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26 agosto 2017

IDEAL: DE QUÉ HABLA MURAKAMI CUANDO HABLA DE ESCRIBIR (24/8/2017)

No hay texto alternativo automático disponible.
No hace mucho llegó a las librerías un nuevo libro del escritor japonés Haruki Murakami. Sin embargo, no se trata de una novela, género al que nos tiene acostumbrados este original autor, cuestionado por el establishment literario, sobre todo, de su país. Su título vuelve a ser una frase, algo que es muy común en este escritor. “De qué hablo cuando hablo de escribir”, técnica titulada similar a la usada hace varios años para el libro “De qué hablo cuando hablo de correr”, en el que exponía cómo entendía su relación con el correr, actividad que no la ve tan lejana de la literatura porque, en verdad, son actividades que comparten más rasgos de los que, a priori, pudiera parecer. De hecho, en este último ensayo —una especie de memorias sobre su trayectoria como escritor y el proceso creativo— vuelve a relacionar ambas cosas en diversas ocasiones, hasta el punto de afirmar que necesita sentirse fuerte físicamente para encarar la ardua tarea de enfrentarse a una novela larga, que suele ser el género en el que se encuentra más a gusto nuestro autor. Y por eso, entre otros motivos, corre casi a diario (en eso yo no le podría discutir ni un ápice).
            Debe ser que la madurez del escritor —sumada a la independencia que otorga el éxito de millones de lectores en todo el mundo— provoca en el mismo una especie de virus de sinceridad, pero el caso es que su texto está repleto de afirmaciones crudas relacionadas con la persona y el creador, así como con la literatura, el sector editorial y la crítica, sobre todo en el ámbito de Japón, país donde —según sus propias palabras— no ha sido, en general, bien tratado. Calificado desde casi sus orígenes como escritor demasiado occidentalizado, nunca se vio con buenos ojos en el país del sol naciente que no haya sido demasiado empático con el mundillo literario japonés y sí con el de otros países occidentales.  Sin embargo, según se deduce de este ensayo, todo indica que se debe más al carácter individualista del escritor que a un rechazo sistemático en sí, como él mismo viene a repetir en varias ocasiones, sobre todo en un país como Japón en el que el sentimiento colectivo es mucho más acusado que en los países occidentales, razón por la que Murakami, al parecer, siempre se ha sentido más a gusto en éstos que en su propio país.
            Particularmente interesante es la descripción que hace de su proceso creativo, de la forma en que afronta la escritura de una nueva novela larga y la peculiar forma de crear personajes, para lo cual “extraigo de manera inconsciente fragmentos de información archivada en distintos compartimentos de mi cerebro y después los combino”, denominándole a esas acciones “otoma-kobito, es decir, algo así como “enanitos automáticos”.  De ahí que entienda que el escritor deba ser un observador atento de la realidad que lo rodea, porque es de esa observación de donde podrá sacar el material necesario para contar una historia o varias historias paralelas, como suele ser habitual en este escritor. No sabemos si es falsa humildad —pienso que no— o, tal vez, el desapego propio de un escritor consagrado que ya no ha de demostrar nada, pero lo cierto es que se considera un escritor con un mínimo talento inicial que forja una obra a base de perseverancia y soledad, además, de un cierto empecinamiento, que es propio de su carácter, como él mismo reconoce. Es en ese proceso cuando necesita sentirse fuerte físicamente y por lo que necesita una hora de ejercicio diario que, en su caso, suele ser correr, alejándose —reconoce él mismo también— de la imagen que se tiene en el subconsciente colectivo del escritor maldito, acodado en un antro de perdición, rodeado de humo y alcohol, que necesita trasnochar cada noche para poder escribir. Su caso, es todo lo contrario: él necesita acostarse pronto y madrugar para poder hacerlo.

            En otro capítulo, como si de un ajuste de cuentas con el mundo editorial y de la crítica de su país se tratara, Haruki Murakami nos revela su salida editorial al extranjero, sobre todo a Estados Unidos y Europa, lugares en los que, quizá, exentos de esa crítica fratricida llevada a cabo en su propio país, el autor es tratado con bastante más magnanimidad por parte de la crítica, a pesar de las dificultades de abrirse camino como escritor japonés en occidente; un escritor entre dos mundos muy distintos en cuanto a la concepción de la literatura. En todo caso, Murakami ha contado con el don preciado que anhela todo escritor: la fidelidad de sus lectores, ese muro infranqueable que ni el sector editorial ni el propio establishment podrán superar con independencia de épocas y lugares.      

                                                                                                           
                                                                                                   Por José Antonio Flores Vera 

25 octubre 2016

ATRAPADOS EN LAS REDES (IDEAL, 25/10/2016)

                                                                      
                                                           ATRAPADOS EN LAS REDES

                                                                                   Por José Antonio Flores Vera

Vivimos en un mundo cambiante. Y el cambio ya no es cíclico. Es mucho más inmediato y cada vez más urgente. Un mundo cambiante, cuya explicación teórica siempre llega tarde. Y cuando llega, ya es el momento de volver a explicarlo porque han cambiado las reglas y los hábitos. Arduo trabajo para los sociólogos, que supongo no darán abasto.  
            En todo ese cambio está jugando un papel decisivo la irrupción de las redes sociales, las cuales cada vez ocupan más espacio en nuestras vidas hasta el punto de parecer estar atrapados por ellas.  No solo a niveles básicos de entretenimiento, sino también a niveles trascendentales. Quítenle a las nuevas generaciones (y a las no tan nuevas) las redes sociales y les estarás quitando parte de su existencia. La comunicación, la información, los hábitos de consumo, las relaciones personales…Casi todo se sustenta en ellas. El mundo se comprende mejor a través de ellas. Para muchos, sin su impronta, el mundo es mucho más incomprensible, porque basan su éxito en hacernos creer que están diseñadas a nuestra medida.
            Pero, ojo, que hay trampa. Al margen de teorías conspirativas, que se circunscriben en el ámbito del control que se quiere ejercer sobre la humanidad a través de las redes sociales, lo que sí parece claro es que la visualización del mundo real a través de éstas jamás podrá ser una solución. El mundo físico, ya sabemos todos que es complejo, cambiante, inabarcable, inexplicable casi siempre y no será el mundo cibernético de Internet y sus múltiples efectos el que logre explicarlo. Por lo pronto, un individuo normal como nosotros, a lo largo del día, tendrá ocasión de ver miles de imágenes a través de los diversos dispositivos con conexión a Internet. Imágenes que pretenden transmitir algo, ya sea ideológico, lúdico o testimonial. Una información que nuestra mente no podrá procesar en absoluto y que nos apartará de tareas que exigen concentración -aunque a priori no lo percibamos- como es la lectura, el estudio o una charla íntima con los amigos o la familia. Tal vez ése sea el efecto más pernicioso y perjudicial de todo ese mundo digital que nos atosiga, en el que todo el mundo tiene ocasión de plasmar sus ideas y sus gustos a través de palabras o imágenes. Toda esa vorágine diaria, probablemente, nos aparta de lo que, quizá, no debería jamás desprenderse el ser humano y que tantos siglos ha tardado en conquistar. Me refiero a la lectura. En mi opinión, una de las acciones humanas más trascendente. O, incluso, la contemplación de una obra de arte o la visualización de una magnífica película clásica, por poner algunos ejemplos. Sí, sin lugar a dudas, toda esta vorágine digital -que lejos de detenerse va en aumento- nos va apartando de esos actos esenciales para la formación del individuo como tal. De hecho, la propia literatura, el arte y el cine, por hablar de tres elementos fundamentales en nuestras vidas, cada vez se adaptan más a esa era digital, convirtiéndolas en otra cosa distinta a lo que eran. Una literatura de consumo efímero y digitalizado o una contemplación artística a través de los píxeles de la pantalla, son cosas distintas, habría que denominarlas de otra forma, pero no de manera similar a como se denomina la sensación que produce el tacto de un libro o la contemplación de una obra de arte original en una pinacoteca.    

              

20 noviembre 2014

CORRER EN OTOÑO (IDEAL, 20/11/2014)

El otoño. Esa estación tan especial. Los árboles desnudos, las hojas caídas, la luz melancólica...Unas zapatillas, algo de abrigo y tus piernas, tu corazón y tus pulmones..
Si no habéis tenido la ocasión de leer en la edición en papel de Ideal mi artículo de hoy, aquí lo reproduzco.

CORRER EN OTOÑO 


Si hay una estación en la que me guste correr, ésa es el otoño. Disfruto corriendo todo año -y ya lo hacía con regularidad mucho antes de que se pusiera tan de moda- pero en otoño correr es distinto.
            Es posible que sea la luz especial del cielo o el amarillo marchito de las hojas de los árboles, aunque estoy casi seguro que lo que realmente hace del otoño una época especial para correr -y para vivir- es la dulce melancolía de sus días. Todo ese lento despliegue de colores y olores que se pueden sentir a cada paso.
            Si recorres un camino, lo encuentras alfombrado de pobladas y apretadas hojas, hasta el punto de no dejar ver ni un palmo de tierra; y si atraviesas un pequeño puente y observas el manso fluir del riachuelo que hay debajo, escuchas el sordo rumor del agua y eso hace que te sientas integrado y desintegrado al mismo tiempo en esa naturaleza tan incipiente a primera vista.
            Es el mismo riachuelo que has visto en verano y en primavera, incluso en invierno, pero al mismo tiempo es otro. Y es entonces cuando te dejas llevar por tus pasos y te ilusiona pensar que a la vuelta volverás a presenciar de nuevo el espectáculo del rumor del agua bajo tus pies. En esas circunstancias tan excepcionales, ni encarar las cuestas se convierte en suplicio alguno.
            Y si te adentras en terreno de la Vega, en algún lugar entre los términos municipales de Pinos Puente y Fuente Vaqueros, que no ha sufrido los atroces atentados de la urbanización, el placer para la vista es inigualable cuando presencias en lontananza las desnudas alamedas bajo ese color otoñal tan peculiar. Transitas por caminos de tierra cubiertos de hojas secas y húmedas y el silencio es tan sólo interrumpido por el crepitar de las mismas al ser aplastadas por los pies. A todo este espectáculo para los sentidos se suele sumar el humilde y emocionante olor a leña quemada de los cortijos, tan propio de esta época. Pocas cosas son tan hermosas si lo que te gusta es correr o, tal vez, dar largas caminatas por ese entorno.
            En otras ocasiones, por lugares menos yermos,  lo que contemplas es lo que ya te sabes de memoria: el breve cerro, rocoso y pelado, que cambia de aspecto cuatro veces al año, dependiendo de la estación. Sin embargo, en otoño no sólo  cambia sino que sus tonos grisáceos lo convierten en otro distinto. Alojas la vista en él y te cuesta reconocerlo.
            Como cuesta reconocer la vereda del río que estás acostumbrado a ver todo el año. Ésta ahora es más íntima, y eso es porque en otoño todo es más transido y  efímero. Nada rebosa vida como sí lo hace en primavera, pero al mismo tiempo hay mucha vida en toda la naturaleza que vas contemplando; una vida casi decadente, a punto de extinguirse, pero que contiene esa vitalidad de la que carecen los cuerpos cuando van a marchitarse. Todo muy extraño. 
            Y si hay un momento aún más extraño, ése es el del ocaso. El negro manto de la noche no llega de golpe como en el invierno, porque en otoño en el horizonte las nubes dibujan un color anaranjado como si aún tuvieran nostalgia del verano. Y cuando cae la noche, en ocasiones, ésta es oscura y en otras la brillante luna le confiere una luz casi primaveral.

            Todas esas cosas tan dispares tan sólo es posible contemplarlas en otoño. Mientras corres.    

11 noviembre 2014

CREATIVIDAD (IDEAL, 11/11/2014)

'Creatividad' es una reflexión sobre el proceso creativo en el arte. Si no ha sido posible que lo leáis en papel os dejo mi último artículo publicado en las ediciones de Granada, Jaén y Almería del diario Ideal.  


CREATIVIDAD


Desde siempre he considerado que la creatividad es el atributo humano más interesante. Crear dónde no hay nada, sólo vacío, es algo emocionante, único. 
          La mayoría de los humanos nos dedicamos a admirar lo que un grupo privilegiado crea, o bien, tan sólo nos regocijamos ante ese arte, que tiene un lenguaje universal y en cierta medida misterioso. Por eso, quien tiene el privilegio de poder crear se convierte en alguien poderoso e irrepetible. O al menos, su obra.
          Ya sea ante una página en blanco, ante un pentagrama, ante un lienzo o ante un trozo de piedra o de madera, sacar algo de todo eso que, en realidad, son objetos sin vida, es proverbial. Sí, la creatividad es algo bello y distinto a todo lo humano, pero al mismo tiempo es un atributo muy humano.
          Pero en ese proceso hay un enorme sufrimiento. El creador no es consciente de lo que está creando en ese momento tortuoso de emociones e ideas encontradas. Será el receptor y consumidor  de la obra y la posterioridad quienes emitan el veredicto final, aunque eso es un asunto que, en realidad, poco tiene que ver con el proceso creativo. Entre otras cosas, porque siempre he creído que quien tiene la capacidad de crear, no lo hace con el propósito único de que otros disfruten su obra, no piensa demasiado en si va a ser algo exitoso o no, ni tan siquiera si gustará a alguien. Quien crea pensando sólo de esa forma, en verdad, no es un verdadero creador. El verdadero, crea por necesidad, aunque, qué duda cabe, querrá que su obra guste y se esforzará por ello, sobre todo si se convierte en su profesión y medio de vida, pero no será ése su móvil principal. Crear debe ser siempre una necesidad inevitable, innegable, ineludible. Pero, como antes exponía, hay que enfatizar en el  mucho sufrimiento que conlleva crear, porque se aspira a la perfección y el creador siempre sentirá que su obra está inacabada.
          Escuchas una pieza musical magistral y sientes que estás ante la perfección, pero no lo ha percibido de la misma forma el autor. Éste siempre la verá imperfecta, aunque sabedor de que jamás alcanzará esa perfección, no tendrá más remedio que concluirla en un momento dado. O destruirla. Es más, es probable que esa obra sea su obsesión y acabará por odiarla tarde o temprano. Demasiadas horas en soledad para perfeccionarla, demasiado silencio a su alrededor, demasiado sacrificio.
          El ejemplo que expongo es igualmente aplicable para al escritor, para el pintor, para el escultor..., seres que agobiados por el resultado final de su obra, acabarán siendo esclavos de ella. Y ese paseo por el infierno hace que el proceso creativo sea lento en muchos casos o, en el peor de ellos, hasta abandonado. De ahí que el verdadero creador acabe por ser identificado por todo el mundo como tal, pero serán sus obras las que realmente perduren y tengan verdadera importancia, algo que se aprecia muy bien en las obras anónimas famosas.
          ¿Pero cuál es el misterioso motivo que provoca la admiración universal de 'Don Quijote de La Mancha, de Miguel de Cervantes o La Misa de Réquiem, de W.A. Mozart, por poner sólo dos ejemplos representativos? No creo que nadie lo sepa con exactitud; ni tan siquiera pudieron saberlo sus propios autores en el momento de la creación. La grandeza y la aceptación de éstas se ha ido forjando con el paso del tiempo, a medida que las generaciones venideras han ido comprendiendo y asimilando su importancia y perfección. El arte siempre perdura y lo que no lo es se extingue. Como si se tratara de una norma divina.   


27 octubre 2013

LA BELLEZA CONVULSIVA (IDEAL 27/10/2013)



Como ya había comentado en una entrada anterior, esta fotografía que hice de Plaza Nueva con la Torre de La Vela al fondo mi inspiró un artículo en el que comencé a trabajar en seguida y que quería denominar 'La belleza convulsiva'. 

Este artículo ha sido publicado por el diario Ideal este último domingo. Os dejo con él por si tuvisteis ocasión de leerlo en prensa o, sencillamente, no llega Ideal desde el lugar en el que me seguís: 


LA BELLEZA CONVULSIVA  





         Cuando el peatón llega al final de la calle Elvira y dirige su mirada hacia la izquierda, se enfrenta con la anchura cegadora de Plaza Nueva y comprueba con estrépito de los sentidos que parece estar presidiéndola a lo lejos y en lo alto,  esbelta y sólida, la Torre de la Vela. No es una imagen a la que te acostumbres por mucho que la hayas visto porque determinadas obras arquitectónicas, aunque estén entre nosotros, en el mundo real, parecen sacadas del mundo onírico. Desconozco si los antiguos constructores de la Alhambra llegaron a ser conscientes de la perturbación sensorial que iban a provocar en generaciones futuras, pero si lo fueron, habría que agradecerles eternamente su proverbial visión, porque no demasiadas obras arquitectónicas en el mundo provocan ese estupor emocional y esa convulsión volcánica de los sentidos.
            Y si el peatón que llega hasta Plaza Nueva lo hace por primera vez, poca o ninguna sensibilidad habrá de tener si lo que ve, cuando alza la vista, no le eleva el espíritu y lo transporta a lugares imaginados en los que sólo existe la belleza y los objetos nos tocan, más que ser tocados ellos por nosotros. Una suerte de vivencia de inusual significado emocional que ocurre pocas veces en la vida.
            Se dice que cuando Stendhal visitó Florencia se le disparó el ritmo cardiaco y esa alteración fisiológica -que más bien era sensorial- le indispuso hasta el punto de sentir vértigo, mareos, espasmos, temblores y palpitaciones; tal acumulación de obras arquitectónicas, escultóricas y pictóricas en tan poco espacio físico, en la capital de la Toscana, fueron demasiado para él, un alma sensible como demostró con su buena literatura. Su estupor fue tal que lo que penetraba por sus ojos y se transmitía al cerebro se iba convirtiendo en un elixir tan delicioso a la vez que venenoso que, nublándole los sentidos, se irradiaba hacia la vertiente fisiológica, hasta el punto de provocarle un problema de salud evidente. Porque alguien dotado de una sensibilidad desarrollada puede llegar a sentir que todo le da vueltas cuando se rodea de tanta belleza artística y así lo debió entender André Breton cuando escribió que 'la belleza será convulsiva o no será'.
            Algo muy similar produce esa visión de la Alhambra y su entorno en la mayoría de las personas. Recordemos en ese sentido las palabras del expresidente Bill Clinton cuando, zarandeado por la emoción del momento, expuso de manera espontánea la impresión que le produjo el monumento nazarí y su entorno desde el Mirador  de San Nicolás -probablemente la mejor imagen posible de la Alhambra-. La puesta de sol más bella del mundo, vino a decir ante luces y taquígrafos. Luego hubo de matizar sus palabras por la repercusión que tuvieron éstas en Estados Unidos e igualar ese bello atardecer, con el monumento nazarí en primer plano, al del Gran Cañón del Colorado, en Arizona, pero esa segunda opinión de vocación apaciguadora, quizá, ya perteneció al ámbito de lo políticamente correcto de cara a sus conciudadanos y su electorado. Realmente, no exageró el político norteamericano como no lo hacen los miles de visitantes foráneos que le emulan desde entonces.
            Porque hay determinadas obras arquitectónicas que nacen tocadas por una especie de magia y todo en ellas es especial: su ubicación, su construcción, su peculiar arquitectura, su diseño. Un estado de gracia inherente, al igual que ocurre con alguna que otra obra literaria, alguna que otra película, alguna que otra composición musical, alguna que otra escultura o alguna que otra pintura. Y la existencia de ese corto y exclusivo catálogo hace que la breve estancia en este hostil mundo se torne algo más agradable.         

28 junio 2013

¿QUIÉN PILOTA EL CAMBIO? (IDEAL, 27/6/2013)

España ha vuelto a derrotar a la temible Italia, si bien en esta ocasión ha costado más. Eso está bien. Ofrece al ciudadano, si no esperanza, al menos, un rato de entretenimiento, pero sin ánimo de ser aguafiestas -para eso está ya la clase política- no debemos olvidar ni por un momento, que el fútbol no es más que una burbuja protegida y que no siempre será así. Los privilegios acabarán si no es que están acabando ya. Lo veremos muy pronto. De hecho, la investigación y publicidad del 'caso Messi' no es más que el aviso que el gobierno quiere dar. Es como si dijera: 'si podemos meter en cintura a Messi, podemos meter a cualquiera'. ¿ Pero quién mete en cintura a la rapiña política? ¿Quién pilota el cambio? Sobre ese asunto escribo más de seiscientas palabras en el periódico Ideal del día 27. Si no os fue posible leerlo en papel, aquí podéis hacerlo. 

¿QUIÉN PILOTA EL CAMBIO?

 Lo que parecía un incipiente rumor, una voz común ahogada, cada día toma más cuerpo. Se escucha en la calles y en los bares y el rumor va a más. Ya no se trata de una mera conjetura trasnochada, ni una silente percepción apreciada en encuestas varias: no interesa la clase política y sus cuitas; causa rechazo, indignación, impotencia. El desinterés es inversamente proporcional a la frustración.
               Lo que hace algunos lustros podría considerarse la opinión de cuatro antisistema, ahora se está convirtiendo en un clamor popular. Y cuando el pueblo manifiesta como una sola garganta su enconada cólera se suelen trastocar las estructuras. Observemos el ejemplo de Turquía, donde una inicial oposición a la remodelación del parque Gezi de Estambul está sirviendo para exteriorizar el rechazo popular hacia una forma de gobernar determinada. Aquí, en este país, no sólo se han eliminado parques, se han eliminado ecosistemas enteros, y no se trata tan sólo de una mera metáfora. Pero en España el personal parece ser más pacífico. O más conformista. O más desencantado. O todo junto.
               Fuere lo que fuere, lo que es evidente es que existe un galopante divorcio entre la clase política y el pueblo. Un distanciamiento que ya no se soluciona con el sempiterno diálogo me temo, sino con el cambio de rumbo. Y ahí está el problema. O la pregunta: ¿Quién pilota el cambio? ¿La misma clase política? ¿El pueblo con su voto en las urnas, que cada vez se torna más insignificante? ¿La Unión Europea que se está convirtiendo más en un problema que en una solución? No parece haber muchas salidas.
               O no parece haberlas, o bien, no pensaron en ellas quienes debieron hacerlo. No cayeron en la cuenta que la corrupción, pese a lo que parezca, no tiene tanto que ver con lo material ni con lo político como con la ética y la moral; en última, instancia, con todo lo relacionado con el espíritu humano. Y éste, por poco que pese, es realmente el que cuenta. En nada de eso pensaron y es probable que ahora en este país sea necesaria una transición de veras, una refundación, una catarsis. Arreglar lo que no se abordó en su día.  Aunque también parte de culpa radica en los súbditos, en el pueblo. Culpables por no mirar de frente al problema. Por ser condescendientes, manejables, crédulos. Por no dudar de todo lo que nos contaban a pie de coche oficial. Por no ser más contundentes cuando comenzó el festín. Por pensar ingenuamente que todos podríamos participar de él.
               Porque aunque parezca mentira, la clase política sigue pensando de forma interesada que todo se limpia con unas nuevas elecciones, con otro partido en el poder o con otros políticos menos salpicados, con un borrón y cuenta nueva, con una ley de punto y final, pero se equivocan: nada que concierne al espíritu se limpia con cosas triviales. Es necesaria una diálisis más contundente que purifique al sistema. O que lo cambie.
               Y llegado a este punto es cuando habría que preguntarse si todo lo que está ocurriendo, todo lo que se está pudriendo a pasos agigantados, todo lo que está salpicando a diario no sea más que el comienzo de la catarsis que está por venir. Un dejar hacer para que todo se pudra. Como negarse a retirar la manzana podrida para que se pueda pudrir toda la caja. No olvidemos que los grandes cambios siempre han venido de la mano de acciones a priori insignificantes. Lo que no está claro es si los ciudadanos estamos capacitados para asimilar todo lo que está aún por saberse, todas esas carpetas que algunos se niegan a abrir porque el hundimiento del sistema estaría asegurado, todos esos apuntes en paraísos fiscales que pugnan por salir pero que no llegan a hacerlo, todos esos sumarios sellados, todas esas bocas alimentadas que faltándoles el sustento acabarán por abrirse. 

21 marzo 2013

RELATO: CUANDO LAS PALABRAS SON HUECAS




Escribía hace unos días una entrada que denominé 'Una mujer guay'. Era el Día Internacional de la Mujer Trabajadora y yo me encontraba en un bar tomándome una 'milnoh' (que es como le decimos en Granada a la muy sabrosa Alhambra 1925 Reserva). En fin, que prometí continuar con lo observado en aquel bar y surgió un relato, que como sabéis, siempre juega con la realidad y la ficción, intercambiando ambas. 

CUANDO LAS PALABRAS SON HUECAS

Era viernes, ocho de marzo, y yo me encontraba tomando una 'milnoh' en una bar del centro mientras leía Ideal. Al fondo del amplio local la televisión, de forma atronadora, como queriendo llamar la atención de los clientes, no cesaba de dar noticias sobre los papeles de Bárcenas y  el caso Nóos, en fin, toda esa cantinela informativa con la que nos afean el día  y de la que quieren que coparticipemos todos para ver si es posible que tengamos de una vez por todas conciencia de pueblo unido contra la corrupción política.
               En algún momento de las noticias salió hablando una tipa de un partido político -no importa cuál a estas alturas- informalmente vestida, pero muy bien vestida, bien maquillada y luciendo su nutrida melena que se agitaba con disimulado desorden cada vez que giraba ufana su cabeza para atender a las formales preguntas de los periodistas. Se trataba de una declaración oficial de esas que los partidos acostumbran a dar cuando se celebra algo que consideran importante. Se le veía cómoda y hablaba con mucho aplomo porque era el Día Internacional de la Mujer Trabajadora y ella estaba hablando de la mujer trabajadora y sus derechos. Cómodamente sentada y sintiéndose importante, con gesto adusto y solemne se refería a las conquistas sociales conseguidas en torno a la mujer trabajadora y que tan sólo su partido había conseguido hacer efectivas en este país, mientras que determinados partidos -decía- lo único que han hecho es poner obstáculos a los derechos de la mujer trabajadora. Yo ya estaba comenzando a cansarme porque la escuchaba más a ella que a mí propio pensamiento interior, que intentaba ordenar la información que leía en el periódico.
               Por un momento estuve a punto de decirle a la chica joven que atendía la barra y las mesas ella sólita que bajara el volumen, pero observando el agobio que tenía ésta, atendiendo a los clientes de la barra, a los de las mesas, preparando tapas en una plancha, poniendo el lavaplatos, cobrando, y un largo etcétera, me pareció violento e inmoral interrumpirla. Además, era  el día de la Mujer Trabajadora, su día. Por tanto, lejos de decirle que bajara el volumen, alcé mi mirada del periódico y me puse a observar cómo aquella chica se multiplicaba haciendo todas esas cosas al mismo tiempo y pensé que probablemente no cobrara más de 500 € al mes, si es que los cobraba, tras muchas horas de trabajo. También pude advertir que de cuando en cuando, en los pocos segundos de asueto que conseguía arañar de su endiablada tarea,  miraba de soslayo a la tele con gesto de hastío o de indignación, que eso no lo pude advertir con claridad. Posteriormente dirigí de nuevo mi mirada a la política que aún seguía hablando en la televisión cada vez con mayor seguridad,  verborrea y solemnidad sobre la mujer trabajadora y sus derechos. Cuando acabara su intervención le esperaría su coche oficial y, seguramente, se iría a celebrar con sus compas de partido lo bien que había hablado. Por su parte -pensé- a la chica del bar, con un poco de suerte, tal vez, estando ya la noche cerrada, vendría a buscarla su novio en una desvencijada moto y, probablemente, pocas fuerzas le iban a quedar para celebrar nada, entre otras cosas, porque nada había que celebrar.
               Y entonces es cuando estuve a punto de arrojar el platillo de la tapa a la pantalla del televisor, pero no lo hice porque con toda seguridad ese daño se lo hubieran imputado a la camarera y tan sólo le hubiera faltado eso para completar el día, su día.  


ACTUALIZACIÓN: ARTÍCULO -RELATO PUBLICADO EN IDEAL EL DÍA 26/3/2013

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...