21 abril 2014

PASIÓN EN LOS CAMINOS

Esta Semana Santa, tan alejada para mí de procesiones y pasos, ha sido extraordinariamente deportiva. A pesar de la convalecencia y de lo prematuro aún de comenzar a desarrollar deporte enérgico alguno, todo ha ido extrañamente bien.
Y digo extrañamente bien por lo que contaré a continuación. Si por estas fechas de hace 2014 años se produjo el milagro de los panes y los peces, milagrosa también ha sido para mí la súbita recuperación. O al menos, casi incomprensible. Pero todo puede tener una explicación -menos los milagros-.Veamos.
El pasado domingo probé correr, como expliqué en el lateral derecho de este blog, pero me encontré de bruces con la imposibilidad de hacerlo a partir del kilómetro cinco. De nuevo los sempiternos dolores que vengo arrastrando desde que acabó 2013. Así que fiel a mi filosofía, que es muy rudimentaria, consistente básicamente en tener paciencia, opté por montar en MTB, circunstancia ésta que -es probable- que ha podido ejercer algún tipo de influencia significativa de cara a la recuperación. Dos salidas -jueves y viernes Santos- que acumularon cerca de sesenta kilómetros. Nada de dolor, nada de molestias, todo a pedir de boca.
Un día antes, la doctora de cabera a la que le comenté mi dolencia, más que nada para que me derivara a un especialista, tuvo la virtud de localizar con precisión dónde tenía la rotura fibrilar, en un lugar muy aproximado al que yo suponía. 'Una radiografía no nos dirá nada y las resonancias las ha detenido por ahora el SAS', me dijo. No me sorprendí. De hecho, casi un mes antes ya había tenido yo que costearme una operación vascular porque el SAS no consideraba prioritaria la intervención.'Es probable que en unos veinte días tengamos en este centro -un nuevo centro de salud- un aparato para hacer ecografías y podamos practicar una a ver qué sale. Se verá si no es muy profunca', acabó diciéndome la doctora. De todas formas, la posibilidad de contar con ese aparato no sería inferior a veinte días.
Decía, pues, que envalentonado por los buenos resultados de las dos sesiones de bici y habiendo hecho los deberes con automasaje, crioterapia y Traumeel, el sábado -Santo- decidí probar suerte. Busque este camino de tierra para evitar el asfalto:


Y en este camino decidí comenzar a correr. 
El pasado domingo el dolor reapareció aproximádamente en el kilómetro cinco. En esta ocasión las molestias aparecieron en el kilómetro uno. Malas perspectivas, me dije. Pero eran molestias no dolor. Había esperanza. Así que continúe.
El camino era de tierra y el dolor no aparecía. Seguían las molestias, pero con éstas se puede correr. Con dolor nunca. Cuando volvía a mirar de nuevo el Polar llevaba casi tres kilómetros y el dolor no reaparecía. Seguían, eso sí, las molestias. Lo que no suponía que éstas practicamente desaparecía en el kilómetro cinco, que era el punto fatídico en el que solía recaer. Llegó el seis y también el siete y el dolor no apareció, al tiempo que las molestias casi remitieron por completo. Llegué al coche y quise besarlo pero estaba sucio, así que no lo hice. En su lugar, miré para atrás, observé el largo camino y me congracié con él. Ya casi había olvidado la dicha que supone llegar al coche con el deber cumplido.  
Más envalentonado aún, al día siguiente, domingo -Santo-, a pesar del fuerte aguacero, me fui a este camino:


Un camino de asfalto en esta ocasión para evitar el barro. E hice un total de nueve kilómetros, dos más que el día anterior. Un riesgo, me dije, pero había que probar.
Desde los primeros pasos me concentré en las molestias y en el hipotético dolor. La lluvia hacía un recorrido anárquico por mi rostro y el chubasquero iba rechazando agua como podía, pero no me importaba. Lo importante era comprobar si aparecían esas molestias o ese dolor. Pero nada apareció. No podía ser cierto, me dije. No operan tan rápido las recuperaciones, volví a decirme.
Pasaron los kilómetros: 1,2,3...hasta un total de nueve y el dolor no aparecía ni por asomo. No recé porque nunca lo hago, pero miré al cielo. Tan sólo conseguí que el agua cayera en mis ojos, pero no me importó. Las buenas notician estaban un poco más abajo, muy cerca de la tierra, en los gemelos. Sanos como lechugas.
¿Qué ha podido pasar? Se me ocurren cuatro posibilidades: 

1. Al localizar la microrrotura y trabajar sobre ella, la evolución fue rápida.
2. Al salir con la bici, mejoró el tono muscular y eso conllevó la curación de la microrrotura.
3.La recuperación estaba ya casi completada y yo no lo sabía.
4. La intervención vascular ha posibilitado un mejor riego sanguíneo, que es alimento de dioses para los músculos. (A este opción se suma la doctora que me ha visto hoy).

Por tanto, yo creo que ya si puedo decir que HE VUELTO A LOS CAMINOS.

6 comentarios:

  1. Me alegro de tu regreso a tu actividad preferida. De todas formas, ¡ojito! cuando menos te lo esperas el maligno vuelve a la carga.
    Bellas fotos... esta vez han superado al relato.
    Un abrazo.

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    Respuestas
    1. Gracias J. Gerado. Es mérito de la luz de la Vega. Saludos.

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  2. Sin fe no hay milagro paisano

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Sin tu comentario, todo esto tiene mucho menos sentido. Es cómo escribir en el desierto.

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