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09 agosto 2020

LISBOA (EBOOK: RELATOS Y ARTÍCULOS DE VIAJES, -AMAZON, 2018)

RELATOS Y ARTÍCULOS DE VIAJES: Impresiones de un viajero eBook ...





En mi libro (eBook), publicado en Amazon, Relatos  y artículos de viajes, dediqué unas páginas a varias ciudades visitadas de nuestro país vecino, Portugal. He aquí las palabras dedicadas a su peculiar y encantadora capital.


Lisboa

 

Alguien contó al viajero que Lisboa ha sido la única ciudad en la que ha quebrado un McDonald`s. El viajero no tiene datos para confirmar tal rumor, pero da por hecho que si en algún lugar ha podido fracasar la franquicia multinacional norteamericana de la prescindible alimentación no le cabe duda de que ha debido de ser en Lisboa. Y eso es así porque la capital de Portugal tiene otro aíre, es distinta. O al menos lo es en lo que realmente interesa de la ciudad, que es casi todo, si bien será imprescindible visitar todo su centro histórico, sus barrios Alto y Alfama, así como su Castelo de S. Jorge. El resto es nuevo y moderno como cualquier ciudad occidental que se precie, pero siempre interesante. No obstante, nada en ella pierde su sabor portugués y esa modernidad ha sabido implantarse de manera inteligente y ordenada, o al menos, es lo que ha podido deducir el viajero en sus distintas visitas a la ciudad del Tajo (o Tejo).

Porque Lisboa no es tan solo su elevador de Santa Justa ni tan siquiera sus tranvías, es mucho más. No hay duda de que los tranvías que suben hasta las partes altas de la ciudad, hasta las Siete Colinas o el Castelo de S. Jorge ofrecen un sabor especial, pero será pateando cuando el viajero descubrirá una ciudad con muchos matices y a medida que obtenga mejor panorámica (el Castelo de San Jorge le parece un lugar ideal) podrá observar la magnífica ubicación de esta antigua ciudad, enclavada en la desembocadura del Tajo, que es un mar, con el océano Atlántico de fondo.

Un aspecto importante para él es que en esta ciudad no parece existir el estrés. No solo por el carácter apacible y tranquilo del portugués medio, sino por la propia configuración de sus calles y plazas. Un paseo tranquilo por el Chiado es imprescindible, sobre todo considerando que es posible llegar a pie desde este lugar a los lugares más simbólicos de la ciudad, incluido el Barrio Alto, lugar repleto de restaurantes económicos en los que por la noche será posible cenar escuchando un buen fado. Y si el viajero echa de menos esa modernidad a la que antes se hacía referencia, interesante también es lo nuevo, lo moderno, que podrá encontrar en el recinto donde fue celebrada la Exposición Universal de 1998, un vasto espacio repleto de restaurantes y locales de ocio junto al río Tajo. O bien, dirigirse a la otra parte de la ciudad, cerca de la desembocadura del Tajo y visitar su magna Torre de Belém, su Monasterio de Los Jerónimos de Santa María de Belém y no olvidarse jamás de degustar un pastelito de Belém en el sitio original, que es lo que hizo con gran deleite.

Pero de todo, se ha quedado con la impresión de que Lisboa es una especie de reserva espiritual de Europa, a pesar de que siempre ha tenido una amarga sensación de que eso pueda cambiar con la llegada voraz de la modernidad, sin alma. Porque las ciudades tienen alma, eso lo sabemos, pero en ocasiones se vende al diablo por poco precio. Se especula, se destruyen lugares icónicos y bellos…, todo en nombre del progreso y la modernidad. Craso error. El progreso tiene sentido si se conserva lo histórico y bello, lo que perdura. Que Lisboa pueda vencer la llegada de ese pretendido progreso dependerá de muchos factores, pero para él tiene que una ciudad con tanta personalidad jamás puede perder su esencia. Y espera que así sea.

04 diciembre 2012

RELATOS BREVES DE OTOÑO

SOLILOQUIO DE UN ALCALDE ARREPENTIDO

Preludio 

Nada me podrá hacer disfrutar de estas fiestas venideras tan entrañables. Y aún estoy sorprendido de lo rápido que se ha sucedido todo. Porque parece mentira que haya pasado tan sólo un año desde que yo era razonablemente feliz. 
Conseguí mi sueño. Ser alcalde de mi ciudad; de la ciudad en la que nací y crecí; de la ciudad de mis antepasados. Desde siempre quise ser el Alcalde como ya lo fue mi bisabuelo hace más de un siglo. 

Parte Primera


No paro de preguntarme cómo no he podido evitar todo esto. ¿Por qué no supe ver lo que se estaba tejiendo a mi alrededor? Todas aquellas francachelas excesivas. Esas amistades peligrosas. Esos regalos admitidos, que nunca debieron serlo. Esas adulaciones gratuitas. 

Parte Segunda 

Debí decir no desde el principio al constructor Ramirez. Total, ya todos lo conocíamos en el pueblo. Sus relaciones con el anterior alcalde, mi antecesor, y la caída fulminante de aquél, debieron ser mi mejor lección aprendida. 
Así me lo ha insinuado esta misma mañana el secretario general de la agrupación local de mi partido, el mismo que apostó por mí para sustituir al alcalde dimitido. Pero los hombres jamás aprendemos. Y mucho menos los políticos, que solemos dejarnos embriagar por el elixir del poder y la gloria. Es la vanidad. 

Parte Tercera 

En principio, nada malo había en aceptar aquella invitación a cenar de Ramírez. En realidad, son muchas las cenas a las que voy. Va en el cargo, pero aquella fue la más indigesta. Tampoco interpreté negativamente que viniera a la misma mi concejal de urbanismo, un chico joven bien formado y de mi confianza, que había comenzado trabajando para el constructor como arquitecto técnico. No supe ver la red que me estaban tejiendo. Pero tras la cena vino el viaje con todos los gastos pagados a Estados Unidos para mi mujer y para mí; y después el coche y... esa cuenta, que ha resultado ser mi ruina. Qué paradoja. Me sentía el amo del universo y creí de veras que nada de eso jamás se sabría. Y en mi seguridad acartonada, no me molesté en comprobar que el solar recalificado para construir el centro comercial contenía unos humedales protegidos ¿Cómo pude ser tan idiota, conociendo aquella zona como la palma de mi mano? ¿No era allí dónde me bañaba de niño? ¿No era allí donde crié mi primera cerceta pardilla? ¿Por qué no fui advertido por la Comisión Provincial de Urbanismo? ¿Por qué ignoré el dictamen desfavorable de la arquitecta municipal? ¿Por qué traicioné a mis vecinos, traicionándome yo de camino? Ya no tengo respuestas a esas preguntas.

Desenlace 

El Juez de Instrucción acaba de leerme los cargos, pero el sargento de la policía local me ha tranquilizado. Es un buen hombre. Mañana mismo, sin demora, convocaré el pleno de mi dimisión. He de llamar a la familia. Y al abogado del partido.     


Autor: José Antonio Flores Vera

27 noviembre 2012

RELATOS BREVES DE OTOÑO

EL VULGAR CARTEL 

El lunes por la tarde al salir del portal de mi piso observé un vulgar cartel escrito torpemente a mano con rotulador de trazo negro que anunciaba, de forma torticera, que el próximo miércoles a las 20,30 horas se enfrentarían en el pabellón cubierto del barrio dos equipos de la NBA: Los Angeles Lakers vs Toronto Raptors, dos destacados equipos de las Conferencias Oeste y Este, respectivamente.
El vulgar cartel tapaba por completo el portero automático, por lo que me pareció una broma de mal gusto de algún gamberro con el suficiente tiempo libre y demasiadas ganas de llamar la atención. Sin embargo, a pesar de que lo arranqué y lo tiré a la papelera, no pude evitar esbozar una leve sonrisa ante la inventiva gamberra del tipejo o tipeja que, probablemente, era el mismo o la misma que, hace unos años, recién inaugurado el edificio tuvo la ocurrencia de marranear la fachada con el siguiente texto escrito en gruesas letras: 'Libertad para el Tibet', una reivindicación que, al margen de que pudiera parecer justa o no, no encajaba con las típicas inscripciones habituales que uno ve en las fechadas de los edificios de cualquier ciudad española: 'No hay pan para tanto chorizo' o 'Políticos corruptos'. Cosas así. ¿Libertad para el Tibet? ¿Qué curioso? 
Pero no menos curioso que este último cartel que anunciaba un partido de la NBA, entre dos de los más destacados equipos de la liga americana de baloncesto, en un barrio del extrarradio de una ciudad de provincias. Sin lugar a dudas, se trataba de alguien con la mente dispersa e imaginativa.
Como digo, rompí el cartel pero el asunto estuvo un par de días en mi cabeza. Valoré esa inventiva y ese ingenio a medida que pasaban las horas. Había en aquello cierta poesía, algo parecido a lo de aquel poeta francés que firmó una hoja de las páginas amarillas de París, diciendo que era su mejor verso. Además, fuere quien fuere el autor o autora de aquel cartel había tenido la delicadeza de no pintar directamente en la fachada. Eso no significaba que se hubiera ganado mi simpatía, pero al menos, su gesto le honraba.
Cuando llegó el miércoles por la tarde calcé mis zapas e inicié mi ruta hacia el Albayzín, como suelo hacer algunas noches en los meses de otoño e invierno, pero al pasar por el pabellón deportivo del barrio recordé ese cartel bromista y sin saber por qué me detuve y me acerqué a la puerta del mismo. 
Como es propio de estos pabellones pequeños, el ruido del juego se escucha fácilmente en la misma entrada al recinto; y ese ruido era descomunal para un día ordinario. Eso llamó mi atención. Así que entré. 
En ese momento Pau Gasol acababa de errar un mate ante la ágil oposición de Jose Calderón. Entre el público tan sólo se encontraban dos adolescentes aburridos con pinta de grafiteros, la limpiadora del pabellón haciendo su trabajo, el conserje, por obligación, un par de madres que esperaban a sus hijos y un señor mayor impecablemente vestido de traje y corbata que, muy atento al juego, tomaba notas de vez en cuando en un cuaderno pequeño. 
Uno de los adolescentes grafiteros me miró irónicamente y esbozó una enigmática sonrisa.  

Por José Antonio Flores Vera      

19 noviembre 2012

RELATOS BREVES DE OTOÑO

EL MEJOR AMIGO DEL PERRO

Era una noche de invierno cruenta y estaba ya cómodamente relajado en su agradable y cálido hogar. Pero sabía que a pesar de la extrema climatología no tenia más remedio que cumplir con la promesa que le hizo a su futuro amigo encerrado en aquella especie de urna de cristal que ocupaba gran parte del escaparate de aquella tienda de mascotas, hacía ya un par de años.
No recordaba bien cómo ocurrió porque sucedió todo muy rápido, pero de pronto se sorprendió asimismo sacando su billetera y liberando de ese claustrofóbico lugar a aquel ser lanudo con hocico negro como partido por la mitad que le hablaba con la mirada, por lo que no tuvo más remedio que hacerle esa promesa. Debe sacarlo a la calle, al menos, dos veces al día, le dijo la carcelera empleada de la tienda. 
Fue un acto casi reflejo adquirir aquel can, porque, en realidad, él tan sólo se dirigía al cajero automático de la esquina. Pero así de impredecible se torna a veces la vida.
Y, ahora, pensaba en todo eso bajo el soportal de su edificio, mientras su amigo olisqueaba ansioso con el hocico a flor de piel un buen lugar dónde depositar sus excrementos, sin que estuviera previsto que a pocos metros una bella lanuda con hocico similar al suyo se contorneaba perrunamente a su alrededor. 
Y como en la vida, en ocasiones, los minutos anteriores no son en absoluto un prefacio de los siguientes, aquel amigo suyo del alma, aquel amigo fiel, siguió los pasos veloces de su nueva novia sin, ni tan siquiera, mira atrás. 
Él, lo esperó bajo el frío de la calle algunas horas más, pero su amigo no apareció. Y, desde entonces, cada noche, haga frío o llueva, baja solitario a la calle con la esperanza de que su lanudo amigo aparezca, como es de esperar que haga siempre el mejor amigo del perro.              

30 octubre 2012

RELATOS BREVES DE OTOÑO

¡MALDITO GPS!
(Relato-precuela de la Media Maratón de Jaén)

Cuando me aproximaba a la zona de Jaén que había determinado en el GPS, éste comenzó a desvariar. No me sorprendió, porque lo había hecho en otras ocasiones, así que dejé que la voz electrónica de Ana me indicara el resultado del recálculo que estaba anunciando de manera un poco cansina. Pero no había forma. Como el recálculo no fue fructífero el aparato comenzó a alumbrar en su pantalla latitudes y grados que no entendí en absoluto. Así que convencido de que el GPS ya no me iba a dar información alguna y perdido como estaba, decidí salir del coche y preguntar a cualquier persona que pasara por allí.
Pero lo tenía difícil, ya que se trataba de una zona a las afueras de la ciudad y eran las 8,30 de la  mañana de un frío domingo. Busqué por aquella zona despoblada, en la que sólo había campos con abundante maleza entre las grandes rocas que dibujaban a duras penas el serpenteante camino, que de forma ascendente conducía al Cerro de Santa Catalina, donde el Castillo coronaba y se erigía orgulloso.
Cuando ya había perdido la esperanza de encontrar a alguien, de detrás de una enorme roca salió un hombre alto y robusto vestido con un largo sayo cubierto con una coraza de cuero repujada con figuras de la flor de loto,  altas botas de piel vuelta de color negro y una larga capa de seda de color azul oscuro que por la parte trasera barría el suelo. Su aspecto no era conciliador pero aún así me dirigí a él de forma atropellada, antes de dar los buenos días que hubiera sido lo correcto y educado. El individuo me miró como si estuviera viendo una aparición y raudamente echó mano a su cinto, en el cual estaba alojada una larga daga. Comprendí perfectamente que por allí cerca debía de existir algún tipo de mercadillo medieval, de esos tan frecuentes que acostumbramos a ver en las fiestas de muchos pueblos y ciudades. Así que me tranquilicé al pensar que aquel sujeto tan sólo se estaba metiendo bien en su papel. Sin embargo, con mucha habilidad, el sujeto puso la daga en mi cuello al tiempo que farfullaba palabras para mí incomprensibles. Sin duda, se trataba de un inmigrante que en su afán de conseguir unos euros había aceptado vestirse de figurante para el mercadillo medieval.
Comprobé que la presión de la daga sobre el cuello iba en aumento e irritado le grité que ese juego ya no tenía gracia.
-¿Quién sois vos? –me preguntó el extraño individuo-.
-¿Yo...? he venido a correr la Media Maratón de Jaén y me he perdido. Tan sólo quería preguntarle si conoce el complejo deportivo 'Las Fuentezuelas' –le dije con cierto tono de nerviosismo-.
-Lo que decís, no tiene sentido. Venid conmigo –dijo casi arrastrándome hacia la roca de donde había salido minutos antes-.

Protesté pero de nada sirvió. Entonces se abrió ante mi un enorme campamento repleto de tiendas de campaña, de las que salían y entraban figurantes ataviados de forma similar a la de mi agresor. Hasta caballos tenían. Comprendí que allí se estaba celebrando la feria medieval y que los recursos del Ayuntamiento para ese fin no eran modestos, a pesar de la crisis. Mi involuntario acompañante me arrastró literalmente unos veinte metros y de un empujón me introdujo en una tienda de campaña que tenía, al menos, el triple de tamaño que las demás. Aquel juego ya estaba llegando muy lejos, me dije.
-Divina Majestad, he traído un intruso que merodeaba por la zona. Por su vestimenta podría ser un espía del enemigo –dijo mi carcelero-.
-Está bien, puedes retirarte –dijo fríamente aquel que había sido denominado Divina Majestad, que vestía con lujosos ropajes-.
-¿Qué significa esto? –dije, harto ya de ese juego sin sentido-.
-¿Quién sois? –dijo su Divina Majestad en un correcto castellano-.
-Ya se lo dije a su amigo, vengo desde Granada a correr y me he perdido... ¿Quién es usted? ¿Quiénes son ustedes?
-Te encuentras ante el Rey Fernando III del Castilla, Emperador  de la cristiandad, siendo el año del Señor de 1225.
-Sí –dije sonriendo- y yo soy Haile Gebrselassie.
-¿Quién? Si vienes desde Granada, la más infiel de las tierras, no tengo más remedio que sospechar de ti y detenerte.
-Ya está bien del jueguecito. ¿Forma parte este numerito del espectáculo del mercadillo medieval?
-¿Mercadillo medieval? ¿Qué es eso? Estamos aquí en campaña contra los moros. Estoy seguro que eso lo sabes muy bien –dijo el autonominado Rey de Castilla mirándome con marcada desconfianza- ¿Quién te envía?
Intenté seguir su juego no contradiciéndolo porque a esas alturas no estaba seguro de lo que estaba ocurriendo en realidad. Podría estar rodeado de un atajo de lunáticos y mi vida correr peligro. Mi sumisión hizo que se distendiera y comenzara a relatar la idea de formar un gran reino cristiano, expulsando de estas santas tierras godas a los infieles sarracenos. Llegado a ese punto, consideré todo aquello excesivo para un simple y vulgar mercadillo medieval.
-He llegado a la conclusión de que no eres el espía que creíamos a pesar de que vengas de Granada –dijo con desdén mientras miraba con recelo mi chándal negro Nike-. No tienes aspecto árabe sino eslavo, a pesar de que éstos también actúan como mercenarios de los sarracenos. Aún así, me dejaré llevar por mi instinto y te dejaré marchar en paz, con la condición de que no merodees más por aquí. Si volvemos a verte, serás apresado y torturado, no tientes mi bondad. Puedes irte.
Nervioso ya y sin saber qué pensar, logré llegar hasta el coche y, sorpresivamente, el GPS me indicó a la primera el lugar que buscaba. Llegué muy justo para coger el dorsal y finalmente pude correr la Media Maratón con la inquietud permanente de lo vivido.
La inquietud fue en aumento tras acabar la carrera y comenzó a sobrevolar sobre mi mente la idea del ‘bucle de tiempo’ que la literatura fantástica y el cine habían abordado en múltiples ocasiones. Así que nada más llegar a Granada visité a un amigo mío, físico y apasionado con la teoría de la relación espacio-tiempo y lector empedernido de ‘Historia del tiempo’ de Stephen Hawking. Éste me confirmó lo que había sospechado, explicándome que en raras, pero posibles, ocasiones el cambio de hora produce un extraño fenómeno, un ‘bucle de tiempo’, y que yo había tenido el privilegio de haberlo vivido de primera mano. No sabía si creerle.
Al día siguiente, llamé al Ayuntamiento de Jaén y me confirmaron que no existía en la programación de ese año la organización de ningún mercadillo medieval ni nada por el estilo. ¡Para fiestas estamos!, me dijo el funcionario antes de colgar.

25 octubre 2012

RELATOS BREVES DE OTOÑO

UN DÍA ORDINARIO 


Ahora que cuento con la tranquilidad necesaria, me pregunto porqué un cotidiano accidente en una calle cualquier de una ciudad cualquiera se convirtió en el punto de inflexión más importante de mi existencia. Pero cómo lo iba a saber yo en ese momento.

Estás con tu motocicleta en ese semáforo que casi siempre está en rojo justo en la esquina del gran banco, ese que ahora exige ser ayudado por el gobierno; estás allí, aguardando el cambio de color de luz led de la señal de tráfico y nada puede hacerte sospechar lo que viene a continuación, porque imaginas que lo que viene a continuación no es otra cosa que lo predecible. Es decir, que el semáforo se pondrá en verde y tu retorcerás el puño de la moto y saldrás progresivamente hasta el próximo semáforo; o bien, te dará tiempo a superar dos o tres semáforos más hasta girar a la derecha, muy cerca ya de donde sueles aparcar. Nada tan ordinario y tan cotidiano como eso.

Pero nada de eso ocurrió. De un millón de ocasiones, tan sólo una de ellas podría salir mal. Una entre un millón. Y salió mal. Pero ocurrido lo ocurrido, te preguntas cosas: ¿por qué a mí? ¿por qué aquel día y no otro? ¿por qué en aquel semáforo ordinario por el que pasaba a diario y no en otro?

De nada vale ya lamentarse. De hecho, mi abogado está consiguiendo poco a poco demostrar que nada tenía yo que ver con aquel individuo que salió disparado del banco con una bolsa en la mano y que sin mi permiso y a traición se instaló en el asiento trasero de mi moto y me obligó a alejarme de allí a punta de pistola, asegurando al policía que nos detuvo al final de la calle que yo era su cómplice.

19 octubre 2012

RELATOS BREVES DE OTOÑO















LA LIEBRE

Cuando quiero hacer cuestas me voy al Torreón de Albolote. Se trata de un espacio natural protegido, un frondoso bosque de pinares que preside el entorno del Pantano del Cubillas. Temo subir allí, pero al mismo tiempo brindo al cielo haberlo hecho, porque todo el entorno es excepcional en esa subida: la fuerza necesaria para subir esos repechos y esa naturaleza tan primigenia. 


Cuando subí la otra tarde, horas antes había llovido. No había barro en el camino pero sí abundantes charcos. Así que intenté en la medida de lo posible esquivarlos con desigual suerte. Cuando estaba a punto de llegar a la parte asfaltada, en la encrucijada que orienta el camino, o bien al Torreón o bien a la Ermita de los Tres Juanes, intenté esquivar un charco que abarcaba todo el camino, para lo cual tuve que correr durante unos metros por la maleza que brotaba anárquica en el borde del camino. A los pocos segundos de introducir mis pasos en aquella maleza presentí, más que percibí, un movimiento que me inquietó. Casi me detuve, pero no lo hice, porque no es prudente detenerse en plena cuesta. No obstante, intenté evitar aquello que se movía, fuere lo que fuere.  Superado el charco volví a introducirme en el camino y fue cuando la vi. Se trataba de una liebre de las muchas que a veces he visto atravesar raudamente el camino, como asustadas. Sin embargo, aquella que vi -y que con toda seguridad era el movimiento que noté en la maleza-, estaba allí plantada justo delante mía, casi impidiéndome el paso. Me miraba directamente a la cara de manera amenazante y no tuve más remedio que decirle que se apartara del camino si no quería ser pisoteada por un 10,5 UK. Inmediatamente, al tomar conciencia de que le estaba hablando a una liebre, me sentí ridículo. Su mirada era tan expresiva que consideré que tenía delante a una persona. Probablemente a esas alturas de cuesta iba tan cansado que ya no controlaba, me dije.
Para mi sorpresa la liebre me contestó. No se trataba de una alucinación ni nada por el estilo, sencillamente, la liebre me contestó. Se dirigió con perfecta pronunciación -nada de dialecto de liebre- y me reprochó que no respetara su espacio. Ante tal fenómeno extraordinario, me detuve. Lo que estaba sucediendo era incompatible con correr. La liebre siguió hablando. No recuerdo bien todo lo que me dijo pero retuve algunas de sus frases: me reprochó que los humanos no respetáramos su entorno y que actuáramos como si fuéramos los reyes de la creación. No tuve más remedio que contestarle, a pesar de que sentía que aquello era más una ensoñación que una realidad. Le refuté su argumento diciéndole que probablemente fuera cierto lo que decía, pero que no considerara que correr por un entorno natural fuera sinónimo de no respetar su entorno, todo lo contrario. La conversación siguió durante un buen rato de esa guisa: 
-Los animales de este bosque estamos más que hartos que los humanos invadáis nuestro territorio -dijo enfadada la liebre-.
-Comprendo vuestro enfado, pero no es justo que a los corredores nos integréis en ese grupo genérico de 'humanos'. 
-¿En que grupo, entonces, debemos integraros?
-Te diré una cosa: hay una cosa que odio probablemente más que tú: los domingueros que vienen en masa los fines de semana. Vienen con sus coches y comienzan a sacar viandas, poniéndolo todo perdido. Además despliegan un ruido ensordecedor.    Seguramente son esos los que os fastidian. De hecho, a mí también me fastidian y por eso intento no venir por aquí los domingos.
-Sí, esos son los peores. Luego están los que se niegan a andar un poco y acaban subiendo en coche hasta lo más cerca posible del Torreón. Esos son odiosos.
-Pienso lo mismo. A mi también me incordian con sus coches cuando subo corriendo. 
-Luego están todos esos que vienen con sus ruidosas motos...
-Sí, esos son los peores pero, supongo, que no me meterás en ese grupo...
-Bueno...no exactamente.
-Vamos a ver liebre, te enfadas conmigo porque he osado pisar la maleza para esquivar un charco, cuando sabes certeramente que quienes corremos por aquí somos los más respetuosos con la naturaleza. Mucho más, incluso, que los ciclistas.
-No digo que no. En realidad, jamás nos habéis molestado. Os vemos correr desde nuestras madrigueras y eso nos agrada...
-Luego, a qué viene esa molestia, ¿porque en una sola ocasión y por una causa justificada he pisado la maleza?
-En realidad tienes razón, pero estoy tan molesta con los humanos que visitan este entorno que he acabado por incriminarte, y ahora comprendo que sin razón. 
-Supongo que estás más que justificada. Te diré una cosa: corro mucho por aquí y os he visto a vosotras, las liebres, he visto pájaros, he visto algún reptil en los meses más tórridos y me ha gustado, precisamente, porque eso me hace sentir en armonía con vuestro entorno y con vosotros mismos. Jamás, ni yo ni ningún corredor, os hemos importunado. Todo lo contrario: siempre hemos tenido hacía vosotros, los animales, un reverencial respeto.
La liebre se ruborizó un poco al escuchar mis sensatas y  sentidas palabras. Parecía arrepentida de su mal genio. Comprendí su desazón y le extendí la mano. Ella me abrazó y me dijo que le gustaría verme corriendo por allí siempre. Me emocioné y le devolví el abrazo.  

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...