22 agosto 2010

DOS FORMAS DE VER UNA CIUDAD (PUBLICADO EN IDEAL EL 22/08/2010)



Dos formas de ver, dos formas de mirar. La importancia de tener la capacidad de mirar con distintos ojos, como me decía Jesús Lens. Algo que, generalmente, pasa desapercibido, pero que es primordial. Vamos a otra ciudad y miramos con otros ojos y otros nos visitan y miran nuestra ciudad también con otros ojos. Ese fue el hilo de reflexión para elaborar este artículo, principalmente, la observación de lo que cuento en el último párrafo.

Si no habéis tenido ocasión de leerlo este domingo en papel -algo totalmente asegurado en el caso de quienes no viváis en Granada-, os reproduzco el artículo completo.

Cuando por placer visitas otras ciudades miras con los ojos del turista que eres en esos momentos y buscas aquello más simbólico que te permite o crees que te permite conocer la esencia de esas ciudades. Los monumentos más singulares, las calles más céntricas, los establecimientos más señeros, las estatuas de los personajes locales más insignes, los lugares históricos citados en la última novela histórica del momento, todo visto como a vista de pájaro en pocos días u horas con la misma predisposición que se visita un parque temático.

Supongo que esa forma de viajar tan denostada por tanto viajeros literarios es inevitable dado el poco tiempo de que se dispone, aunque hay otra forma de viajar, de mirar, de ver, aunque conlleve perderse algún monumento que otro.

Particularmente cuando viajo soy un turista más –si bien procuro no enrolarme en grupos organizados- y aunque siempre acabo visitando los lugares señeros que ya llevo previamente señalados, cada vez más intento olvidar ese traje turístico y asomarme a la ciudad que late ordinariamente sin oropeles ni artificios.

Reconozco que no es fácil llevar a cabo ese ejercicio ya que la ansiedad por no dejar de ver nada se apodera de nuestro plano repleto de puntos que visitar, pero una vez superada esa ansiedad y abandonamos los circuitos turísticos se abre ante nuestros ojos una ciudad nueva, una ciudad no muy diferente a la tuya, pero al mismo tiempo totalmente distinta, con señas de identidad propias.

Tomarse una pinta de cerveza en un barrio sin huella en la tumultuosa Londres o adentrarse en un parque de barrio del Este menos mediático de Berlín hace que el turista deje por unas horas su uniforme y se sienta más viajero o quién sabe si no integrante de esa ciudadanía anónima que hace su vida de espaldas a la ciudad turística e incluso alejada de ella (en ese sentido sería muy interesante hacer un estudio sobre el escaso nivel de conocimiento que tienen los lugareños acerca de los sitios turísticos de su propia ciudad. A saber, cuántas veces al año, por ejemplo, subimos los granadinos a la Alhambra).

Como curiosidad, o tal vez como experimento, he buscado en Granada hacer lo contrario, es decir, ver la ciudad con los ojos del turista que llega hipnotizado por su presencia mediática en medio mundo, y más en estos días que aún estamos con la emoción a flor de piel por mor de la visita de la primera dama mundial, que bien podría dar para la segunda parte de la memorable película de Berlanga. Decía, que he buscado ver la ciudad con esos ojos turísticos perdiéndome por las angostas calles de la Alcaicería, por el sin par Albaicín o el amplio espacio urbano de Plaza Nueva, y ese ejercicio me ha ayudado a comprenderme más como turista cuando visito otras ciudades.

Y al volver de nuevo a la Granada real, a la Granada de las obras del metro, del enfurecido ruido, del tráfico surrealista, de los jardines maltratados, de las aceras sucias y pegajosas de las terrazas urbanas, de la anarquía de la carga y descarga, he comprendido que nada tienen que ver entre sí la ciudad que mira el turista con la ciudad que mira el residente habitual, algo que debe ser común en todas las ciudades del mundo.

Porque también existe una predisposición concreta a mirar con unos ojos o con otros, algo que comprendí con nitidez cuando en cierta ocasión pasando por la Plaza de la Pescadería observaba cómo unos turistas fotografiaban admirados a una anciana vendedora ambulante de flores mientras mis ojos, acostumbrados a mirar de otra forma, sólo veían a una mujer mayor que lleva a cabo su trabajo diario con indisimulado esfuerzo.

1 comentario:

  1. Es muy difícil, quitarnos la lentes de todos los días para ponernos las gafas de sol, propias de los turistas, en tu propia ciudad.

    Una Semana Santa hice lo que dices, vida de guiri en Granada. Una experiencia muy estimulante.

    Buen artículo Alter Romero

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Sin tu comentario, todo esto tiene mucho menos sentido. Es cómo escribir en el desierto.

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