10 mayo 2011

ENARBOLANDO LA BANDERA DEL CAMBIO



Lo he dicho en otras ocasiones, pero hay que volver a repetirlo: que en Andalucía estén siendo sus cómodos y poco aguerridos funcionarios y personal laboral los que estén plantando batalla a treinta años de poder omnímodo de todo un régimen muestra muy a las claras qué clase de región cuelga de la piel de toro.
Que la Andalucía silente resida en la zona rural podría ser comprensible porque ha sido en esta zona en la que el gobierno andaluz ha trabajado duro para obtener una clientela fiel y pasmada, pero que el potencial de las grandes ciudades y sus fuerzas vivas y esas ocho universidades públicas estén aletargados y sumisos es mucho menos comprensible.
Por tanto, es notorio que esa estrofa del himno que exige un levantamiento de los andaluces sólo se lo saben los abnegados servidores públicos a los cuales ha infravalorado un gobierno acostumbrado a jugar al monipodio con esta vasta región hasta el punto de crear al servicio de sus oscuros intereses una función pública paralela, ilegal y paniaguada.
Otrora existió la esperanza y la capacidad de crítica y denuncia de los sindicatos mayoritarios, pero éstos han de saber que si se comienza a nadar y a guardar la ropa se acaba haciendo una cosa u otra y como todo tiene su precio tan sólo ha bastado por fijarlo y de esas cenizas surgen otras fuerzas sindicales que el pensamiento único cataloga con el término amarillo, pero no es cierto. Precisamente el sindicalismo amarillo siempre ha sido aquel más cercano al poder establecido y si algo se aleja del poder establecido son esos nuevos sindicatos, mucho más apegados a la realidad laboral reinante.
Pero no dejemos el hilo argumental que versa sobre los funcionarios y personal laboral de la Junta del Andalucía (el término empleados públicos voluntariamente lo omito una vez manchado y vilipendiado desde la aprobación de los estatutos de las agencias), que están demostrando una sensatez ética y moral desconocida hasta ahora en Andalucía.
En esta región todo se ha movido con dinero público, desde la actividad de las instituciones hasta la sindical mayoritaria, pasando por un enorme sector privado (el más proclive al gobierno, por supuesto), pero los funcionarios y laborales están financiando sus movilizaciones, sus pancartas, sus camisetas e, incluso, hasta los muchos pleitos que en el futuro anegarán las salas judiciales. Y es que no buscar financiación pública y paniaguada en esta región es algo desconocido e inédito.
Estos servidores públicos están reestructurando su escueta retribución mensual y se están rascando el bolsillo para asumir gastos porque es de esa forma como las reivindicaciones se convierten en verdaderas.
Se observa que el gobierno de los eres no ha previsto esta circunstancia ni ha calculado que más de cuarenta mil funcionarios de la Administración General están de acuerdo, tal vez, por primera vez en la historia de la función pública andaluza.
El próximo sábado habrá una tercera gran manifestación, en el momento más crítico de la campaña electoral y se volverá a dar una lección de reivindicación y civismo. Sonarán tambores de guerra cuyo ruido ya está llegando a los demás sectores públicos de Andalucía, algunos de los cuales ya comienzan a meditar ir tras la pancarta mientras que en San Telmo los cantos fúnebres cada vez son más clamorosos.
Obviamente los funcionarios y personal laboral han comprendido lo que esta región aún no ha comprendido, que no basta sólo con esperar que unas urnas clientelares puedan cambiar la estructura política de esta región porque cuando la democracia se maquilla de nepotismo y clientelismo, desmaquillar y quitar las máscaras exige siempre un esfuerzo titánico y continuado.
Es evidente que quienes se van a reunir mayoritamente de nuevo en Sevilla están luchando por una función pública digna y constitucional pero hasta que no existan otros brazos firmes y contundentes también están enarbolando la bandera del cambio en esta ultrajada región.
Y es por eso por lo que es muy importante estar en Sevilla el próximo sábado, aunque ya va siendo hora de que no estén sólos.

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