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20 enero 2013

CIUDAD BASURA

Foto de Ideal
Como ya sabe toda España, la ciudad de Granada va camino de completar su segunda semana de huelga del personal de INAGRA, que es la empresa que lleva a cabo la recogida de basura, por mandato de su único cliente, el Ayuntamiento de Granada.
Lógicamente, a estas alturas el debate no solo está en los altos despachos municipales, sino en la calle, en el mismo lugar en el que la basura ocupa cada vez más espacio en calles y plazas ante la mirada atónita de propios y extraños. 
No voy aquí a analizar las causas que han provocado que una de las ciudades más bellas de España sea hoy un estercolero, entre otras cosas porque no las conozco y son complejas. Pero hay algunos elementos que sí deberían de tenerse en cuenta para interpretar el por qué y el cómo de esta situación, que no será la última a nivel nacional. Al tiempo. 
Y no será la última porque con la crisis y el cambio de gestión municipal que ésta está propiciando, este tipo de concesiones cada vez darán más problemas a los munícipes y a la ciudadanía. El asunto no es ya que sean concesiones caras, que lo son, sino que el control sobre estas concesiones no las tienen los ayuntamientos. Es más, las empresas concesionarias poco o muy poco pueden hacer ante un colectivo que es muy permeable sindicalmente y que está remunerado por encima de la media en cuanto a trabajo no especializado.
El servicio de recogida de basuras siempre ha sido para los ayuntamientos un asunto desagradable. No sólo por su carestía -que difícilmente se financia con las tasas que pagan los ciudadanos- sino por el contenido del servicio en sí y el horario en que se lleva a cabo. De ahí que los los ayuntamientos, desde los primeros años de la democracia optaran por pagar lo que fuere por quitarse de encima algo tan indeseable y a la vez tan problemático. Lógicamente, las empresas concesionarias comenzaron a ver en estas cesiones un filón, a la vez que la fecunda presencia sindical en este sector hacía que los sindicatos vencedores de las elecciones internas cogieran el control, lo que redundó en generosos convenios y subidas salariales por encima de la media. 
No hubo problema mientras los ayuntamientos pudieran ir pagando el servicio, lógicamente a costa de subir bestialmente las tasas a los ciudadanos de manera encubierta en ocasiones y descaradamente en otras. De hecho, esta tasa suele pagarse conjuntamente con la del agua, que es una manera de vincular dos cosas que no tienen nada que ver en su naturaleza.
Pero ha llegado el tiempo en el que los ayuntamientos no cuentan con los recursos con los que contaban, están faltos de financiación y, para colmo, el Estado ha reducido las aportaciones a los municipios para cumplir con el plan de austeridad que ha diseñado para sortear el rescate. Por tanto, el dinero previsto para las concesionarias de basura ha disminuido, sin que lo haya hecho la masa salarial de los empleados, que es muy alta, altísima. 
Al mismo tiempo, las grandes concesionarias de basura, suelen ser empresas grandes, muchas de ellas sociedades anónimas que se deben a su junta de accionistas. Y, claro, éstos quieren beneficios sin control. Por su parte, la presencia sindical, como decía, es muy fuerte y el servicio muy sensible. Podrá no percibirse que los oficinistas de un ayuntamiento no vayan a trabajar dos semanas, pero si es muy perceptible, nocivo y antisanitario que las basuras estén dos semanas o más en las calles. 
Por tanto, preveo que a plazo corto y medio, muchas cosas han de cambiar en estas concesiones. Algunas de ellas las rescatarán los ayuntamientos, y otras se liquidarán, pero antes de eso habrá más huelgas y conflictos. 
La solución no es fácil, pero ha de llegar el día en el que se adopte un sistema que funciona bien en Europa, es decir, una recogida selectiva de basura y no diaria, lo que contribuirá a abaratar el servicio, bajar las nóminas y buscar mayor eficacia y eficiencia. Sin embargo, nada de eso será posible si antes no se rescata el servicio para que pueda volver a ser prestado por los ayuntamentos, que es del lugar del que nunca debió salir.

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