08 diciembre 2010

CON LA MUERTE EN LOS TALONES



Cuando corremos nos ocurren cosas. Porque son muchas las horas dedicadas a esta actividad, muchas las circunstancias; y en el juego de probabilidades siempre éstas están del lado de la mayor incidencia. Aquel refrán sabio de nuestros ancestros que afirmaba que el cántaro que tanto va a la fuente se acaba rompiendo no es más que la expresión del sentido común contenido en el sabio refranero. A veces lo que nos ocurre corriendo no es más que la relación causa-efecto que conlleva estar expuesto a inclemencias meteorológicas o conflictos con animales, personas o vehículos, pero jamás había mirado para atrás ante la presencia de un infernal ruido y me había encontrado con una avioneta tras de mí, volando rasante a no más de doscientos metros del suelo y a una distancia de unos trescientos metros. Es lo que me ocurrió hace unos días cuando me disponía a hacer catorce kilómetros por la Vega. Y, lógicamente, lo primero que me vino a la cabeza -porque uno está imbuido por el cine y por los libros- es esa obra maestra de Hitchcock, "Con la muerte en los talones". Así que de pronto, comprendí la grandeza de esa escena de Gary Grant perseguido en campo abierto por una avioneta que, en principio, parecía completamente inofensiva. Me sentí en la piel del protagonista y percibí la distancia que hay entre el cine y la vida, aunque el cine siempre es más inofensivo que la vida misma.
Obviamente, esta avioneta -de color amarillo, casi naranja- no tenía la misma intención que la de la película ni yo era perseguido por nadie, que yo supiera.
Yo estaba simplemente corriendo y la avioneta probablemente estaba haciendo un recorrido de recreo y a tenor de la poca altura que llevaba conducida por alguien muy experto, o bien -y eso me intranquilizó aún más-, por alguien muy inexperto. Incluso es probable que igual que en la película fuera una avioneta fumigadora algo extraño porque de ser así la hubiera visto -a esta u a otra- en otras ocasiones.
La avioneta con su infernal ruido siguió haciéndolo durante todo el recorrido que hice corriendo pero ya no la vi volar tan bajo.
Fue una gran experiencia, visto con la lejanía de los días, pero recuerdo que en el momento en el que la vi detrás de mí sólo pensaba emular al falso George Kaplan y buscar un lugar blando en el que dar con mi cuerpo en el suelo. Por suerte la avioneta giró a su izquierda y se perdió entre las musarañas otoñales de las choperas y yo seguí corriendo, no pudiendo evitar de reojo hacia atrás de vez en cuando.

4 comentarios:

  1. Me ha encantado esa similitud de la película de Hitchcock con tu aventura. El cine, nos acompaña a todas partes.

    ResponderEliminar
  2. Parte del sabio refranero nos dice: "Hay que mirar, siempre, hacia adelante". Pero la realidad, es que nunca debemos "dejar de mirar hacia atrás".

    Mi abuelo decía, "camina siempre por la sombra".
    Y casi siempre lo intento. Aunque, por desgracia, "tropiece más de dos veces en la misma piedra".

    Salud.

    ResponderEliminar
  3. Buen post, estoy de acuerdo contigo aunque no al 100%:)

    ResponderEliminar
  4. Cine a la carrera o, mejor dicho, una carrera de película

    ResponderEliminar

Sin tu comentario, todo esto tiene mucho menos sentido. Es cómo escribir en el desierto.

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...