08 agosto 2012

EL EXTRAORDINARIO CASO DE FÉLIX SÁNCHEZ



Estoy siguiendo con atención las pruebas de atletismo en las Olimpiadas de Londres 2012 y ya casi superada la frustración ante el pésimo papel de la gran mayoría de nuestros atletas olímpicos (pareciera que en España ya no haya ánimo, vocación o talento para dedicarse a la élite atlética, algo a lo que ha contribuido mucho los recortes), me centro en las enormes actuaciones de los mejores atletas del mundo. Pero de entre todos, uno de ellos, me ha llamado la atención de forma poderosa. Se trata del excelente vallista dominicano Félix Sánchez. Y lo ha hecho por la épica, por su capacidad de reinventarse y de resurgir de sus cenizas como un Ave Fénix glorioso. Que haya revalidado el oro tras su triunfo en Atenas 2004 en la difícil y competida prueba de los 400 metros vallas me ha parecido algo extraordinario, a punto como está de cumplir los 35 años (los cumple este mismo mes de agosto). De hecho, su espectacular llanto en la ceremonia de entrega de medallas lo dice todo ¡Cuántas cosas no habrán pasado por la cabeza de este excelente y elegante atleta en esos pocos minutos que dura el himno!
            Lloró por su abuela –que en realidad fue su verdadera madre-, la cual falleció horas antes de competir en Pekín 2008 y, seguramente, lloró por toda esa travesía del desierto que ha debido pasar desde las anteriores olimpiadas hasta ahora, manteniéndose fiel a su país, a pesar de que como muchos de sus compatriotas nació en Nueva York y podría haber optado por representar a USA, algo que intentó en sus inicios, si bien la competencia era mayor. De todas formas, ha estado venciendo durante muchos años a aquellos pudieron ser sus compatriotas rivales
            Lo que me parece más extraordinario de todo, y lo que más me cautiva, es esa capacidad de reinventarse  a la me refería antes. Uno recuerda al Félix Sánchez de principios del año 2000. Un aguerrido y orgulloso joven que se “comía” a los excelentes atletas contemporáneos que poblaban la vuelta a la pista envallada. Ese toque exótico, por representar a un país sin tradición atlética alguna le confiere una especial relevancia, como ocurría con el recordmán de altura, el cubano Sotomayor (2 metros y 45 centímetros es su récord, aún imbatido).  Todos los rivales de Félix Sánchez de entonces han ido desapareciendo de la élite mundial y ahora hay una nueva generación, tales como el norteamericano Michael Tinsley, el puertorriqueño, Javier Culson o el británico David Greene, por citar tan sólo a los que entraron por detrás de él, todos ellos bastante más jóvenes. Pero Félix Sánchez pareciera que no entendiera de etapas ni de pasado y vuelve a imponerse en unas olimpiadas, ocho años después. Es algo mágico. Y Fascinante. Ese es el verdadero espíritu olímpico y es por eso por lo que hay que amar los juegos.            

3 comentarios:

  1. Cuando vi las lágrimas de Félix Sánchez en el podio me vinieron a la memoria las largas sesiones de entrenamiento, los períodos de lesiones , la soledad, el enorme esfuerzo a cambio de nada- no son profesionales y no ganan los dinerales que otros deportistas menos sacrificados- de los deportistas amateur , origen y esencia de los Juegos olímpicos cuyo espíritu es tan distinto al deporte de masas , en las que cada lágrima de un futbolista vale cientos de miles de euros.
    Igualmente extiendo este comentario a gimnastas y otros deportes muy sacrificados que se comen la juventud de unos chavales y cuyo único premio, pero quizá el más valioso, son esas lágrimas cuando suben al podio. Hay cosas que no se compran con dinero.
    SaludoSS.

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  2. Ese es el verdadero espíritu olímpico. Nunca he visto llorar a un futbolista multimillonario; sí, ha dado saltos de alegría, pero se trata de otra alegría más material.
    Saludos.

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  3. Me emocionó ver sus imparables lagrimas en ese podio, y luego, en la entrevista que le hicieron, mostró la foto de su madre-abuela. Después de 8 años, medalla de oro. Ejemplar las lecciones, la de su tesón y humildad. Un abrazo

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Sin tu comentario, todo esto tiene mucho menos sentido. Es cómo escribir en el desierto.

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