09 agosto 2011

XXVII SUBIDA GRANADA-PICO VELETA (7/8/2011)


El muy preciado y prestigioso trofeo.


La noche previa a la prueba había sido corta en sueño. Por lo general –y mucho menos en periodo estival- no es común levantarse un domingo a las cinco de la mañana para ir a correr a las siete. Pero sabedor de que siempre olvido detalles importantes (calcetines, vaselinas, protectores solares...), opté por anticipar la madrugada, a pesar de la escasa costumbre de irme a dormir temprano –he de reconocer que soy más ave nocturna que diurna y leo y escribo por la noche-. Me obligué, pero mandaban los biorritmos y no fue fácil conciliar el sueño. Por tanto, la noche corta y las horas de sueño escasas.

Para aparcar en una zona con no demasiado aparcamiento ¿mejor coche o moto? Pequeña diatriba que hay que solucionar. Para evitar problemas de última hora, moto pues, la cual atraviesa rauda un centro de Granada aún silente y dormido, aspecto que engrandece y singulariza aún más este tipo de carreras, pero curiosamente no me pregunté en ningún momento ¿qué hago aquí?

El ambiente es aún desangelado en la zona de salida, apenas unos cuantos corredores y numeroso personal de la organización trayendo y llevando cosas desde las furgonetas anárquicamente aparcadas al final del Paseo del Salón, en la zona más cercana a Puente Verde. Justo desde allí se inicia la prueba, previas dos vueltas a ese bulevar señero granadino. Sorprendente el nutrido grupo de espectadores -familiares de los corredores los más- que nos animaron a las 7,15 horas, que el horario de salida.

Prudencia decían todos los consejos de foros y relatos vivenciales. Prudencia en todo momento, principalmente –nos decía el ganador de edición de 2005, Oscar Alarcón- en esos primeros 11 kilómetros de falso llano hasta Pinos Genil, que al ser fáciles la tendencia es acelerar. Prudencia y cabeza fría que ya llegarán las puertas del infierno.

Y llegaron. El infierno cada uno lo vive de forma distinta y cada uno es esclavo de su genética, su capacidad mental y física y resultado de su propio entrenamiento. Para muchos las puertas del infierno podrían estar en las mismísimas primeras rampas pasado el pueblo de Pinos Genil, pero para otros, los menos, probablemente no atisben el inframundo hasta bien pasada la zona de los Albergues, en la Hoya de la Mora.

Yo comencé a vislumbrar esas puertas cuando comprendí allá por el avituallamiento sólido del kilómetro 23 que mis abductores –principalmente el derecho, que es mi pierna vaga- se cargaban más de lo aconsejado. Subí tranquilo pero solvente las duras rampas de la antigua carretera de la Sierra y me incorporé a la nueva sin demasiados problemas a pesar de la dureza del recorrido en esa zona de carretera nueva, pero en ese avituallamiento tras comer con delectación unos trozos de melón, sandía y plátano y beber líquido, comprendí que la segunda parte de la carrera para mí ya no iba a ser lo mismo. Antes, a la altura del Hotel El Guerra, Roberto Gil, en mitad de la carretera me ofrecía, a elegir, agua fresquísima o isotónico –creí ver- fresquísimo. Opté por el agua. En ese momento iba bien, y él mismo me asegura en un comentario anterior que no llevaba aspecto de sufrimiento. Pero mis problemas musculares comenzaron unos kilómetros más tarde. Ya dije en el análisis de Ideal que este tipo de factores pertenecen al grupo de los desconocidos. Pero no llegué a percibir tal dolencia como lesión; no, al menos, que me moderara en el esfuerzo.

Para comprender esa aseveración basta con comprobar unos datos: la figurada media maratón la pasé sin demasiada fatiga en 2 horas y 10 minutos y al paso por El Dornajo, tan sólo cuatro kilómetros después, el Forer marcaba 2,42, es decir que empleé en esos duros cuatro kilómetros 32 minutos, o lo que es lo mismo, lo que supone correr cada kilómetro en, aproximadamente, ocho minutos. Dentro de ese intervalo de tiempo, lógicamente, se encontraba los minutos perdidos en el avituallamiento sólido, que no fueron excesivos. Estaba claro que tenía un problema.

Tenía un problema porque faltaban aún los siguientes 25 kilómetros y éstos eran los más duros de la prueba, no sólo por la dificultad orográfica, sino por la altura y la fatiga muscular ya acumulada.

Sin embargo, no me puse nervioso porque mi mente tardó poco en interpretar –al mismo tiempo que olvidar- que la segunda parte de la prueba nada tendría que ver con la primera. Así que con esa premisa inicié corriendo las primeras duras rampas del Dornajo produciéndose lo que ya era una realidad constatable: fuerte dolor y pinchazos en los abductores y una rigidez que daba la sensación fueran a partirse por la mitad. En esas circunstancias, la única opción que tenía era andar rápido. De esa forma, la zona se relajaba y me posibilitaba continuar.

No sabía con exactitud qué pasaría en los siguientes kilómetros, pero sí que subir el Dornajo corriendo iba a ser imposible, pensamiento éste que me produjo desazón porque entrené por allí y sentí muy buenas sensaciones: mi propósito e ilusión era subir esos mortíferos siete kilómetros iniciales corriendo, porque llegado a la zona de las Sabinillas podría buscar una mejor recuperación dada la menor dificultad de ese trayecto, para beber en el avituallamiento situado justo en el cruce que gira hacia la zona de los Albergues e intentar, sí era posible, subir esos pocos kilómetros hasta las puertas de la Hoya. Es lo que había hecho en el entrenamiento hace unas cuántas semanas y es lo que me planteaba hacer en esta prueba. Pero dada mi dolencia muscular –nueva en mi mapa fisiológico de lesiones- eso ya se quedaba en el plano de lo teórico.

La única opción era andar lo más rápido posible y, coyunturalmente, correr hasta que la zona dañada lo permitiera.

No recuerdo en qué punto de la subida al Dornajo apareció Víctor Bernier perfectamente pertrechado en su traje ciclista montando una bicicleta de carretera de aspecto inmejorable. Víctor me acompañó y animó durante varios kilómetros en los cuales le fui explicando mis dolencias. Posteriormente lo vería a falta de dos kilómetros aproximadamente. José Antonio que te veo muy bien, ya estás casi en la meta, me dijo mi paisano de adopción.

Como decía, me dio mucha rabia no poder subir El Dornajo y mucho más apenas arrancarme a correr por la zona de las Sabinillas, que sin saber porqué me parece estéticamente muy atractiva. Justo en ese trazado vi a lo lejos a José del Oliver con cámara en mano esperando mi paso y bromeando me puse a correr para la foto (¿habrá salido la foto?). Por tanto, si sobre el kilómetro treinta y cinco aún tenía ánimo de bromear no debía ser malo mi estado físico. Otra cosa era poder correr.

A partir de ahí, el cada vez más insistente goteo de corredores que iban andando me animó y ya comprendí que hasta el final de la prueba -unos quince kilómetros todavía- el andar rápido se iba a convertir en la "vedette principal". Ya me lo vino a decir Víctor: ahora te enfrentarás con los montañeros. Estos andan que vuelan.

Otro paso para mí simbólico -y psicológico- es el los "chiringuitos" de La Hoya de la Mora, unos metros antes de la barrera que impide el paso de vehículos. Por ahí, quería pasar corriendo y apretar los dientes si el dolor aparecía. En ese momento iba con un corredor jienense e íbamos hablando de entrenamientos y carreras. Le dije que por ahí iba a pasar corriendo y si se animaba. Él no se animó y yo pasé corriendo, pero a esas alturas -por encima de los 2750 metros ya-, el correr y el andar rápido prácticamente ya iban de la mano. De hecho, este corredor jienense llegó a mi altura al minuto de estar yo tomando liquido en el primer avituallamiento de carretera que conduce al Pico del Veleta. Un poco antes, el periodista de Ideal y también corredor, Manolo Pedreira, apostado con su bicicleta junto al Albergue militar me dijo que fuera pensando en el contenido del artículo para Ideal. Y cumplí su deseo en los siguientes kilómetros. Por tanto, si aún podía pensar en un artículo se demostraba una vez más que mi estado general no era malo. El problema, nuevamente, era poder correr.

A partir de ahí, la estampa es típica: corredores andando rápido y algún que otro intentando correr para parar casi enseguida. Ya estábamos a diez kilómetros de la meta.

Diez kilómetros que se hacen interminables. La estampa viene a ser ésta: en casi todo momento ves imponente el pico del Veleta. Lo ves cercano y tienes la sensación que ya lo estás tocando, pero olvidas que estás en alta montaña y que las carreteras en este terreno simulan una colmena: hay que rodear una y otra vez para llegar hasta arriba, complicándose cada vez el terreno. Pensaba más o menos en eso cuando me crucé al gran Daniel, que venía de correr la mini-subida, la "prueba de los niños" como él mismo me comentó con su gracejo habitual. Andó conmigo animándome durante unas decenas de metros.

Entonces fue cuando comencé a comprender la dificultad de andar rápido -o no- en altura y el porqué de la presencia de tanto bastón cuando semanas previas entrené por aquella zona. Definitivamente, correr por allí es casi imposible tras haber superado más de cuarenta kilómetros, pero andar se convierte en una tarea también titánica. Las piernas ya van rotas y el ritmo aeróbico cuenta ya mantenerlo. Son momentos en los que la prueba te abofetea la cara. Y efectivamente, corredores con experiencia montañera, pasaban raudos, tal y como aseveró Víctor. Pero si estaban ya por allí, también demostraban ser buenos corredores.

A falta de cuatro o cinco kilómetros ya no existe lucha interna sobre el correr y el andar. Quien haya realizado esta prueba sabe de lo que estoy hablando. Lo único que ya importa es llegar y, eso sí, dejar fuerzas para entrar en meta corriendo, asunto éste que se convierte una hazaña para muchos corredores. Hay quien ya no puede ni dar una zancada y llega andando y hay quien al llegar cae destrozado al suelo. La meta se encuentra en un desvío de la carretera y transcurre por un terreno muy irregular y pedregoso donde cuesta dar zancadas. Sin embargo, me sorprendí a mi mismo arrancando desde bastante antes del camino, en plena carretera, para doblar a la derecha y penetrar en el camino pedregoso sin problemas físicos, al margen de la afección muscular en los abductores. Llegué fuerte y pletórico y con un sabor agridulce. Dulce por haber culminado la prueba y agrio por no haber podido correr durante más kilómetros.

Pero en estas pruebas, definitivamente, mandan más los factores desconocidos que los conocidos y yo fui víctima de varios de ellos.

Como conclusión final diré que a pocas horas de haber terminado la muy temida y prestigiosa prueba del Veleta mi sensación ahora es más dulce que agria. He comprendido que esta prueba se puede hacer con muchas más garantías si se asume un entrenamiento más largo y sistemático que incluya gimnasio y mucho entrenamiento en altura.

Pero sí he sido sincero en toda la crónica también lo seré en la siguiente aseveración que suena un poco anormal y pretenciosa: no he tenido casi en ningún momento la sensación de sufrimiento infinito -aunque sí sufrimiento, por supuesto- que afirman sufrir muchos corredores. Es cierto que sufrí sobre los kilómetros 23 a 25, no tanto por un bajón de mi estado físico sino por la constatación de que algo no iba bien en mis abductores. Sin embargo, dicho esto, estoy totalmente seguro que el sufrimiento hubiera sido más infinito si no hubiera tenido esos problemas musculares y hubiera corrido muchos más kilómetros.

Asimismo, siguiendo con la racha de sinceridad he de decir, porque así lo entiendo, que acabar esta carrera es muy difícil, que hay que tener una buena base física, que hay que hacerse como corredor para emprender este tipo de pruebas, pero también afirmaré que si se alterna el correr con el andar puede estar al alcance de cualquier que cumpla con esos elementos mínimos. Otra cosa muy distinta es no dejar de correr en todo momento o, incluso, correr hasta el kilómetro cuarenta, algo que es posible conseguir -y me propongo hacerlo- con una preparación más concienzuda y temprana.

Por supuesto, dar la enhorabuena a todo el que ha conseguido llegar a la cima, con independencia del tiempo realizado -en mi caso, 6 horas y 45 minutos-, y agradecer muy sinceramente la excelente disposición de mi compañero de club Esquí-Atletismo Caja Rural, Bernardo de la Torre, -ya "veletero"- por esas cervezas Alhambra especial fresquísimas y esas viandas que nos tenía preparadas en Pradollano, al mismo tiempo que admirar la merecida progresión de mi también compañero de club Fernando Medina por esa progresión en su tercer "Veleta".

Gracias a todos (en el blog y en la vida real) por esos ánimos durante las semanas previas y animaros a que os inscribáis en el Veleta del 2012 donde muy probablemente nos veamos si las circunstancias acompañan.

Y si habéis llegado hasta aquí redoblar mi gratitud dada la extensión -que era necesaria- de esta sentida crónica.

10 comentarios:

  1. Muchas felicidades por haber superado con nota tu primera subida al Veleta. Felicidades tanto por tu excelente artículo en Ideal como por esta entrada rebosante de sentimiento y de sapiencia correril y felicidades por comprender y asimilar las lecciones que esta carrera nos dicta. El año que viene si las lesiones me lo permiten la tengo prevista.Un saludo y feliz resto de verano.

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  2. Sí, señor, clavada. Yo suscribo todas las sensaciones que transmites. Curiosamente, yo empecé a sufrir en el Dornajo, y efectivamente el grupo muscular que más sufrió fue el de los abductores. Efectivamente, cuando llegas a la Hoya de la Mora, ya no sabes si corres, andas, levitas, reptas... el caso es que ya tu voluntad va por su lado y tu cuerpo por otro, así que sólo queda mirar a la "orca asesina" y decir "voy a por ti". Debes retener esa sensación dulce, por supuesto, sabedor de que se puede mejorar, por supuesto, pero es que, tío, lo has hecho. Ya quisieran muchos siquiera atreverse a inscribirse.

    El año que viene, me inscribo. Sí o sí.

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  3. Gracias Alfredo, Javi. Esta carrera nos hace corredores definitivamente y...humildes, que es o lo más importante. Y hablando de humildad, compruebo que la organización me aplica 7 horas y casi 32 segundos. La explicación de la diferencia de 15 minutos la he encontrado en que tenía el GPS programado para que se detuviera automáticamente cuando me detuviera, aspecto éste que no advertí y, claro, se detenía en cada avituallamiento, así que mi marca oficial es la que da la organización. Bueno..no he cumplido el reto de bajar de siete horas, pero eso no quita un ápice al sabor a gloria y a la satisfacción de haber llegado a meta. Para el César lo que es del César, como debe ser.
    Aclarado pues y a luchar por ese reto el próximo año. Un incentivo más para volver a completar esta prueba.

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  4. Cuando te pregunté por tu tiempo en Rio Dilar te dije que nos veríamos en estos 50km. No te vi en ninguno de sus tramos, quién sabe, quizás en esos minutos antes de la salida estábamos juntos frente al arco de salida..

    En cualquier caso, 50 km dan para mucho, mi carrera ha sido muy diferente a la tuya, pero bajando en el telesilla me acordé de ti.

    ¿Se presentó al final? ¿la acabó? ¿qué tiempo culminó, aquel veterano experimentado que tan gratuita esperanza y ánimo me ofreció en su día? Un día agotador, y el lunes con el periódico delante, leer esa crónica. Ni dos lineas necesité para saber quién era esa persona que contaba cómo ponerse en la salida es más una revelación que una reflexión, no necesitaba nombres, dorsales, nada. Sabia que esa persona eras tú.

    Estoy totalmente de acuerdo, es una revelación, 21 años, 4 promesas en total para subir los 50km, ( entre ellos yo incluido)
    nunca había hecho una media maratón, ni una maratón, solo dos pruebas del circuito de diputación; Huetor Tajar (una 10.000) y Rio Dilar (unos 17 km ).
    Nada más, en toda mi vida, solo mis entrenamientos personales independientes desde hace 1 año.

    Y allí me presente, en contra de mi familia, de mi médico más cercano, de mis amigos, en fin creo que de todo el mundo con un uso mínimo de lógica o cordura.

    Este 7 de Agosto no lo olvidaré en la vida, cuando llegué al veleta, acababa de realizar mi primera media maratón, maratón y ultrafondo en la misma mañana. Arriba todos estaban perplejos, acabe muy a mi estilo, con un sprint de zancadas sobrehumanas.


    Pero el éxito no era ese, sino el haber completado 50km sin andar en ningún solo kilómetro desde le principio hasta el fin corriendo sin parar. No hace falta que te diga lo difícil que fue, por los cañones de San Francisco mi mente y mis piernas dudaban, pero en el 40 desde el interior, pura revelación del momento, mi cuerpo me comunicó que iba a atacar a 10 km de meta. Me encontraba muy fuerte, todo el mundo me decía de todo; ¡ A estas alturas está prohibido correr! ¡Cómo se nota que no tienes novia chaval, ya te acordarás de este día el resto de tu vida cuando no tengas tiempo!

    Y culmine con ese sprint tras un ritmo muy marcado que me hizo correr desde el km 0 hasta el 50. Al final el 94 a 1 segundo del 93 y a 2 del 92. Segundo de mi categoria, el primero me saco nueve minutos, a el tercero le saqué un mundo.

    Mucho antes de las rampas finales, por la hoya de la mora, supe que en esos 10 no me iba a parar en ningún avituallamiento, ya nada iba a romper ese ritmo, mi escapada en solitario, no me la creía, tenia la esperanza de acabar, y el sueño de acabar sin andar en ningún tramo, pero lo que nunca pensé fue acabar 14 minutos antes que los compañeros que conocía de Torrejón de Ardoz, dos curtidos maratonianos con más de 300 km en este año con el veleta en mente desde hace 6 meses, venidos del MAPOMA, toda la subida al veleta, iba a remolque, ellos a lo lejos, siempre por delante, hasta este punto donde acababa la carretera vieja.

    Cuando subí esas últimas rampas, con todo el respeto que había tenido en la mañana a la montaña, experimente una euforia que nunca había sentido, me estaba riendo, no salia de mi asombro, no entendía cómo me podía encontrar tan bien.

    Y aquí volvemos a tu articulo, a pesar de la carrera tan distinta tienes TODA la razón, somos esclavos de nuestra genética y nuestra mente. No podía estar más de acuerdo. He realizado algo más de 250 km en cuatro semanas para prepararme el veleta. Una revelación total. Nervioso a las 7 de la mañana, pletórico, como dicen mis compañeros, en la cima.

    Es difícil de creer pero ahí estoy, dorsal 422. Ya te pasaré algunas fotos. O verás la entrada a meta en el vídeo de llegada.

    Gracias por dar forma a las revelaciones de la mente humana.

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  5. Joven Makiavelo, lo que te dije cuando la prueba de Dílar, tienes madera de corredor. Lo que hiciste el domingo es una proeza. Ahora bien, replanteate este tipo de carreras de ultrafondo dada tu edad. Yo en tu caso haría cosas más cortas y más rápidas, que tienes mucho margen. Cosas menos agresivas.
    Gracias por tus palabras. Saludos.

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  6. excelente la cronica como siempre nos lo relatas casi paso a paso, quizas lleves razon y tengas que ir al gim para reforzar tren superior y algo de abdominales.
    el proximo año hare la mini.saludos roberto .

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  7. Yo te vi muy fresco siempre,muy entero, tal y como relatas. Yo me quedé con el mismo sentimiento que tú cuando la hice, querer repetir y no andar tanto, así que igual nos vemos el año que viene. Enhorabuena Jose Antonio

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  8. Roberto, mentalízate y el próximo año haces la grande, que conociendo tu constancia está en tus manos. Entrenaremos juntos si te parece.
    Saludos.

    Víctor, lo que te decía por las Sabinillas, me encontraba muy bien pero tenía el problema de la carga muscular en los abductores que me impedía correr, lástima.
    Sin duda ninguna, esta prueba dada tu evolución no es problema para ti.
    Tu y Javi tenéis que volver a reeditarla y quitaros ese sabor agridulce, tal y como yo me estoy planteando.
    Infinitas gracias por tu acompañamiento y ánimo.

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  9. hecho está, y si el paso montañero, aunque no lo parezca es poderoso. felicidades paisano

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  10. Gracias Mario. El año que viene tienes una nueva carrera en tu agenda.

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Sin tu comentario, todo esto tiene mucho menos sentido. Es cómo escribir en el desierto.

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