28 noviembre 2008

LA LUNA EN EL DINTEL DE LA CUEVA


Tuve ocasión ayer de conversar con un antiguo profesor de Derecho, especializado en cuestiones de Prevención de Riesgos Laborales. Es un asunto que me lleva interesando desde hace tiempo, principalmente en su faceta psicosocial, que es la especialidad que hice y sobre lo que escribí y conferencié, todo ello asociado al mundo jurídico. De esos menesteres también conozco a este profesor, hombre, nada displicente, inteligente, atento e inquieto. Curiosamente es ahora profesor de Mati en la Facultad de Ciencias del Trabajo.
Se acababan de entregar unos premios relacionados con la prevención y halábamos él, Mati y yo sobre la violencia que impera, no sólo en los centros de trabajo, sino también en muchos sectores de la sociedad. No se trataba de una conversación al uso, políticamente correcta, intentando impresionarnos sobre datos relacionados con violencia de género, acoso moral en el trabajo y otras perlas, sino que intentábamos abordar una verdadera realidad. Así que recordé un artículo relacionado con esto que publiqué en Ideal hace un par de años, si no recuerdo mal. El artículo se denominó "La Luna en el dintel de la cueva" y, está mal que yo lo diga, pero refleja una realidad que está ahí pero que no es fácil verla. Me gustaría que le echarais un vistazo y escribáis vuestra opinión sobre un asunto que está más candente que nunca.


LA LUNA EN EL DINTEL DE LA CUEVA

La violencia ha existido siempre pero no siempre ha existido la denuncia. En nuestros días la tendencia es pensar que existe más violencia que antes y se afirma que hay mayor maltrato de género, más violaciones, mayor acoso moral, psicológico o sexual en el trabajo, etc. Sin embargo, para quien suscribe, las formas, la cantidad y la calidad de la violencia siempre han tenido un protagonismo muy parecido a lo largo de la historia, aunque también en este campo las cosas se han sofisticado, y aunque el móvil violento siempre es el mismo, los efectos se incrementan en virtud de esa sofisticación. Es decir, siempre ha existido demasiada violencia. Ahora, insisto, existe una mayor cultura denunciante y al denunciar sale más a la superficie lo que antes, por desconocimiento, falta de apoyo mediático y gubernamental, entre otras cosas, se silenciaba. Es duro pensar que hasta no hace mucho – y aún hoy- la abnegada ama de casa llegaba casi a contemporizar con su esposo cuando éste la maltrataba, en muchos casos, como costumbre cotidiana. Sin embargo, apenas existía denuncia, ni social ni individual. No obstante, a pesar de lo logrado hasta ahora, aún existen situaciones carentes de denuncia debido al miedo, dependencia económica y otros elementos de vasta complejidad.

En el siglo que recién estrenamos va tomando cuerpo otro tipo de violencia que siempre ha estado ahí pero que nunca se ha diagnosticado ni estudiado como hasta ahora. Me refiero al acoso moral y psicológico en el trabajo, plaga moderna –moderna es la denuncia, ya digo- que ya está acaparando interés de muchas partes inmersas en el conflicto laboral.

Como casi siempre, el problema se detecta tarde y en función del número de bajas y cobayas humanas con las que se experimenta. Se observan trastornos psicológicos, tendencias suicidas -e incluso suicidios reales-, cambios de hábitos alimenticios, depresiones, tristeza, violencia en el hogar, etc., y detrás de todo ello se detecta una situación de conflicto laboral. Pero no es un episodio laboral común y típico de cualquier organización, sino que éste adquiere unos tintes éticos y morales. Atentan contra la persona como ser humano, alejándose de su dimensión profesional.

Fue el profesor de la Universidad de Estocolmo, Heinz Leymann, quien convulsionó los cimientos de las organizaciones laborales del mundo occidental al estudiar este fenómeno, al que el mundo anglosajón denomina mobbing o bossing dependiendo de si los acosadores morales son los propios compañeros o el superior jerárquico. De hecho, el término mobbing deriva del campo semántico mob, la palabra inglesa utilizada para referirse a una turba o muchedumbre de personas, así como asediar, mientras que bossing deriva de boss, es decir, jefe. Ambos términos ya nos dan una idea muy gráfica de lo que se quiere denunciar.

Esta forma de violencia existe en todos los ámbitos laborales, pero está muy arraigada en la administración pública, lugar en el que al acceder por oposición pública no es posible despedir o expulsar (aunque también en la administración pública existe mucha precariedad laboral, como en cualquier empresa privada). No obstante, el acoso moral no es patrimonio exclusivo de este ámbito laboral. De hecho, el sector privado está repleto de violencia laboral, aunque es más desconocido por el miedo al despido que existe. De ahí que se utilicen todo tipo de tropelías barriobajeras para que la víctima decida irse por su propia cuenta. En opinión de los expertos, el acosador suele ser una persona envidiosa y limitada, y es cierto que detrás de todo este tipo de acoso existe una solapada incapacidad del superior jerárquico, o bien compañero, hacia el acosado. Se envidia su capacidad, e incluso que piense o lea. Además, suele el agresor incapaz y envidioso ver de muy mal grado que algún subordinado (normalmente la relación es jefe-subordinado) desarrolle otras actividades en su tiempo libre o triunfe y sea brillante en otras disciplinas que él sabe que jamás podrá alcanzar. En pocas palabras: no admite que un subordinado no lo sea siempre.

En la naturaleza animal, el prestigioso etólogo Conrad Lorenz describía como, a la llegada de una gallina nueva o más fuerte al gallinero, las débiles se unían para destruirla. Toda esa conspiración por crear el vacío hasta hacer transparente a la víctima, que no es elegida al azar, está causando cuantiosas bajas laborales que hasta ahora se denominan “por depresión”, en la mayoría de los casos, y está provocando un importante gasto social, cuando a lo mejor el enfermo no es otro que el acosador.

De hecho, cada día son más los profesionales a los que les preocupa el tema e intentan buscar soluciones en el ámbito de la salud laboral, algo a lo que están contribuyendo los sindicatos de trabajadores de manera decisiva. Incluso, son ya bastantes los expertos en organizaciones, sicólogos, y juristas que intentan buscar claves de solución y así se lo están transmitiendo a las autoridades. En esa línea ya existen propuestas de ley en las Cortes Generales y Parlamentos autonómicos para que se ataje legalmente el problema, algo que ya está regulado en países como Suecia, Francia y Bélgica. Incluso la Comisión europea ha prometido la elaboración de un libro blanco de estandarización legal para los países miembros.

Por tanto hay que estar al acecho, ya que es en el ámbito laboral donde se puede dar la mayor gama de perversidades del hombre hacia el hombre (el hombre lobo para el hombre, asentó Hobbes), sencillamente por su espacio temporal de convivencia forzada, encuentro y desencuentro personal, interés económico e incluso sexual, pero también es cierto que podría ser idílicamente el lugar adecuado de comprensión y buena convivencia, pero eso sería quizá hablar de un mundo distinto. Mientras tanto, es la dignidad la que, en momentos extremos, nunca debe ser arrebatada y nada mejor que una figura retórica para defender este argumento, citada por el profesor José M. Prieto. Se trata de la frase que exclamó el anacoreta cuando comprobó que el bandolero le había robado, en su cueva, un mendrugo de pan y una manta raída, sus únicas posesiones:

“Dejada por el ladrón,

La luna,

En el dintel de la cueva”.

6 comentarios:

  1. Existirá siempre. La violencia es inherente al ser humano, igual que la envidia, el rencor y otras pasiones poco recomendables.

    No creo que exista ámbito laboral donde no haya conflictos, sea de la naturaleza que sea. ¿No es capaz de coexistir el ser humano en un espacio común? Parece que la historia demuestra que no. Curiosamente, el otro día, corriendo además, comentaba con Juanjo, un amigo de Almerimar, el tema, a raíz de una conversación sobre convivencia de pareja. Me dijo, muy a su estilo: "Es como si nosotros, que nos hemos conocido ahora, nos metemos a vivir juntos en un piso: lo más seguro es que no duremos ni 3 días. Es que convivir es muy difícil". Me dejó helado. Y eso que no hay móvil económico o pirámide jerárquica que escalar.
    Sí, Hobbes llevaba razón.

    ResponderEliminar
  2. No creo que sea cuestión de ámbito laboral, es simplemente humano, y los dos ejemplos q pones son la misma cosa, impotencia por sentirse inferior, lo es en el caso del maltrato hacia las mujeres, y lo es en el trabajo, al jefe hay q dejarlo ganar al tenis y es histórico el caso de hombres con "rubias (o morenas) tontas".
    Saludos desde Barcelona, y enhorabuena por tus articulos.

    ResponderEliminar
  3. Arrastramos el conflicto allá donde vamos. En el ámbito laboral estamos bastante tiempo, y para colmo es un lugar de permanente presión y sostenido encono por llegar arriba antes que el otro. Pero, en definitiva, es la convivencia siempre la mayor culpable del encuentro a la que si se suma la malaleche crean un una bomba de relojería. Un consejo Javi: nunca te vayas a vivir con tu amigo, claro, a no ser que el pague la hipoteca, que entonces habría que pensarlo. Gracias por tu comentario.

    Cristina, en primer lugar gracias por tus palabras y tu comentario. Por supuesto, que siempre es el lado humano el que se desvía, y más bien utiliza la vía de predominio laboral o familiar para maltratar y violentar. Tenemos un mal educacional tremende, y sólo el paso del tiempo solucionará ese gran abismo. Saludos desde Granada.

    ResponderEliminar
  4. Estupenda esta entrada, José Antonio. Mati ya sabe algo sobre el tema y por eso no voy a extenderme aquí. Lo peor de la violencia en el trabajo es que quienes la ven, la obvian porque no es su problema. Conclusión: en el trabajo no hay amigos, se buscan fuera.

    Saludos.

    Cuidaros con estos fríos.

    ResponderEliminar
  5. En el trabajo no suele haber amigos, tu lo has dicho Gregorio. Yo creo que después de tantos años en la Administración Pública, sólo cuento con dos o tres amigos. Los demás compañeros: buenos, malos y peores, y el recuerdo de un cabrón que fue jefe mío durante algunos años con el que tuve conflictos varios, pero jamás y al que le hice cara con un par...jeje.
    Saludos, amigo y gracias por tus palabras.

    ResponderEliminar
  6. En efecto, dos o tres y poco más.

    Y cuando el mejor de todos, el que tienes más cerca, te falla ( o tú le fallas) se acaba todo.

    Algo increible.

    ResponderEliminar

Sin tu comentario, todo esto tiene mucho menos sentido. Es cómo escribir en el desierto.

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...