31 julio 2009

RUIDO


El ruido. Es un problema aunque no lo parezca. Resulta que es tan frondoso el bosque que ni siquiera nos deja ver los árboles. Pero están ahí. Igual que el ruido, que también está ahí, afectándonos a diario.
La sociedad de la opulencia es también la sociedad del ruido. Es curioso comprobar cómo todo lo que es caro y socialmente aceptado es al mismo tiempo ruidoso.
En nuestro país, el ruido está socialmente aceptado. Al contrario de lo que ocurre en otros países de la Europa más civilizada. Países en los que el ruido está más denostado y legislado. En España, las actividades humanas o mecánicas que producen ruido están comenzando a entrar en los órganos legisladores. De hecho, Granada ya ha aprobado una ordenanza que intenta atajar, entre otros aspectos convivenciales, el asunto del ruido, principalmente, a horas intempestivas.
De todo esto y de algo más escribo en el artículo que publica Ideal hoy, estrenando columna nominativa, que coincide con el nombre de este blog.
Si no es posible que hayáis leído el artículo en papel, os lo reproduzco aquí para obtener vuestros seguros comentarios que tanto me placen.


RUIDO

Cuando el legislador español de todos los ámbitos territoriales asumió por primera vez la función legislativa que le corresponde derivada del derecho comunitario, hubo de revisar doctrina y costumbre jurídica nacional e intentar implementarla con otra muy distinta en cuanto a tradición jurídica. Lógicamente, el legislador estatal fue el más afectado por ser el que mayor protagonismo recibe de la Constitución para asumir competencias exclusivas. Una tarea ardua, decía, si tenemos en cuenta que el derecho no puede ser algo aislado, sino que obedece a costumbres sociales muy arraigadas en los pueblos.

Si esa tarea ya es difícil en el interior de un país como España, plagado de derechos históricos, imaginemos qué dificultad no podrá existir cuando se trata de derechos que provienen de ramas jurídicas completamente antagónicas. Además, elaborar una norma nunca es tarea fácil por poca dificultad que se plantee.

Toda esta pesada introducción viene a cuento de lo complicado que está siendo que en España –en algunas zonas más que en otras- calen determinadas medidas que inciden directamente en nuestra decimonónica forma de ser y actuar. Medidas relacionadas con la convivencia, por ejemplo, que derivan en gran parte del derecho comunitario.

Normas que en buena parte de los países de la Unión Europea son lógicas y aceptadas socialmente, en España producen un fuerte debate interno. Por ejemplo, las normas que nacen para regular la convivencia en un sentido amplio, que engloba aspectos como el ruido, el botellón o la prostitución callejera.

Hablemos por ejemplo del ruido, uno de los principales caballos de batalla de los entes locales. Inmediatamente que algún ayuntamiento, respetuoso con la buena convivencia –suponiendo que lo hubiera-, dicta alguna ordenanza, que es la máxima potestad reglamentaria de la que gozan los entes locales, para combatir el ruido o las actividades anormalmente ruidosas, surgen grupos, grupúsculos y apóstoles de los derechos humanos, contrarios a esa ordenanza alegando que coartan libertades. Pero olvidan la premisa mayor ya típica y tópica que postula que la libertad de alguien acaba donde comienza la de otra. En fin, que para este tipo de colectivos hacer ruido y convivir de forma desordenada fastidiando al individuo respetuoso está en el vasto baúl de los derechos humanos.

Un individuo en nuestro país –mucho más en Andalucía- antes de irse a descansar probablemente haya tenido que soportar motores con escape libre a cualquier hora del día o de la noche, críos jugando en parques públicos hasta las dos de la madrugada con la aprobación de sus padres, personas dando gritos hasta la hora que les plazca, aberrantes sonidos enlatados que salen de tuneados coches, castillos de fuegos artificiales de barrios en fiestas –ese dato merecería una atención especial-, vecinos celebérrimos en exceso, estruendos vomitados por la caja tonta. En suma, el individuo que pretenda descansar lo tiene complicado, a no ser que se fabrique una habitación proustiana, acolchada por todos sus flancos, similar a aquella de la que se dotó el genio francés para comenzar a escribir en serio.

Pero ocurre que una norma no vencerá si no existe con anterioridad una aceptación social del contenido de la misma. De hecho, el mejor derecho es siempre el que se admite en la calle sin necesidad que lo sancione el poder público. Y eso es algo que no se contempla en gran parte de España en relación el ruido, entre otras cosas porque está socialmente aceptado que el ruido inunde nuestra existencia. Ser ruidoso es – o ha sido- en España sinónimo de poderío económico. Resulta increíble comprobar la cantidad de cosas caras que existen en el mercado que tienen como principal atributo el ruido: desde un coche de potente motor hasta equipos de sonido para coche, pasando por motos de alta cilindrada para la tierra o para el agua. Y es que el ruido es tan inherente al carácter latino que difícilmente aceptaremos normas que impongan cesación de éste a determinadas horas del día y de la noche.

No obstante, en mi opinión, estas normas habrán de prevalecer antes o después porque no hay nada más ignominioso que la perturbación del descanso de personas sensatas por parte de personas insensatas.

4 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo y coincido en que es algo tristemente inherente al carácter latino, es un modus vivendi que nos caracteriza.
    La antítesis se encuentra en muchas ciudades europeas. La que más me llamó la atención fue Viena, donde se avisa por doquier que no se puede usar el claxon, o que no se puede gritar ni por supuestísimo organizar algarabía y fiestas calimocheras.
    En un área de relax de la urbanización de mi piso de Almerimar, hay un cartel que reza: "Esta es una zona de relax y descanso, por favor respétenlo". Ni te cuento lo que allí se organizaba, aunque he de decir que los británicos no se quedan atrás.
    ¿Cómo ves que haya ciudadanos que conviven con el aeropuerto al lado? Que se sobrepasa el nivel aceptado de decibelios, y que nada ocurre. ¿Cómo se ha podido aceptar que haya viviendas en lugares así?

    Muy buen artículo. Saludos

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  2. Gracias Javi, no sé si lo has llegado a ver en Ideal, que ha quedado muy bien maquetado.
    Es curioso lo de lo ingleses. Aquí hacen lo que no pueden o les dejan hacer en su país: beber, ruído, mala educación. Lo que significa que el asunto es doblemente grave: sencillamente vienen al país adecuado a hacer todo eso que su naturaleza les pide. Por eso decía en el artículo que estos asuntos tienen que estar legislados.
    Lo de los aeropuertos es demencial. Recuerdo que el año pasado planificando el viaje a Berlín leí que uno de los tres aeropuertos de esta ciudad se estaba desmantelando por la proximidad a lugares residenciales, ¿te imaginas esa iniciativa en España ? Tienen que pasar muchos lustros y cambiar muchas cosas para que aquí se adopten iniciativas como ésa.

    Oye, que estaba pensando en hacer una tirada lúdica-deportiva por la Vega de Pinos para culminar con unas verdes frescas. A ver cuando podemos la mayoría.

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  3. Es que el ruido es uno de los grandes males de nuestro tiempo, una de las enfermedades más letales qué existen.

    Oye, genial compartir día en IDEAL. Ni a propósito, colega!!!!

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  4. ..Y no ha sido la primeva vez Jesús, incluso, cuando no nos conocíamos ocurrió en alguna ocasión. Lo compruebo cuando veo artículos antiguos míos. Que siga durante mucho tiempo ese compartir literario.

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Sin tu comentario, todo esto tiene mucho menos sentido. Es cómo escribir en el desierto.

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