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30 enero 2018

INDICE DE CONTENIDOS Y PRÓLOGO DEL NUEVO EBOOK, RELATOS Y ARTÍCULOS DE VIAJES (DE PRÓXIMA PUBLICACIÓN).

INDICE DE CONTENIDOS DEL LIBRO/EBOOK: RELATOS Y ARTÍCULOS DE VIAJES 

PRÓLOGO

LIBRO I: ALGUNOS VIAJES POR ESPAÑA
 UN LUGAR DE LA MANCHA
 LAS NOCHES TOLEDANAS
 TABERNAS, UN DESIERTO EN ANDALUCÍA
 ALMUÑECAR, UNA VISITA
 CÁDIZ, TIERRA MILENARIA
 MADRID, NO BASTA CON UNA VEZ
 BARCELONA ES LITERATURA






LIBRO II: LA VIEJA Y JOVEN EUROPA
VIAJE A PORTUGAL
LONDRES, UNA VISIÓN
 CUATRO CIUDADES BÁVARAS
 IRISH, EL PAÍS DE LOS CELTAS
 ROMA: LA CIUDAD ETERNA
 BERLÍN, LA CIUDAD DIVIDIDA

LIBRO III: ARTÍCULOS DE VIAJES PUBLICADOS EN PRENSA
LITERATURA DE VIAJES
LA MELANCOLÍA DEL OTOÑO
IMAGINARIO HOMÉRICO
DOS CUADROS, DOS MOMENTOS DE PINOS PUENTE
DOS FORMAS DE VER UNA CIUDAD
EL LUGAR DE LA MANCHA

ADDENDA REGALO: RELATO UN DISTINGUIDO VIAJERO




PRÓLOGO


         La literatura de viajes, como género, cada vez gana más fuerza, a pesar de que no es reciente. Muchos han sido los viajeros que han plasmado sobre el papel sus experiencias y sus impresiones acerca de los lugares que han visitado a lo largo de la historia de la literatura. Todos tenemos una deuda con ellos. Sobre todo, porque nos han mostrado con sus propios ojos los lugares que han recorrido y no con los ojos fríos, distantes y objetivos que nos podría hoy día ofrecer cualquier guía de viajes. Dicho esto, es probable que con el que tengamos una mayor deuda sea con Homero, que podría pasar por ser, quizá, el fundador de este género literario en sí, gracias a su obra La Odisea. De hecho, este género aún sigue muy vivo, a pesar de la globalización que ha supuesto el viaje en sí. Luego, ahí radica la importancia de que aún existan escritores que nos muestren las impresiones de los lugares que visitan, algo que cada vez cobra más sentido en este mundo globalizado en el que todo parece conspirar para que parezca exactamente igual, con independencia de la supuesta situación exótica del país o lugar en sí. Es un poco lo que se pretende modestamente con este libro, que, sin ser demasiado breve, tampoco es demasiado extenso.
            Cuando comencé a redactar y a corregir las crónicas de viajes que tenía escritas —muchas de ellas en mis propias bitácoras personales que he ido administrando—, me preguntaba constantemente por qué no existe una crónica por cada uno de los viajes que he realizado. Y la respuesta, aunque no sea contundente, podría radicar en que es el propio viaje, el propio lugar visitado, el que propicia que escribas sobre él. La razón no es fácil conocerla. No es fácil conocer por qué aparecen algunas ciudades o países y otros visitados no. Sin embargo, sí tengo claro que lo que aparece, lo que está escrito, es lo que debía ser reflejado sobre el papel; por su contra, lo no escrito, tal vez no se escribió porque no era el momento o el lugar o, quién sabe qué otra circunstancia. Por tanto, debo dar por válido lo aquí relatado, sencillamente, porque era lo que debía ser relatado, aunque parezca una redundancia.
              Esa falta de guión previo ha provocado —observará el lector atento— que los relatos sean muy dispares en cuanto a extensión, así como muy distintos entre sí, con independencia de la distinción de los lugares en sí mismos, sin que haya existido un patrón estándar a la hora de escribir acerca de los lugares visitados, que están circunscritos todos ellos a España y Europa. Y eso ha de ser así, porque considero que no es posible forzar un relato de viaje ni darle una extensión y contenido artificial que no demandan.  Éste ha de salir espontáneo —o no salir— y sobre el terreno, con independencia que posteriormente se redacte y mejore en la tranquilidad del hogar. Y eso es así, porque hay viajes que te incitan, sin saber por qué, a tomar notas, mientras que otros solo te incitan a la contemplación. Ambas cosas son necesarias y de ambas también se alimenta este género tan estimulante y prosaico.
              Espero que disfruten con estos relatos tanto como yo lo he hecho escribiéndolos y viviéndolos sobre el terreno. Y si tras visitar esos lugares —o habiéndolos visitados ya— coinciden en algo con lo que relato en este libro, me daré por satisfecho.
            Por su parte, en lo referente a los artículos de viajes, me ha parecido adecuado incrementar el contenido del libro con este otro subgénero, el del artículo de opinión. Para ese fin, he seleccionado varios de los artículos de opinión que he publicado en prensa y en alguna revista en los últimos años relacionados de alguna manera con los viajes. Espero que sea un complemento acertado. Asimismo, he optado por ofrecer al lector una especia de obsequio final consistente en un relato que tiene como trasfondo un viaje muy especial, incluido en mi primer libro Conversación en la taberna y 41 relatos.   



08 enero 2018

UN LUGAR DE LA MANCHA (TEXTO QUE FORMARÁ PARTE DEL EBOOK "RELATOS Y ARTÍCULOS DE VIAJES")


La primera vez que visité la parte de La Mancha más quijotesca no pude dejar de evocar la universal obra de Cervantes en cada uno de los pueblos que este viajero visitaba, en cada calle, en cada plaza. Acostumbrado a imaginarme paisajes austeros e historias impresionantes con la lectura del Quijote, visualizar por vez primera lugares que parecían haberse detenido en el tiempo significó un gran descubrimiento y una mayor dosis aún para mi imaginación.
En Villanueva de los Infantes pude ver la Casa del Caballero del Verde Gabán (que protagoniza el capítulo XVIII de la Segunda Parte Quijote) y no podía dar crédito a aquella conversación que mantenía con su dueño —un señor mayor, exquisitamente educado y elegante en apariencia y trato—, consistente en la similitud de lo narrado con la esencia actual del patio que da entrada a la casa. Su dueño me comentó que intentaba que todo estuviera tal y como narró Cervantes en su universal obra y eso me pareció la mejor contribución que se puede hacer a la literatura cervantina. Este coqueto e histórico pueblo de la provincia de Ciudad Real, que lleva a gala ser uno de los más presentes en la obra de Cervantes, no dejaría de ofrecer a este viajero satisfacciones ya que allí reposan los restos de uno de los escritores más ilustres y brillantes de las letras hispanas: Francisco de Quevedo y Villegas. De hecho, en la iglesia parroquial de San Andrés Apóstol, en la céntrica Plaza Mayor de esta población, están sus restos y en esta localidad pasó sus últimos días, en un austero cuarto del antiguo Convento de Santo Domingo —que es una hospedería en la actualidad—, cuya recreación es evocativa.

            Que se posibilite la fusión entre la historia y la realidad es un verdadero hallazgo. En aquel primer viaje continuamos la ruta quijotesca preestablecida y gracias a que estudios detallados han logrado ir localizando parte de los lugares citados enigmáticamente en El Quijote, pude ir visitando puntos claves. En Argamasilla de Alba, no lejos de la autovía que une Andalucía con Madrid, pudimos conocer una de las moradas obligadas del escritor de Alcalá de Henares: la Casa de Medrano, cuya bodega sirvió de prisión espontánea a Cervantes, siempre abonado a pendencias diversas, muchas de ellas de faldas, algo que no debe de extrañar para la época puritana en la que vivió el genial escritor universal. A aquella bodega bajamos y pudimos hacernos una idea del lugar donde, sostienen algunos eruditos, nuestro autor más universal comenzó a escribir Don Quijote de la Mancha. Y, aunque, casi siempre es la literatura y no la realidad la que nos hacer viajar a lugares imaginarios no pude resistirme a ver el decrépito estado de lo que según la tradición fue la casa del Bachiller Sansón Carrasco en este típico pueblo manchego, totalmente vinculado a Cervantes y a su obra. 

(Extracto de uno de los relatos que aparecerá en el eBook "Relatos y artículos de viajes").

17 junio 2017

ROMA, LA CIUDAD ETERNA ( y VI)

El antiguo Panteón del emperador Agripa -hoy reconvertido en iglesia-
presenta un aspecto impresionante cuando cae el manto nocturno.
     Roma, como sabe todo el que la haya visitado, es un mosaico de contrastes, pero hay dos elementos que yo considero destacables: sus cientos de iglesias y basílicas (y algunas catedrales) y sus trattorias y restaurantes-pizzerías. Es lo que encontrarás casi en cada calle, avenida o plaza, por recónditas que sean. Quienes vivimos en un país católico estamos acostumbrados a ver iglesias, parroquias, basílicas, concatedrales y catedrales en nuestros pueblos o ciudades. No sería posible imaginar un rincón de España, por muy pequeño que sea, que no cuente con un edificio católico, aunque sea modesto, decrépito o abandonado. Y aún así, a pesar de esa costumbre ancestral, no dejaremos de sorprendernos de la ingente cantidad de edificios religiosos en la ciudad de Roma, que ningún lugar del mundo cristiano supera. He leído diversos datos sobre el número de iglesias de todo tipo en Roma -antiguas y de nueva construcción-, tanto en la ciudad como en su amplia área que llega hasta la costa mediterránea y se cuentan por cientos (casi un millar, según algunos). En la propia capital, en concreto en su centro histórico, casi cada calle cuenta con una iglesia o basílica, y en cada una de ellas el viajero podrá descubrir tesoros fastuosos. Se necesitaría una estancia expresa en Roma, un turismo expreso, para descubrir cada una de estas iglesias y sus escondidos tesoros que guardan, tanto pinturas como esculturas o tumbas de personajes célebres e importantes de la historia de la ciudad. Nos sorprenderemos, lógicamente, de la basílica de S. Pedro -ésta en el Vaticano, claro está-, por su enormidad, pero quizá podamos hacerlo mucho más en S. Juan de Letrán o S. Pietro In Vincoli, por poner tan dos, de los muchos ejemplos que se podrían usar. Pero el éxtasis del viajero, si es dado a este tipo de monumentos religiosos, podrá llegar cuando descubre en cualquier calle perdida una bella iglesia, ni grande ni pequeña, repleta de distintos estilos arquitectónicos, esculturas y pinturas de enorme nivel. Incluso, hasta el magno Panteón de Agripa es en sí una iglesia, circunstancia que ha permitido poder presenciar en la actualidad uno de los más grandes edificios civiles de la época romana, perfectamente conservado, gracias a su consagración como iglesia hace unos cuantos siglos. Especial trascendencia tuvo para este viajero la primera iglesia consagrada al culto cristiano, la Iglesia de Santa María del Trastevere, ubicada en el corazón de este barrio y que estaba a unas cuantas docenas de metros de la residencia de este viajero, en el corazón de este popular y original barrio romano. Así como sorprendente es descubrir en una iglesia no demasiado lujosa, justo al lado de la Universidad de La Sapienza, como es S. Pietro In Vincoli el famoso Moisés de Miguel Ángel o las cadenas que la tradición cuenta amarraban al mismísimo apóstol Pedro, asuntos éstos de objetos y fetiches que siempre me he creído menos. Como igual de sorprendente es comprender la importancia para los católicos de S. Giovanni in Laterano ( S. Juan de Letrán), tal vez, una de las basílicas más mediáticas de Roma, por haber sido la sede papal, anterior a que lo fuera el Vaticano y donde cada Jueves Santo el Papa ofrece su homilía. Por tanto, son las iglesias de Roma el lugar común del católico, el lugar de peregrinación obligatoria para los creyentes de la figura de Jesús de Nazareth.
En la tradicional trattoria Baffeto el estilo artesanal está a la vista del
comensal. 
 
     En dura pugna con las iglesias se encuentran las trattorias y restaurantes pizzerías. La trattoria es un emblema de Roma. Lugares que pasan por ser restaurantes pequeños y familiares, heredados de generación en generación, si bien es a veces más un reclamo que una realidad. Aún así, existen las verdaderas trattorias. Dos en particular me parecieron muy interesantes de las muchas otras interesantes que, obviamente, este viajero no visitó: Carlo Menta in Trastevere y Baffeto en pleno centro histórico, entre Plaza Navona y El Panteón (ver foto). En esta trattoria sí es patente ese relevo generacional y ese hacer antiguo y artesano, un lugar vinculado a la Roma gastronómica por excelencia, a pesar de su austeridad y reducido tamaño. Un lugar en el que la pizza romana pura (pasta fina y crujiente) será servida en pocos minutos, si cuentas con la paciencia necesaria de hacer algo de cola (es la ventaja/desventaja de aparecen todas las guías que se precien), acompañada de una buena cerveza Peroni de más de medio litro. y una ensalada Caprese, la más característica de Roma, a base de tomate partido en gruesas rodajas, albahaca y mozzarella.

11 junio 2017

ROMA, LA CIUDAD ETERNA (V)

   
Perspectiva de los FOROS Imperiales. En primer término el de Trajano,
tal vez, el mejor conservado.
 Capítulo aparte merecen el foro o, en puridad, los foros. Es todo un galimatías que no es fácil entender. Tendremos que situarnos históricamente. Inicialmente estaba el FORO en estado puro, el de la primera época romana, la republicana. El FORO era lo que son ahora las plazas principales de los pueblos y ciudades. Lugar en el que confluye todo lo importante de la ciudad, desde los negocios hasta la religión. Pero no debemos confundir el FORO con los FOROS Imperiales. Estos están más o menos juntos al otro, separándolos el Coliseo (Anfiteatro de Flavio) tradicionalmente atravesados por la Vía Sacra, pero hay más restos de foros repartidos por la ciudad. Sí, un galimatías, ya digo. Los foros Imperiales son éstos: El de César, el de Augusto -quizá el mayor-, el de Nerva -desde mi punto de vista, quizá, el más bello- y el de Trajano -nuestro emperador hispalense, quizá, el más conservado-. Al parecer estaban unidos al FORO republicano, pero los "listos" del periodo de Mussolini, crearon una calle o carretera entre medias. ¿Cómo hacer sombra a un dictador? Toda esta extensión es enorme y hay que recorrerla andando (por tanto, amigos, hay que ir en buena forma a Roma), partiendo desde la magnífica y enorme Piazza de Venecia te puedes perder hasta -si tienes forma y no hace mucho calor- el Palatino o, incluso hasta las Termas de Caracalla. Y más lejos aún. Ya sabemos que todos los caminos llevan a Roma. 
    ¿Y qué verás en el FORO o en los FOROS? Muchos verán piedras; otros verán piedras con historia, si van bien empollados o han contratado una visita guiada (es mi consejo), y otros verán belleza arquitectónica. ¿Pero qué vio este viajero? Os puedo asegurar que piedras no, aunque las había por doquier; vi belleza y mucha, mucha historia. Alguna la había empollado (llevo mucho tiempo leyendo historia romana, desde que me enganché con el Derecho Romano en la facultad) y otra me la explicó muy bien la guía italiana que contratamos, una chica espabilada y muy informada, que nos contó cosas que no suelen aparecen en los libros de historia. Así da gusto. 
    Pero este viajero, que es fiel a su mismidad y soledad, no podía dejar pasar la oportunidad (porque no lo hace en ningún sitio que visita y le gusta), de contemplar todo aquello en soledad, los días posteriores. Recrearse en esa historia, en todas esas piedras que tuvieron vida y todas esa vidas que ahora no son más que aire, huesos lo más. Contemplar todo ese "genio" romano, con sus muchas virtudes y sus muchos defectos, que nos fue legado y configuró lo que hoy somos, para bien o para mal. Todo eso se coció ahí, a pocos metros de mis narices, y por eso decía en una de estas crónicas, que a Roma, tarde o temprano, hay que ir. Ir como el que busca a su madre o a sus ancestros, como el que busca explicarse sus propias costumbres, leyes, hábitos y cultura. Nuestra cultura occidental que no nos debe ser arrebatada, heredada directamente de la Gran Grecia de nuestros amados y sabios filósofos. Porque Roma, y antes que ella Grecia y Esparta, fomentaron lo que somos. Pusieron en su sitio a quien intentó arrebatarnos esa entidad e imponer su propia cultura, en mi opinión mucho más ancestral y oscura. Fueron asesinos y sangrientos, sí, y eso es deplorable. Sometieron a otras nacionalidades, cercaron a los arévacos de Numancia durante más de veinte años. Mataron, violaron.. Para al final dejarnos su literatura, su ingeniería, su cultura, su arquitectura, su arte, su literatura, sus leyes, sus obras civiles, incluso sus corruptelas, en fín lo que somos. Nada seríamos sin eso. Siempre ocurre. Cuando una civilización se sabe superior a las otras, no la explica, sencillamente la impone. Así ha sido siempre y es posible que así siga siendo. 

08 junio 2017

ROMA, LA CIUDAD ETERNA (IV)

La Guardia Suiza del Papa es
como una especia de "Star System"
de la Ciudad del Vaticano. 
    Es cierto que el turismo vulgariza las ciudades. En mayor medida, las más bellas. Sin embargo, no tuve esa sensación en la Ciudad Eterna. O al menos, no como en otros sitios. Pareciera que el inmenso turismo -descomunal, ya dije- se moviera a través de las muchas bellezas artísticas de la ciudad a través de una invisible pared que lo separada de éstas. A pesar de que visitar lugares como la Ciudad del Vaticano se convirtiera en algo casi cómico, dada la ingente cantidad de grupos turísticos con visita guiada, en su mayoría, que confluyen en los mismos espacios. Visitar los Museos del Vaticano era similar a visitar El Corte Inglés el primer día de rebajas: las miríadas de gentío te arrastran como si se tratara de una marea humana babélica y corrías el riesgo dramático de perder a tu guía. Ese hecho, se convierte en tragicómico en la Capilla Sixtina, en la que, unido a la multitud de gente, cada minuto una voz crepuscular surgida de un micrófono exigía no hacer fotos. Casi esperpéntico, la verdad.
     Pero ese gentío es mucho menos apreciable en los lugares abiertos. Por ejemplo, el foro -o foros, depende como lo interpretemos-; pero para eso hará falta algo de imaginación, y que pudiera pasar por el mismo ajetreo que debió de tener la Roma Republicana e Imperial un día cualquiera, toda vez que era el centro administrativo, social, político y comercial de la ciudad, que pudo tener, en su mayor momento de apogeo, un millón de habitantes, una auténtica barbaridad para cómo eran las ciudades hace dos mil años. Por su parte, el inmenso volumen del Anfiteatro de Flavio (Coliseo), que se trata, tal vez, del monumento más visitado del mundo, podría igualmente pasar por ser una de esas jornadas de "Panem et Cirquense", tan propio de la Roma, tanto republicana como Imperial. Ver estos enormes restos arqueológicos de otra manera sería contraproducente dado el gentío existente. Gentío que a este viajero no llegó a agobiar demasiado en estos dos lugares (gracias a esa pizca de imaginación), pero sí en otros lugares como el referido Vaticano, ya digo. Pero no en muchos más, si excluimos el volumen de gente en sitios como la Plaza de Trevi, minúscula para soportar tanto público.   
     Porque hay que decirlo desde ya: el Vaticano podrá ser muchas cosas (eso dependerá de la visión de cada persona), pero sobre todo es un negocio terrenal muy próspero, montado con el material y los elementos de lo espiritual. No otra cosa le inspiró a este viajero el centro universal de la fé cristiana. No experimentó ninguna mutación espiritual ni se sintió especial dichoso por pisar el sagrado lugar donde la tradición sitúa el asesinato, por parte del ejército de Roma y, tumba del primer Papa, el Apóstol con mayor ascendencia sobre Jesús de Nazareth, Pedro. Y es que el Vaticano, al margen de su representación espiritual es un Estado o un Barrio-Estado (nueva acuñación, oigan) dentro de las mismísima Roma, algo muy apreciable en la distinta configuración y limpieza de sus calles y plazas con respecto a Roma. Un Estado con su propia organización, como cualquier Estado. Si los principios básicos del Derecho Internacional Público establecen que para que un país pudiera considerarse Estado ha de contar con estos tres elementos: territorio, organización y población, el Vaticano los cumple, a pesar de que lo haga en dosis minúsculas. Cuenta con su organización política, su policía, su cuerpo funcionarial y hasta su Jefe del Estado, que es el mismísimo Papa. Y unido a ello, goza de una excelente financiación. Por tanto, no hay motivos para pensar que no sea uno de los Estados más prósperos del mundo que, incluso, cuenta con su propia banca. Sí, todo bastante grandioso, dentro de su pequeñez, si bien fue lo que menos interesó a este viajero, al margen del valor artístico de sus esculturas, pinturas, legajos y libros y monumentos. Roma deparaba muchas más sorpresas. (CONTINUA EN ROMA, LA CIUDAD ETERNA (V)      

05 junio 2017

ROMA, LA CIUDAD ETERNA (III)

Calle típica del Trastevere
     Pero también está la Roma decrépita y sucia. Decrépita, no solo por su antigüedad, sino por las diversas trabas administrativas con las que cuentan sus edificios del centro histórico para ser reformados. Este viajero se hospedó en un apartamento que forma parte de un palacio de principios del siglo pasado y las muchas trabas permitían únicamente la reforma del interior del apartamento, eso sí, preservando en el techo un maderamen antiguo, que en verdad, era fantástico.
      Y sucia, quizá, por la mala gestión municipal, que según nos decían sus habitantes era caótica, como suele ser propio en la política actual, donde los cargos de las grandes ciudades no son más que la catapulta a puestos de más realengo dentro del Estado. Y en ese aspecto Italia -sobre todo Italia- no es ninguna excepción.
      Pero también es una ciudad caótica, como antes se decía, devorada por el inhumano tráfico y, en esencia, la nefasta educación en la conducción. Una ciudad en la que los pasos de cebra pasan por ser adornos de las calzadas, sin que tengan otra utilidad. En ese sentido, resultaba casi cómico comprobar cómo los turistas pertenecientes a países más respetuosos en cuanto a normas de conducción se lanzaban a cruzar calles y avenidas por esas líneas blancas -totalmente respetadas en su lugar de origen- mientras los cientos de coches y las miles de motos (Italia es el país de las motos tipo scooter, no en vano inventó la famosa Vespa) los sorteaban como podían. En los pasos de cebra no daban paso ni los propios "carabineri". Podría suponer un importante ahorro de pintura si se propusiera.   
     Este viajero, sorprendido los primeros días, al final sospechó el motivo de esa lógica irrespetuosa, que no era otra que la imposibilidad de dar paso a las miríadas de turistas en grupo que pueden pasar por delante de las narices de un conductor a lo largo del día, no digamos ya un taxi o un autobús público. Sería una espera interminable. Por tanto, el ayuntamiento siguiendo esa lógica ha decidido no dotar con demasiados medios el tránsito de personas, a pesar del enorme volumen de éstas. Son pocos los semáforos para atravesar una vía o avenida y estrechas son también las aceras. Por tanto, si sumamos todo: afluencia masiva de turistas y ciudadanos, volumen de tráfico y esa falta de medios, en ocasiones, andar por Roma se convierte en toda una aventura. Incluso por sus calles más comerciales como pueden ser la vía del Corso o Condotti, de aceras demasiado estrechas para lo que estamos acostumbrados en España en este tipo de calles. Capítulo aparte merecería la convivencia de personas y tráfico en el centro histórico de calles estrechisimas o en el popular barrio del Trastevere, morada de este viajero en este viaje, donde es posible ver la típica imagen de la Vespa sorteando a turistas y propios en calles que parecen heredadas de la Roma Imperial, imagen que siempre ha visto este viajero en anuncios de reclamos turísticos o películas. Sin embargo, esas estrechas calles suelen morir en plazas generosas y totalmente peatonales, porque Roma, ciudad de enormes contrastes,  podría pasar por ser una de las ciudades europeas con las plazas más amplias y artísticas; tanto las plazas en sí, como sus suntuosas y artísticas fuentes, aspecto del que hablaremos más adelante. 
     Sumado a ese caos de tráfico y calles estrechas, habría que incluir lo que también merecería un capítulo propio: el transporte público. Roma cuenta con cuatro medios de este tipo: taxi, autobuses, metro y tranvía (por no incluir los innumerables bus turísticos, que en todo caso son medios privados). Y todos y cada de uno de ellos es en cierto modo un fracaso tanto para propios como para extraños. Los taxis son caros y los taxistas pícaros; los autobuses, impuntuales y masificados; el metro escaso y breve, dada la imposibilidad de acometer obras subterráneas por la riqueza arqueológica; y el tranvía escaso en cuanto a líneas. De esas cuatro opciones, este viajero daría el oro al tranvía, a pesar de su corto recorrido. Unido a ello, tanto el autobús y el tranvía cuentan con un argumento en su contra que nada ayuda: su gratuidad. O mejor dicho, no su gratuidad en esencia, sino la facilidad con la que propios y extraños pueden viajar sin pagar un euro. Al parecer, faltan revisores, a pesar del esfuerzo -que puede leer  o me contaron- que estaba llevando a cabo el ayuntamiento para cerrar esa sangría económica, salpicada también por múltiples corruptelas, amiguismo y un enorme absentismo. (CONTINÚA EN ROMA, LA CIUDAD ETERNA IV)

03 junio 2017

ROMA: LA CIUDAD ETERNA (II)

   
Plaza principal del foro y palacio senatorial republicano.
Pero Roma es Roma. Y lo será siempre, a pesar del debate eterno en la ciudad entre preservar su historia o apostar por la modernidad. Al parecer, el debate ahora está equilibrado y desde las altas instancias se intenta que convivan ambas posturas. Porque Roma es una ciudad en la que viven casi dos millones ochocientos mil actuales romanos, propios o adoptados, llegados desde todos los rincones del planeta, pero es también la ciudad que acoge cada año a millones de turistas de todo el mundo, los cuales acuden al lugar en el que se asienta de manera definitiva nuestra cultura occidental, al tiempo que es la ciudad que alberga el centro de la fe cristiana mundial. Esos elementos hacen que no pertenezca en exclusiva a sus moradores sino, de alguna manera, a toda la humanidad. Ese hecho favorece en gran parte que aún podamos ver y advertir en sus monumentos y arqueología la metrópoli que albergó el imperio que dominó el mundo conocido. Un dominio que aún destila por los poros de sus piedras en gran parte de su configuración arqueológica, y eso jamás defraudará al viajero, a pesar de que sus foros, su palatino, su anfiteatro de Flavio, su área sacra y sus muchos iconos, que hacen reconocible esta ciudad, no sean más que ruinas en muchos de sus casos, las cuales han debido ser alzadas por medio de delicadas restauraciones.
    Pero está la historia. Pocos hallazgos arqueológicos están tan confirmados en el mundo gracias a esa historia escrita de manera transversal por sus mucho historiadores, escritores, juristas y filósofos o, incluso, algunos de sus notables y emperadores. De ahí que la historia de Roma sea la de su arqueología y sus escritos o viceversa.
     Por lo pronto, este viajero necesitó varios días para hacerse una idea embrionaria de esa magnitud. Varios días para que su mente pudiera conectar la configuración de sus ruinas arqueológicas con su pasado histórico. Porque por mucho que sepamos de Roma, poco sabemos en realidad, por más que hayamos leído acerca de ella o el cine nos haya transportado a sus palacios, villas, foros o vías, en más de las ocasiones necesarias de una manera romántica y sesgada.
     Uno acude a Roma con temor a sus multitudes. Te lo han contado o lo has leído de una manera o de otra, pero eso jamás podrá imaginarse hasta que no transitas por sus calles y plazas. Es una experiencia completamente personal. Elaboras estrategias, buscas en el calendario, pero ninguno de los doce meses que lo pueblan será propicio para encontrarte una ciudad vacía. Ese adjetivo no existe en Roma. Por tanto, te conformas con alejarte de la coincidencia de la Semana Santa o de los meses tórridos. Ese sol traicionero mediterráneo azota como en pocos sitios en esta ciudad que está apenas a cuarenta kilómetros de la costa. Ya lo escenificó Sorrentino en la película 'La gran belleza" -a la que este viajero volverá una y otra vez-, cuando en pleno mirador del monte Gianicolo un turista japonés cae estrepitosamente al suelo con los rayos del inclemente sol por testigo.   
     Porque Roma es cine y es literatura, además de historia y arqueología. Pero sobre todo arte. La ciudad que más arte alberga a nivel mundial. Un arte que está en la calle, escenificado en sus iglesias, basílicas y monumentos, pero también en el diseño de sus diversos foros y estatuas de todas las épocas. Y un arte más exquisito encerrado en sus Museos Capitolinos y dentro de cualquier iglesia, basílica, villa o "palazzo". (Continúa en Roma, la Ciudad Eterna III)   
        

28 mayo 2017

ROMA: LA CIUDAD ETERNA (I)


Una frase retumbó en mi mente una vez acabado el viaje a Roma: "A Roma hay que ir alguna vez". No sé por qué surgió. No existió una reflexión previa para que así fuera, pero la frase estaba ahí. Y ha estado durante varios días. Era algo que ya barruntaba. Presentía que ese viaje podría ser experimental, que la experiencia quizá fuera única; sin embargo, hay que dejar siempre paso a la realidad y que ésta se impusiera.
     'A Roma hay que ir". Es una frase redonda, asertiva. No obstante, también necesita ser matizada. Se podría hacer afirmando que hay que ir si perteneces a la religión más practicada del mundo y si eres devoto fiel; o, tal vez, afirmando que hay que ir por el mero hecho de pertenecer a occidente. Cualquiera de esos dos motivos podrían ser válidos y cada cual elegirá el suyo. 
     Dentro de Roma -lo sabemos todos- está el Vaticano, Ciudad-Estado minúsculo con un inmenso poder, no sabemos si celestial -está por demostrarse aún-, pero sí terrenal. Y al Vaticano van los católicos, igual que los musulmanes van a la Meca o los judíos a Israel, su patria divina. Y en Roma también está el germen más sofisticado de nuestra civilización occidental, heredera directa de la Grecia de los grandes filósofos. Por tanto, sea por un motivo o lo sea por otro, esa visita siempre es debida.
     Y así lo deben de entender los millones de turistas de todo el mundo que cada año atascan las calles de la vieja "Ciudad Eterna" y llenan sus monumentos, por no hablar de sus trattorias, restaurantes y pizzerías. Todo es excesivo en esta ciudad, doy fe. Todo ello convierte a Roma en una ciudad de excesos. Excesos en cuanto a patrimonio histórico, arqueológico y artístico; excesos en cuanto a masificación; excesos ante suciedad; excesos ante el endiablado tráfico...Hay tantos excesos que no se podrían enunciar en unas cuantas líneas. Una ciudad que parece vivir a gusto y en perfecta armonía a pesar de ellos; una ciudad en la que todo parece improvisación y al mismo tiempo perfecta organización; decadencia y modernidad; mala y buena educación; ruido y silencio...Todos los extremos se dan en ella. Pareciera que sus miles de años de historia hayan dejado una impronta permanente, que la ciudad clásica y antigua no se quiera ir del todo para dejar paso a la modernidad de la nueva, como si el subsuelo pidiera constantemente ser desenterrado para que la ciudad pueda seguir viviendo sus años imperiales.
     Las piedras de los foros imperiales o republicano, del Palatino, de su orgulloso anfiteatro de Flavio (conocido como Coliseo) pugnan por ganar protagonismo a todo lo demás, y si eso no fuera suficiente, siempre encontrarán apoyo en cientos de ruinas que surgen por doquier casi en cualquier parte. Pero no es solo la ciudad republicana anterior a Jesucristo ni la imperial de los césares, no, porque por encima surge la ciudad medieval, la judía, la bizantina, la renacentista... Surge el orgullo de sus palazzos, de sus lujosas villas, de sus infinitas y ostentosas basílicas e iglesias, todo surge al mismo tiempo y en no demasiado espacio físico, haciendo válido el dicho de que son necesarias varias vidas para conocer Roma. Varias vidas que sean bien aprovechadas, diría yo, que de lo contrario tampoco daría demasiado tiempo a conocerlo todo, si es que eso es posible.
     El viajero se sorprenderá de todo ello. Despotricará de su caótico transporte público, del incivismo de sus conductores, maldecirá el pasotismo de sus funcionarios, pero al mismo tiempo, si observa con ojo avizor, comprenderá que quizá no haya otra forma de funcionar, que pesa la historia, el tiempo, el carácter, que todo se une de manera natural y surge un producto tan novedoso, una manera de ser y vivir que ni tan siquiera, nosotros, sus vecinos españoles, tan iguales y tan distintos, podemos comprender.  (Continúa en Roma, Ciudad Eterna (II)

04 agosto 2014

IRIHS, EL PAÍS DE LOS CELTAS (II)

Zona The Temple (Foto de J.A. Flores)
A poco que observe, el viajero descubre pronto que en Dublín hay mucha vida, animación y posibilidad de empleo. Eso lo aprecia rápidamente. Tan rápido como aprecia que es una ciudad bastante sucia al no existir una concepción diaria de la limpieza, pero al mismo tiempo plagada de grandes avenidas, grandes parques y bonitos puentes sobre el río Liffey, que atraviesa la capital del país. Asimismo comprobará que son abundantes los enormes y bellos edificios neoclásicos. Una ciudad con bastante impronta europea. Y también muy joven, una de las más jóvenes de Europa si consideramos los datos oficiales. Eso hace que la ciudad se vuelque a la calle buscando animación, básicamente a la zona de The Temple, lugar de marcha, diversión y comidas, repletos de pub con música tradicional en vivo. El pub más famoso es el que da nombre al barrio. Cuando te cuentan que en uno de estos sitios puedes pedir tu pinta de  Guinness, O'Hara's, Murphy's, Smithwick's  -hay que intentar probarlas todas, pero eso no es fácil-, entre otras, escuchar la música o contemplar sus danzas y sentirte un irlandés más es totalmente cierto. A eso ayuda que el carácter irlandés lo posibilita al ser sociables y atentos con el de fuera. Porque a pesar de que son gente por lo común bebedora, se suelen portar (bueno, hay excepciones como en todas partes) y los jóvenes parecen apegados a sus tradiciones. De ahí que la convivencia en los pub sea para el irlandés medio una forma de entender la vida y las relaciones sociales. 

     

(Foto de J.A. Flores)
  Porque beben hasta extenuarse. No en vano la marca de cerveza más famosa del mundo es de allí y también una de las más famosas de güisqui, el buen Jameson. ¿Y por qué beben tanto?, creo que llegué a preguntar a alguien. Porque es un pueblo que ha sufrido mucho, me contestan. Supongo que también por el clima, supuse internamente. Y no es que el frío sea gélido como lo es en otros lugares de Europa, pero lo hace y, además, está el aire y la sempiterna lluvia. De hecho, no ver un paraguas retorcido y doblado por alguna de las calles de Irlanda es difícil, lo que hace preguntarte el por qué la gente no invierte en buenos paraguas británicos en vez de comprarlos baratos a cualquier proveedor chino, el cual, supongo, se estará poniendo las botas.

    Todo, se ha de suponer, conforma el carácter y los hábitos de los habitantes de los países. De ahí que muchos piensen que en Irlanda la Guinness más que una cerveza es una religión.

     Lo aprecias cuando visitas su 'storehouse', la fábrica original, que hoy es un enorme edificio de siete plantas con el que hacen su agosto el actual titular y detentador de Guinness, el grupo empresarial británico Diageo (es paradójico que la marca-símbolo de un país de sentimiento tan antibritánico la ostente una empresa de ese país). En mi opinión, siete plantas totalmente pensadas para hacer caja con el turismo. Poco más que algún que otro reclamo para turistas y, eso sí, esa degustación de una pinta en su bar 'Gravity' de la última planta, con excelentes vistas a Dublín. Qué menos que se inviten a una pinta por la elevada entrada que cobran. No obstante, hay que decir que tampoco se come mal allí, si bien la comida no es el fuerte de estos países de impronta anglosajona como todos sabemos, adorándose por encima de todo el 'zumo de cebada, lúpulo o malta', a pesar de su alto precio. En ese aspecto uno echa de menos España.

    

     
(Foto de J.A. Flores)
Pero el viajero no debe de olvidar una cosa allá por donde vaya, por muy recóndito que crea estar el lugar visitado: en una sociedad tan hiperinformada y tan globalizada el turismo no es otra cosa que un invento que tiene básicamente dos caras opuestas: ayuda sobremanera a que todo el mundo pueda ver las cosas, pero al mismo tiempo 'prostituye los sitios' y les resta encanto. Otra cosa muy distinta es que el viajero sepa detectar esos otros lugares interesantes, lugares recónditos en los que el acaramelado brazo del turismo pase por alto. Los hay en todas las ciudades. En ésta encontramos alguno, siendo uno de ellos el 'Dublín Writers Museum', porque no en vano esta ciudad está declarada por la Unesco ciudad literaria.
Joyce, Beckett, Wilde, Switf, Yeats, Behan, Shaw y tantos otros. Como bien dicen los propios irlandeses es el país de su tamaño y población con más literatos internacionales. Además, la casualidad quiso que la victoriana ventana de la habitación de nuestro hotel diera a Great George St, la misma calle en cuya casa se inicia el periplo de un día de Bloom el singular y carismático personaje de la novela 'Ulises' y que actualmente acoge el centro de documentación sobre la figura de James Joyce. Son reductos de paz y recogimiento.

          Porque para sumergirse en turismo acaramelado y masivo hay suficientes lugares en Dublín, como suele ser habitual también en cualquier otra ciudad que lo merezca. Uno de estos sitios es, como antes decía, precisamente el que representa uno de los símbolos de este peculiar país: su cerveza Guinness. Pero no es el único: visitar el libro de Kells en la Old Library de la Trinity College es casi tarea imposible dadas las largas colas, a pesar del remanso de paz que suponen algunos lugares de la universidad más antigua de la República de Irlanda. 

          Y es que Guinness está indeleblemente unida a Dublín y a las 'Irlandas'. Es el claro ejemplo de una entidad privada que asume labores de símbolo nacional y público. No comentaré aquí nada de la historia de este cerveza porque hay miles de referencias en Internet, pero sí cómo percibí la visita a ese megaedificio denominado 'Guinness Storehouse' ubicado en la zona del barrio más medieval, el barrio de origen vikingo. Siete plantas de edificio que pasa por ser la atracción turística más importante de Dublín y del resto de la República de Irlanda. Nadie que haya visitado Dublín ha dejado de visitar este lugar, ya que se trata de una visita de las denominadas obligadas en cualquier guía. Otra cosa muy distinta es que cumpla con las expectativas previas que se tengan. 

          Como todos los grandes montajes específicamente pensadas para el turismo de masas el Guinness Storehose se ajusta a esos parámetros. Un lugar pensado como atracción turística con claro ánimo propagandista y crematístico. Eso es algo que aprecias nada más llegar.

          Por sus alrededores ya ves de vuelta a decenas de visitantes con su bolsa de papel de su enorme y cara tienda, y ellos mismos te van mostrando la senda que has de seguir para no perderte. Antigua fábrica de Guinness (la actual está en la zona del puerto de Dublín y puede que repartida por más lugares de Irlanda, no estoy seguro), el lugar recuerda a esas bodegas de rancio realengo que hay tanto en España como en la zona de Oporto. Un lugar que denota que allí hubo industria, pero que ahora todo está reformado y reciclado con ojos puestos en el turismo. Otra cosa es que lo que vayamos a encontrar dentro sea provechoso.

          Para este viajero no lo fue. Muestras estandarizadas de elaboración de cerveza -con grandes colas en los lugares más simbólicos- y mucha publicidad en torno al fundador de la marca, Sir Arthur Guinness. A lo sumo -siempre en mi opinión, claro está-, como antes decía, lo más apreciable es la pinta de cerveza Guinness que regalan con la cara entrada en el bar Gravity, que ocupa toda la séptima planta y que posea diáfanas vistas a la ciudad de Dublín. Eso sí, si no te importa degustar esa buena pinta con varios cientos de personas. En realidad te sientes guiri en este lugar, pero supongo que así debe ser.

          De ahí que en nuestros viajes siempre intentemos alternar estas necesarias visitas turísticas con las hechas a lugares de la ciudad alejadas del turismo que es donde realmente se aprecia el pulso real de la ciudad. Nada me parece más grato que patear un barrio alejado del turismo de una ciudad que no conoces. Contemplar sus calles, sus casas, sus gentes, su cotidianidad. Nada me parece más grato que poder tomar una cerveza o saborear un plato en uno de esos lugares anónimos. Siempre intentamos buscar espacios para ese fin. En algunos lugares es más viable que en otros, pero en el caso de Dublín, gracias a sus múltiples pub, poder saborear una buena pinta alejado del turismo rodeado de naturales es harto posible, y he de decir que una de las mejores experiencias.

          La República de Irlanda es un país católico, pero esta confesión religiosa no ostenta demasiado poder. Eso es algo muy visible en sus templos. Al contrario de lo que ocurre en otros países católicos como España o Italia, sus templos no son lugares en los que se exhiba la fuerza de la iglesia católica, al contrario, de lo que se pueda suponer no existen demasiados símbolos religiosos como suele ser habitual por estos lares. De hecho, la Catedral más antigua de Dublin, la denominada Christ Church, está consagrada a la religión anglicana y por sus pasillos es fácil ver a mujeres sacerdotisas, que es algo que choca a los ojos del viajero en un país católico. Cuenta con la cripta más grande tanto de Irlanda como de las Islas Británicas y en la misma hay espacio suficiente para la coqueta tienda de recuerdo, una pequeña cafetería y una colección de trajes de los Tudor, entre otras cosas. Me pregunté cuántas horas de luz verían al días los abnegados empleados y empleadas de esta cripta.       

          Por su parte, la vecina catedral nacional, la Catedral de St. Patrick, está consagrada al catolicismo y a falta de motivos religiosos -los hay, pero escasos-, encontramos un sin número de tumbas, placas y estatuas de héroes y personajes que han desempeñado un papel importante en la historia del país. Desde militares que han dado la vida por Irlanda hasta escritores, como es el caso de Jonathan Swift, en cuyo lugar está enterrado, ya que autor de 'Los viajes de Gulliver'  fue deán de esta catedral entre 1713 y 1745.

         

      
Ruinas del monasterio cisterciense
de Monasterboice,  (Foto de J.A. Flores)

  Pero siempre debemos tener en cuenta que Irlanda debe ser valorada principalmente por su limpida y verde zona rural, la cual conforma gran parte de la isla.

          Alejados de Dublín y su entorno, el viajero no va a volver a ver ciudades tan grandes y tan cosmopolitas. Si omitimos Belfast y el norte de Irlanda, de soberanía británica, la República de Irlanda cuenta con pocas ciudades de importancia poblacional: en el oeste encontramos Galway y Limerick y en el sur Cork, como ciudades con mayor entidad al margen de Dublín. El resto de la isla lo conforman ciudades de menor entidad y multitud de pequeños núcleos rurales en los que estriba el mayor encanto de este país, un encanto que intentan acrecentar con el idioma gaélico o irlandés que lees en todas las indicaciones públicas, a pesar de que es hablado por poquísima gente -algo similar a lo que pueda ocurrir en las provincias vascas con su idioma propio-. Lugares unidos por estrechas carreteras, totalmente respetuosas con el entorno, en las que no es fácil que dos vehículos de gran tamaño -autobuses, camiones- puedan cruzarse sin dejarse recuerdos en sus respectivos chapados. En uno de esos entornos bucólicos se encuentran los acantilados de Moher, no lejos de Galway.

          El viajero, lógicamente, no querrá salir del país sin ver una de las maravillas naturales del mundo, que es a su vez uno de los símbolos de Irlanda, pero a cambio deberá de hacerlo rodeado de cientos de congéneres. No habrá opción. Lugar privilegiado, en nuestra sociedad tan globalizada, significa lugar muy visitado. El turismo de masas, ése del que todos formamos partes, lo afea todo, pero al mismo tiempo ese mismo turismo presiona en el sentido de que estos lugares puedan ser visitados gracias al buen acondicionamiento. Se trata de una dualidad que hay que asumir.

          Estando allí y pensando en lo que ahora escribo, intenté imaginarme aquello con los ojos de los primeros pobladores, con los ojos de quienes pudieron disfrutar de todo esto con anterioridad a la llegada del turismo.                

                         

31 julio 2014

IRISH, EL PAÍS DE LOS CELTAS (I)

Los impresionantes acantilados de Moher en la costa atlántica, cerca de Galway. (Foto de
J.A Flores)
              
       




  





          'Un trozo verde y llano rodeado de un azul inmenso'. Eso me dijeron.  Y es cierto.
          Esa es la primera visión que tienes de Irlanda desde el avión. Eso sí, si tienes suerte y no está completamente encapotada por las nubes, cosa harto probable. Pero no lo estaba, por lo que finalmente fue posible ver esa pieza, como de puzle, rodeada de ese azul inmenso que componen el océano Atlántico al oeste, el Irish sea al este y el Celtic sea al sur. Las mismas aguas para tres denominaciones, dos de ellas de alto contenido nacionalista. 
          Tras contemplar el primer trozo de esta gran isla verde desde la escueta ventana del incómodo avión, te sorprendes de que exista tierra tras la inmensidad del océano. Un rato antes, el trozo suroeste de la gran isla imperial británica, justo enfrente, ya había hecho presencia, pero aún así me sorprendió ver esa otra isla más pequeña a la que nos dirigíamos, como perdida en la mitad de la nada. Más perplejo te quedas cuando recuerdas que mucho más al norte hay otra, mucho más perdida: Islandia, pero eso ya es otra historia. De todas formas, me pregunté, qué cosas son los continentes e islas, por grandes que sean si no trozos de tierra, ante la inmensidad de los océanos y los mares.
         Haciendo abstracción de su cerveza, sus típicos pubs y su güisqui, Irlanda nos hace recordar a todos básicamente dos cosas: el controvertido asunto del IRA y el no menos controvertido del rescate por parte de la UE, el segundo país rescatado tras Grecia. Después vino Portugal y, España, que no lo fue en la práctica, pero me temo que sí en la teoría. Pero ambas cosas son muy distintas cuando te las explican desde dentro; muy distintas a cuando te las explican desde fuera.
Lugar de nacimiento de Kevin Barry
primer republicano Irlandés ejecutado
por los británicos en 1920. Actualmente
hay una sede y tienda del Sinn Féin
.
(Foto de J.A. Flores)
          El Ejercito de la República Irlandesa, que responde a las siglas IRA -Irish Republican Army, en inglés-, es algo que está aún muy presente en la historia de las 'Irlandas' -mucho más en la del norte, lógicamente, de soberanía británica- y a todos nos suena a algo así como ETA, pero la historia es mucho más compleja me temo. No entraré ahora en ella, pero sí pincelaré algo.
          Fue creado en 1919 por el parlamento secesionista irlandés para preparar la lucha nacionalista contra los detentadores antiguos de la actual República de Irlanda, que no es otra que la corona británica. Por tanto, fue clave en la independencia de este país. Otra cosa es lo que ahora nos conminan a pensar las siglas IRA -y del que todas las facciones se autoproclaman herederas- tras los abundantes episodios terroristas tan sangrientos llevados a cabo en la segunda mitad del siglo XX y primeros años del XXI . Esos actos terroristas acabaron por atomizar el grupo en múltiples escisiones muy complejas y que sería arduo explicar aquí. Lo importante es que el IRA, el denominado provisional, se cuente como se cuente, es considerado el brazo armado del Sinn Féin, partido que busca la unidad de Irlanda -la República con la del Norte- y, lógicamente, también la independencia total de Irlanda del Norte, actualmente bajo la corona británica. No obstante, se trata de un partido muy representativo, mucho más en el norte, pero que también cuenta con catorce diputados en el parlamento -Oireachtas- de la República de Irlanda. En fin, todo bastante complejo.
          Tanto como la historia del país. O las leyendas, porque es probable que las leyendas en este país estén a la par, si no por encima, de la propia historia. Seguramente se deba a que los primeros textos escritos sobre la historia no llegan hasta el siglo V de nuestra era, gracias a la introducción de la escritura por los monjes druidas, una especie de sabios que lideraron la comunidad y que fueron respetados por ésta. Y eso se debe, en gran parte, a que no es una país romanizado. El genio de Roma empleó violencia para someter allá por donde iba, porque llegaban para explotar los recursos y apoderarse de ellos, pero también supuso avance y civilización. Por ejemplo, en países fuertemente romanizados como España, la impronta cultural, lingüística, jurídica e infraestructural se debe a esa invasión. Acabaron con tradiciones nativas de fuerte valor antropológico, pero a cambio introdujeron la modernidad allá por donde fueron. Gracias a eso en España contamos con múltiples y buenas vías -antiguas calzadas- infraestructuras acuíferas, instituciones consolidadas a pesar de la corrupción que siempre ha reinado, un idioma de calidad de raíz latina y todos los demás avances que todos conocemos. En cambio, Irlanda no experimentó esos avances al importarle muy poco a Roma lo que allí se pudiera encontrar. Nulos recursos naturales -carbón, entre los primeros- y un territorio climatológicamente hostil. De ello le llamaron Hibernia. Le pusieron el nombre y a continuación se fueron y esa ida-fuga se aprecia en la actualidad. De hecho, no existen vestigios romanos ni en el plano lingüístico, monumental, infraestructural o genético. De ahí que muchos se afanen en considerar a la República de Irlanda como los verdaderos detentadores -junto a la hermana Escocia- de la historia, tradición y raza celta, la cual tiene una origen indoeuropeo, pensando muchos investigadores que su origen se encuentra en el norte de la península ibérica, anterior a la romanización. 
          El segundo asunto por el que nos viene Irlanda a la cabeza -además de la Guinness, el Jameson, su música y danzas, su extraño fútbol gaélico y potente rugby- es por el asunto del rescate, del que ya se han desenganchado. Pasó de denominarse como  'tigre celta'  a 'gatito celta'. Fueron muy prósperos, uno de los países con más crecimiento del mundo, pero un buen día las cuentas no le salían y necesitaron euros y una reestructuración bancaria feroz.
          Y es que básicamente no es un país que cuente con industria -la mayoría está en la zona de Belfast, bajo la corona británica-, pero sí con mucho asentamiento de grandes multinacionales, sobre todo pertenecientes a la industria farmacéutica. La clave me la contaron allí mismo: una enorme disminución del impuesto de Sociedades y mucha facilidad para la implantación de éstas, las cuales están básicamente en su capital Dublín. Esa política ha creado y sigue creando mucho empleo, que es algo que muchos jóvenes españoles sin oportunidades aquí han sabido aprovechar.
           El resto del país vive sobre todo de la agricultura y la enorme ganadería. La República de Irlanda cuenta con más cabeza de vacas que número de personas. Eso lo aprecias en cuanto das un paseo por sus zonas rurales. Hay tantas vacas que no te imaginas el paisaje sin ellas.
          Otra cosa que el observador atento apreciará es la cantidad de mujeres jóvenes embarazadas y/o con hijos. Parece haber ansia en ese afán procreador. De hecho es habitual ver por la calle de Dublín a una mujer arrastrando a un par de niños que apenas saben andar, otro en un carrito y de nuevo embarazada, una imagen que en España ya apenas se ve y parece más propia de la época del 'baby-boom' que se instaló en España y otros países europeos hace bastantes lustros. Muchas de estas mujeres son corpulentas y con el cuerpo asimétrico de tanta procreación en tan poco margen de tiempo. Por tanto, es inevitable presumir que existen programas sociales que favorezcan a tantas madres. Y sí, así es. Sobre todo para las madres que lo son en plena adolescencia. A éstas el Estado las protege sobremanera dándoles piso, dinero y costeándoles los estudios. Una mala política, me dicen, que acabará creando parasitismo, sobre todo cuando el resto de la población ha de pagar caro por el acceso a la atención sanitaria. De hecho, es habitual que los padres de adolescentes con embarazos no deseados se desentiendan de las hijas al saber que el estado se encarga de su manutención; y no sería extraño suponer que muchas jóvenes que quieren emanciparse opten por la vía rápida del embarazo. Políticas sociales peligrosas, sin duda. Me dije que si todos los programas sociales van en esa línea no sería extraño que en un par de años la República de Irlanda necesite un nuevo rescate económico, algo similar a la feliz ideal del infame Zapatero con aquellos dos mil quinientos euros por hijo nacido. Pero aún así, la República de Irlanda no cuenta con demasiada población -algo más de cuatro millones y medio- y un tercio de ella está congregada en Dublín y su área de influencia. Debemos considerar que llegó a tener ocho millones de habitantes muchos años atrás y se dice que descendientes de éstos puede haber en torno a los ochenta millones en todo el mundo, más de la mitad en EE.UU., lugar en el que la comunidad irlandesa es muy importante, sobre todo en New York y Boston. (SEGUIR LEYENDO)  

07 enero 2014

CUATRO CIUDADES BÁVARAS (y IV): MÚNICH

Sede BMW (Foto de J.A. Flores)
     Múnich era nuestro último destino en este recorrido por tierras bávaras. La gran ciudad del sur de Alemania, próspera y avanzada, nos recibía en una tarde nublada.
       Su multitudinaria estación central, en la que confluyen todo tipo de transporte públicos por ferrocarril, no paraba de vomitar todo tipo de trenes, de larga distancia, de corta distancia, de distancia local..., todo mezclado y en apariencia caótica, aunque en la práctica totalmente ordenado y eficiente, como suelen ser los transportes en este país.
       La HBF -estación central de ferrocarriles- a las una de la tarde es un hervidero de personas que parecen atropellarse a lo largo y ancho del amplio hall de la estación, repleto de puestos de comida rápida y tiendas de todo tipo. Unos buscan los trenes de larga distancia, pero los más se internan en largos pasillos para buscar el transporte de cercanías y el metro. Nosotros, en cambio, tan sólo buscamos la salida a la calle porque sabemos que muy cerca está el hotel en el que nos íbamos a hospedar. Según mis cálculos, no estaba a más de diez minutos a pie.
                A pesar de quedar aún tres horas de luz -el manto de la noche se despliega hacia las dieciséis horas-, parece más tarde, porque siempre parece más tarde en Alemania. Largas calles y avenidas se inician desde la puerta principal de la estación y, en breve, localizamos la calle que nos conduciría a nuestro hotel.
             No son calles bonitas. Pareciera que todo lo bonito y suntuoso en Múnich se reserve para las zonas centrales de la ciudad, tal y como pudimos comprobar horas después. Ese dato no es muy distinto a lo que suele ser habitual en cualquier ciudad grande de Europa. Pronto llegamos al hotel.
               -¿Han visitado antes Alemania? -nos pregunta el recepcionista en un perfecto español-.
             -Sí, es la segunda vez que venimos a Alemania. Conocemos Berlin -le contestamos-.
                   -Pues entonces, sólo han estado una vez: Baviera no es Alemania -nos contesta entre jocoso y serio-. Múnich es a Alemania lo que Barcelona a España. No nos consideramos muy alemanes -concluye-.
                  -Yo pensaba que aquí existía más unidad; al menos es lo que parece de puertas para afuera' -le comento sorprendido-.   
                 -Sí, es lo que parece, pero no.
               Que el recepcionista alemán hable un perfecto español nos iba a venir de perlas, nos dijimos.
Puerta entrada campo de concentración de Dachau (Foto de
 J.A. Flores)
      Como antes decía, la noche cae muy pronto en Múnich y mucha actividad cae a partir de las cinco de la tarde, por lo que las opciones de visitar el mítico campo de concentración de Dachau no iban a ser muchas, así que era el momento de coger un tren de cercanías y dirigirse a la no muy lejana localidad de Dachau para visitar su campo de concentración.
         
      Visitar un campo de concentración o de exterminio Nazi en Alemania es algo que no a todo el mundo apetece, pero nuestra visita contemplaba esa opción, una vez conocida la intrahistoria nazi de Núremberg. Y, efectivamente, no es nada agradable comprobar cómo no hace muchos años -una gota de agua en el océano de la historia de la humanidad, pero una gota que cambió muchos destinos-, la barbarie asolo esta parte del mundo. Y, sabedores, de que el pueblo alemán y sus autoridades colaboran de forma decisiva para mostrar los datos, lugares y símbolos de esta barbarie de la forma más objetiva posible, nadie debería desaprovecha la oportunidad de visitar los lugares pertenecientes a la historia del nacionalsocialismo.
Hornos crematorios de Dachau (Foto de J.A. Flores)
      No describiré el campo de concentración de Dachau, pero sí diré que una vez dentro uno se siente desolado y herido. Demasiado trozos históricos de barbarie en tan poco tiempo de visita te dejan perplejo, atribulado y con muchas preguntas en tu mente. Pero es lo que ocurrió y como tal hay que mostrarlo. Precisamente para intentar que todo lo que ocurrió en estos lugares no se vuelva a repetir.
              
               De regreso a Múnich, nos recibe una ciudad muy distinta. El rotundo manto de la noche ya ha cubierto las calles y plazas y a través del tren se pueden apreciar las infinitas luces que se aprecian a través de las infinitas ventanas de los infinitos edificios de oficinas, fábricas y grandes comercios. Sin lugar a dudas, lo primero que te asalta a la mente es la idea del alto desarrollo económico con el que cuenta esta zona de Alemania. 
Mercado central de Múnich (Foto de J.A. Flores)
     El centro neurálgico, histórico y comercial de Múnich no estaba a más de quince minutos andando del hotel y visitarlo es conocer 'otro Múnich'. Ya describía en entradas anteriores el fervor en estos lugares hacia sus mercados navideños. Tampoco la capital de Baviera es la excepción. Menos pintoresco que el de Núremberg, éste se despliega a lo largo de una enorme extensión entre la Karlplatz y la Marienplatz, compartiendo escenario con la más rabiosa zona comercial de la ciudad. Lógicamente, sobra decirlo, no faltan luces, puestos de todo tipo ni adornos navideños.
               A esa hora de la tarde, siendo ya noche cerrada, esta vasta extensión comercial, en la que confluyen también los más importantes monumentos de la ciudad, está completamente atorada de gente, ávidos de saborear el ambiente navideño y de comprar en sus miles de comercios, a pesar del frío. El pequeño comercio, mucho y variado, compite abiertamente con las grandes superficies y de por medio la Catedral de Múnich y los enormes y cuidadísimos monumentos civiles y religiosos que adornan por doquier toda la zona comercial, presidiendo la Marienplatz el espectacular Altes Rathaus (viejo ayuntamiento), antigua puerta de entrada a la ciudad,  que fue destruido en la Segunda Guerra Mundial y reconstruido en los cincuenta y que contó con un afamado salón gótico, también ahora reconstruido.      
Exterior de la cervecería Hofbräuhaus (Foto de
J.A. Flores)
    No muy lejos de allí se encuentra la afamada cervecería Hofbräuhaus, muy vinculada al ideario nazi. Pero hoy día, se trata de uno de los lugares más visitados de la capital bávara y en la que confluyen, en sus dos enormes salones, el muniqués de raza y el turista asombrado. Nosotros, lógicamente, pertenecíamos a ese segundo grupo, pero la magia del lugar -o su historia- hace que en pocos minutos, una vez estés ya degustando su famosa cerveza y su codillo, te sientas del lugar y así te consideren. No en vano, no es difícil iniciar conversación rápida con naturales del país en esas famosas mesas y bancos corridos en los que, necesariamente, compartirás las viandas con personas desconocidas.
Música bávara y cerveza, dos señas de identidad
de la cervecería (Foto de J.A. Flores)
      Sin embargo, toda esa fraternidad no es forzada. Todo lo contrario: el lugar, las viandas, la bebida y el halo especial del establecimiento pronto provocan buenos lazos de confraternidad, a pesar de la barrera del idioma. Realmente, cuando te despides de este mágico sitio piensas que la humanidad comparte lugares comunes y que, tan sólo, los intereses económicos y políticos hacen que -o quieren hacernos vez- parezcamos distintos e, incluso, enemigos. Pero, sobre el papel, esa ecuación no es tan complicada de resolver, para lo cual reto al lector de esta crónica a comprobarlo por su propia cuenta visitando este famoso templo gastronómico y de la cerveza.
Interior de Hofbräuhaus (foto de J.A. Flores)
     Y si lo hace, comprenderá que todo lo que le han contado sobre -por ejemplo- el carácter reservado teutón no es en absoluto cierto, a pesar de las diferencias culturales que puedan existir, a pesar de que el sentido de humor bávaro no es extrapolable a otras zonas de Alemania, igual que suele ocurrir en las distintas zonas de nuestra desangrada España. 
             
  El callejeo por Múnich es más que agradable y los comercios a esas horas de la tarde están a rebosar. Obviamente, ayuda y mucho el hecho de que estemos en el corazón del Adviento, por lo que el consumo unido a la bonanza económica de esta zona de Europa hacen que uno considere -no con cierta crítica- que Europa no se está construyendo al mismo ritmo, por mucho que esa sea la proclama de dirigentes aviesos y cínicos. De hecho, las galerías comerciales repletas de las marcas más lujosas del mundo, así lo atestiguan en esta ciudad que, pasa por ser la ciudad más próspera de Alemania, lo que vendría a significar que también es una de las más prósperas de Europa y del mundo.
(Foto de J.A. Flores)
    Y para demostrarlo, la ciudad muestra con orgullo dos de sus símbolos más emblemáticos: la sede central de la corporación BMW y el majestuoso diseño de su nuevo estadio de fútbol, el Allianz Arena, uno de los más avanzados del mundo. Si la sede de BMW representa a un motor con cuatro cilindros, el estadio de fútbol, sede del Bayern München y el TSV 1860 München , simula a una especie de panal o bien un neumático -cada cual dé su versión-, compuesto en su exterior por casi tres mil paneles romboidales metálicos, capaces de iluminarse con los colores de los dos equipos anfitriones y de la selección alemana. Es, quizá, el mayor símbolo arquitectónico de la ciudad.    
               Múnich y la cerveza forjaron su historia de manera conjunta. De hecho, el nombre de la ciudad deriva del monasterio fundador de la misma, en el que se elaboraba cerveza que posibilitaba el sustento del mismo y la manutención de la empobrecida población circundante. Por tanto, no era lógico dejar esta ciudad sin, al menos, conocer la sede de la 'Oktoberfest', que pone patas arriba a la ciudad. Lógicamente, por las fechas, no era posible disfrutar este fastuoso festival, pero sí el mercado navideño alternativo, totalmente pensado para la gente más joven de la ciudad y sus alrededores. Cientos de puestos, decenas de carpas temáticas: de gastronomía, de productos navideños artesanales, de tejidos artesanales y de todo tipo de productos que uno pueda imaginarse. Y, presidiéndolo todo, los imprescindibles puestos de salchicha al estilo muniqués.
                 Ante la explosión del ordenado y respetuoso gentío y las múltiples posibilidades de consumir, una vez más, el viajero comprende que está en una parte de Europa que va en otra marcha económica y, probablemente, en otra dirección, muy distinta a la que nos dirigimos -por ejemplo- en España. Y comprende también, que la insistencia de las autoridades alemanas en aligerar la deuda persistente de los países más atrasados no es otra cosa que persistir para que la bonanza económica de su país no caiga en saco roto por medio del efecto arrastre. Otros dirán que estamos ante una parte de Europa que ha hecho los deberes, que cuenta con una clase dirigente que no ha despilfarrado tanto como lo han hecho los lideres de otros países, como es el caso de España. Ambas posturas pueden ser ciertas, pero también en ambas posturas hay mecanismos complejos de difícil comprensión. 

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...