los tórridos veranos. Allí estudiaba y ella me arengaba  para que me esforzara cada día. Remedios apenas anda cada día trescientos metros; yo quince kilómetros. Pero ambos nos comentamos nuestras proezas. Porque es proeza para ella andar con su bastón esos trescientos metros cada día, a pesar de sus más de ochenta años. La veo andar en verano y la veo andar en invierno bajo un tiempo cruento. Yo salgo del coche, que aparco junto a la puerta de su casa y me abrigo hasta los ojos. Y ella, ya se dirige con su bastón a andar esos trescientos metros, que a veces triplica, ya llueva o nieve. Comenta que le duelen las piernas, pero yo le digo que la mejor medicina es andar y que visite menos el ambulatorio. Creo que me hace caso porque la experiencia le dicta que quien da consejos debe predicar con el ejemplo. Si me ausento una semana, Remedios me pregunta por mi ausencia y entonces le digo que he estado lesionado, de viaje o muy ocupado. Conoce a mi madre; de hecho se casaron el mismo año.  Y enfrente de donde parto, la enorme casa de José Antonio "El Lobo", hermano de mi buen amigo, el sabio cronista de la ciudad al que un buen día le dediqué un artículo en Ideal, que emocionó a él y a su familia. Manolo "El Lobo" es persona alegre y noctámbulo. 'Ya no te veo, sólo leo tus artículos. Los leo porque escribes muy bien', me dice el otro día cuando el andaba, intentando rebajar su peso y su glucosa. Sin embargo, a mi pregunta de sí sigue siendo noctámbulo me asegura que sí y que monta buenas fiestas flamencas en su casa como buen bohemio. Me autoinvito a una de ellas, porque sé que me admitirá.
 Su hermano, José Antonio, que es de otro costal, más rudo e iletrado, ya comienza su tarea infatigable en sus hazas, con su tractor ya ajado y su peón casi sordomudo que siempre me saluda, porque es viejo conocido. Justo enfrente de su enorme casa dejo mi coche.


El abuelo, al fondo, Pinos Puente, bajo la atenta mirada de "El Piorno" (FOTOGRAFIA DE PANORAMIO).  
Uno cuando corre, no lo hace sólo por el placer de hacerlo sino porque está ya unido a un terruño y cada metro que avanza lo conoce como la palma de su mano. Sabe donde se acelera el agua de la acequia y sabe en qué sitio de sombra podrá detenerse a beber agua de la botella que lleva agarrada a su cintura. Ese sitio de sombra, el sábado, fue "El Abuelo", ese centenario árbol, perdido en algún lugar entre Fuente Vaqueros, Valderrubio y Pinos Puente, que mi amigo Paco, con su gracejo habitual le llama el olmo negro, sin que sepa o sepamos de qué tipo de árbol se trata, un árbol casi sagrado que incluso podemos ver desde Google Earth. Allí se refugian los agricultores de los pueblos colindantes cuando recogen sus cosechas bajo el sol de julio y agosto como han hecho a lo largo de generaciones y allí me refugié yo el pasado sábado para beber de la cantimplora adherida a la cintura. Eran casi las 11 y el sol cromaba de amarillo ese largo y polvoriento camino que me conduciría a Ánzola. Faltaban más de siete kilómetros para acabar mi ruta de quince.
No se trataba de otra cosa que de un sábado de agosto sagrado, dedicado al correr, dedicado a mis raíces, prolongado con visita al pueblo para tomar un café, para comprar productos exclusivos en el mercado de "Pepico", para hablar con viejos conocidos. Un ajuste de cuentas con la memoria. 
Pero hoy domingo, como decía, madrugué para irme a hacer la ruta de "los olivos" -entre el Pantano del Cubilla y Caparacena- que estaban silenciosos -sino ausentes- a esta hora. Subía sus breves y durísimas rampas de hasta un 20% de inclinación, según el Forer- y desde allí, en ocasiones veía el Veleta. Sabía que ese domingo, cinco de agosto, era la prueba y sentía a partes iguales nostalgia y temor. Allí estaba yo el año pasado, subiendo esas rampas. Cuando llegué a casa, desde la terraza de mi ático, desde donde veo muy bien el Veleta, busqué los prismáticos para comprobar cómo refulgían los metales de los coches en la alta carretera de montaña. No podía ver corredores a esa distancia, naturalmente, pero mentalmente me veía en esas rampas,  pensando que allí podría estar de nuevo y admitiendo que, aunque me lo planteé, no he tenido la suficiente fuerza mental este año como sí la tuve el año anterior. Luego, me dije, es hora de que te plantees hacer un maratón, lechón. Sin embargo, concluía, que sí haré alguna mañana de agosto un entrenamiento en la zona del Veleta para, así, pulgar mi arrepentimiento por no haber estado allí este año.

15 agosto 2011

BENDITA NORMALIDAD

Cuando hacía los test especializados de cara a la subida al Pico del Veleta, a pesar de que me encontraba a gusto haciéndolos y son muchas las mejoras que he experimentado, no podía evitar pensar en volver a la normalidad una vez acabada esta dura prueba.
Tras seis días sin correr desde el pasado siete de agosto -porque el descanso es tan necesario o más que el propio entrenamiento y la competición-, el sábado por la tarde me iniciaba con una pequeña rutina placentera de nueve kilómetros suaves por la Vega de Pinos Puente y Fuente Vaqueros (que he repetido al día siguiente por Caparacena, algo más duro). No existía propósito de subir el ritmo, pero encontraba las piernas ligeras, descansadas y fuertes, así que la medía bajo de 5' el mil sin que existiera ese propósito previo.
Cuando surcaba esos caminos secos propios de agosto en la Vega, a lo lejos veía el Veleta y, efectivamente, como ya apuntaba en el análisis de Ideal, lo veía con otros ojos. Con ojos de osadía por haberme atrevido a llegar hasta allí, que visto desde la Vega pareciera más la línea que divide el cielo de la tierra. Así que satisfecho y corriendo con muy buenas sensaciones me centré en los arroyos frescos de la Vega en dirección al cruce de Pedro Ruíz -pedanía de Santa Fé-. Fue un reencuentro con la normalidad, tal y como había imaginado. Una sensación de haber hecho los deberes correctamente.
Entrenamientos de este tipo serán los previstos para lo que queda de agosto. Entrenamientos cortos y pocos intensos con la idea de no perder el tono muscular y el ritmo de cara a los medios maratones de otoño, que prometen ser muchos e intensos.
Y para seguir con las buenas sensaciones, si sois amigos de la música fuerte no os perdáis este vídeo que inserto. Es más, poned a tope los altavoces si no es una hora intempestiva. Se trata de "Rise Of Sodom And Gomorrah" de Therion:


11 agosto 2011

DESMITIFICANDO EL VELETA



Con Luis y Jesús, antes de la salida, ilusionados, dispuestos a comerse el Pico como si fuera un merengue.

LA CARA: Subiendo sin demasiado esfuerzo las duras rampas dejado Pinos Genil. LA CRUZ: Andando por el Dornajo, incrédulo y contrariado por los problemas musculares surgidos.


El esforzado corredor, José Antonio Flores, en sus inicios como corredor, compraba y leía con avidez la revista Runner’s, pero no se detenía jamás en las páginas dedicadas a media maratón y maratón –a cualquier maratón-, probablemente por considerar que aquella no era una prueba para él y, tal vez (uno jamás sabrá los recovecos de nuestra alma), por miedo a lo desconocido, por negación a algo que no formaba parte de su entorno.

Correr, sí, pero correr tranquilo, correr distancias cortas, correr contemplativo. Con su ilusión de bajar de 50 minutos en 10 kms., por sus añorados caminos de la Vega le bastaba.

Sin embargo, en esto del correr como en la vida misma, las sorpresas, lo desconocido, lo imprevisto, está a la vuelta de la esquina, mucho más cerca de lo que creemos. Por tanto, si dando el primer paso se comienza a correr, conviene meditar muy en serio si conviene darlo porque una vez dado todo lo demás ya forma parte del destino.

Y el destino quiso que se acabara inscribiendo a una primera media maratón. La de Granada, en octubre de 2005. Ajeno aún a esa barbaridad de 21 kms., y con diez kilos más que hoy y un mayor porcentaje de grasa, la semana anterior a la celebración de la prueba y con el miedo escénico metido en el cuerpo, midió con el coche 21 kms., exactos y se dispuso a correrlos. Los hizo despacio y acabó totalmente derrotado, imbuido al terminar de un miedo escénico aún mayor ante la prueba oficial de la semana siguiente.

Y con esas dudas y temores se presentó en la salida de su primera media maratón, en la que faltando tres kilómetros casi desfalleció. Llegó en 1 hora y 51 minutos, que no estuvo nada más dada la escasa preparación que tenía. Su primera barrita energética –que luego ha utilizado muy poco- no era de la marca Isostar. Se llamaba “Huesitos”, que devoró en el kilómetro 18. Evidentemente, estaba escaso de esa sapiencia correril, como bien dice Alfredo.

A partir de aquel día, comprobó que no sólo leía con delectación los reportajes sobre media maratón sino que se detenía, por curiosidad, a ojear –y hojear- lo que se escribía sobre maratón, aquella barbaridad de prueba, opinión que aún mantiene.

Como ocurría en la excelente obra de Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver, todo es relativo y dependerá del contexto y de la situación. En Liliput serás el más grande porque todo lo que te rodea es pequeño; pero en Brobdingnag será al contrario, un ser diminuto que podría ser aplastado por cualquier bebe del país sin apenas esfuerzo. Por tanto, la dualidad pequeño-grande es muy relativa, algo similar a lo que ocurre en el atletismo. Llegas a meta en el mismo tiempo que gente de la que nada sabes y te preguntas: ¿son excelentes corredores porque han llegado a tu par? O por el contrario: ¿son corredores del montón porque han llegado a tu par? Y esas preguntas adquieren una especial relevancia en pruebas dantesca como la de este tipo. Todo, totalmente relativo.

Y uno es grande en sus propósitos de acuerdo y – y no es una redundancia- con sus propios propósitos que para nada tienen que ver con los de los demás. Ahí estriba la grandeza de correr.

Y esos propósitos pueden ser infinitos. De hecho nuestro corredor acabó haciendo su primera maratón tan sólo año y medio después de correr su primera medio maratón.

Por tanto, desmitificó la distancia reina de una forma más sencilla de lo que había previsto y esas páginas dedicadas al maratón de revistas especializadas se convirtieron a sus ojos tan placenteras y normales como las demás que hablaban de correr.

La vida se cuenta por etapas. Por ciclos que se cierran, como tanto gusta referir a su amigo y Álter, Jesús Lens. Superada la etapa del maratón, tenía mitificadas –como nos ocurre a todos- pruebas como la Subida al Pico del Veleta, pero como todo es relativo, no es exactamente lo mismo lo que uno se imagina sobre lo que serán las cosas con lo que son las cosas en realidad. Y se puede asegurar que la imaginación siempre altera la realidad, lo mismo que la memoria deforma los acontecimientos pasados.

Sin embargo, no se inscribió -según cuenta- en la prueba del Veleta para desmitificarla y afrontar el miedo a lo desconocido porque si así fuera a lo largo de su vida hubiera hecho cosas imprevisibles, como por ejemplo, rodear su cuello con aquella serpiente pitón que le ofreció un conocido dueño de una o haber hecho parapente ante la insistencia de otro conocido, que además era monitor de esa disciplina. No, al Veleta se apunté sin reflexión, sí, –acuérdense de su artículo en Ideal sobre la revelación- pero considerando que contaba con la preparación básica para afrontar esta prueba.

Pero la desmitificación de esta prueba, que se basa en acabarla, se consigue sin demasiado esfuerzo; de hecho, en su fuero interno considera que cualquier corredor bien preparado puede acabarla (igual que defiende que cualquier persona puede acabar una maratón), sabiendo que alternará correr con el andar. Ahora bien, si de lo que se trata es de trepar hasta la cima del Pico corriendo, la mitificación aún tiene cierta vigencia, piensa.

09 agosto 2011

XXVII SUBIDA GRANADA-PICO VELETA (7/8/2011)


El muy preciado y prestigioso trofeo.


La noche previa a la prueba había sido corta en sueño. Por lo general –y mucho menos en periodo estival- no es común levantarse un domingo a las cinco de la mañana para ir a correr a las siete. Pero sabedor de que siempre olvido detalles importantes (calcetines, vaselinas, protectores solares...), opté por anticipar la madrugada, a pesar de la escasa costumbre de irme a dormir temprano –he de reconocer que soy más ave nocturna que diurna y leo y escribo por la noche-. Me obligué, pero mandaban los biorritmos y no fue fácil conciliar el sueño. Por tanto, la noche corta y las horas de sueño escasas.

Para aparcar en una zona con no demasiado aparcamiento ¿mejor coche o moto? Pequeña diatriba que hay que solucionar. Para evitar problemas de última hora, moto pues, la cual atraviesa rauda un centro de Granada aún silente y dormido, aspecto que engrandece y singulariza aún más este tipo de carreras, pero curiosamente no me pregunté en ningún momento ¿qué hago aquí?

El ambiente es aún desangelado en la zona de salida, apenas unos cuantos corredores y numeroso personal de la organización trayendo y llevando cosas desde las furgonetas anárquicamente aparcadas al final del Paseo del Salón, en la zona más cercana a Puente Verde. Justo desde allí se inicia la prueba, previas dos vueltas a ese bulevar señero granadino. Sorprendente el nutrido grupo de espectadores -familiares de los corredores los más- que nos animaron a las 7,15 horas, que el horario de salida.

Prudencia decían todos los consejos de foros y relatos vivenciales. Prudencia en todo momento, principalmente –nos decía el ganador de edición de 2005, Oscar Alarcón- en esos primeros 11 kilómetros de falso llano hasta Pinos Genil, que al ser fáciles la tendencia es acelerar. Prudencia y cabeza fría que ya llegarán las puertas del infierno.

Y llegaron. El infierno cada uno lo vive de forma distinta y cada uno es esclavo de su genética, su capacidad mental y física y resultado de su propio entrenamiento. Para muchos las puertas del infierno podrían estar en las mismísimas primeras rampas pasado el pueblo de Pinos Genil, pero para otros, los menos, probablemente no atisben el inframundo hasta bien pasada la zona de los Albergues, en la Hoya de la Mora.

Yo comencé a vislumbrar esas puertas cuando comprendí allá por el avituallamiento sólido del kilómetro 23 que mis abductores –principalmente el derecho, que es mi pierna vaga- se cargaban más de lo aconsejado. Subí tranquilo pero solvente las duras rampas de la antigua carretera de la Sierra y me incorporé a la nueva sin demasiados problemas a pesar de la dureza del recorrido en esa zona de carretera nueva, pero en ese avituallamiento tras comer con delectación unos trozos de melón, sandía y plátano y beber líquido, comprendí que la segunda parte de la carrera para mí ya no iba a ser lo mismo. Antes, a la altura del Hotel El Guerra, Roberto Gil, en mitad de la carretera me ofrecía, a elegir, agua fresquísima o isotónico –creí ver- fresquísimo. Opté por el agua. En ese momento iba bien, y él mismo me asegura en un comentario anterior que no llevaba aspecto de sufrimiento. Pero mis problemas musculares comenzaron unos kilómetros más tarde. Ya dije en el análisis de Ideal que este tipo de factores pertenecen al grupo de los desconocidos. Pero no llegué a percibir tal dolencia como lesión; no, al menos, que me moderara en el esfuerzo.

Para comprender esa aseveración basta con comprobar unos datos: la figurada media maratón la pasé sin demasiada fatiga en 2 horas y 10 minutos y al paso por El Dornajo, tan sólo cuatro kilómetros después, el Forer marcaba 2,42, es decir que empleé en esos duros cuatro kilómetros 32 minutos, o lo que es lo mismo, lo que supone correr cada kilómetro en, aproximadamente, ocho minutos. Dentro de ese intervalo de tiempo, lógicamente, se encontraba los minutos perdidos en el avituallamiento sólido, que no fueron excesivos. Estaba claro que tenía un problema.

Tenía un problema porque faltaban aún los siguientes 25 kilómetros y éstos eran los más duros de la prueba, no sólo por la dificultad orográfica, sino por la altura y la fatiga muscular ya acumulada.

Sin embargo, no me puse nervioso porque mi mente tardó poco en interpretar –al mismo tiempo que olvidar- que la segunda parte de la prueba nada tendría que ver con la primera. Así que con esa premisa inicié corriendo las primeras duras rampas del Dornajo produciéndose lo que ya era una realidad constatable: fuerte dolor y pinchazos en los abductores y una rigidez que daba la sensación fueran a partirse por la mitad. En esas circunstancias, la única opción que tenía era andar rápido. De esa forma, la zona se relajaba y me posibilitaba continuar.

No sabía con exactitud qué pasaría en los siguientes kilómetros, pero sí que subir el Dornajo corriendo iba a ser imposible, pensamiento éste que me produjo desazón porque entrené por allí y sentí muy buenas sensaciones: mi propósito e ilusión era subir esos mortíferos siete kilómetros iniciales corriendo, porque llegado a la zona de las Sabinillas podría buscar una mejor recuperación dada la menor dificultad de ese trayecto, para beber en el avituallamiento situado justo en el cruce que gira hacia la zona de los Albergues e intentar, sí era posible, subir esos pocos kilómetros hasta las puertas de la Hoya. Es lo que había hecho en el entrenamiento hace unas cuántas semanas y es lo que me planteaba hacer en esta prueba. Pero dada mi dolencia muscular –nueva en mi mapa fisiológico de lesiones- eso ya se quedaba en el plano de lo teórico.

La única opción era andar lo más rápido posible y, coyunturalmente, correr hasta que la zona dañada lo permitiera.

No recuerdo en qué punto de la subida al Dornajo apareció Víctor Bernier perfectamente pertrechado en su traje ciclista montando una bicicleta de carretera de aspecto inmejorable. Víctor me acompañó y animó durante varios kilómetros en los cuales le fui explicando mis dolencias. Posteriormente lo vería a falta de dos kilómetros aproximadamente. José Antonio que te veo muy bien, ya estás casi en la meta, me dijo mi paisano de adopción.

Como decía, me dio mucha rabia no poder subir El Dornajo y mucho más apenas arrancarme a correr por la zona de las Sabinillas, que sin saber porqué me parece estéticamente muy atractiva. Justo en ese trazado vi a lo lejos a José del Oliver con cámara en mano esperando mi paso y bromeando me puse a correr para la foto (¿habrá salido la foto?). Por tanto, si sobre el kilómetro treinta y cinco aún tenía ánimo de bromear no debía ser malo mi estado físico. Otra cosa era poder correr.

A partir de ahí, el cada vez más insistente goteo de corredores que iban andando me animó y ya comprendí que hasta el final de la prueba -unos quince kilómetros todavía- el andar rápido se iba a convertir en la "vedette principal". Ya me lo vino a decir Víctor: ahora te enfrentarás con los montañeros. Estos andan que vuelan.

Otro paso para mí simbólico -y psicológico- es el los "chiringuitos" de La Hoya de la Mora, unos metros antes de la barrera que impide el paso de vehículos. Por ahí, quería pasar corriendo y apretar los dientes si el dolor aparecía. En ese momento iba con un corredor jienense e íbamos hablando de entrenamientos y carreras. Le dije que por ahí iba a pasar corriendo y si se animaba. Él no se animó y yo pasé corriendo, pero a esas alturas -por encima de los 2750 metros ya-, el correr y el andar rápido prácticamente ya iban de la mano. De hecho, este corredor jienense llegó a mi altura al minuto de estar yo tomando liquido en el primer avituallamiento de carretera que conduce al Pico del Veleta. Un poco antes, el periodista de Ideal y también corredor, Manolo Pedreira, apostado con su bicicleta junto al Albergue militar me dijo que fuera pensando en el contenido del artículo para Ideal. Y cumplí su deseo en los siguientes kilómetros. Por tanto, si aún podía pensar en un artículo se demostraba una vez más que mi estado general no era malo. El problema, nuevamente, era poder correr.

A partir de ahí, la estampa es típica: corredores andando rápido y algún que otro intentando correr para parar casi enseguida. Ya estábamos a diez kilómetros de la meta.

Diez kilómetros que se hacen interminables. La estampa viene a ser ésta: en casi todo momento ves imponente el pico del Veleta. Lo ves cercano y tienes la sensación que ya lo estás tocando, pero olvidas que estás en alta montaña y que las carreteras en este terreno simulan una colmena: hay que rodear una y otra vez para llegar hasta arriba, complicándose cada vez el terreno. Pensaba más o menos en eso cuando me crucé al gran Daniel, que venía de correr la mini-subida, la "prueba de los niños" como él mismo me comentó con su gracejo habitual. Andó conmigo animándome durante unas decenas de metros.

Entonces fue cuando comencé a comprender la dificultad de andar rápido -o no- en altura y el porqué de la presencia de tanto bastón cuando semanas previas entrené por aquella zona. Definitivamente, correr por allí es casi imposible tras haber superado más de cuarenta kilómetros, pero andar se convierte en una tarea también titánica. Las piernas ya van rotas y el ritmo aeróbico cuenta ya mantenerlo. Son momentos en los que la prueba te abofetea la cara. Y efectivamente, corredores con experiencia montañera, pasaban raudos, tal y como aseveró Víctor. Pero si estaban ya por allí, también demostraban ser buenos corredores.

A falta de cuatro o cinco kilómetros ya no existe lucha interna sobre el correr y el andar. Quien haya realizado esta prueba sabe de lo que estoy hablando. Lo único que ya importa es llegar y, eso sí, dejar fuerzas para entrar en meta corriendo, asunto éste que se convierte una hazaña para muchos corredores. Hay quien ya no puede ni dar una zancada y llega andando y hay quien al llegar cae destrozado al suelo. La meta se encuentra en un desvío de la carretera y transcurre por un terreno muy irregular y pedregoso donde cuesta dar zancadas. Sin embargo, me sorprendí a mi mismo arrancando desde bastante antes del camino, en plena carretera, para doblar a la derecha y penetrar en el camino pedregoso sin problemas físicos, al margen de la afección muscular en los abductores. Llegué fuerte y pletórico y con un sabor agridulce. Dulce por haber culminado la prueba y agrio por no haber podido correr durante más kilómetros.

Pero en estas pruebas, definitivamente, mandan más los factores desconocidos que los conocidos y yo fui víctima de varios de ellos.

Como conclusión final diré que a pocas horas de haber terminado la muy temida y prestigiosa prueba del Veleta mi sensación ahora es más dulce que agria. He comprendido que esta prueba se puede hacer con muchas más garantías si se asume un entrenamiento más largo y sistemático que incluya gimnasio y mucho entrenamiento en altura.

Pero sí he sido sincero en toda la crónica también lo seré en la siguiente aseveración que suena un poco anormal y pretenciosa: no he tenido casi en ningún momento la sensación de sufrimiento infinito -aunque sí sufrimiento, por supuesto- que afirman sufrir muchos corredores. Es cierto que sufrí sobre los kilómetros 23 a 25, no tanto por un bajón de mi estado físico sino por la constatación de que algo no iba bien en mis abductores. Sin embargo, dicho esto, estoy totalmente seguro que el sufrimiento hubiera sido más infinito si no hubiera tenido esos problemas musculares y hubiera corrido muchos más kilómetros.

Asimismo, siguiendo con la racha de sinceridad he de decir, porque así lo entiendo, que acabar esta carrera es muy difícil, que hay que tener una buena base física, que hay que hacerse como corredor para emprender este tipo de pruebas, pero también afirmaré que si se alterna el correr con el andar puede estar al alcance de cualquier que cumpla con esos elementos mínimos. Otra cosa muy distinta es no dejar de correr en todo momento o, incluso, correr hasta el kilómetro cuarenta, algo que es posible conseguir -y me propongo hacerlo- con una preparación más concienzuda y temprana.

Por supuesto, dar la enhorabuena a todo el que ha conseguido llegar a la cima, con independencia del tiempo realizado -en mi caso, 6 horas y 45 minutos-, y agradecer muy sinceramente la excelente disposición de mi compañero de club Esquí-Atletismo Caja Rural, Bernardo de la Torre, -ya "veletero"- por esas cervezas Alhambra especial fresquísimas y esas viandas que nos tenía preparadas en Pradollano, al mismo tiempo que admirar la merecida progresión de mi también compañero de club Fernando Medina por esa progresión en su tercer "Veleta".

Gracias a todos (en el blog y en la vida real) por esos ánimos durante las semanas previas y animaros a que os inscribáis en el Veleta del 2012 donde muy probablemente nos veamos si las circunstancias acompañan.

Y si habéis llegado hasta aquí redoblar mi gratitud dada la extensión -que era necesaria- de esta sentida crónica.

08 agosto 2011

UNA PRUEBA NO PENSADA PARA MORTALES


Sí amigos, llegué a la cima. En 6 horas y 45 minutos. Salió todo perfecto, excepto una carga excesiva de mis abductores en torno al kilómetro 25 que afectó sobremanera a la segunda mitad del recorrido, el más duro con diferencia. Ocurrió a la altura de el Centro de Visitantes de El Dornajo. Tiempo habrá de hablar de esta prueba, de crónicarla, de reflexionar sobre ella, de poner algunas fotos si me hago de alguna.
Sin embargo, la premura periodística manda y ahora colgaré el artículo-análisis que escribo para Ideal y que podréis leer esta misma mañana de lunes dentro de amplio reportaje que firmará el periodista Manolo Pedreira. Os dejo con ese artículo por si no pudierais leerlo en la edición papel:

El día que me inscribí en la edición de este año de la Subida al Pico del Veleta escribí en mi bitácora personal que este tipo de decisiones obedecen más a una revelación que a una reflexión. Acababa de terminar la dura carrera del Río Dílar y animado por las buenas sensaciones, al día siguiente, nada más abrir el banco, formalicé mi inscripción. Algo similar me ocurrió cuando corrí mi primera maratón, en Madrid. Y es que, como ocurre en la vida ordinaria, en el mundo del corredor las gestas arriesgadas no superan la segunda vuelta del tapiz de la reflexión. Sabía que no había cumplido por completo los cánones de un entrenamiento especializado para esta prueba en los últimos tres meses, pero la suerte ya estaba echada. Ya digo, se trataba de una revelación.

Correr esta prueba pertenece al mundo de lo vivencial. Hay pruebas que puedes imaginártelas cuando te las cuentan a pesar de no haberlas realizado, pero ésta no, siendo ese su principal dilema: solo podrás hacerte una idea de su dureza corriéndola.

Si te precias como actor de teatro no podrás ver culminada tu trayectoria si no has interpretado jamás "To be or not To be", y en la misma medida ocurre en la órbita del corredor: no conseguirás ver culminada tu trayectoria si no has participado en alguna ocasión -y has finalizado- en esta prueba, considerada la más dura del mundo por carretera. Pero esa culminación como corredor resulta mucho más significativa si además has nacido en Granada porque desde el momento en que llegas allí arriba, en lo sucesivo, verás el Pico del Veleta con otros ojos.

Asumir la participación en esta prueba conlleva tener en cuenta muchos factores, unos conocidos y otros desconocidos. De entre los conocidos es básico asegurarte que cuentas con una preparación básica para asumir este reto y que has realizado, al menos, algún test de entrenamiento individualizado. Sin embargo, los desconocidos, por su propia naturaleza, han de ser intuidos y pueden ir desde una aniquiladora pájara en mitad de la carrera hasta una lesión muscular sobrevenida. Y, además, tener en cuenta una premisa nuclear: la necesidad de alternar el correr con el andar rápido, requisito común para la gran mayoría de los mortales participantes, dadas las imposibles rampas, la dificultad de respirar durante muchos kilómetros por encima de los dos mil quinientos metros de altura y el tremendo desgaste muscular que se produce. Un poco de todo eso sufrió este corredor que firma. Un mortal que ha culminado una prueba pensada para dioses, que son los que suelen frecuentar las alturas.

JOSÉ ANTONIO FLORES VERA

Dorsal 131


06 agosto 2011

REPORTAJE FOTOGRÁFICO VELETA




Ya quedan pocas horas para reencontrarnos con ese paisaje que os brindo. Un reportaje fotográfico que hice mientras subía -y bajaba- andando el pasado miércoles con el fin de aclimatarme a la altura.
Esas rampas que veis son aún más terribles subiéndolas que observándolas. Llegar ahí con vida, significa que ya faltan tan sólo unos cuántos kilómetros para culminar la gesta.












01 agosto 2011

CULMINACIÓN

El pasado sábado, día 30 de julio, fue liquidado ese último asalto consistente en la tirada larga, que si es imprescindible para afrontar el maratón, mucho más si se trata del ultrafondo.
Los 32 kilómetros previstos, se convirtieron en 30,5 debido a ajustes técnicos de última hora (la necesidad de cambiar la ruta de los últimos 10 kms., para buscar una fuente de agua porque sospechaba -como así fue- que la que portaba en la correa de hidratación iba a ser insuficiente).
Treinta kilómetros y medio hechos al ritmo previsto de entre 5'15 y 5'20 el mil; finalmente el ritmo quedó en 5'17, un ritmo muy llevadero y cómodo que posibilitara acostumbrar piernas y psicología al gran kilometraje.
Con ese ritmo hubiera podido haber acabado un maratón en 3 horas 45 minutos, aproximádamente, lo que no estaría nada mal, sobre todo sin haber hecho un entrenamiento específico para tal fin. Por tanto, está claro que si salgo vivo de la prueba del domingo próximo, lo próximo será preparar un maratón para acabarlo por debajo de las tres horas y media. Hay que comenzar a buscar en el calendario.

SENSACIONES POS TEST

Los cuatro grandes entrenamientos planteados han sido llevados a cabo: subida desde La Hoya de la Mora hasta el Veleta, la subida a Moclín, la subida desde el Dornajo y la tirada de 30 kilómetros. Pero no nos engañemos, estos entrenamientos no han sido más que test. Unos test imprescindibles para comprobar en qué estado de forma me encontraba, pero que nada tienen que ver con la prueba final. Igual que cuando estudiaba en la Universidad aprobar tres cursos nada tenía que ver con acabar la licenciatura, ni cuando opositaba saberme la mitad de los temas nada tenía que ver con aprobar la oposición. Son elementos distintos, diferentes, que nada homologan y nada aseguran.
Pero era todo lo que podía hacer para afrontar la prueba con las máximas garantías dada la poca premura con la que comencé a prepararme (no olvidemos que fue una revelación). Es cierto que esos cuatro test me han infundido ánimo, pero la verdad verdadera se encuentra aún por descubrir, desparramada y dormitando aún por esos cincuenta kilómetros de asfalto, latente en sus subidas, en sus curvas, en esas dificultades de más del diez por ciento de dificultad, en el calor, en la hartura de los kilómetros, en el dolor de los pies, en la debilidad de la mente, en ese preguntarte una y mil veces: ¿qué hago yo aquí?
Pero llegarán las una o las dos del mediodía día siete de agosto y todo sufrimiento será olvidado aunque el cuerpo recuerde durante días las secuelas del esfuerzo; y me preguntarán por todas partes si fue capaz de llegar a meta; y escribiré aquí ese sobreesfuerzo...pero todo eso será después del sufrimiento voluntario.
Tengo claro que a esta prueba no hay que ir con miedo pero sí con mucho respeto e intentar no pensar en operaciones aritméticas para averiguar los kilómetros que restan. Pero, principalmente, tener mucha suerte ese día: que las piernas estén ligeras, que no te aborde ninguna pájara, que la musculatura resista, que la mente no te traicione. Se han de dar muchos ingredientes y coincidencias para que todo salga a pedir de boca. Todo lo demás vendrá sin ser llamado. Como suelen llegar las cosas importantes.

29 julio 2011

ÚLTIMO ASALTO

En primer lugar, gracias por esos cuatro comentarios que he podido leer en la distancia.
Una de las cosas que me preocupaba sobremanera es que la balanza se disparara a pesar de ser pocos los días de asueto. En absoluto me preocupaba el hecho de no poder entrenar toda vez que el día anterior a la salida -como ya relaté- subí desde el Dornajo y he guardado durante esta breve estancia las buenas sensaciones en esa subida, probablemente los kilómetros más duros -tan a nivel físico como psicológico- de la prueba. Además, ya estaban ejecutados los tres test de subidas propuestos.
Sin embargo, a la vuelta he comprobado con mucha satisfacción que la balanza ha seguido estable.
Confieso que yo, como casi todo el mundo, vinculo vacaciones a buena mesa y no suelo regatear un buen solomillo a la parrilla y un par de litros de cerveza diarios, aunque sí soy muy estricto con los fritos, los postres caloríficos y los dulces.
Probablemente el entreno continuado y los varios años corriendo provoquen paulatinamente un cambio en nuestro metabolismo. Es algo que yo personalmente he percibido. De hecho, no hace muchos años salir una semana por ahí y comer y beber -cerveza, básicamente- de forma descontrolada suponía ganar en tan poco tiempo un par de kilos. Sin embargo, últimamente, a pesar de seguir con esas costumbres gastronómicas, el peso suele mantenerse inalterado. No sabría qué podría ocurrir a partir de la segunda o tercera semana.
En los primeros días de descanso, seguía percibiendo las piernas cansadas cuando subía escaleras, pero a medida que han pasado los días (¿habrán tenido que ver algo las dos sesiones de spa?) las piernas las he ido descubriendo sueltas y menos cansadas.
Mañana sábado -probablemente a la hora en que estéis leyendo esta entrada- lo podré comprobar de manera fehaciente porque me toca asumir la última sesión especial de cara a la prueba del primer domingo de agosto. La última sesión trata de una tirada de 32 kilómetros en llano y paso aproximado de 5'15'' o 5'20'' el mil. Será por la Vega de Pinos Puente y consistirá en dar dos vuelta a un circuito de 16 kilómetros sin ninguna dificultad orográfica, a excepción de las mínimas e inapreciables picadas que tienen todos los caminos. Ya no conviene subir más cuestas, en todo caso andar en altura.
Mañana hablaremos de cómo ha ido esta última sesión y de lo que tengo planeado hacer durante la semana previa a la prueba.

25 julio 2011

..Y, POR FÍN, LA SUBIDA DESDE EL DORNAJO




Como ya he comentado en varias ocasiones, cuando es tan corto el margen de entrenamiento para afrontar una prueba como la del Veleta hay que ser muy estricto en los escasos -pero duros- entrenamientos planificados.
Esta semana comenzó con una subida al Torreón, continuó con la subida al Castillo de Moclín y la he cerrado con el entrenamiento del Dornajo, en cuya ruta se encuentran las rampas con el porcentaje -en algunos tramos se supera el 10%- más alto de toda la subida al Veleta a decir de Enrique Molina, que como "alma mater" de esta prueba conoce cada kilómetro como la palma de su mano.
Por tanto, satisfecho de ese entrenamiento hecho en la mañana del domingo, justo el día antes en el que inicio un medio-largo viaje de vacaciones del que espero venir recuperado ya que no pienso llevarme las zapas.
Pero me centraré en la subida al Dornajo que es lo que importa porque esta subida merece una entrada especial. Además, ha habido connotaciones y anécdotas muy satisfactorias que paso a contar.

UNA SUBIDA COMPLICADA


Los kilómetros iniciales son extremadamente duros. Así debieron verlo Samuel Sáhcez y Dani Navarro, dos de los ciclistas españoles actuales en mejor forma.


Los primeros siete kilómetros -de los doce de que se compone la subida hasta la Hoya de la Mora- son para muchos los más complicados, con rampas -como decía- en torno al 10 % en algunos tramos, algo que hace las delicias de la prensa especializada en las grandes etapas del Tour, la Vuelta o el Giro.
La antigua carretera de la Sierra, desde el Dornajo, guarda muchas sorpresas y, como insinuaba Mario, esas curvas que van elevando la altura son verdaderas paredes.
Arranqué justo desde el Centro de Visitantes y no quise -o no tuve necesidad- de hidratarme hasta el kilómetro cinco de subida, que en mi opinión son los kilómetros más complicados. En el kilómetro cinco me detuve para hidratarme y arreglar un asunto fisiológico menor. Ingerí Isostar muy fresco -había estado toda la noche en el congelador- que portaba en uno de los bidones de la correa de hidratación y eso me dio alas, sufriendo mucho menos en dos siguientes kilómetros de dureza.
Durante todo el recorrido encontré el ánimo continuado del "alma mater" de la prueba y presidente del Club Atletismo Maracena, el muy popular, Enrique Molina, que subía en coche para acompañar al bastetano Ramón Arredondo, que este año se entrena en la subida. Eso ha tenido la connotación especial, no sólo de contar con el ánimo de ambos, sino de tener la suerte de poder bajar con ellos en coche ya que me desaconsejaron que hiciera sufrir las piernas en una bajada de tal relieve.
Buenos tipos del atletismo y del fondo, siempre dispuestos a dar consejos y estimular como lo hacía Arredondo al adelantarme raudo por una de las rampas de subida al Dornajo: "que bien te veo", me dijo. Curiosamente esa era la frase que yo le tenía a él preparada cuando me adelantara. Ambos convinimos en el coche que subía demasiado rápido y, probablemente, su molestia -creo- en el isquiotibial derecho- pudo estar provocada por ese motivo.
Particularmente motivadora han sido también la presencia de quien acompañaba en coche a Paco Pepe -atleta éste muy conocido en este mundillo, con el que he subido durante casi un kilómetro, hasta la Virgen de las Nieves, desde la Hoya de la Mora-, un hombre ya mayor y muy activo que me aconsejaba que subiera la bicicleta en el coche y la dejara en una de las casetas, de esa manera podría bajar con ella. Al llegar a la Hoya me encontraba con ganas de seguir subiendo y, como decía, acepté la invitación de Paco Pepe para que le acompañara -él iba hasta Borreguiles-, y lo hice tan sólo hasta la Virgen porque ya había apalabrado con Enrique Molina y Arredondo que bajaría con él en el coche. Me estaba esperando en el Albergue militar.
Hoy, como los días anteriores, he subido sin forzar demasiado, a una velocidad media de nueve kilómetros por hora.

Los últimos cinco kilómetros sin ser tan duros como los siete anteriores tienen su dureza y son muy psicológicos. Además, el Veleta parece recordarte en todo momento que aún has de llegar allí.

Si los siete kilómetros iniciales, como decía, son muy duros, los otros cinco hasta llegar hasta la Hoya necesitan de una buena psicología para afrontarlos. Sin ser tan duros que los siete anteriores, se convierten en una guerra psicológica ya que aparecen grandes rectas en subida permanente y hacen que el corredor perciba con nitidez todo lo que se ha de recorrer hasta llegar a la siguiente curva. Además, ya es claramente perceptible el Veleta y con toda seguridad el magno pico se encargará de recordar en todo momento al corredor que hasta allí hay que llegar.
La anécdota ha sido la celebración del Triatlón de Sierra Nevada, algo que desconocía. Precisamente en el kilómetro diez -donde pensaba detenerme para volver a ingerir líquido- la organización de esta prueba cortaba la carretera a vehículos para posibilitar el paso de los triatletas que ahora subían corriendo desde Pradollano. Sus gestos eran expresivos de la dureza acumulada en sus piernas y muchos de ellos ya echaban el pie en tierra para andar. Pregunté al acompañante de Paco Pepe cuanto quedaba para la Hoya y este me dijo que dos kilómetros.
Estos dos últimos kilómetros me parecieron duros ya que las instalaciones de la Hoya -ambigús, restaurante, albergue militar y otros- se encuentran a bastante altura, justo en el inicio de la subida al Veleta, que es donde se corta el paso al tráfico rodado, excepto a los vehículos autorizados. Así que sin pensarlo dos veces, por la izquierda para no interrumpir el ritmo de los triatletas que iban por la derecha, asumí esos dos kilómetros finales y desde la Hoya completar ese escaso último kilómetro con Paco Pepe.
Subía cómodo y no me encontraba particularmente cansado porque recuperaba muy bien en ese escaso minuto que me dedicaba a beber líquido, pero la realidad era que tenía que volver para bajar en coche, como antes indicaba. Por tanto dí por concluido con broche de oro el probable último entrenamiento en alta montaña. Una subida que me ha gustado sobremanera. Poder rodar en altura por esos lugares silenciosos, dejando atrás señales que indicaban los 2000, los 2500, los 2750 metros de altura y pensar que dentro de unos meses esa zona será intransitable a causa de la nieve...todo se convertía en emocionante, a pesar de la fatiga de la subida continuada. La grandeza estribaba en poder estar ahí.
Ahora nos marchamos unos días a Valencia, los cuales me vendrán muy bien para recomponer la musculatura. Durante ese tiempo no correré ningún kilómetro y valoraré seriamente qué haré en la última semana anterior al siete de agosto.
Seguramente volveré a la alta montaña, tal vez, para andar más que correr y aclimatarme aún más y el resto del tiempo lo dedicaré a una tirada de 32 kilómetros en llano y a días de mantenimiento y recuperación con no más de 15 kilómetros a ritmo trotón. Es vital dejar que las piernas se recuperen de las subidas, al menos, con cinco días de antelación a la fecha de la prueba.
Bajé con el coche por la antigua carretera de la Sierra, que arranca también desde Pinos Genil. Esos cinco o seis kilómetros, que se encuentran más o menos entre el 11 y el 16 de la prueba me parecen duros, a pesar de que nos cogerán con las fuerzas intactas hay que ser prudente. Ser prudente ahí y los siguientes hasta la llegada al Dornajo será elemento clave para afrontar la subida hasta la Hoya y desde allí, como bien dice Javi, habrá que alternar correr con andar, aunque mucho me temo que esa alternancia habrá que hacerla algo antes según indican muchos corredores.
La prudencia, la mesura, la cabeza calculadora y la paciencia serán grandes consejeros el día siete porque lo demás -lesiones, pájaras y otros imponderables- no se pueden predecir.
Espero vuestros comentarios, opiniones, consejos..., que aunque estaré fuera seguramente podré leeros en la lejanía.

22 julio 2011

SIN DESFALLECER



La ruta que hice el pasado jueves, un poco antes de las nueve de la mañana, no suele ser la que típicamente programas a no ser que tengas un objetivo por delante.
Subir a Moclín no es baladí y exige una motivación añadida ya que no se trata de un mero "echarte" a correr sin necesidad de sobreesfuerzo físico o psicológico.
Salí desde Búcor -que es una aldea muy ajada y prácticamente abandonada- que se encuentra a unos tres kilómetros de Pinos Puente. Elegí este sitio porque es precisamente desde este punto cuando comienza a complicarse el terreno, si bien la subida comienza a los cuatro kilómetros de iniciada la ruta. Una ruta de doce kilómetros con ocho de subida continúa, que es lo que buscaba.
Justo en el momento en el que el Forer marca el cuarto kilómetro comienza la subida y ya no existe tregua -a excepción de un falso llano a la entrada de Moclín- hasta las mismas instalaciones del famoso Castillo de Moclín, la segunda fortificación nazarí tras la Alhambra en la provincia de Granada.
Cuando subes te evoca la estética de los puertos de montaña que solemos ver en el Tour, en la Vuelta o en el Giro, sin que se pueda comparar a los grandes puertos tipo Veleta, Tourmalet, Galibier o Mortirolo, pero siempre que ha transcurrido por aquí la Vuelta a Andalucía -y creo que en una ocasión la Vuelta a España-, se ha considerado un duro puerto de montaña. De hecho, aún quedan restos de nombres célebres del ciclismo español reciente, como es el caso de Jesús Montoya, inscripción que se repite a lo largo de la subida.
Una vez superada la pequeña localidad de Tiena, a la que se accede tras subir un kilómetro y medio, se inicia la vasta subida hasta Moclín. Antes de salir de Tiena, aún tienes tiempo de alzar la cabeza y descubrir toda la sierra que habrás de subir hasta llegar a la capital del municipio, enclave del citado castillo.
Subí con mucha sensatez, pensando más en la prueba del Veleta que en la subida misma e intentaba por todos los medios subir por debajo de mis posibilidades para llegar arriba sin problemas físicos.
Comprendí que es más importante la psicología que el factor físico sin lugar a duda, porque es la mente la que va interpretando y asumiendo la subida. A nivel físico iba sin demasiados problemas. Me ocurre -supongo que nos ocurrirá a todos en mayor o menor medida- que en el plano psicológico existe como una especie de negación a afrontar el esfuerzo de la subida, un constante desmoronamiento psicológico ante las rampas que esperan y al que se ha de vencer con autosugestión y fuerza mental.
Cuando comencé a ver el Castillo, que preside arrogante toda la población, comprendí que estaba a punto de coronar el puerto y que me encontraba bastante entero porque el ritmo no fue excesivamente fuerte. No obstante, recordaba que las intrincadas calles que dan acceso al castillo eran de una dureza considerable.
Cuando llegué a la plazoleta de la Iglesia del milagrero Cristo del Paño -que es procesionado cada año en octubre de manera masificada- el sol ya comenzaba a poner en marcha el mecanismo sonoro de las cigarras, las cuales abundan por la zona como pude comprobar cuando bajaba de nuevo hacia Tiena.
Un cartel de agua potable -a pesar de que llegué hidratado, gracias al cinturón de hidratación que portaba- fresquísima sirvió como justo premio a esos ocho kilómetros de subida ininterrumpida más los cuatro anteriores de terreno serpenteante. En total doce kilómetros que completé en una hora y nueve minutos. Además, aunque más fáciles, quedaban otros doce kilómetros de bajada y llano, porque había que regresar al punto de partida, algo que me sirvió para ir apreciando el bonito paisaje de monte y las privilegiadas vistas de la Vega granadina. No cabe duda que los musulmanes granadinos supieron situar su enclave militar fortificado.

19 julio 2011

SEGUIMOS CON EL PLAN


Bueno amigos, sé que no sois muchos los que estáis ahí enfrente de la pantalla, algo lógico por las fechas en las que estamos, pero me parece oportuno seguir contando mis entrenamientos solitarios de cara a la subida al Veleta, cada vez más cercana.
Recordemos que inscribirme fue más un acto de revelación que de reflexión, pero es cierto que el corredor en su fuero interno sabe o al menos intuye a qué pruebas puede apuntarse y tener bastantes posibilidades de acabarlas.
Sé que el Veleta es otra cosa pero, como dije en un comentario, si es una locura correrla, también lo es no correrla. Así que ante esta dualidad de locura he optado por hacerla. La suerte ya está echada y tan sólo queda apurar los días y cumplir el corto pero ambicioso plan de entrenamiento -cuyos consejos como los de Mario y Alfredo, valoro positivamente-.
Tras la mini-subida al Veleta del pasado sábado, con un resultado satisfactorio he de decir, sigo cumpliendo este solitario plan y hoy ha tocado el Torreón, que nada tiene que ver con el Veleta pero hay una importante subida y mantiene el tono muscular para afrontar lo mejor posible lo que nos esperará el próximo siete de agosto.
Y sobre la subida al Torreón de esta tarde quería hacer una reflexión que tenía en mente a lo largo de los doce kilómetros y medio de recorrido: y es que no diré que me ha parecido una tachuela porque la subida es dura y contundente, pero sí he percibido que tras subir desde la Hoya de la Mora al Veleta, esta subida se ha quedado en menor, perdiendo mucho de su épica. Sin embargo, para mí sigue siendo un lugar difícil al que hay que subir mentalizado y con un mínimo de preparación porque no se trata de un circuito fácil.
El domingo y el lunes encontré las piernas aún cargadas; y aún hoy las notaba algo cargadas, pero la subida de esta tarde del martes las ha descargado y ahora las percibo frescas y enteras.
La siguiente etapa del entrenamiento será la subida desde el Dornajo por la antigua carretera de Sierra Nevada -que me dejó perplejo y sorprendido cuando la recorrí el pasado sábado con el coche-. Si no calculo mal, desde el Dornajo hasta la Hoya de la Mora hay 15 kilómetros -quizá los psicológicamente más duros de la prueba-, e intentaré hacerlos todos en el entrenamiento aunque tenga que alternar correr y andar.
Hay que cumplir el plan sin desmayo y, efectivamente, entrenar en altura.

16 julio 2011

SÍ, TENGO UN PLAN



Porque no se puede afrontar una prueba como la Subida al Veleta sin plan.
Lo hablaba esta mañana con dos corredores que acababan de bajar del Veleta: cuando uno se apunta a esto es porque sabe que puede acabarlo. Pero eso no es suficiente.
Se puede tener la base y uno sabe que ha respondido en pruebas duras como la Media Maratón Calahorra-La Regua. Pero, a pesar de que esa prueba es dantesca en sus últimos nueve kilómetros, principalmente, nada tiene que ver con la prueba del Veleta. Probablemente, pocas tendrán que ver con ella.
Por eso hay que tener un plan lo más ambicioso posible.
Y éste ha comenzado esta misma mañana (ver imagen). Sé que he acudido con poco tiempo pero he pensado rápido y sé lo que haré de aquí al tres de agosto, aproximadamente, teniendo en cuenta que a finales de julio interrumpiré el plan durante cuatro días porque haremos un viaje de ocio a tierras levantinas, algo que no me preocupa demasiado. En todo caso, un día antes de salir me encargaré de hacer algo duro y contundente para que esos cuatro días sirvan de descanso. Hasta eso lo tengo planeado.
Reconozco que desde que tomé la decisión de participar en el Veleta vivo algo acojonado porque mi propósito es llegar corriendo hasta el punto kilométrico máximo y, posteriormente, alternar el correr con el andar rápido. Pero siempre cabe la posibilidad que una pájara o un derrumbe psicológico te deje antes del kilómetro veinte. Me estoy preparando psicológicamente para que eso no ocurra y entrenaré en consecuencia para llegar más allá del Centro de Visitantes de "El Dornajo", si fuera posible. A partir de ahí, que Dios o quien sea reparta suertes.
Decía que el plan ha comenzado esta misma mañana. En la Hoya de la Mora. Lo primero que deseaba era hacer la mini-subida al Veleta, precisamente para conocer la parte más dura del recorrido y ver cómo respondía sobre todo a la altura, más que a las piernas y al cansancio.
Y sí, he respondido bien, a pesar que he optado por detenerme en varias ocasiones a beber líquido y andar algo. La altura ha hecho estragos.
Sin embargo, no he sufrido en exceso y el tiempo ha sido bueno: 1 hora y 15 minutos, aunque creo que en los primeros kilómetros -con error en la ruta incluido- he ido demasiado rápido y luego lo he pagado con creces.
Faltando dos kilómetros para la llegada, me ha ocurrido como me ocurrió en la primera Media Maratón de Montaña de la Ragua: me detuve sin estar demasiado cansado (ya digo, la altura).
Sé que este tramo no lo correré como lo he corrido esta mañana de sábado, porque las fuerzas llegarán muy justas al kilómetro 40, que coincide con la Hoya de la Mora, aproximádamente.
Bajé con el coche por la antigua carretera, hasta llegar al Dornajo y me han inquietado sobremanera esas rampas. Por tanto, otro entrenamiento consistirá en subir este tramo de quince kilómetros -hasta la Hoya de la Mora-, de espectaculares subidas. Considero que esta parte de la prueba es clave, ya que, por lo general, la mayoría de los corredores llegan inmaculados al Centro de Visitantes, que es el kilómetro 25 y, a partir de ahí, muchos optan por alternar el correr y el andar (porque las fuerzas ya no responden). Por tanto, sería muy interesante poder seguir corriendo al menos diez kilómetros más para administrar los quince restantes de la mejor manera posible.
Otro entrenamiento previsto es la subida hasta el Castillo de Moclín, desde Pinos Puente. Es una ruta que ya hice en una ocasión en compañía de varios colegas de Las Verdes y sé que es dura. Las rampas son duras desde el kilómetro siete y medio aproximádamente. Ayer lo hice con el coche para recordar la ruta.
Y, por supuesto, habrá al menos una subida al Torreón de Albolote, que no es larga pero sí contundente.
También es necesario, de igual manera que se hace en maratón, hacer una o dos tiradas de treinta a treinta y dos kilómetros en rutas que ofrezcan algunas cuestas. Últimamente, por la zona de Caparacena, estoy descubriendo rutas de caminos entre los olivos que me satisfacen sobremanera ya que se trata de bajadas y subidas por caminos difíciles. Elegiré esta zona para hacer ese par de tiradas de treinta a treinta y dos kilómetros.
Como veis un plan corto pero exigente que espero cumplir y que habrá que complementar con el Compex, gomas y abdominales y esperar que el cuerpo aguante y no se lesione.

13 julio 2011

SUBIDA AL VELETA

"Nunca hables de lo que correrás o no correrás hasta que no acabes la carrera", dice un viejo dicho.
No es cierto, claro que no. Se trata de un nuevo dicho. Tan nuevo que acabo de componerlo, una especie de versión de aquel refrán que aconseja no hablar del perro hasta que no se salga del cortijo.
Y os preguntaréis, ¿a qué viene esto? ¿Habrá estado José Antonio sin escribir un buen tiempo centrado tan sólo en componer esas pocas palabras? ¿Habrá sufrido una mutación preocupante? No exactamente, aunque algo de eso puede haber en mi subconsciente y no lo haya percibido.
El caso es que este que escribe desde este rincón virtual ha decidido inscribirse en la Subida del Veleta que se celebrará el próximo 7 de agosto.
He de confesar que este tipo de decisiones son más revelaciones que reflexiones. Ya me ocurrió con la primera maratón que hice en Madrid y me ha ocurrido ahora con la subida. Hablaba con Fernando Medina y otros compañeros de mi club -Caja Rural-, tras la dura prueba del Río Dílar -la que por cierto, hice sin demasiado sufrimiento y me salió bastante bien-. Ellos ya la habían hecho el año anterior y pensaban repetir. Y me convencí que yo también debería de estar allí por múltiples razones: está catalogada como la prueba más dura del mundo; se desarrolla en uno de los espacios naturales más hermosos de la tierra; y siendo de esta tierra y vivir en ella sería un sacrilegio no disfrutar de ese "privilegio". Además, los años pasan y ya nada será igual. Y, para colmo, hoy he podido intercambiar unas palabras con su pertinaz organizador, Enrique Carmona, y ya todo lo he visto claro. Ya digo, una revelación.
Por tanto, si nada lo impide estaré en la salida del Paseo del Salón el primer domingo de agosto.
Lógicamente, el plan de entrenamientos en este mes escaso tiene que ser obligatoriamente distinto y se resume a una cosa: cuestas y gomas.
En un próximo post fijaré más detalles y relataré entrenamientos. Todo lo que vaya recopilando sobre esta magna prueba.

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...